Este es un texto falso que sustituye al que había antes, para evitar su copia.
Percuntia tempora fati conqueror, in uentos inpendo uota fretumque; ne retine dubium cupientis ire per acquor; si bene nota mihi est, ad Caesaris arma iuuentus naufragio uenisse uolet. lam uoce doloris utendum est: non ex acquo diuisimus orbem; Epirum Caesarque tenet totusque senatus, Ausoniam tu solus habes». His terque quaterque uocibus excitum postquam cessare uidebat, dum se desse deis ac non sibi numina credit, sponte per incautas audet temptare latebras quod iussi timucre fretum, temeraria prono expertus cessisse deo, fluctusque ucrendos classibus exigua sperat superare carina.
jueves, 27 de marzo de 2008
martes, 25 de marzo de 2008
Llamada desde el hielo
Este es un texto falso que sustituye al que había antes, para evitar su copia.
Percuntia tempora fati conqueror, in uentos inpendo uota fretumque; ne retine dubium cupientis ire per acquor; si bene nota mihi est, ad Caesaris arma iuuentus naufragio uenisse uolet. lam uoce doloris utendum est: non ex acquo diuisimus orbem; Epirum Caesarque tenet totusque senatus, Ausoniam tu solus habes». His terque quaterque uocibus excitum postquam cessare uidebat, dum se desse deis ac non sibi numina credit, sponte per incautas audet temptare latebras quod iussi timucre fretum, temeraria prono expertus cessisse deo, fluctusque ucrendos classibus exigua sperat superare carina.
Percuntia tempora fati conqueror, in uentos inpendo uota fretumque; ne retine dubium cupientis ire per acquor; si bene nota mihi est, ad Caesaris arma iuuentus naufragio uenisse uolet. lam uoce doloris utendum est: non ex acquo diuisimus orbem; Epirum Caesarque tenet totusque senatus, Ausoniam tu solus habes». His terque quaterque uocibus excitum postquam cessare uidebat, dum se desse deis ac non sibi numina credit, sponte per incautas audet temptare latebras quod iussi timucre fretum, temeraria prono expertus cessisse deo, fluctusque ucrendos classibus exigua sperat superare carina.
sábado, 22 de marzo de 2008
En Portugal
El día que me marché, no tenía conexión a Internet, así que me fui sin dar más explicaciones.
Ahora estoy en Portugal, cerca de Aveiro (la Venecia portuguesa), y no regresaré hasta el martes. Lo digo porque no es que haya abandonado, sino que estoy perdido entre las dunas de San Jacinto, almacenando puestas de sol en mis bolsillos.
Gracias a todos por vuestras aportaciones, muy valiosas. Estoy peleando con los personajes y la trama de la novela. Y creo que, finalmente, sin mostraros los andamios para no romper el suspense, me decida a escribir la novela en este blog, lo cual querrá decir que leeréis borradores, antes de corregir y corregir. Unas treinta veces corrijo mis novelas, pero es la única manera que se me ocurre de no abandonar el blog y al mismo tiempo escribir la novela.
Bueno, al menos a alguno quizá le sirva para ver una de las posibilidades de cómo una novela se cocina a fuego lento, y cómo se corrige una y otra vez, para que los defectos se conviertan en aciertos. A ser posible.
Un abrazo, y hasta el martes que viene.
Ahora estoy en Portugal, cerca de Aveiro (la Venecia portuguesa), y no regresaré hasta el martes. Lo digo porque no es que haya abandonado, sino que estoy perdido entre las dunas de San Jacinto, almacenando puestas de sol en mis bolsillos.
Gracias a todos por vuestras aportaciones, muy valiosas. Estoy peleando con los personajes y la trama de la novela. Y creo que, finalmente, sin mostraros los andamios para no romper el suspense, me decida a escribir la novela en este blog, lo cual querrá decir que leeréis borradores, antes de corregir y corregir. Unas treinta veces corrijo mis novelas, pero es la única manera que se me ocurre de no abandonar el blog y al mismo tiempo escribir la novela.
Bueno, al menos a alguno quizá le sirva para ver una de las posibilidades de cómo una novela se cocina a fuego lento, y cómo se corrige una y otra vez, para que los defectos se conviertan en aciertos. A ser posible.
Un abrazo, y hasta el martes que viene.
martes, 18 de marzo de 2008
A cara o cruz
De acuerdo. Escribiré una novela. Para eso necesitaré un proyecto de novela. O de antinovela. Hace ya mucho (pero que mucho, mucho) que la novela es una escombrera donde cabe todo, incluyendo los eructos de Ricardito Bofill, los plagios de Ana Rosa Quintana o Lucía Etxevarría, y las futuras novelas de Belén Esteban y Anita García Obregón. Al tiempo.
Podría intentar escribir a vuela pluma, al buen tuntún, como Soledad Puértolas, sin saber a dónde van los personajes, a dónde va la historia, qué va a pasar en el próximo capítulo. Para no aburrirme (eso dice ella, que se aburre si sabe lo que va a pasar), pero con el peligro de que me pase lo mismo que le pasa a ella, o sea, que se lo pasa pipa dando palos de ciego a costa de los lectores. “No sé hacia dónde irá mi novela”. Ya se nota, ya, qué quieres que te diga.
O podría ser un blog/novela. Un blook, que dicen los yanquis. Esto mismo que estás leyendo aquí, pero en lugar de post tras post, página a página. Ya hay varias novela-blogs a la venta. ¿Serán bloguelas?
Pero estoy casi seguro, y no es por intuición femenina ni por estadística masculina, que los lectores/as de blogs no son los mismos que los lectores de novelas (quiero decir a lo bruto, así, en números gordos), del mismo modo que los escritores de novelas no son blogueros ni viceversa. Ya sé que esta teoría inverificable puede cabrear a más de uno, pero es una teoría. Y si no, pongamos que es una ficción, una hipótesis fantástica de esas de Rodari: ¿Qué pasaría si los escritores de blogs y los lectores de blogs pertenecieran a un conjunto que solo muy parcialmente coincide con los escritores de novelas y lectores de novelas? Pues pasaría que pertenecen a dos pandillas de ficcionarios que juegan en dos universos paralelos y disjuntos, con alguna que otra fuga puntual de allá para acá o viceversa. (Por cierto, en este paréntesis informo que lo políticamente correcto es necesario y un peñazo, y que por no alargar las frases hasta el aburrimiento, donde diga “escritor” quiero decir “escritor y escritora”, donde diga “lector” quiero decir “lector y lectora”, y así todo lo demás, con esos genéricos que no quieren ser despectivos ni invisibilizantes).
En ese caso tendría que escoger.
Ya está muerto, pero si estuviera vivo, Pierre Bourdieu diría que la cultura actual peca de banalización y de incapacidad para construir e interpretar mensajes complejos, y que la culpa es de la televisión, y de la frivolización cultural. No lo diría con esas palabras, porque Bordieu era un genio, pero también era un plasta y un pedante incapaz de hablar de modo que fuera entendido más allá de la élite cultural que él mismo atacaba y alimentaba. Así pues, sin intención de totalizar, yo veo una forma de escritura relacionada con Internet, la inmediatez, la recompensa en el acto, la retroalimentación, el aquí y ahora, la mentalidad infantil, la extroversión, la fuerza centrífuga, el grito, la línea recta, la facilidad, el minimalismo y el genio. Todo ello contrapuesto a la escritura en el papel, la demora, la recompensa a largo plazo, la soledad, el no se sabe cuándo, la mentalidad adulta (y adulterada), la introversión, la fuerza centrípeta, el susurro, la línea curva, la dificultad, el concepto complejo, la elaboración y el artesanato.
Son dos novelas distintas, escritas por dos escritores diferentes, y para dos lectores antagónicos.
Pues no sé. Quizá sea un poco esquizofrénico, porque a todo le veo sus más y sus menos.
Tendré que echarlo a cara o cruz.
Podría intentar escribir a vuela pluma, al buen tuntún, como Soledad Puértolas, sin saber a dónde van los personajes, a dónde va la historia, qué va a pasar en el próximo capítulo. Para no aburrirme (eso dice ella, que se aburre si sabe lo que va a pasar), pero con el peligro de que me pase lo mismo que le pasa a ella, o sea, que se lo pasa pipa dando palos de ciego a costa de los lectores. “No sé hacia dónde irá mi novela”. Ya se nota, ya, qué quieres que te diga.
O podría ser un blog/novela. Un blook, que dicen los yanquis. Esto mismo que estás leyendo aquí, pero en lugar de post tras post, página a página. Ya hay varias novela-blogs a la venta. ¿Serán bloguelas?
Pero estoy casi seguro, y no es por intuición femenina ni por estadística masculina, que los lectores/as de blogs no son los mismos que los lectores de novelas (quiero decir a lo bruto, así, en números gordos), del mismo modo que los escritores de novelas no son blogueros ni viceversa. Ya sé que esta teoría inverificable puede cabrear a más de uno, pero es una teoría. Y si no, pongamos que es una ficción, una hipótesis fantástica de esas de Rodari: ¿Qué pasaría si los escritores de blogs y los lectores de blogs pertenecieran a un conjunto que solo muy parcialmente coincide con los escritores de novelas y lectores de novelas? Pues pasaría que pertenecen a dos pandillas de ficcionarios que juegan en dos universos paralelos y disjuntos, con alguna que otra fuga puntual de allá para acá o viceversa. (Por cierto, en este paréntesis informo que lo políticamente correcto es necesario y un peñazo, y que por no alargar las frases hasta el aburrimiento, donde diga “escritor” quiero decir “escritor y escritora”, donde diga “lector” quiero decir “lector y lectora”, y así todo lo demás, con esos genéricos que no quieren ser despectivos ni invisibilizantes).
En ese caso tendría que escoger.
Ya está muerto, pero si estuviera vivo, Pierre Bourdieu diría que la cultura actual peca de banalización y de incapacidad para construir e interpretar mensajes complejos, y que la culpa es de la televisión, y de la frivolización cultural. No lo diría con esas palabras, porque Bordieu era un genio, pero también era un plasta y un pedante incapaz de hablar de modo que fuera entendido más allá de la élite cultural que él mismo atacaba y alimentaba. Así pues, sin intención de totalizar, yo veo una forma de escritura relacionada con Internet, la inmediatez, la recompensa en el acto, la retroalimentación, el aquí y ahora, la mentalidad infantil, la extroversión, la fuerza centrífuga, el grito, la línea recta, la facilidad, el minimalismo y el genio. Todo ello contrapuesto a la escritura en el papel, la demora, la recompensa a largo plazo, la soledad, el no se sabe cuándo, la mentalidad adulta (y adulterada), la introversión, la fuerza centrípeta, el susurro, la línea curva, la dificultad, el concepto complejo, la elaboración y el artesanato.
Son dos novelas distintas, escritas por dos escritores diferentes, y para dos lectores antagónicos.
Pues no sé. Quizá sea un poco esquizofrénico, porque a todo le veo sus más y sus menos.
Tendré que echarlo a cara o cruz.
lunes, 17 de marzo de 2008
Cumpleaños feliz
Hoy es mi cumpleaños, así que empieza un año nuevo. No para todo el mundo, pero sí para mí. Y para unos 150.000 españoles más, un millón de gringos, dos parados de Aldeanueva del camino, y San Patricio, patrono de las pintas de Lager, Murphy's y Guinness. Ya ves, no estoy solo, pero como no conozco a ninguno de todos esos, es como si lo estuviera.
Hace dos meses y medio (¡qué joven era entonces!) empecé a escribir de nuevo, casi a diario, un diario, este diario. Engrasando el bolígrafo entumecido. Alfonso Fernández Burgos lo llama hacer handing. Como footing, o fucking, pero con la mano. O sea, maning. No sé, vamos a dejarlo.
Ahora me apetece escribir novelas. Dicho así, en plural, novelas, parece un poco exagerado. Digamos otra novela. La verdad, la verdad, es por el dinero. Así de crudo. Este handing del blog está bien, con una retroalimentación inmediata de los lectores (bien amables y cariñosos, hay que decirlo), pero por una novela juvenil de 150 páginas saco cinco millones de pesetas. Tal cual. Vendiendo mucho, claro, 50.000 ejemplares, pero es que es lo que vendo. O mis editores. Cualquiera de los dos, me da igual quien sea el culpable, siempre que yo lo cobre. Lo malo es que la última novela que escribí fue hace quince años. A lo mejor tú no habías nacido. Por el camino se cruzó un Taller de Escritura, 3.000 alumnos, ocho años de psicoanálisis, un hermano muerto, un libro teórico de técnicas narrativas más extenso que la suma de las cinco novelas anteriores, y 20 kilos de más flotando entre los muslos y la barriga. Tal vez ahora no sea más que un hipopótamo ágrafo. O tal vez Buda, dispuesto a reescribir el Kamasutra, el Tao, el Corán, y las Mil y una noches. En fin, como es por la pasta, prefiero escribir Harry Potter, que además es tocayo. Y que detrás vengan los popes aguafiestas de El País a decirme que qué malo, pura bazofia, qué asco. Chúpame el rabo, mongolito.
En fin, que una novela, digo. ¿Y por dónde empiezo?
Se supone que aquel que ha escrito cinco novelas lo sabe, ¿no es así? Pues no. Al menos no es exactamente así. Lo que se sabe, después de cinco novelas, es que hay que empezar de cero, ni desde muy cerca ni desde tan lejos, ni personal ni ajeno, ni frío ni candente, ni al azar ni improvisado. Una gloria de conocimiento, ¿a que sí? Pues nada, tira para adelante. Es lo que hay.
Hace dos meses y medio (¡qué joven era entonces!) empecé a escribir de nuevo, casi a diario, un diario, este diario. Engrasando el bolígrafo entumecido. Alfonso Fernández Burgos lo llama hacer handing. Como footing, o fucking, pero con la mano. O sea, maning. No sé, vamos a dejarlo.
Ahora me apetece escribir novelas. Dicho así, en plural, novelas, parece un poco exagerado. Digamos otra novela. La verdad, la verdad, es por el dinero. Así de crudo. Este handing del blog está bien, con una retroalimentación inmediata de los lectores (bien amables y cariñosos, hay que decirlo), pero por una novela juvenil de 150 páginas saco cinco millones de pesetas. Tal cual. Vendiendo mucho, claro, 50.000 ejemplares, pero es que es lo que vendo. O mis editores. Cualquiera de los dos, me da igual quien sea el culpable, siempre que yo lo cobre. Lo malo es que la última novela que escribí fue hace quince años. A lo mejor tú no habías nacido. Por el camino se cruzó un Taller de Escritura, 3.000 alumnos, ocho años de psicoanálisis, un hermano muerto, un libro teórico de técnicas narrativas más extenso que la suma de las cinco novelas anteriores, y 20 kilos de más flotando entre los muslos y la barriga. Tal vez ahora no sea más que un hipopótamo ágrafo. O tal vez Buda, dispuesto a reescribir el Kamasutra, el Tao, el Corán, y las Mil y una noches. En fin, como es por la pasta, prefiero escribir Harry Potter, que además es tocayo. Y que detrás vengan los popes aguafiestas de El País a decirme que qué malo, pura bazofia, qué asco. Chúpame el rabo, mongolito.
En fin, que una novela, digo. ¿Y por dónde empiezo?
Se supone que aquel que ha escrito cinco novelas lo sabe, ¿no es así? Pues no. Al menos no es exactamente así. Lo que se sabe, después de cinco novelas, es que hay que empezar de cero, ni desde muy cerca ni desde tan lejos, ni personal ni ajeno, ni frío ni candente, ni al azar ni improvisado. Una gloria de conocimiento, ¿a que sí? Pues nada, tira para adelante. Es lo que hay.
domingo, 16 de marzo de 2008
Conjuro contra Movistar
La intimidad no existe. Movistar, sanguijuela hija bastarda de Telefónica España, me ha vuelto a despertar de la siesta con un patético mensaje de publicidad a través del móvil, a pesar de que me he dado tres veces de baja para cualquier tipo de publicidad. Llamo al 609 y después de repetir siete veces "operadora" consigo preguntarle a la telefonista qué hacer para cagarme en la puta madre de todos sus jefes. Sus jefes no tienen madre conocida, me dice, porque son todos hijos de puta. Lo sabía. Después llamo a 4407 y exijo que borren mis datos de todas las bases de datos manejados por los publicistas, y les amenazo con mil denuncias ante la Agencia de Protección de Datos. Pero les da igual, lo siguen haciendo. Me sale espuma por la boca. Busco un libro de Magia Negra y ejecuto un conjuro para que les crezca un cáncer en los ojos, lepra en los genitales, llagas en el tímpano, leucemia en el cerebro y almorranas en la garganta. Quizá mi conjuro no tenga efecto, pero ¿y si funciona? Que se jodan.
sábado, 15 de marzo de 2008
Un soneto macarra
Aconsejado por Cabezota sin remedio, sigo los pasos de Garcilaso. Tengo el alma insuflada de lirismo. Lloro. Me extasío. Levito. Ya me viene. Aquí está:
Ayer me fui de compras con mi tía,
zapatos, calzoncillos de rebajas.
Encontramos a un guarro haciendo pajas
por diez euros a todo el que quería.
"Hijo puta", le dije, "como un día
te encuentre por mi barrio, no habrá fajas
que retengan tus tripas, de las rajas
que te vamos a abrir a sangre fría."
"Te hago un descuento, maricón", me dijo
el soplapollas escupiendo a un lado.
La rabia me inflamó la piel del pijo.
"Yo te mato, cabrón, ya la has cagado,
te voy a reventar como a un botijo."
"Te lo hago gratis". "¿Sí? Trato aceptado."
Ayer me fui de compras con mi tía,
zapatos, calzoncillos de rebajas.
Encontramos a un guarro haciendo pajas
por diez euros a todo el que quería.
"Hijo puta", le dije, "como un día
te encuentre por mi barrio, no habrá fajas
que retengan tus tripas, de las rajas
que te vamos a abrir a sangre fría."
"Te hago un descuento, maricón", me dijo
el soplapollas escupiendo a un lado.
La rabia me inflamó la piel del pijo.
"Yo te mato, cabrón, ya la has cagado,
te voy a reventar como a un botijo."
"Te lo hago gratis". "¿Sí? Trato aceptado."
viernes, 14 de marzo de 2008
Sangre de Cristo
El hermano Molina nos lo dijo en los cursillos de catequesis una semana antes de nuestra Primera Comunión:
—Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que un rico entre el Reino de los Cielos.
Me acordé de que en la casa de mi amigo Darío hay un pequeño galeón de madera, con cañones y velas desplegadas, encerrado dentro de una botella transparente de cuello estrecho. No podía entender cómo lo habían metido. Pero lo de los camellos, con sus dos jorobas llenas de agua, colándose por el ojo de una de las agujas del costurero de mi madre, aunque fuera una de las grandes, de las de tejer, era simplemente imposible.
De modo que solo me quedaban dos opciones: o conseguir que mi padre se arruinara de golpe; o apostar por lo seguro, y morir en estado de gracia.
Mi padre es el propietario de Joyerías Gayoso, con dos fábricas y más de treinta tiendas en España, y siete entre Portugal y Francia. Un total de más de ciento cuarenta empleados. Está forrado. Es imposible llevarle a la quiebra. Y además, si lo consiguiera, más de ciento cuarenta familias se quedarían sin puesto de trabajo. ¿Y todo eso para qué? ¿Para que mi padre se arruine, y que yo pueda salvarme al dejar de ser rico, y no tener por ello que hacer una pirueta mayor que la del camello contorsionista que intenta pasar por el ojo de una aguja?
Pensándolo bien, yo no podría salvarme tampoco arruinando a tanta gente, porque eso tampoco me llevaría a la contemplación eterna de Dios en el Paraíso. Hacer daño a otros para sacar un beneficio propio es pecado, estoy casi seguro.
Robarle a mi padre tampoco era una solución, porque robar también es pecado, vaya que sí. El séptimo mandamiento. Más claro, agua.
Así que tenía que buscar otra solución sin arruinar a mi padre ni a los ciento cuarenta trabajadores que dependían de él.
Morirse en estado de gracia era la respuesta al problema.
Esta vida es un valle de lágrimas, y más aún desde que trasladaron de colegio al bestia de Pardiñas y lo metieron en nuestra clase. Cada día reparte catorce collejas, por lo menos, así que lo mejor es irse de aquí, y sentarse cerquita de Dios Padre, sin abusones cerca. No estoy diciendo ninguna barbaridad, porque según el hermano Molina, también lo dijo Santa Teresa de Jesús, con aquello de “Vivo sin vivir en mí”, vaya angustia, eso no era vida, era un sinvivir, que dice mi madre; “y tan alta vida espero”, como yo, no te digo, que Santa Teresa no era tonta, quería lo mismo que nosotros: llegar a tiempo y coger un buen sitio; “que muero porque no muero”, vaya prisa, vaya ganas de empezar a disfrutar de la Gloria Eterna, normal.
De modo que cuando le conté mi plan para ascender al Cielo por la vía rápida a mi compañero Darío, que hace de monaguillo del Padre Fabián, se puso como loco de contento.
—¿Y de dónde vamos a sacar el cianuro? —me preguntó.
—De eso me ocupo yo —le dije—. Sé dónde lo guardan en la decantadora de oro de la fábrica de mi padre.
El día de nuestra Primera Comunión no hubo en el mundo dos niños más felices que Darío y yo, los únicos que sabíamos que la fiesta posterior no la íbamos a celebrar en el patio del colegio, donde ya estaban preparadas las mesas con los recordatorios y los aperitivos de jamón y gambas, sino en los jardines del Paraíso. Y no con nuestros padres terrenales, sino con los celestiales. Además de nosotros dos, limpios de pecado y con el cuerpo de Cristo en nuestro interior, otros quince compañeros nos acompañarían gratis en el viaje al más allá. Eso sin contar con el padre Fabián, que comulgaba siempre el último. Ellos aún no sabían la suerte que tenían.
Justo después de la Consagración, vestidos de blanco marinero, con los galones de almirante, las sandalias de charol blanco, el rosario y el misalito Regina de nácar en la mano, Darío y yo nos pusimos los primeros en la fila para recibir la Primera Comunión. Cuando me arrodillé ante él, me pareció que el padre Fabián me sonreía como si conociera nuestro secreto. Pero yo sabía que no. Darío ya me había dicho que había conseguido realizar la mezcla sin que el pater se diera cuenta. El padre mojó la hostia consagrada en la sangre y cianuro de Cristo, me la acercó a la boca, cerré los ojos, y recibí alborozado mi billete al Paraíso.
—Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que un rico entre el Reino de los Cielos.
Me acordé de que en la casa de mi amigo Darío hay un pequeño galeón de madera, con cañones y velas desplegadas, encerrado dentro de una botella transparente de cuello estrecho. No podía entender cómo lo habían metido. Pero lo de los camellos, con sus dos jorobas llenas de agua, colándose por el ojo de una de las agujas del costurero de mi madre, aunque fuera una de las grandes, de las de tejer, era simplemente imposible.
De modo que solo me quedaban dos opciones: o conseguir que mi padre se arruinara de golpe; o apostar por lo seguro, y morir en estado de gracia.
Mi padre es el propietario de Joyerías Gayoso, con dos fábricas y más de treinta tiendas en España, y siete entre Portugal y Francia. Un total de más de ciento cuarenta empleados. Está forrado. Es imposible llevarle a la quiebra. Y además, si lo consiguiera, más de ciento cuarenta familias se quedarían sin puesto de trabajo. ¿Y todo eso para qué? ¿Para que mi padre se arruine, y que yo pueda salvarme al dejar de ser rico, y no tener por ello que hacer una pirueta mayor que la del camello contorsionista que intenta pasar por el ojo de una aguja?
Pensándolo bien, yo no podría salvarme tampoco arruinando a tanta gente, porque eso tampoco me llevaría a la contemplación eterna de Dios en el Paraíso. Hacer daño a otros para sacar un beneficio propio es pecado, estoy casi seguro.
Robarle a mi padre tampoco era una solución, porque robar también es pecado, vaya que sí. El séptimo mandamiento. Más claro, agua.
Así que tenía que buscar otra solución sin arruinar a mi padre ni a los ciento cuarenta trabajadores que dependían de él.
Morirse en estado de gracia era la respuesta al problema.
Esta vida es un valle de lágrimas, y más aún desde que trasladaron de colegio al bestia de Pardiñas y lo metieron en nuestra clase. Cada día reparte catorce collejas, por lo menos, así que lo mejor es irse de aquí, y sentarse cerquita de Dios Padre, sin abusones cerca. No estoy diciendo ninguna barbaridad, porque según el hermano Molina, también lo dijo Santa Teresa de Jesús, con aquello de “Vivo sin vivir en mí”, vaya angustia, eso no era vida, era un sinvivir, que dice mi madre; “y tan alta vida espero”, como yo, no te digo, que Santa Teresa no era tonta, quería lo mismo que nosotros: llegar a tiempo y coger un buen sitio; “que muero porque no muero”, vaya prisa, vaya ganas de empezar a disfrutar de la Gloria Eterna, normal.
De modo que cuando le conté mi plan para ascender al Cielo por la vía rápida a mi compañero Darío, que hace de monaguillo del Padre Fabián, se puso como loco de contento.
—¿Y de dónde vamos a sacar el cianuro? —me preguntó.
—De eso me ocupo yo —le dije—. Sé dónde lo guardan en la decantadora de oro de la fábrica de mi padre.
El día de nuestra Primera Comunión no hubo en el mundo dos niños más felices que Darío y yo, los únicos que sabíamos que la fiesta posterior no la íbamos a celebrar en el patio del colegio, donde ya estaban preparadas las mesas con los recordatorios y los aperitivos de jamón y gambas, sino en los jardines del Paraíso. Y no con nuestros padres terrenales, sino con los celestiales. Además de nosotros dos, limpios de pecado y con el cuerpo de Cristo en nuestro interior, otros quince compañeros nos acompañarían gratis en el viaje al más allá. Eso sin contar con el padre Fabián, que comulgaba siempre el último. Ellos aún no sabían la suerte que tenían.
Justo después de la Consagración, vestidos de blanco marinero, con los galones de almirante, las sandalias de charol blanco, el rosario y el misalito Regina de nácar en la mano, Darío y yo nos pusimos los primeros en la fila para recibir la Primera Comunión. Cuando me arrodillé ante él, me pareció que el padre Fabián me sonreía como si conociera nuestro secreto. Pero yo sabía que no. Darío ya me había dicho que había conseguido realizar la mezcla sin que el pater se diera cuenta. El padre mojó la hostia consagrada en la sangre y cianuro de Cristo, me la acercó a la boca, cerré los ojos, y recibí alborozado mi billete al Paraíso.
jueves, 13 de marzo de 2008
Soneto a destiempo
Hace más de veinte años que no escribo sonetos, pero al visitar la estupenda página llena de cerezas en la nieve de Joseba Molina me entró envidia. Envidia cochina y amarilla. Cualquier pecado se redime al escribir, así que me puse a contar sílabas. Nunca es tarde, si el endecasílabo es bueno.
Ayer, mientras dormía, tuve un sueño:
Un arquitecto loco derribaba
mi casa, y una ardiente y ciega lava
oscurecía el cielo madrileño.
Miré por la ventana con el ceño
agarrotado. Comprobé si estaba
durmiendo la mujer que más amaba
y dormido en su cuna el más pequeño.
Aquello no era más que el fin del mundo,
me dije, no tendré que madrugar
nunca más. Regresé al sueño profundo
pensando en qué iba a hacer al despertar,
y al descubrir que vivo en un inmundo
territorio desierto frente al mar.
Ayer, mientras dormía, tuve un sueño:
Un arquitecto loco derribaba
mi casa, y una ardiente y ciega lava
oscurecía el cielo madrileño.
Miré por la ventana con el ceño
agarrotado. Comprobé si estaba
durmiendo la mujer que más amaba
y dormido en su cuna el más pequeño.
Aquello no era más que el fin del mundo,
me dije, no tendré que madrugar
nunca más. Regresé al sueño profundo
pensando en qué iba a hacer al despertar,
y al descubrir que vivo en un inmundo
territorio desierto frente al mar.
miércoles, 12 de marzo de 2008
Abdel, un corto animado
Me he encontrado en Youtube un corto magnífico que resume los primeros capítulos de mi novela "Abdel". Lo ha hecho Carlos, carlosealdana, un chico de 20 años guatemalteco que vive en Estados Unidos. Un trabajo espléndido, insisto, con una duración de 6 minutos.
El creador del corto, Carlos Aldana, dice: "El primer cortometraje que hice (de 2). Tenía 16 años y leí una novela buenísima. Supe que tenía que hacerla de alguna manera. No tenía cámara ni equipo ni nada y estaba empezando en efectos y animacion así que ese fue el camino que tomé."
Gracias, Carlos, por si me lees.
El creador del corto, Carlos Aldana, dice: "El primer cortometraje que hice (de 2). Tenía 16 años y leí una novela buenísima. Supe que tenía que hacerla de alguna manera. No tenía cámara ni equipo ni nada y estaba empezando en efectos y animacion así que ese fue el camino que tomé."
Gracias, Carlos, por si me lees.
martes, 11 de marzo de 2008
Mamá se muere
Una asfixia ciega sale de mi boca cada vez que te oigo gritar de dolor entre las sábanas de tu cama, tu sarcófago blanco. Estás cercada por goteros y mascarillas de oxígeno que conseguirán que la agonía dure más, que tu dolor continue más allá de lo que la naturaleza te prestó hace 90 años. Tienes llagas en el cuerpo, los huesos raídos por el tiempo, los pulmones infectados, los labios apretados, la lengua seca y los ojos arrasados por la ceguera. No es difícial, a pesar de todo eso, saber que tuviste un cuerpo bello, unos muslos rotundos, unos pechos hinchados, y un vientre fértil que parió diez hijos. Uno se murió hace quince años, y ya solo quedan nueve. Y los nueve hacen turnos sujetándote la mano para que no te mueras. Y yo, que soy el ocho, digo aquí, por si me escuchan, que quiero sujetar tu mano para ayudarte a morir en paz, no para prolongar tu muerte. Les he pedido a mis hermanos que te seden. Que no permitan que tu dolor continue. Espero que me escuchen, y exijo que conmigo hagan lo mismo cuando me llegue la hora.
Mantengo la misma opinión de hace unas semanas en el post Ten mucho miedo, y coincido punto por punto con Bea (muchas gracias, Bea) en su artículo de ayer.
Abrazos para todos.
Mantengo la misma opinión de hace unas semanas en el post Ten mucho miedo, y coincido punto por punto con Bea (muchas gracias, Bea) en su artículo de ayer.
Abrazos para todos.
lunes, 10 de marzo de 2008
Mi pequeña niña
Mi pequeña niña, mi pequeña trenza:
Que no quiero que te asuste el ulular de los lobos que andan sueltos por las calles. Que no quiero que te busquen. Que no quiero que te nombren. Que sé que no te quieren y que azuzan nocturnos corceles de lo oscuro contra ti si no estás atenta.
Mi pequeña rosa, mi pequeña fruta: no tirites bajo la colcha, porque yo detengo a los astros para que tu duermas. Cuidaré desde el otero y desde las olas para que ninguna bruja se acerque a tu alcoba, para que ninguna tarántula haga un nido de veneno en tus tobillos. Dormirás así en un silencio cuajado de palomas. Dejaré tan sólo que mi osito azafranado de peluche te acaricie desde la sombra.
Mi eternamente novia, mi libélula: acurrúcate en una esquina de la cuna hasta que yo vuelva. Que en los párpados se te acumulen lunas y palmeras, y un terciopelo inquieto defienda el cerco de tu ventana. Duerme hasta que, por la mañana, una brisa fresquísima inflame tus mejillas, y descubrirás que en tus sábanas te esperan miles de regalos, caramelos y sorpresas. Sueña con playas y jardines, con canciones de corro y con muñecas. Imagina mundos con niños, chimeneas, delfines, geranios, excursiones y frambuesas. Escucha cómo en la ventana repica el agua, porque una lluvia intensa te está preparando un futuro lleno de ozono y primaveras.
Mi engolfado amor, princesa: no llores más, porque nadie puede nombrar tu nombre en vano, porque al decir tu nombre, desde la boca salpican flores, y una niebla invade el mundo pidiendo brazos que defiendan el recuerdo de tu ausencia. Al pronunciar tu nombre siempre se derraman tres diamantes en la alfombra, y una lluvia de cometas recorre el firmamento buscándote para que vuelvas. Nada se puede contra el poderoso conjuro que te nombra, porque hasta los álamos están atentos al sonido de tus pasos para crecer felices en las huellas que abandonas. Déjate caer ante la sombra, que la noche es un gato fiel que sólo araña cuando tú le alientas.
Mi sortija de luz, mi bailarina loca: no bajará esta noche la luna a comerte el pie descalzo, no lo escondas. Se conformará con reflejarse en todas las charcas que le regala esta lluvia limpia-conciencias. No te canses de reír ni de dar color a las tinieblas. Sigue pajareando dentro así, como una alondra, hasta que toques fondo, hasta llegar al final de la historia. Y no te equivoques más porque, sin tu saberlo, la sangre brota, generosa, y uno cree que ya nada tiene sentido sino morirse así, muy despacio, mientras te nombra.
Mi pequeño cristal, mi diminuta concha: hay países donde las cocinas siempre huelen a manzanas frescas, y el aire sabe a agricultura. No hay bastante azúcar en esta tierra que te someta. Salta, vigorosa, por encima de tu miedo y abraza al mundo, que yo sabré que también a mí me abrazas. Rompe las cadenas que te tiran desde fuera y átate a ti misma, levantándote terrible, sonora y poderosa. Desde el fondo del abismo todos los esclavos del planeta te aclamarán: serás su esposa.
Mi chiquitita luna, mi desgarrada ola: duérmete ya, que si no duermes, yo me pondré muy triste, y quizá muera.
Que no quiero que te asuste el ulular de los lobos que andan sueltos por las calles. Que no quiero que te busquen. Que no quiero que te nombren. Que sé que no te quieren y que azuzan nocturnos corceles de lo oscuro contra ti si no estás atenta.
Mi pequeña rosa, mi pequeña fruta: no tirites bajo la colcha, porque yo detengo a los astros para que tu duermas. Cuidaré desde el otero y desde las olas para que ninguna bruja se acerque a tu alcoba, para que ninguna tarántula haga un nido de veneno en tus tobillos. Dormirás así en un silencio cuajado de palomas. Dejaré tan sólo que mi osito azafranado de peluche te acaricie desde la sombra.
Mi eternamente novia, mi libélula: acurrúcate en una esquina de la cuna hasta que yo vuelva. Que en los párpados se te acumulen lunas y palmeras, y un terciopelo inquieto defienda el cerco de tu ventana. Duerme hasta que, por la mañana, una brisa fresquísima inflame tus mejillas, y descubrirás que en tus sábanas te esperan miles de regalos, caramelos y sorpresas. Sueña con playas y jardines, con canciones de corro y con muñecas. Imagina mundos con niños, chimeneas, delfines, geranios, excursiones y frambuesas. Escucha cómo en la ventana repica el agua, porque una lluvia intensa te está preparando un futuro lleno de ozono y primaveras.
Mi engolfado amor, princesa: no llores más, porque nadie puede nombrar tu nombre en vano, porque al decir tu nombre, desde la boca salpican flores, y una niebla invade el mundo pidiendo brazos que defiendan el recuerdo de tu ausencia. Al pronunciar tu nombre siempre se derraman tres diamantes en la alfombra, y una lluvia de cometas recorre el firmamento buscándote para que vuelvas. Nada se puede contra el poderoso conjuro que te nombra, porque hasta los álamos están atentos al sonido de tus pasos para crecer felices en las huellas que abandonas. Déjate caer ante la sombra, que la noche es un gato fiel que sólo araña cuando tú le alientas.
Mi sortija de luz, mi bailarina loca: no bajará esta noche la luna a comerte el pie descalzo, no lo escondas. Se conformará con reflejarse en todas las charcas que le regala esta lluvia limpia-conciencias. No te canses de reír ni de dar color a las tinieblas. Sigue pajareando dentro así, como una alondra, hasta que toques fondo, hasta llegar al final de la historia. Y no te equivoques más porque, sin tu saberlo, la sangre brota, generosa, y uno cree que ya nada tiene sentido sino morirse así, muy despacio, mientras te nombra.
Mi pequeño cristal, mi diminuta concha: hay países donde las cocinas siempre huelen a manzanas frescas, y el aire sabe a agricultura. No hay bastante azúcar en esta tierra que te someta. Salta, vigorosa, por encima de tu miedo y abraza al mundo, que yo sabré que también a mí me abrazas. Rompe las cadenas que te tiran desde fuera y átate a ti misma, levantándote terrible, sonora y poderosa. Desde el fondo del abismo todos los esclavos del planeta te aclamarán: serás su esposa.
Mi chiquitita luna, mi desgarrada ola: duérmete ya, que si no duermes, yo me pondré muy triste, y quizá muera.
domingo, 9 de marzo de 2008
Amnesia inducida
Se bebió una cerveza y le supo a poco. Tres vasos de whisky empezaron a tranquilizarlo, pero no del todo. Se tragó toda la bodega de la casa en una sola noche sin descanso. Al final consiguió ganar la batalla, y cuando su mujer regresó por la mañana para recoger sus cosas, él dijo que no la conocía.
sábado, 8 de marzo de 2008
La mosca
Este es un texto falso que sustituye al que había antes, para evitar su copia.
Percuntia tempora fati conqueror, in uentos inpendo uota fretumque; ne retine dubium cupientis ire per acquor; si bene nota mihi est, ad Caesaris arma iuuentus naufragio uenisse uolet. lam uoce doloris utendum est: non ex acquo diuisimus orbem; Epirum Caesarque tenet totusque senatus, Ausoniam tu solus habes». His terque quaterque uocibus excitum postquam cessare uidebat, dum se desse deis ac non sibi numina credit, sponte per incautas audet temptare latebras quod iussi timucre fretum, temeraria prono expertus cessisse deo, fluctusque ucrendos classibus exigua sperat superare carina.
Percuntia tempora fati conqueror, in uentos inpendo uota fretumque; ne retine dubium cupientis ire per acquor; si bene nota mihi est, ad Caesaris arma iuuentus naufragio uenisse uolet. lam uoce doloris utendum est: non ex acquo diuisimus orbem; Epirum Caesarque tenet totusque senatus, Ausoniam tu solus habes». His terque quaterque uocibus excitum postquam cessare uidebat, dum se desse deis ac non sibi numina credit, sponte per incautas audet temptare latebras quod iussi timucre fretum, temeraria prono expertus cessisse deo, fluctusque ucrendos classibus exigua sperat superare carina.
viernes, 7 de marzo de 2008
Cuatro haikus gamberros
jueves, 6 de marzo de 2008
Génesis de una nueva especie
Al principio empezó a comerse las uñas. Era algo inconsciente, automático. Luego siguió con los pellejos, las pieles duras y los padrastros. Tal vez fuera el hambre, o tal vez solo capricho, pero no podía dejar de hacerlo. A veces se hizo sangre, pero chupaba el líquido caliente, y poco a poco la llaga cicatrizaba. Un día, esperando un autobús que nunca llegó, se comió sin querer un dedo, la mano, el brazo, y el cuerpo entero. Cuando quiso darse cuenta se había dado la vuelta a sí mismo. Desde entonces no necesitó más alimento. Acababa de nacer el catoblepas.
Foto: Chema Madoz
Foto: Chema Madoz
miércoles, 5 de marzo de 2008
Mi madre
Ella cosía. Cada tarde, al regresar del colegio, yo me sentaba junto a la mesa camilla repleta de hilos, cremalleras y botones, sacaba mi cartilla para hacer los deberes, y colocaba junto al plumier y los cuadernos, mi bocadillo de pan con sobrasada o con tres onzas de chocolate hundidas en su interior. Mi madre cosía y tarareaba canciones de Mª Dolores Pradera mientras yo hacía garabatos en el cuaderno de dos rayas, siempre pegado a su falda. Yo intentaba concentrarme en la tarea, pero tenía muchas preguntas pendientes:
—Mamá, si Dios conoce el futuro de todos los hombres, ¿Por qué deja nacer a los que van a ir al infierno, si ya sabe que van a ser malos y se van a condenar?
Mi madre detenía en el aire la puntada sobre el calcetín, y me decía:
—Porque nos quiere tanto que nos hizo libres, incluso para ser malos y condenarnos.
Yo regresaba a la caligrafía y los quebrados, sin tener claros los motivos de Dios. Luego lo olvidaba, ocupado en recordar los afluentes del Tajo y buscando el mínimo común múltiplo entre mordiscos de sobrasada.
—Anda, enhébrame este hilo, que yo no atino con el ojo de la aguja.
Mi madre tenía una cinta blanca de tela con los números del uno al diez bordados en rojo. Recortaba un ocho y me lo cosía en todas las camisetas, calzoncillos y pantalones. Pero antes de que acabara, yo volvía a preguntar:
—Mamá, si sólo los que están bautizados pueden ir al cielo, ¿dónde van todos los demás?
—Al limbo, Quique. Van al limbo, como los niños recién nacidos que mueren antes de ser bautizados —me respondía impaciente.
Yo ya me había acabado el bocadillo, y veía cómo mi madre se revolvía inquieta en la silla temiendo que, tal vez, siguiera con el interrogatorio teológico. No quería enfadarla. Estaba llegando al límite, lo sabía, y no deseaba que me expulsara, como a Adán y Eva, de aquel paraíso en que mi madre, al menos por unos momentos, era sólo mía, y no de mis hermanos mayores ni de mi padre. Recuerdo que yo trataba de frenar mis dudas metiéndome en la boca unos cierres de goma rosa que años después supe que se usaban para sujetar las medias con ligueros. Pero no podía dejar de preguntar:
—Y entonces, ¿allí están todos los chinos, y los negros, y los árabes, y los esquimales? ¿No te parece que son muchos, mamá? Y si ellos no tienen la culpa de no haber sido bautizados, ¿por qué nunca van a poder ir al cielo?
Más de una vez acabó pinchándose en el dedo, como la Bella durmiente, a pesar de los dedales abollados con que cubría su dedo corazón.
—¿Ya has acabado los deberes? Pues hala, vete con tus hermanos al cuarto de juegos, que tu padre está a punto de llegar.
Años después recuerdo escenas similares mientras comíamos cortezas de naranja recubiertas de chocolate junto a las Torres del Silencio, en Caracas, o haciendo cola para la matrícula en decenas de colegios, o merendando tortitas con nata en California 47.
Y yo entonces, no sin pesar, recogía mi cartera, mis cuadernos y mis lápices, y regresaba a la selva de los hermanos, de la que no he podido, o no he querido, salir todavía.
—Mamá, si Dios conoce el futuro de todos los hombres, ¿Por qué deja nacer a los que van a ir al infierno, si ya sabe que van a ser malos y se van a condenar?
Mi madre detenía en el aire la puntada sobre el calcetín, y me decía:
—Porque nos quiere tanto que nos hizo libres, incluso para ser malos y condenarnos.
Yo regresaba a la caligrafía y los quebrados, sin tener claros los motivos de Dios. Luego lo olvidaba, ocupado en recordar los afluentes del Tajo y buscando el mínimo común múltiplo entre mordiscos de sobrasada.
—Anda, enhébrame este hilo, que yo no atino con el ojo de la aguja.
Mi madre tenía una cinta blanca de tela con los números del uno al diez bordados en rojo. Recortaba un ocho y me lo cosía en todas las camisetas, calzoncillos y pantalones. Pero antes de que acabara, yo volvía a preguntar:
—Mamá, si sólo los que están bautizados pueden ir al cielo, ¿dónde van todos los demás?
—Al limbo, Quique. Van al limbo, como los niños recién nacidos que mueren antes de ser bautizados —me respondía impaciente.
Yo ya me había acabado el bocadillo, y veía cómo mi madre se revolvía inquieta en la silla temiendo que, tal vez, siguiera con el interrogatorio teológico. No quería enfadarla. Estaba llegando al límite, lo sabía, y no deseaba que me expulsara, como a Adán y Eva, de aquel paraíso en que mi madre, al menos por unos momentos, era sólo mía, y no de mis hermanos mayores ni de mi padre. Recuerdo que yo trataba de frenar mis dudas metiéndome en la boca unos cierres de goma rosa que años después supe que se usaban para sujetar las medias con ligueros. Pero no podía dejar de preguntar:
—Y entonces, ¿allí están todos los chinos, y los negros, y los árabes, y los esquimales? ¿No te parece que son muchos, mamá? Y si ellos no tienen la culpa de no haber sido bautizados, ¿por qué nunca van a poder ir al cielo?
Más de una vez acabó pinchándose en el dedo, como la Bella durmiente, a pesar de los dedales abollados con que cubría su dedo corazón.
—¿Ya has acabado los deberes? Pues hala, vete con tus hermanos al cuarto de juegos, que tu padre está a punto de llegar.
Años después recuerdo escenas similares mientras comíamos cortezas de naranja recubiertas de chocolate junto a las Torres del Silencio, en Caracas, o haciendo cola para la matrícula en decenas de colegios, o merendando tortitas con nata en California 47.
Y yo entonces, no sin pesar, recogía mi cartera, mis cuadernos y mis lápices, y regresaba a la selva de los hermanos, de la que no he podido, o no he querido, salir todavía.
martes, 4 de marzo de 2008
Un haiku huérfano
Ayer se me cayó un haiku en el Wok de Bea al curry, así que lo recojo aquí antes de que el pobre se ponga a llorar creyendo que lo he dejado abandonado en mitad del parque. Los haikus son como los cronopios, decía Cortázar. (Es mentira, nunca lo dijo, pero lo pensó).
Tengo un incendio
que me crece por dentro.
Carne de amianto.
Tengo un incendio
que me crece por dentro.
Carne de amianto.
lunes, 3 de marzo de 2008
El espacio transicional
El neuropsiquiatra Winnicott define el espacio transicional como un lugar en el cual el creador debe situarse para poder escribir, pintar o componer. Ese no es un un lugar físico concreto, sino un territorio mental, casi una cualidad, en el cual debe instalarse el escritor a la hora de escribir. Todos los escritores lo conocemos, porque vivimos buena parte de nuestra vida allí, y desde allí escribimos los libros. Ese espacio transicional está a medio camino entre la ensoñación y la vigilia, y todos los seres humanos hemos vivido gran parte de nuestra infancia instalados en él, cada vez que jugábamos a indios y vaqueros, a piratas, o a astronautas. El juego infantil solo tiene gracia si los participantes se lo creen, si lo viven como si fuera cierto, como si los cocodrilos nadaran por debajo de la cama mientras ellos reman exhaustos en el río salvaje con la escoba, o matan al malo con un disparo de su escopeta de tapón de corcho. Si no hay entrega, no hay juego. Pero al mismo tiempo los niños y niñas no son seres esquizofrénicos, y son capaces de resucitar sin problemas, bajarse de la cama-canoa y calzarse las zapatillas-cocodrilo para tomarse un buen tazón de leche con Cola-cao cada vez que su madre les llama para merendar. No hay conflicto. Eso lo hemos sabido hacer todos cuando éramos niños, aunque luego lo olvidemos. Los escritores, sin embargo, necesitan volver una y otra vez a ese espacio transicional de la niñez, ese lugar mágico del juego, para escribir sus historias. No sirve estar tan dormido que la mano sea incapaz de moverse sobre el papel hilvanando palabras, ni tan despierto como para que el crítico feroz que todos llevamos dentro impida que la escritura conjure su magia y se levante ante el autor como algo que realmente sucede, que está sucediendo ante sus ojos. Como cuando era niño. De tal modo que si en el momento en el que el escritor está escribiendo suena el teléfono, el escritor se sobresaltará, ¿dónde estoy?, ¿qué ha pasado?, ¿qué hago yo aquí, si hace un momento estaba en la Antártida con los pingüinos, o en un convento del siglo XV, o en una nave espacial rumbo a Urano?, porque de golpe se encontrará exiliado del espacio mágico donde la creación emerge.
El cuarto de juegos del escritor, ese espacio transicional de Winnicot, tiene una puerta con llave. Pero la llave está, ha estado siempre, en nuestro bolsillo. Al escribir debemos volver a abrir la puerta para penetrar en su interior, y cerrarla a los intrusos una vez que estemos dentro (al menos durante el tiempo que dure la sesión de escritura). Eso no significa adoptar una actitud infantil, sino una actitud de apertura a la creatividad, recuperada de la infancia. Decía Nietzsche: "La madurez significa haber recuperado aquella seriedad que de niños teníamos al jugar".
Ilustración: Grabado en acrílico de Leticia Tarragó
El cuarto de juegos del escritor, ese espacio transicional de Winnicot, tiene una puerta con llave. Pero la llave está, ha estado siempre, en nuestro bolsillo. Al escribir debemos volver a abrir la puerta para penetrar en su interior, y cerrarla a los intrusos una vez que estemos dentro (al menos durante el tiempo que dure la sesión de escritura). Eso no significa adoptar una actitud infantil, sino una actitud de apertura a la creatividad, recuperada de la infancia. Decía Nietzsche: "La madurez significa haber recuperado aquella seriedad que de niños teníamos al jugar".
Ilustración: Grabado en acrílico de Leticia Tarragó
domingo, 2 de marzo de 2008
Por caridad
Mi madre siempre se quejaba por la artritis, así que ayer la arrojé desde el acantilado que está junto al faro. Luego contraté a unos matones para que le hicieran una visita a mi exmujer: “Que parezca un accidente”, les dije; no creo que se lo tome a mal, porque ella sabe que yo siempre he sido algo bromista. Después, jugando a los médicos, violé a una niña en el parque, pero sin querer. Les quité los bastones a quince ancianos para ayudarles a ejercitar las piernas. Cambié el agua bendita por ácido sulfúrico en la pila de la iglesia para que a los creyentes se les quedara la santa cruz grabada en la frente. En un pequeño descuido degollé a mi vecina Marta, sin mala intención. Rellené los bollycaos de mis sobrinos con estricnina para reírnos todos juntos al ver la cara que ponían. Por la tarde doné una lata de gas mostaza abierta al pabellón de oncología del Hospital Severo Ochoa. Me mortifica que haya desalmados a los que no les importe que la gente sufra.
sábado, 1 de marzo de 2008
El trabajo es lo primero
Este es un texto falso que sustituye al que había antes, para evitar su copia.
Percuntia tempora fati conqueror, in uentos inpendo uota fretumque; ne retine dubium cupientis ire per acquor; si bene nota mihi est, ad Caesaris arma iuuentus naufragio uenisse uolet. lam uoce doloris utendum est: non ex acquo diuisimus orbem; Epirum Caesarque tenet totusque senatus, Ausoniam tu solus habes». His terque quaterque uocibus excitum postquam cessare uidebat, dum se desse deis ac non sibi numina credit, sponte per incautas audet temptare latebras quod iussi timucre fretum, temeraria prono expertus cessisse deo, fluctusque ucrendos classibus exigua sperat superare carina.
Percuntia tempora fati conqueror, in uentos inpendo uota fretumque; ne retine dubium cupientis ire per acquor; si bene nota mihi est, ad Caesaris arma iuuentus naufragio uenisse uolet. lam uoce doloris utendum est: non ex acquo diuisimus orbem; Epirum Caesarque tenet totusque senatus, Ausoniam tu solus habes». His terque quaterque uocibus excitum postquam cessare uidebat, dum se desse deis ac non sibi numina credit, sponte per incautas audet temptare latebras quod iussi timucre fretum, temeraria prono expertus cessisse deo, fluctusque ucrendos classibus exigua sperat superare carina.
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