miércoles, 28 de abril de 2010

Encuentro con lectores en Fuerteventura

En el periódico "Fuerteventura Diario" me recuerdan que mañana tengo que volar a la isla majorera para un encuentro con los lectores de "Abdel" en un instituto de E.M. de Corralejo. Empiezo a tener complejo de concejal corrupto con tanto avión y tanto encuentro. La maldición de los escritores es que cuando no son conocidos, se mueren de hambre y tienen que trabajar en otras cosas para subsistir, por lo que no les queda tiempo para escribir; y cuando ya son más famosos, les piden conferencias y encuentros por todas partes, de modo que tampoco tienen tiempo para escribir.

Pero no pienso quejarme, y menos con esta crisis, quita, quita, vive Dios que nunca muere, y si muere resucita.

Bea contará cuentos, pero por la tarde.

Al día siguiente, de madrugada, avión de regreso a Tenerife.

Dice el periódico (copy-pego):

"II Jornadas de Intercambio Cultural. En esta edición están dedicadas a Latinoamérica. Dentro del “Programa de Inmigración e Interculturalidad” promovido por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de La Oliva y subvencionadas por la Viceconsejería de Inmigración y Vivienda están en marcha las II Jornadas de Intercambio Cultural, en esta ocasión dedicadas a Latinoamérica. Todos los actos se desarrollarán en la sala de exposiciones de la Biblioteca Municipal de Corralejo, a partir de las 20:00h., durante los días 29 y 30 de abril. El día 29 de abril, jueves, estará dedicado a la narración oral. Para ello contamos con una cuentacuentos, Beatriz Montero. Asimismo el escritor de literatura juvenil, Enrique Páez, realizará un Encuentro Literario con el alumnado de Lengua y Literatura del Instituto de La Oliva en el que hablarán e intercambiarán opiniones sobre su obra “Abdel”. También se puede participar relatando cuentos ó leyendas representativas de Latinoamérica y Fuerteventura. Desde la Asociación de Peruanos/as se van a contar leyendas de su país y desde la Comunidad Marroquí han querido homenajear a Mario Benedetti, recitando una de sus poesías en bereber y árabe clásico. El día 30 de abril, viernes, tratará sobre las tradiciones. Hay programados tres talleres: Taller de fusión de danzas latinoamericanas y majoreras, elaboración de mate con la explicación del origen y del significado a la hora de ofrecerlo y un taller de gastronomía cubana. Por último, las Jornadas contarán con una exposición bibliográfica de autores/as latinoamericanos/as y otra exposición de objetos representativos de la cultura latinoamericana."

Pues nada, que me daré un chapuzón en la playa, y que le daré recuerdos vuestros a la cabra de la legión, que debe andar por allí saltando de peña en peña desde que Franco abandonó el Sahara.

lunes, 26 de abril de 2010

Escritura, inmigración y extinción de lenguas

Esta entrada ha sido borrada. Podrá leerse en las actas del Congreso.

(c) Enrique Páez, Tenerife, abril de 2010
Ponencia en el XIII Congreso Internacional de Inmigración y Biculturalismo
Almería, 22 de abril de 2010

miércoles, 21 de abril de 2010

XIII CONGRESO DE INMIGRACIÓN

XIII CONGRESO DE INMIGRACIÓN


"BICULTURALISMO Y SEGUNDA GENERACIÓN"

Almería, 21,22, 23 y 24 de

Abril de 2010.

PROGRAMA CIENTÍFICO

(Auditorio)

Jueves, día 22 (tarde)

19-21h. Mesa Redonda:

El arte como conexión cultural

Participan:

El cine como puente para el viaje trascultural, por

Dra. Concepción Fernández Soto, Profesora de Enseñanza Secundaria y Miembro del Laboratorio de Antropología Social y Cultural y del CEMyRI, Universidad de Almería.

------------------------------

La escritura en segundo grado y la extinción de lenguas, por

D. Enrique Páez Maña, escritor, Coordinador de la Red Internacional de Cuentacuentos.

-------------------------------

Flamenco y mestizaje hoy, por

Dr. Norberto Torres Cortes, Doctor en Ciencias Humanas y Sociales por la Universidad de Almería, Profesor de Enseñanza Secundaria, guitarrista de flamenco.

viernes, 16 de abril de 2010

Tutti frutti

Me duelen los ojos. Venus está en conjunción con la luna nueva. Acaban de salir los primeros brotes de tomates. Bea contará cuentos mañana en la plaza de la Constitución de la Gomera. A veces el caos es solo una llamada de alerta. A Malena le gusta que le venden los ojos cuando está caliente. La culpa es de estar tantas horas delante de la pantalla del portátil. Mercurio debería estar ahí, pero parece que se ha escondido. El tajinaste del fondo, junto a la verja, parece que se ha secado. Tendremos que cruzar en el Benchijigua Express con el coche. La belleza protege a los estúpidos, pero solo durante un breve espacio de tiempo. Laura me dijo que Roberto siempre lloraba cuando le venía el orgasmo. Mañana tengo que conectar el riego automático. La eclíptica está asombrosamente nítida esta noche. El árbol de las hamacas se empieza a merecer una buena poda. La foto de Bea con el libro del punto rojo está genial. Escribir es mentir despacio, dije hace veinte años. Los curas pederastas se lavan la polla con agua bendita. Seguro que algunos manguitos de riego están mal conectados. Si hay luna nueva, entonces hay conjunción de sol y luna. Las azaleas están que se salen de los tiestos. Dice que no va a poder hacer todo el espectáculo en portugués. Uno se dedica a lo que le gusta, aunque no le guste reconocer que le gusta. Loreto guardaba de todo en la vagina, como si su coño fuera un baúl de los recuerdos. A este paso necesitaré un masaje para las contracturas. Me gustaría volver a mirar los anillos de Saturno por el telescopio Mons de Izaña. El níspero talado no volverá a crecer, me temo. Con el micrófono craneal se acabaron los problemas de voz. La escritura en segundo grado es la única con conciencia de sí misma. A todos los hombres les hubiera gustado nacer lesbianas.

miércoles, 14 de abril de 2010

Yo apoyo a Garzón

Los jueces, por principio, no me gustan. Ese oficio inquisidor de “administrar” justicia es un trabajo triste, soberbio y rencoroso. Sus servidores nacen, en un porcentaje escandalosamente alto, del vientre más rancio de la burguesía. No son de fiar, así, de primeras, como estamento.

Aunque, afortunadamente, siempre hay excepciones. Y una de ellas es Baltasar Garzón. No lo conozco personalmente, ni necesito irme de cacerías con él (no es esa su faceta más amable), pero tengo que agradecerle que le amargara los últimos años de su vida al dictador Pinochet. Me gustó que renunciara a seguir siendo servidor del Psoe, y abandonara su escaño de diputado (¿no se acuerdan que salió número dos por Madrid, detrás de Felipe González, en 1993?). Después metió en la cárcel al ministro Barrionuevo, y a Rafael Vera, por el caso Gal. Los etarras y los narcotraficantes que están en la cárcel por juicios instruidos por Garzón se cuentan por decenas.

Ahora Garzón ha intentado sacar a miles de muertos del franquismo de las cunetas y las fosas comunes, y devolverles la dignidad a sus familiares. Parece que tampoco le gustan las corruptelas del PP en el caso Gürtel. Estas dos últimas iniciativas han molestado a Falange, que le ha puesto una querella. Y resulta que la querella ha sido admitida, y un tal juez Varela pretende juzgarle por cuestionar el franquismo y destapar los asesinatos cometidos (muchos de ellos por falangistas) en los paredones de tantos pueblos. Qué casualidad.

A Falange le ha salido un valedor, que se llama Valera; y el apoyo del CGPJ (ya decía yo que los jueces no son de fiar), y de todo un partido político, que se llama Partido Popular.
¿Por qué al PP le gusta tanto la querella de Falange? Ya lo decía Objetivo Birmania: “¡Uh! ¡Vaya lío!: los amigos de mis amigas, son mis amigos”.

Los que quieran solidarizarse con Garzón, pueden hacerlo en la web www.congarzon.com . También hay un grupo en Facebook que pide un millón de firmas para apoyar a Garzón. A día de hoy ya somos más de 116.000 los que hemos puesto nuestro nombre allí.

Y como hoy es 14 de abril, y me tienen muy harto la Falange y los Borbones, grito a todo pulmón: ¡Viva la tercera república!

martes, 13 de abril de 2010

El círculo y la muerte

A veces me despierto en mitad de la noche con algo de taquicardia, sudor frío, y un sueño repetido que no tardo demasiado en reconocer. Siempre es el mismo sueño, aunque siempre es diferente. Trato de dormir de nuevo, pero no puedo: en seguida regresa el sueño circular disfrazado de mil formas, cada vez más sutiles. Finalmente desisto, me levanto en mitad de la tiniebla, y a tientas llego hasta la cocina. Me bebo un vaso de leche y me como dos galletas casi a oscuras, para no despertarme del todo. En realidad me como las galletas como un pavo, a grandes bocados, sin interés en saborearlas, y uso la leche para tragar los trozos grandes y que no se me queden atrancados en la garganta.

¿Qué te pasa?, me pregunta Bea, que de pronto se despierta y no me encuentra.

Nada, es solo una hipoglucemia, le digo. Anda, vuelve a la cama.

Vale, pero no tardes, dice, creo que sin llegar a abrir los ojos.

Y vuelvo a la cama, pero no me duermo en seguida, porque el azúcar tarda un poco en subir, así que los siguientes diez minutos me quedo mirando al techo que no veo, porque estoy a oscuras, y pensando en los sueños circulares.

Algunas veces voy abriendo puertas y puertas, para volver al mismo sitio, como en aquella película que se llamaba Cube. Otras veces sueño que sueño un sueño en el que sueño que estoy soñando, y aquello se convierte en una especie de muñeca matrioska redimensionada a cada instante. Una vez soñé con espejos que cruzaba una y otra vez, sin lograr avanzar. Anoche soñé con hipervínculos de una web que me remitían de uno a otro, y a otro, y a otro, para volver siempre al principio. Es difícil distinguir el sueño circular, porque nunca anuncia su circularidad, y solo al cabo de dos vueltas empiezo a caer en la cuenta de que me he metido en una ratonera onírica, y aún dormido distingo la señal de alerta que me anuncia que estoy en una hipoglucemia, y que mi vida corre peligro. Es verdad que el páncreas y los islotes de Langerhans los tengo manga por hombro, pero a cambio tengo contratado a un guardia jurado en el inconsciente que en caso de peligro me despierta por las noches con la sutilidad de un poeta renacentista.

Qué cosas.

En cambio las dos hipoglucemias más severas que he tenido en los últimos 20 años me han sucedido estando totalmente despierto. La primera vez fue hace diez o doce años, a las 6 de la tarde, estaba yo solo en casa, mientras escribía en el teclado del ordenador algún relato que ya he olvidado. Me sentí mareado y se incorporé de la silla demasiado rápido. Nada más levantarme me di cuenta de que algo no andaba bien. Llevaba más de cuatro horas de intensa concentración en la escritura, y el mareo no me llegó a sorprender del todo. Siempre que me sumerjo en el espacio transicional de la creación literaria, y profundizo durante un periodo largo (varias horas), regreso a la consciencia como si regresara de un largo viaje por otro universo, y me cuesta despertar. Necesito que pasen unos minutos antes de darme cuenta cabal de quién soy, dónde estoy, qué hago. En aquella ocasión tuve la sospecha de que tenía que ver con la diabetes, pero no supe discernir si se trataba de hipoglucemia o de hiperglucemia. Me acerqué trastabillando hasta la cocina, abrí la nevera y me quedé dudando qué hacer: ¿me pincho insulina o como algo con azúcar? Al menos tenía una neurona despierta, porque razoné que si me ponía insulina y lo que tenía era hipoglucemia, el coma estaba asegurado, mientras que si tenía hiperglucemia y comía algo con azúcar simplemente me subiría aún más el azúcar, que era algo así como darle una patada a los riñones y clavarme un alfiler en los ojos: malo, pero no mortal. Me decidí por comer algo. La neurona ya había hecho demasiado esfuerzo, así que dejó de aconsejarme. El resultado fue que me comí tres filetes de lenguado crudo, a dentelladas sobre el fregadero de la cocina. La única parte del cerebro que me funcionaba en esos momentos era el hipotálamo del cerebro reptiliano. No me dio asco comer pescado crudo a mordiscos desatinados, yo era totalmente inconsciente de lo que hacía, pero sabía raro. Muy raro. Luego empecé a hacer cosas absurdas, a sabiendas de que eran absurdas, como colocar una silla boca abajo en mitad del pasillo, extender por la casa entera un rollo de papel higiénico desenrollado, y meter tres pares de zapatos y dos libros de poemas dentro del lavabo. Era consciente de que lo que estaba haciendo era raro, pero justamente me estaba dejando un mensaje a mí mismo, por si me quedaba dormido y al despertarme no recordaba nada. Quería extrañarme a mí mismo en el futuro, porque lo que estaba viviendo era descabellado, y no quería que se me olvidara.

Consciente del peligro que yo suponía para mí mismo, al día siguiente reanudé las sesiones de psicoanálisis con el doctor Blanco. Él me mostró que tenía más peligro despierto que dormido, que mi inconsciente detectaba el peligro mucho mejor que mi consciente. Que corría más peligro despierto que dormido.

La segunda hipoglucemia fue cenando con mis hermanos, en Santander. Tenía un trozo de pizza en la mano mientras alucinaba. Oía el rumor de sus conversaciones como en sordina, a lo lejos, a pesar de que estábamos todos sentados alrededor de la misma mesa. Cerré los ojos y supe con claridad absoluta que todos mentían, y también yo. Supe también que ninguno sabía que estaba viviendo en una mentira prolongada durante décadas, y tuve miedo de que en mi cara o en mis ojos se pudiera leer que yo era la falsificación de un escritor. Entré en pánico. Estábamos a finales del verano, en casa de Coque. Me preguntaron si estaba bien, y yo les dije que sí. Yo sabía que aquello era una hipoglucemia de caballo, así que esperé entre visiones y revelaciones a que me subiera el azúcar de la pizza desde el estómago hasta la sangre, y de allí al cerebro. Entre tanto nos fuimos todos a ver los fuegos artificiales de Santoña.

¿Por qué son circulares los sueños de mis hipoglucemias?

Solo tengo sospechas. Cerrar el círculo es morir: volver a la tierra convertido en materia y energía (que ni se crea ni se destruye, solo se transforma). El círculo no avanza, no crece: es un péndulo que regresa al mismo punto, sin avance dialéctico. No hay síntesis tras la tesis y la antítesis, sino puro regreso al mismo punto. Repetición de lo que ya se ha vivido, monotonía en el tiempo: muerte en vida. El círculo de amigos, el círculo familiar, el círculo laboral: formas de protección y autoexclusión, negación de lo ajeno, parálisis.

viernes, 9 de abril de 2010

Mi abuelo Antonio

A veces me acuerdo de mi abuelo Antonio, que me llevaba al parque de San Telmo los domingos por la tarde, y me compraba una bola inmensa de algodón de azúcar de color azul. Los hilos de azúcar se me quedaban pegados en la punta de la nariz y en los carrillos, y tenía que quitármelos rápido antes de que mi abuelo se diera cuenta, porque si no él sacaba del bolsillo de su pantalón un pañuelo gris con sus iniciales bordadas, lo mojaba con saliva y me rascaba la cara hasta dejármela escocida. Otras veces me compraba un palulú de regaliz negro, o un chicle bazooka de tres pisos. A mi abuelo le olía la mano a tabaco, tenía la punta de los dedos y los dientes de color amarillento, y usaba jerseys abiertos de pico con botones grandes. Por la noche me leía las aventuras de Simbad el marino, Riquete el del copete y La llamada de la selva. Ponía la voz muy grave cada vez que hacía hablar a los malos, y yo me escondía debajo de las sábanas para que no me descubrieran. Si la historia daba mucho miedo, esa noche me meaba en la cama, y mi madre le echaba las culpas al abuelo. Cuando cumplí seis años me regaló un barco de plástico insumergible con motor y pilas, y en mi primera comunión una bicicleta BH plegable. Lo quise mucho, mucho. Todavía lo echo de menos. Debería acordarme de su muerte, pero no puedo, porque ocurrió tres meses antes de que yo naciera.

miércoles, 7 de abril de 2010

Masoquismo astral

Si quisiera ponerme estupendo y epatar (como se decía antes, en los años 70), pondría una voz molona (otro adjetivo demodé, como también lo está “demodé”) y diría que si ahora me pagan menos por los derechos de autor, es porque tengo mucha suerte. Tengo tanta suerte que las fuerzas del universo, con Luisa L. Hay a la cabeza, han decidido darme una nueva oportunidad para obligarme a escribir o morir de hambre. Un poco de presión. Un empujoncito. Jo, gracias. Los escritores necesitamos que nos obliguen a trabajar, se nos supone vagos patológicos. Precisamos que nos exijan que cumplamos los plazos de entrega, que nos pongan deadlines, como en los periódicos. Así que tendré que agradecer esta putada, como en la historia zen del pobre campesino chino a quien su único hijo, llamado Zijn, se le fractura un brazo, una pierna y dos costillas domando caballos. Qué mala suerte tienes, le dicen sus vecinos. Buena suerte, mala suerte, ¿quién lo sabe?, responde él. Al día siguiente se declara la guerra, y se llevan al frente de batalla a todos los jóvenes del pueblo, menos a Zijn, que se queda junto a su padre curando sus huesos rotos. Alabado sea Buda, Confucio y Alá. Los católicos dicen que son cruces que nos manda el Señor para alcanzar la santidad. Aquí el que no se consuela es porque no quiere.

Así que le doy gracias al universo por ser tan generoso conmigo. Dios escribe recto con renglones torcidos. Tócate los huevos. Pero como creo que aún no he conseguido suficiente motivación, voy a llamar a casa de mi vecino, el boxeador, ese que tiene tan malas pulgas, y llamarle hijo puta en toda su jeta. Seguro que me zumba. Después regreso a casa y verás cómo me sale un soneto bien caliente.

martes, 6 de abril de 2010

Mamá, ven, diles algo

Me dice Bea que deje de hacer el bobo y me ponga a escribir. Me lo dice en tono amenazante, como el que ponía mi madre cuando me decía: “¡Enrique, ponte a estudiar!” Al menos a eso me suena. O tal vez quiero que me suene a eso, porque mi madre está muerta desde hace año y medio, y es muy probable que la eche de menos sin saberlo. El caso es que Bea me dice que escriba, y yo estoy cabreado. No con ella, ni con mi madre, sino con los derechos de autor, porque resulta que hace unos pocos días recibí dos cartas de las editoriales, y en ellas me hacen el saldo de ventas de libros del año anterior. En realidad, más que un saldo es una catástrofe, porque de golpe las regalías por la venta de mis libros han bajado a la mitad de lo que cobré el año pasado. Exactamente a la mitad. Y no solo eso, sino que son la tercera parte (¡la tercera parte!) de lo que cobré hace dos años, tres, o cuatro años. No puedo decir que sea una ruina, pero de golpe y porrazo me acabo de convertir en el vizconde demediado. Mis libros de texto de la ESO han sido descatalogados, porque un nuevo plan de estudios ha barrido el conocimiento anterior, y ahora las pirámides ya no están en el Cairo, sino en Yakarta, posiblemente. Los libros cada vez duran menos (llevo décadas oyendo esa cantilena), así que los que se hayan comprado la Enciclopedia Británica o la de Espasa Calpe, que empiecen a calentar la chimenea tomo a tomo, porque ya no vale ni un carajo. Ni para decorados de “Amor en tiempos revueltos”, porque ahí siempre los ponen de cartón piedra, y dentro los productores esconden las camisetas de cocaína. Porca miseria.

Pero como Bea lo dice, y yo soy muy bien mandado, o a lo mejor solo es que echo de menos a mi madre, voy y escribo. Todavía me acuerdo de que cada vez que subía a Santander para verla, me decía: “Ay, hijo, a ver cuándo me escribes una novela de verdad, como las de Antonio Gala, tan bonitas, y no esos cuentos para niños que escribes”. Y ahí me dejaba bien jodido, porque a partir de ese momento yo era incapaz de escribir una línea. En el camino de regreso a Madrid iba mascullando todo tipo de blasfemias y jaculatorias, a partes iguales. ¿Una novela de verdad? Manda cojones. Uno puede pasarse la vida escribiendo, pero si no le escribe a su madre una novela de verdad, como las de Antonio Gala, nunca pasa de ser un puto escribano, un oficinista, un sub-escritor, ya ves tú, literatura infantil, para niños, ¿para niños?, ¿y qué sabrán los niños? A esos se les engaña con un caramelo y un palulú, así que escribir para niños es como darle margaritas a los cerdos. No se ha hecho la miel para la boca del asno, hijo mío, crece de una vez, ponte a escribir algo que valga la pena, algo de lo que me vaya a sentir orgullosa, y pueda decirle a mis amigas: Mira, esta novela la ha escrito mi hijo Enrique, para mí, mira, mira, si está dedicada y todo, fíjate lo que pone, “A mi madre, que me dio la vida y me enseñó a hablar, porque sin ella seguiría perdido”, qué cosas tiene, ¿verdad? Es que siempre ha sido un exagerado, desde pequeño, yo siempre le tenía que regañar: “Enrique, te he dicho diez millones de veces que no seas exagerado”, y él se reía, yo qué sé de qué, y no me hacía ni caso.

Pues sí, la culpa de que escriba es de mi madre. Y la culpa de que no escriba también es de mi madre, así que no sé si llamar otra vez al doctor Blanco para reanudar el psicoanálisis que dejamos aparcado hace ocho años. Pero con lo que ahora me pagan de derechos de autor, ni de coña puedo acudir a las sesiones del doctor Blanco. Tampoco puedo subir a Santander a protestarle a mi madre, porque está muerta, la cabrona. Podría ir disfrazado a la parroquia y confesar mis pecados al confesor, a ver qué me dice, que seguro que me sale más barato. Pero le tengo miedo, que igual me mete mano pensando que soy un adolescente que ha discutido con su madre. Vaya mierda. Podría acudir al departamento de mecánica de fluidos en astrofísica, para que me pongan la cabeza como un bombo, pero luego tendré resaca.

Así que agacho la cabeza, le saco la lengua a Bea cuando no me está mirando, y me pongo a escribir, para ver si así mi madre se aparece levitando por detrás de las cortinas, como en Lourdes, justo en el momento en el que se pone el sol y hay reflejos que ciegan la vista por unos instantes, y me dice que lo estoy haciendo muy bien, que está muy orgullosa de mí, que yo soy el preferido de todos sus hijos, porque los demás son unos vándalos, sobre todo Nacho, y que como premio me va a poner no una, sino dos onzas de chocolate incrustadas en el bocadillo de la merienda. Hala, joderos, que mamá me quiere a mí más que a todos vosotros, patanes, capullos, lerdos, mongoloides.

Pero creo que no va a ser así. Lástima, porque ya empezaba a creérmelo.

¡Mamá, ven, por favor, que se están metiendo conmigo, diles que me dejen en paz!

sábado, 3 de abril de 2010

¿San Pancracio o San Mamés?

Cuando era pequeño quise ser santo. A ser posible San Pancracio, y que me decapitaran un 12 de mayo en la Vía Aurelia de Roma. Cosas del espectáculo. O será que me gustaba el perejil. Pero como yo no era un niño consentido, también me conformaba con ser San Mamés, evangelizando leones. O San Eubulo de Cesarea, que fue destrozado por los leones y luego decapitado (de la segunda parte seguro que no iba a enterarme). O uno de los Cinco santos Mártires de Tiro, que fueron expuestos desnudos a las fieras, sobrevivieron y fueron degollados. Puro exhibicionismo. O los santos Prisco, Malco y Alejandro de Cesarea, devorados por leones y otras fieras. También las santas Máxima, Donatila y Segunda, San Marino de Anazarba, San Queremón de Nilópolis: todos devorados por leones. Vaya panzada.

Lo de los misioneros africanos que terminaban en el caldero de la tribu de negros caníbales, junto al explorador con casco, también molaba.

¿Que por qué me acuerdo yo ahora de eso?

Debe ser que la Semana Santa saca lo mejor de mí: vértigo de santidad.

O será que se acerca la hora de la cena y me preocupa que la nevera esté vacía.

Si me convirtiera en catoblepas, ese animal mítico que se alimentaba de sí mismo, podría autodevorarme.

Y si conmigo no me alcanzare, porque la hambruna fuera mucha, llamaría al vecino, que está gordito.

jueves, 1 de abril de 2010

No hay bestia tan feroz

Ese es el título de la novela de Edward Bunker: “No hay bestia tan feroz”. Es una novela negra, de delincuentes malos de cojones, aunque no tanto como promete. El propio título del libro es en sí mismo la primera crítica sustanciosa: No hay bestia tan feroz. Los personajes de esta novela no son tan malos. De hecho son demasiado pudorosos, demasiado mirados, demasiadas justificaciones y valoraciones morales acerca del bien y del mal. La conciencia y las reflexiones parece que existen entre ladrones y asesinos, viene a decir el autor. La verdad es que el currículum personal de Edward Bunker parece más duro que los asaltos y crímenes del protagonista de la novela, el malo malísimo llamado Max Dembo. Bunker, según dice la solapa del libro, pasó gran parte de su vida entrando y saliendo de prisión con condenas por atraco a mano armada, tráfico de drogas y extorsión, llegando a figurar entre los diez fugitivos más buscados por el FBI. Tarantino, que recomienda la novela, le contrató para el papel de Mr. Blue en Reservoir Dogs. Por lo visto en la cárcel se dedicó a leer libros. Poco creíble, la verdad, aunque el Lute hiciera la carrera de derecho entre rejas. A mí me recuerda aquello del libro gordo de Petete, pero con otra letra: La cárcel yanqui te enseña, la cárcel yanqui entretiene, y yo te digo contento hasta el programa que viene. Hay un momento en que el libro me saltó de la manos, porque la famosa suspensión de la incredulidad dejó de funcionar. Lo contaré: el protagonista, Max Dembo, que narra en primera persona sus peripecias por los bajos fondos de Los Angeles, asegura al principio de la novela que en la cárcel, donde estuvo ocho años, leía cinco novelas a la semana. Un lector voraz, durante ocho años. 250 novelas al año, dos mil novelas en ocho años, hacen que cualquiera tenga un lenguaje muy depurado. Eso debería ser incontestable. Pero resulta que en un momento de la novela, cuando está preparando un asalto con otros dos compinches, Max Dembo comete una incorrección sintáctica al hablar, ¡y sus dos colegas delincuentes le corrigen! Eso sí que no hay quien se lo trague. ¿Los delincuentes de Los Angeles están al tanto de cuestiones lingüísticas? ¡Y unos cojones!

Pero bueno, es una novela que se lee bien, sin esfuerzo, para pasar el rato, a lo bobo. No tan a lo bobo como escuchar un programa de Ana Rosa Quintana, claro, faltaría más, pero casi se podría hacer de modo simultáneo sin necesidad de perder el hilo de ninguno de los dos acontecimientos. Solo se necesitan dos neuronas, una y media para el libro, y la otra media para ver la tele. Si alguno/a no sabe qué hacer solo en casa, aprovechando que el resto de la familia se ha ido a ver procesiones, pues que se lea este libro, que le hará menos daño y será más entretenido que hacerse cofrade de la Hermandad del Cristo de la Buena Muerte.