Un diputado se balanceaba
sobre la tela de una araña,
como veía que no se caía
se fue a llamar a un narcotraficante.
Dos concejales se balanceaban
sobre la tela de una araña
como veían que no se caían
fueron a llamar a un constructor.
Tres chulo-putas se balanceaban
sobre la tela de una araña
como veían que no se caían
fueron a llamar a un predicador.
Cuatro escritores se balanceaban
sobre la tela de una araña
como veían que no se caían
fueron a llamar a un editor.
sábado, 31 de enero de 2009
domingo, 25 de enero de 2009
Vacas a la carrera
Esta mañana, en el Mercado del agricultor de Tacoronte, asistí a una competición de arrastre de vacas y bueyes, aparejados con yuntas, que tenían que remolcar durante doscientos metros un arado en forma de trineo con diez sacos de tierra encima. Un juez con pajarita les cronometraba. Dos bueyes tozudos derraparon en la curva y arruinaron el kiosco de almendras garrapiñadas. El ganado andaba nervioso, y se aliviaba con torrentes de orina antes de cada carrera. Ganó la pareja formada por Clotilde y Bienpagá, primas hermanas y residentes en La Orotava. El entrenador, Rufino Cienfuegos, recibió como premio un pellejo de veinte litros de vino de Icod y tres arrobas de alfalfa fresca para Clotilde y Bienpagá. ¡Viva el alcalde!
Al final, tras los joropos y las coplas canarias,
Todas las canarias son / como ese Teide gigante, / mucha nieve en el semblante / y fuego en el corazón,
carrera de sortijas a caballo, o cómo ensartar en una vara de mimbre una sortija que pende de un hilo. A esa distancia me fue imposible ver la sortija, aunque los entendidos dijeran que era un brazalete. Ganó un guanche color mostaza que dijo ser descendiente de Solimán el magnífico y sobrino nieto de Blacamán, pero me da a mí que mentía como un desfachatado, porque la semana pasada le vi robar carteras a los turistas en la plaza de San Francisco.
Al final, tras los joropos y las coplas canarias,
Todas las canarias son / como ese Teide gigante, / mucha nieve en el semblante / y fuego en el corazón,
carrera de sortijas a caballo, o cómo ensartar en una vara de mimbre una sortija que pende de un hilo. A esa distancia me fue imposible ver la sortija, aunque los entendidos dijeran que era un brazalete. Ganó un guanche color mostaza que dijo ser descendiente de Solimán el magnífico y sobrino nieto de Blacamán, pero me da a mí que mentía como un desfachatado, porque la semana pasada le vi robar carteras a los turistas en la plaza de San Francisco.
sábado, 24 de enero de 2009
Do the right thing
Do the right thing me recuerda al barrio de Bedford Stuyvesant y a Spike Lee, que era negro de profesión mucho antes que Obama.
Haz lo que debas. Haz lo correcto. Haz lo que tengas que hacer.
A mí se me olvida muchas veces, pierdo el norte y me lío con cosas tontas. Como comprar tornillos más o menos melancólicos para las patas de la cocina. ¿Y para qué? Para nada, Por pura paranoia. Obsesión compulsiva. Desconfianza.
Primero le pedí a Bea que comprara los putos tornillos. Anda, porfa, ya que vas a Leroy Merlín, ¿qué te cuesta comprar unos tornillitos para las patas? Mira, son doce patas largas que necesitan tres tornillos cada una, y otras dieciséis patas cortas que necesitarán cuatro tornillos cada una. Sí, tienen zapatas de anclaje distintas, no sé por qué, cosas de los fabricantes, que les gusta hacerse notar. Un total de 100 tornillos, por si acaso. Pero pídele al encargado de la ferretería o al de las cocinas que te asesoren, no vaya a ser que los tornillos sean muy largos, o muy cortos. Si es portugués habla de parafusos. Mejor es que se queden cortos a que queden largos, porque si son demasiado largos atravesarán el aglomerado y romperán la lámina de melanina, y ya la habremos jodido.
Y Bea los trajo de 25 mm. Demasiado largos, dijera lo que dijera el capullo del bricolaje. Que le pongan a vender bombillas, a ver si espabila. Fuimos a descambiarlos al día siguiente por otros de 20 mm, y cuatro docenas más de 16 mm, por si las moscas.
Esa noche dormí como un cura de sotana XXL, con la conciencia reposada por haber hecho “the right thing”.
Pues no. Metí la pata. Me equivoqué, porque al final vino el montador de la cocina, que era como el toro semental de los armarios, y me dijo que mis tornillos me los podía meter por donde mejor me entraran, con taco o sin taco, porque él tenía sus propios tornillos y no se fiaba de los tornillos melancólicos pertenecientes a clientes paranoicos. Bueno, no dijo tornillos, dijo tirafondos, para demostrarme quién era el técnico. Yo me quedé apocado con mi asamblea de tornillos huerfanitos en la mano, como el que muestra un periquito muerto al dios Thor. Un profesional. Después de fulminarme con la mirada, desenfundó el atornillador a pilas, apretó el gatillo para que se fueran calentando los circuitos, y empezó a montar armarios con furia apocalíptica. Me empujó afuera de la cocina: “Retírese, por favor, que necesito espacio.”
Antes de comer ya había terminado.
Por la tarde regresé avergonzado a Leroy Merlín a descambiar los tristes tornillos por dos macetas para los geranios. Ya no me servían para nada. Eran tornillos apócrifos, bastardos e indocumentados. Les apliqué la ley de extranjería y los devolví a su cajón patera. A tomar por culo los tornillos tocapelotas.
Do the right thing. ¿Había hecho lo correcto?
Pues no. Un largo error de principio a fin.
Lo que tenía que haber hecho, desde el principio, era dejar de dar por culo con los tornillos, y escribir, que para eso soy escritor. The right thing? Escribir, joder, escribir, qué otra cosa va a ser the right thing para un escritor. El pistolero monta-cocinas tenía toda la razón. ¿Que pretendía yo comprando tornillos de manera compulsiva, empujarle al paro? ¿Quitarle el puesto? Lo raro es que no me atornillara bajo la pila de la cocina, con un tapaluz incrustado entre los dientes.
Pero el problema va mucho más allá de los simples tornillos. Porque cuando no son tornillos, es el coche, que hay que cambiarle el aceite. O la cerradura, que parece que se encasquilla de vez en cuando. O limpiar el baño, que está hecho una porquería. O salir a comprar leche y papel higiénico, que se ha terminado. U ordenar la mesa, que así no hay quien trabaje.
¿Qué es lo correcto? Lo correcto no es lo mismo para todos, ni es lo mismo a todas horas, ni en todas las épocas. A veces hay que salir a manifestarse y tirar piedras a la policía. A veces hay que dar de comer a un niño. A veces hay que jugar. A veces hay que follar. A veces, claro que sí, hay que comprar pan y barrer la casa. Pero un escritor, pase lo que pase, esté donde esté, tiene que escribir, eso es lo que tiene que hacer, esa es su condena, su right thing.
Y si no escribe, si pasan tres días o una semana y no escribe, no está haciendo lo correcto, por muchas excusas que se ponga.
Do the right thing. Haz lo que debas. Que no se me olvide.
Haz lo que debas. Haz lo correcto. Haz lo que tengas que hacer.
A mí se me olvida muchas veces, pierdo el norte y me lío con cosas tontas. Como comprar tornillos más o menos melancólicos para las patas de la cocina. ¿Y para qué? Para nada, Por pura paranoia. Obsesión compulsiva. Desconfianza.
Primero le pedí a Bea que comprara los putos tornillos. Anda, porfa, ya que vas a Leroy Merlín, ¿qué te cuesta comprar unos tornillitos para las patas? Mira, son doce patas largas que necesitan tres tornillos cada una, y otras dieciséis patas cortas que necesitarán cuatro tornillos cada una. Sí, tienen zapatas de anclaje distintas, no sé por qué, cosas de los fabricantes, que les gusta hacerse notar. Un total de 100 tornillos, por si acaso. Pero pídele al encargado de la ferretería o al de las cocinas que te asesoren, no vaya a ser que los tornillos sean muy largos, o muy cortos. Si es portugués habla de parafusos. Mejor es que se queden cortos a que queden largos, porque si son demasiado largos atravesarán el aglomerado y romperán la lámina de melanina, y ya la habremos jodido.
Y Bea los trajo de 25 mm. Demasiado largos, dijera lo que dijera el capullo del bricolaje. Que le pongan a vender bombillas, a ver si espabila. Fuimos a descambiarlos al día siguiente por otros de 20 mm, y cuatro docenas más de 16 mm, por si las moscas.
Esa noche dormí como un cura de sotana XXL, con la conciencia reposada por haber hecho “the right thing”.
Pues no. Metí la pata. Me equivoqué, porque al final vino el montador de la cocina, que era como el toro semental de los armarios, y me dijo que mis tornillos me los podía meter por donde mejor me entraran, con taco o sin taco, porque él tenía sus propios tornillos y no se fiaba de los tornillos melancólicos pertenecientes a clientes paranoicos. Bueno, no dijo tornillos, dijo tirafondos, para demostrarme quién era el técnico. Yo me quedé apocado con mi asamblea de tornillos huerfanitos en la mano, como el que muestra un periquito muerto al dios Thor. Un profesional. Después de fulminarme con la mirada, desenfundó el atornillador a pilas, apretó el gatillo para que se fueran calentando los circuitos, y empezó a montar armarios con furia apocalíptica. Me empujó afuera de la cocina: “Retírese, por favor, que necesito espacio.”
Antes de comer ya había terminado.
Por la tarde regresé avergonzado a Leroy Merlín a descambiar los tristes tornillos por dos macetas para los geranios. Ya no me servían para nada. Eran tornillos apócrifos, bastardos e indocumentados. Les apliqué la ley de extranjería y los devolví a su cajón patera. A tomar por culo los tornillos tocapelotas.
Do the right thing. ¿Había hecho lo correcto?
Pues no. Un largo error de principio a fin.
Lo que tenía que haber hecho, desde el principio, era dejar de dar por culo con los tornillos, y escribir, que para eso soy escritor. The right thing? Escribir, joder, escribir, qué otra cosa va a ser the right thing para un escritor. El pistolero monta-cocinas tenía toda la razón. ¿Que pretendía yo comprando tornillos de manera compulsiva, empujarle al paro? ¿Quitarle el puesto? Lo raro es que no me atornillara bajo la pila de la cocina, con un tapaluz incrustado entre los dientes.
Pero el problema va mucho más allá de los simples tornillos. Porque cuando no son tornillos, es el coche, que hay que cambiarle el aceite. O la cerradura, que parece que se encasquilla de vez en cuando. O limpiar el baño, que está hecho una porquería. O salir a comprar leche y papel higiénico, que se ha terminado. U ordenar la mesa, que así no hay quien trabaje.
¿Qué es lo correcto? Lo correcto no es lo mismo para todos, ni es lo mismo a todas horas, ni en todas las épocas. A veces hay que salir a manifestarse y tirar piedras a la policía. A veces hay que dar de comer a un niño. A veces hay que jugar. A veces hay que follar. A veces, claro que sí, hay que comprar pan y barrer la casa. Pero un escritor, pase lo que pase, esté donde esté, tiene que escribir, eso es lo que tiene que hacer, esa es su condena, su right thing.
Y si no escribe, si pasan tres días o una semana y no escribe, no está haciendo lo correcto, por muchas excusas que se ponga.
Do the right thing. Haz lo que debas. Que no se me olvide.
lunes, 19 de enero de 2009
La cosa viene de lejos
El pasado viernes por la noche Carlos Vílchez nos invitó (gracias, Carlos, muchas gracias) a escuchar la Séptima Sinfonía de Mahler interpretada por la Orquesta Filarmónica de Viena en el Auditorio de Tenerife. Cien músicos sobre el escenario, y solo uno era calvo: el de los tambores. O calvo o con la cabeza afeitada. Me di cuenta porque frenaba la vibración del bombo no solo con las manos, sino también con la frente, en una rara ceremonia de adoración acústica. Mientras tanto el friqui de los platillos sacaba un catálogo de campanitas, carracas, cencerros, y gongs, como el deshollinador de Mary Poppins, pero vestido de pingüino. En la esquina izquierda había un guitarrista huérfano al que solo dejaron tocar dos minutos, casi al final, sepultado por las violas, violines, contrabajos y cellos. Me pareció que lloraba en silencio por su insularidad, aunque tal vez no fuera más que un problema de almorranas con guindilla.
El director, Lorin Maazel, perezoso. Eso dijo una pianista indignada que estaba sentada a mi espalda.
Santiago Calatrava estuvo magnífico, aunque no lo sabe, porque terminó el auditorio en 2003, cobró y se largó. Luego se dedicó a diseñar puentes resbaladizos en Bilbao y Venecia, cabreando a todos sus habitantes. El auditorio es una pasada, de bonito y de caro (72 millones de euros). Se construyó en la época del despilfarro. Desde el interior, sus moles de hormigón pretensado ascienden hacia el lucernario que ilumina la sala con acordes armónicos, incluso cuando es Mahler el que interpreta la orquesta, el jodido Mahler, que debió de tener un mal verano en 1905 cuando compuso la séptima.
Me dormí en el segundo movimiento. Que Carlos y el calvo del bombo me perdonen, pero me cuesta mucho seguir una sinfonía que no tiene melodía, ni coros, ni bailarinas, ni piano, ni dibujos animados, ni chistes sonoros, ni instrumentos exóticos, ni ganas de hacerse amigo de los oyentes. Mahler andaba, según dicen, un poco mareado con las teorías de su paisano Freud, mientras el Romanticismo agonizaba. Ni siquiera supo que casi setenta años después Dirk Bogarde enloquecería de amor con su música en la playa del Lido (véase Muerte en Venecia), ni que yo me quedaría sopa ciento tres años después en el segundo movimiento, mecido por toda la Orquesta Filarmónica de Viena al completo. Una siesta cara de cojones, aunque no tanto como el auditorio de Calatrava. Pero debo decir que luego me espabilé, y logré seguir el desconcierto de fagots y oboes tocando a contrapelo de las violas, profundizando en la disonancia. Era como un poema surrealista de Aleixandre, o un cuadro de Magritte, aunque a veces se parecía a Julián Ríos (Larva, Poundemonium, La vida sexual de las palabras), y me entraban ardores en el estómago. Yo no soy el único al que se le va la olla, la cosa viene de lejos, también a nuestros abuelos se les iba la pinza.
El director, Lorin Maazel, perezoso. Eso dijo una pianista indignada que estaba sentada a mi espalda.
Santiago Calatrava estuvo magnífico, aunque no lo sabe, porque terminó el auditorio en 2003, cobró y se largó. Luego se dedicó a diseñar puentes resbaladizos en Bilbao y Venecia, cabreando a todos sus habitantes. El auditorio es una pasada, de bonito y de caro (72 millones de euros). Se construyó en la época del despilfarro. Desde el interior, sus moles de hormigón pretensado ascienden hacia el lucernario que ilumina la sala con acordes armónicos, incluso cuando es Mahler el que interpreta la orquesta, el jodido Mahler, que debió de tener un mal verano en 1905 cuando compuso la séptima.
Me dormí en el segundo movimiento. Que Carlos y el calvo del bombo me perdonen, pero me cuesta mucho seguir una sinfonía que no tiene melodía, ni coros, ni bailarinas, ni piano, ni dibujos animados, ni chistes sonoros, ni instrumentos exóticos, ni ganas de hacerse amigo de los oyentes. Mahler andaba, según dicen, un poco mareado con las teorías de su paisano Freud, mientras el Romanticismo agonizaba. Ni siquiera supo que casi setenta años después Dirk Bogarde enloquecería de amor con su música en la playa del Lido (véase Muerte en Venecia), ni que yo me quedaría sopa ciento tres años después en el segundo movimiento, mecido por toda la Orquesta Filarmónica de Viena al completo. Una siesta cara de cojones, aunque no tanto como el auditorio de Calatrava. Pero debo decir que luego me espabilé, y logré seguir el desconcierto de fagots y oboes tocando a contrapelo de las violas, profundizando en la disonancia. Era como un poema surrealista de Aleixandre, o un cuadro de Magritte, aunque a veces se parecía a Julián Ríos (Larva, Poundemonium, La vida sexual de las palabras), y me entraban ardores en el estómago. Yo no soy el único al que se le va la olla, la cosa viene de lejos, también a nuestros abuelos se les iba la pinza.
jueves, 15 de enero de 2009
No era un fantasma
Este es un texto falso que sustituye al que había antes, para evitar su copia.
Percuntia tempora fati conqueror, in uentos inpendo uota fretumque; ne retine dubium cupientis ire per acquor; si bene nota mihi est, ad Caesaris arma iuuentus naufragio uenisse uolet. lam uoce doloris utendum est: non ex acquo diuisimus orbem; Epirum Caesarque tenet totusque senatus, Ausoniam tu solus habes». His terque quaterque uocibus excitum postquam cessare uidebat, dum se desse deis ac non sibi numina credit, sponte per incautas audet temptare latebras quod iussi timucre fretum, temeraria prono expertus cessisse deo, fluctusque ucrendos classibus exigua sperat superare carina.
Percuntia tempora fati conqueror, in uentos inpendo uota fretumque; ne retine dubium cupientis ire per acquor; si bene nota mihi est, ad Caesaris arma iuuentus naufragio uenisse uolet. lam uoce doloris utendum est: non ex acquo diuisimus orbem; Epirum Caesarque tenet totusque senatus, Ausoniam tu solus habes». His terque quaterque uocibus excitum postquam cessare uidebat, dum se desse deis ac non sibi numina credit, sponte per incautas audet temptare latebras quod iussi timucre fretum, temeraria prono expertus cessisse deo, fluctusque ucrendos classibus exigua sperat superare carina.
miércoles, 14 de enero de 2009
Jueces golpistas
La democracia, después de 5000 años de historia, ha conseguido que los ciudadanos elijan a sus representantes mediante elecciones libres, y esa Asamblea de diputados que representa al pueblo tiene el encargo de redactar y aprobar las leyes con letra clara y pocas ambigüedades. A pesar de ello, o por encima de ello, existe un colectivo, el de los jueces, nacidos en su gran mayoría del vientre rancio de la burguesía, estudiantes morosos gracias al dinero de papá, que tras licenciarse en Derecho, han conquistado una áspera oposición a la judicatura. Como premio han conseguido un puesto de trabajo gubernamental estable, muy bien pagado, y con prestigio indudable. Ellos leen las leyes y las traducen a su libre albedrío, según su conciencia burguesa y acomodaticia, su conciencia anestesiada por la buena vida. Son los nuevos aristócratas, los Grandes de España, y se niegan a perder el poder que por linaje y soberbia creen que sigue siendo suyo. Si el pueblo elige a unos representantes que legislan, ellos, los jueces, reinterpretan las leyes, y someten la representación popular a golpe de sentencias judiciales contra todo aquello que no les guste, tanto si son Estatutos autonómicos como si son matrimonios gays.
Con Franco estaban más cómodos, y su conciencia libre y pura no se inmutaba al aplicar sentencias de muerte, ni al encarcelar a homosexuales, secuestrar a la prensa y enjaular a la oposición. De casta le viene al galgo. Las dictaduras no suelen enfrentarse a los jueces, porque les es más fácil contratarlos como cofrades y sirvientes.
La democracia limita el poder caprichoso de los jueces, y eso les jode. ¿Cómo es posible que valga lo mismo el voto de un juez que el de un albañil embrutecido? De eso nada. Los jueces se rebelan y se hacen dueños de la hermenéutica judicial. Parecen decir: “Las leyes dirán a partir de ahora lo que nos salga de los cojones.”
No siento ningún respeto hacia esos jueces golpistas que ahora se ponen en huelga porque se les empieza a señalar con el dedo, hacia esos jueces incapaces de hacer su trabajo con un mínimo de decencia (¿no se les ha ocurrido aún anotar en una agenda las fechas topes para recurrir o ejecutar sentencias contra delincuentes peligrosos?). Dicen que la justicia está saturada desde hace décadas, pero jamás han levantado la voz. Ahora sí, ahora que su trabajo se pone en entredicho, ahora que sus opiniones no son leyes, ahora que no hay reverencias a su paso, es cuando enseñan los dientes podridos y se rasgan las togas.
Ya escucho sus quejas: “Ah, no, es que tengo mucho trabajo y no tengo medios, así que consiento que mi juzgado esté empantanado, dejo en libertad a los criminales, pido aumento de sueldo, y me atrinchero en la Sala.” Señor juez, si su trabajo no lo puede realizar en condiciones y aún no sabe cuáles son las prioridades, dimita y no se haga cómplice del desbarajuste. A usted, señor juez, le pagamos con nuestros impuestos; y sí, tenemos derecho a exigirle que cumpla con su triste trabajo de oficinista engreído. Y por favor, no reflexione, no es necesario, porque su independencia espiritual apesta a corporativismo y ambición desde hace siglos.
Ya lo dijo Lord Acton en 1887, y su pronóstico se renueva día tras día con enfermiza literalidad: “El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Con Franco estaban más cómodos, y su conciencia libre y pura no se inmutaba al aplicar sentencias de muerte, ni al encarcelar a homosexuales, secuestrar a la prensa y enjaular a la oposición. De casta le viene al galgo. Las dictaduras no suelen enfrentarse a los jueces, porque les es más fácil contratarlos como cofrades y sirvientes.
La democracia limita el poder caprichoso de los jueces, y eso les jode. ¿Cómo es posible que valga lo mismo el voto de un juez que el de un albañil embrutecido? De eso nada. Los jueces se rebelan y se hacen dueños de la hermenéutica judicial. Parecen decir: “Las leyes dirán a partir de ahora lo que nos salga de los cojones.”
No siento ningún respeto hacia esos jueces golpistas que ahora se ponen en huelga porque se les empieza a señalar con el dedo, hacia esos jueces incapaces de hacer su trabajo con un mínimo de decencia (¿no se les ha ocurrido aún anotar en una agenda las fechas topes para recurrir o ejecutar sentencias contra delincuentes peligrosos?). Dicen que la justicia está saturada desde hace décadas, pero jamás han levantado la voz. Ahora sí, ahora que su trabajo se pone en entredicho, ahora que sus opiniones no son leyes, ahora que no hay reverencias a su paso, es cuando enseñan los dientes podridos y se rasgan las togas.
Ya escucho sus quejas: “Ah, no, es que tengo mucho trabajo y no tengo medios, así que consiento que mi juzgado esté empantanado, dejo en libertad a los criminales, pido aumento de sueldo, y me atrinchero en la Sala.” Señor juez, si su trabajo no lo puede realizar en condiciones y aún no sabe cuáles son las prioridades, dimita y no se haga cómplice del desbarajuste. A usted, señor juez, le pagamos con nuestros impuestos; y sí, tenemos derecho a exigirle que cumpla con su triste trabajo de oficinista engreído. Y por favor, no reflexione, no es necesario, porque su independencia espiritual apesta a corporativismo y ambición desde hace siglos.
Ya lo dijo Lord Acton en 1887, y su pronóstico se renueva día tras día con enfermiza literalidad: “El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
martes, 13 de enero de 2009
Ojo por ojo
Noticia de la Agencia EFE, 10 de enero. Sin comentarios.
“Andre Thomas, un condenado a la pena capital con antecedentes de locura, se sacó el único ojo que tenía y se lo comió, informó el Departamento de Justicia de Texas. El incidente ocurrió a comienzos del mes pasado en el corredor de la muerte del estado, señalaron fuentes judiciales.
Thomas, condenado a muerte por asesinar a puñaladas a su esposa, a su hijo y a una hijastra de 13 meses, a quienes les extrajo el corazón, ya se había sacado y comido un ojo cuando esperaba el juicio en 2004, dijeron fuentes oficiales citadas por medios locales.
Fuentes del Departamento de Justicia Criminal indicaron que de momento se desconoce cómo Thomas, de 25 años, se extrajo el único ojo que le quedaba, aunque todo apunta a que aparentemente solo usó sus dedos para hacerlo. Tras el último incidente Thomas fue enviado de inmediato a una clínica psiquiátrica. “Allí recibirá la atención para su salud mental que estaba pidiendo desde el principio”, señaló el fiscal Bobbie Peterson al diario Sherman Herald Democrat.”
“Andre Thomas, un condenado a la pena capital con antecedentes de locura, se sacó el único ojo que tenía y se lo comió, informó el Departamento de Justicia de Texas. El incidente ocurrió a comienzos del mes pasado en el corredor de la muerte del estado, señalaron fuentes judiciales.
Thomas, condenado a muerte por asesinar a puñaladas a su esposa, a su hijo y a una hijastra de 13 meses, a quienes les extrajo el corazón, ya se había sacado y comido un ojo cuando esperaba el juicio en 2004, dijeron fuentes oficiales citadas por medios locales.
Fuentes del Departamento de Justicia Criminal indicaron que de momento se desconoce cómo Thomas, de 25 años, se extrajo el único ojo que le quedaba, aunque todo apunta a que aparentemente solo usó sus dedos para hacerlo. Tras el último incidente Thomas fue enviado de inmediato a una clínica psiquiátrica. “Allí recibirá la atención para su salud mental que estaba pidiendo desde el principio”, señaló el fiscal Bobbie Peterson al diario Sherman Herald Democrat.”
viernes, 9 de enero de 2009
Lo más primario
A veces me bloquean las necesidades primarias, como el hambre o el sueño, y me pongo de mala leche. No es difícil saber cuándo me va a pasar: el ataque de hambre ocurre puntualmente a las dos y cuarto. A partir de esa hora no logro mirar a ninguna otra parte que no sean bares, restaurantes y bolsas de comida. Mis piernas flaquean al pasar junto a las cafeterías, y los camareros barbudos me parecen sirenas hermosas como hamburguesas dobles con queso. A veces lo que me pasa se llama hipoglucemia, pero otras veces es miedo a que la comida se termine, que empiece una hambruna universal que no ha sido anunciada en ninguna parte, y a mí me deje en ayunas y con la nevera vacía. Soy una víctima de la posguerra a contratiempo. Suelo entrar en pánico y robarle los caramelos a los niños, mendigar terrones de azúcar por las barras de los bares, y vaciar de pan y donuts las panaderías. Tengo el mono, y el terror a una hipoglucemia hace que me convierta en un sujeto ajeno y camorrista, de trato arisco, y con una obsesión troglodita que lo habita todo. En otra vida debí morir de hambre, y me queda un registro atávico grabado de modo indeleble en el hipotálamo, en la memoria ROM de la placa base de mi cerebro. En mi garganta acumulo todo el hambre de mis antepasados, y me entra taquicardia mientras me hago sitio a empujones en la fila del supermercado. Eso me pasa a las dos y cuarto, si es que aún no he comido; y a las nueve de la noche, si aún no he cenado. No me llames por teléfono a esas horas, no quedes conmigo a esa hora (a no ser que sea para tomar café después del almuerzo). Los diabéticos somos en general gente pacífica, como los Amis o los peluches, pero dos o tres veces al día un licántropo nos posee, y ahí se terminan las buenas palabras y la cortesía.
Con el sueño es menos grave. Simplemente me duerme y ronco. Los ojos me empiezan a picar como si tuviera arena incrustada entre el párpado y el globo, y me dan ganas de llorar de pura rabia. No, con el sueño no me pongo violento; solo patoso, albondigado y sordo. La última vez fue escuchando el Mesías de Haendel en el teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife. Tres horas y media de barroco después de cenar son muchas horas. Bea tuvo que pellizcarme varias veces en la primera parte, pero acabó cayendo sobre mi hombro haciendo dúos, y eso que además de la orquesta habían contratado a cinco coros locales para cantar el Aleluya. Ni por esas.
Quizá me estoy volviendo muy primario.
Ya sé que hay otras necesidades, pero del sexo hablaremos otro día, pervertidos.
Con el sueño es menos grave. Simplemente me duerme y ronco. Los ojos me empiezan a picar como si tuviera arena incrustada entre el párpado y el globo, y me dan ganas de llorar de pura rabia. No, con el sueño no me pongo violento; solo patoso, albondigado y sordo. La última vez fue escuchando el Mesías de Haendel en el teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife. Tres horas y media de barroco después de cenar son muchas horas. Bea tuvo que pellizcarme varias veces en la primera parte, pero acabó cayendo sobre mi hombro haciendo dúos, y eso que además de la orquesta habían contratado a cinco coros locales para cantar el Aleluya. Ni por esas.
Quizá me estoy volviendo muy primario.
Ya sé que hay otras necesidades, pero del sexo hablaremos otro día, pervertidos.
jueves, 8 de enero de 2009
Solidaridad caníbal
Descubro en una web especializada, la respuesta a la pregunta que llevaba años haciéndome, y que nunca nadie supo responderme con precisión hasta la fecha:
¿A cuántos caníbales podría alimentar mi cuerpo?
Y la respuesta categórica es doce. Ni más ni menos. Doce caníbales hambrientos que me estarían a partir de entonces muy agradecidos. Eso me ha convencido de que ando con un poco de sobrecarga. Si entras para informarte y resolver tus dudas, has de saber que la página web te preguntará por tu peso, tu edad, tu altura, la cantidad de ejercicio que haces, y si tu dieta es vegetariana o no. Una cosa seria y científica, vaya.
Así pues mi cuerpo habría podido servir de banquete a los apóstoles en la última cena. Tendría que dejar a Cristo en ayunas, eso sí, pero a fin de cuentas él ya estaba muerto cuando se sentaron a cenar, y además dicen las Escrituras que alimentó a sus apóstoles con su cuerpo y su sangre a través de un truco de magia. Por eso su cuerpo no ha sido hallado nunca. Conclusión: Cristo debió de ser como yo, con algunos kilos de más, y no famélico como lo pintan en las estampitas. O eso, o no visitó esta web donde le habrían informado de que con su cuerpo flaco, como mucho le daba para alimentar a seis apóstoles desganados.
Yo me voy más tranquilo hoy a la cama sabiendo que, en caso de necesidad, podré ayudar a doce hambrientos. Hay que ser solidarios. Soy una fonda con patas, y a partir de ahora llevaré en mis bolsillos sal y pimienta para que el guiso salga sabroso. Nunca se sabe lo que nos depara el destino.
¿A cuántos caníbales podría alimentar mi cuerpo?
Y la respuesta categórica es doce. Ni más ni menos. Doce caníbales hambrientos que me estarían a partir de entonces muy agradecidos. Eso me ha convencido de que ando con un poco de sobrecarga. Si entras para informarte y resolver tus dudas, has de saber que la página web te preguntará por tu peso, tu edad, tu altura, la cantidad de ejercicio que haces, y si tu dieta es vegetariana o no. Una cosa seria y científica, vaya.
Así pues mi cuerpo habría podido servir de banquete a los apóstoles en la última cena. Tendría que dejar a Cristo en ayunas, eso sí, pero a fin de cuentas él ya estaba muerto cuando se sentaron a cenar, y además dicen las Escrituras que alimentó a sus apóstoles con su cuerpo y su sangre a través de un truco de magia. Por eso su cuerpo no ha sido hallado nunca. Conclusión: Cristo debió de ser como yo, con algunos kilos de más, y no famélico como lo pintan en las estampitas. O eso, o no visitó esta web donde le habrían informado de que con su cuerpo flaco, como mucho le daba para alimentar a seis apóstoles desganados.
Yo me voy más tranquilo hoy a la cama sabiendo que, en caso de necesidad, podré ayudar a doce hambrientos. Hay que ser solidarios. Soy una fonda con patas, y a partir de ahora llevaré en mis bolsillos sal y pimienta para que el guiso salga sabroso. Nunca se sabe lo que nos depara el destino.
miércoles, 7 de enero de 2009
Dudas
Tengo una duda. En algún lugar leí una vez que un teórico (o sea, uno de esos pollos que le da vueltas a la pelota por oficio, como una manía, sin ni siquiera ser argentino), decía que si un abeto nace, crece y cae fulminado por un rayo en la tundra siberiana sin que nadie jamás lo haya visto, tal vez ese abeto no exista. Más o menos lo que le pasó a Estados Unidos durante toda la Edad Media. Mi padre me enseñó a desconfiar de aquellos países que no hubiesen vivido el Medievo. No sé si tenía razón, porque él lo dijo en una época en la que lo políticamente correcto no se había inventado aún, así que podía también despreciar todos los deportes, con excepción del “viril deporte del ajedrez”.
Veo que se me va el hilo, y me pierdo.
Decía que tal vez ese abeto caído en Siberia sin ser visto, quizá no haya existido. La matemática del caos y el efecto mariposa dirán que sí que ha existido, pero que lo que sucede es que no sabemos interpretar las causalidades. Eso dicen también los astrólogos deterministas, los budistas y los obispos preconciliares, que amenazaban con infiernos, calvicies e impotencias a todos los que se masturbasen en el cuarto de baño pretendiendo ser invisibles como un abeto en la tundra siberiana. De eso nada: el ojo de dios todo lo ve, desde la muerte del abeto hasta la paja adolescente. Nada se oculta al Gran Hermano Fisgón.
Pero ya me estoy perdiendo otra vez por los cerros de Úbeda.
El caso es que del mismo modo, alguien podría escribir una gran novela, no dejársela leer a nadie, esconderla bajo siete llaves durante cuarenta años (¡Ha sido Salinger, el cabrón!), y luego quemarla sin rencor ni remordimientos. Después morirá sin desvelar el secreto a nadie. La novela no existe, aunque la lea dios, el cotilla universal, y solo podrá ser editada con la pulpa de papel del abeto que murió en Siberia. Nihil obstat.
Este post, como todas las páginas escritas, solo existirá mientras alguien lo haya leído, y de uno u otro modo lo recuerde. Dejaría de existir si una vez borrado, todos los lectores lo olvidaran a corto o medio plazo, y no generara ninguna huella posterior, un palimpsesto mental. Así pues, el no-existir cada vez está más cerca, habida cuenta del Alzheimer que asola el planeta desde hace décadas.
Creo que de nuevo se me ha ido la olla a Camboya.
O no. Puede que el solo hecho de leer, aunque solo sea el prospecto de las aspirinas, sea un acto que, en sí mismo, por imposibilidad física de hacer dos actos complejos a un mismo tiempo, impida ejecutar otras maniobras más o menos impuras. Como bombardear Gaza, o hacerse pajas en el cuarto de baño a hurtadillas. En ese caso la lectura ha existido, y el texto que estaba detrás también, porque hay un niño palestino que aún no está huérfano, o un adolescente con dolor de huevos.
Tal vez el teórico cuántico que hablaba del abeto siberiano fue el gato de Schrödinger, aburrido ya de estar encerrado en una caja sin saber si está vivo o muerto. O quizá fue un argentino.
Veo que se me va el hilo, y me pierdo.
Decía que tal vez ese abeto caído en Siberia sin ser visto, quizá no haya existido. La matemática del caos y el efecto mariposa dirán que sí que ha existido, pero que lo que sucede es que no sabemos interpretar las causalidades. Eso dicen también los astrólogos deterministas, los budistas y los obispos preconciliares, que amenazaban con infiernos, calvicies e impotencias a todos los que se masturbasen en el cuarto de baño pretendiendo ser invisibles como un abeto en la tundra siberiana. De eso nada: el ojo de dios todo lo ve, desde la muerte del abeto hasta la paja adolescente. Nada se oculta al Gran Hermano Fisgón.
Pero ya me estoy perdiendo otra vez por los cerros de Úbeda.
El caso es que del mismo modo, alguien podría escribir una gran novela, no dejársela leer a nadie, esconderla bajo siete llaves durante cuarenta años (¡Ha sido Salinger, el cabrón!), y luego quemarla sin rencor ni remordimientos. Después morirá sin desvelar el secreto a nadie. La novela no existe, aunque la lea dios, el cotilla universal, y solo podrá ser editada con la pulpa de papel del abeto que murió en Siberia. Nihil obstat.
Este post, como todas las páginas escritas, solo existirá mientras alguien lo haya leído, y de uno u otro modo lo recuerde. Dejaría de existir si una vez borrado, todos los lectores lo olvidaran a corto o medio plazo, y no generara ninguna huella posterior, un palimpsesto mental. Así pues, el no-existir cada vez está más cerca, habida cuenta del Alzheimer que asola el planeta desde hace décadas.
Creo que de nuevo se me ha ido la olla a Camboya.
O no. Puede que el solo hecho de leer, aunque solo sea el prospecto de las aspirinas, sea un acto que, en sí mismo, por imposibilidad física de hacer dos actos complejos a un mismo tiempo, impida ejecutar otras maniobras más o menos impuras. Como bombardear Gaza, o hacerse pajas en el cuarto de baño a hurtadillas. En ese caso la lectura ha existido, y el texto que estaba detrás también, porque hay un niño palestino que aún no está huérfano, o un adolescente con dolor de huevos.
Tal vez el teórico cuántico que hablaba del abeto siberiano fue el gato de Schrödinger, aburrido ya de estar encerrado en una caja sin saber si está vivo o muerto. O quizá fue un argentino.
lunes, 5 de enero de 2009
Queridos Reyes Magos
Herodes ha vuelto a enviar matarifes a las puertas de Belén, y jura que va a terminar de una vez por todas con los terroristas palestinos y sus familias, tanto si se llaman Jesús como si se llaman Abdel. Parece ser que las intifadas se repiten desde hace siglos. Tened cuidado con los controles. ¿Lleváis salvoconductos? No creo que os dejen entrar y salir de Belén con todos esos paquetes colgando de las alforjas. Seguro que no.
Por unos momentos pensé pediros como regalo de Reyes al primer ministro israelí, Ehud Olmert, colgado por los huevos, y con la cabeza aparte, en otra caja. Pero no. Que se quede allí donde esté. No es una cuestión personal, porque si no tendría que pedir también a Bush, Aznar, Blair, Putin y unos cientos más. Son muchas cajas. Demasiados bultos. No me caben en ninguna parte, y además apestan.
Tampoco os voy a pedir la paz en el mundo, porque aún no soy Miss Tenerife, así que no llego a tanto. Os pediría un páncreas nuevo, para dejar de perforarme cuatro veces al día con insulina, pero visto lo visto hasta me parece egoísta. Mejor me quedo como estoy, con diabetes, lumbalgias, miopía y calvicie progresiva. Acepto hasta la letra pequeña.
Bueno, quizá os pida una bolsa de canicas. De las de todo a cien. Las canicas de mi infancia, esferas transparentes con universos de color flotando en su interior, calidoscopios de magia. Quiero una colección de canicas, y un bolón. Un bolón-sol multicolor, con un diámetro doble del de las canicas normales, alrededor del que orbitarán el resto de canicas planetarias. El bolón-rey, el primer ministro de las canicas, será el que reciba los empujones de las canicas proletarias. “¡Bolón, bolón!”, gritaba siempre alguno en mitad del patio, y allí nos juntábamos todos con nuestras canicas pequeñajas a disparar al bolón desde detrás de la raya barricada. El bolón se quedaba quieto, casi arrinconado contra la tapia, hasta que una canica terrorista le zurraba la badana. En ese momento el bolón cambiaba de dueño, y el antiguo propietario perdía un rey a cambio de quedarse con todas las canicas fallidas, los muertos de la intifada. Hoy, como ayer, los palestinos se defienden de los tanques a pedradas, David contra Goliat.
¿Qué para qué quiero jugar a regicidios con canicas? Pues quizá porque me he creído el principio de correspondencia hermética de Hermes Trimegisto: “Lo que está abajo es como lo que está arriba”. Normalmente esa ley la aplican los astrólogos para justificar el correlato entre el movimiento planetario y los enamoramientos o divorcios de los humanos, pero yo lo aplicaré a la batalla entre Israel y Palestina. Espadas como labios: palabras como piedras.
Por unos momentos pensé pediros como regalo de Reyes al primer ministro israelí, Ehud Olmert, colgado por los huevos, y con la cabeza aparte, en otra caja. Pero no. Que se quede allí donde esté. No es una cuestión personal, porque si no tendría que pedir también a Bush, Aznar, Blair, Putin y unos cientos más. Son muchas cajas. Demasiados bultos. No me caben en ninguna parte, y además apestan.
Tampoco os voy a pedir la paz en el mundo, porque aún no soy Miss Tenerife, así que no llego a tanto. Os pediría un páncreas nuevo, para dejar de perforarme cuatro veces al día con insulina, pero visto lo visto hasta me parece egoísta. Mejor me quedo como estoy, con diabetes, lumbalgias, miopía y calvicie progresiva. Acepto hasta la letra pequeña.
Bueno, quizá os pida una bolsa de canicas. De las de todo a cien. Las canicas de mi infancia, esferas transparentes con universos de color flotando en su interior, calidoscopios de magia. Quiero una colección de canicas, y un bolón. Un bolón-sol multicolor, con un diámetro doble del de las canicas normales, alrededor del que orbitarán el resto de canicas planetarias. El bolón-rey, el primer ministro de las canicas, será el que reciba los empujones de las canicas proletarias. “¡Bolón, bolón!”, gritaba siempre alguno en mitad del patio, y allí nos juntábamos todos con nuestras canicas pequeñajas a disparar al bolón desde detrás de la raya barricada. El bolón se quedaba quieto, casi arrinconado contra la tapia, hasta que una canica terrorista le zurraba la badana. En ese momento el bolón cambiaba de dueño, y el antiguo propietario perdía un rey a cambio de quedarse con todas las canicas fallidas, los muertos de la intifada. Hoy, como ayer, los palestinos se defienden de los tanques a pedradas, David contra Goliat.
¿Qué para qué quiero jugar a regicidios con canicas? Pues quizá porque me he creído el principio de correspondencia hermética de Hermes Trimegisto: “Lo que está abajo es como lo que está arriba”. Normalmente esa ley la aplican los astrólogos para justificar el correlato entre el movimiento planetario y los enamoramientos o divorcios de los humanos, pero yo lo aplicaré a la batalla entre Israel y Palestina. Espadas como labios: palabras como piedras.
sábado, 3 de enero de 2009
El mar, Lara y Jesús
Siempre que miro hacia el mar (ahora mismo, cada vez que levanto los ojos del teclado), trato de ver la línea del horizonte, la raya final, la curva de la Tierra, como si allí hubiera algo escondido que lograré descubrir si miro con atención. Trato de leer en ese horizonte que se pierde al noroeste lo que no puedo desenmascarar, tal vez el futuro, tal vez a mí mismo, asustado y diminuto, haciéndome señas en la distancia.
El sol se ahoga en el mar, y antes de morir escupe un último vómito de sangre que salpica las nubes, la isla de la Palma y Garachico; un incendio de luz que se repite cada atardecer, desde hace millones de años, aunque nadie esté allí para mirarlo. Nunca le veo resucitar: mi casa no se orienta hacia el este, y jamás me ha gustado madrugar. Además, como no creo en la vida más allá de la muerte, doy por hecho que el sol que veo cada día es un sol nuevo, recién nacido, nunca reciclado.
La semana pasada vinieron a verme mi amiga Lara y su novio Carlos. Lara ha sido una de mis alumnas más queridas en el Taller de Escritura durante muchos años. Nos habíamos encontrado fugazmente en la presentación del libro “Con sabor a Sugus”, en Clamores, el pasado junio. Desde entonces no nos habíamos vuelto a ver. Me habló de amigos comunes, de Isa, Amparo, Juan Ramón, Berna, Alice, y tantos otros. Se quedaron a cenar, y Carlos nos recomendó algunos guachinches de comida típica canaria. Lara dice que está harta de su trabajo. Al final me entregó una tarjeta que ponía “Lara López, directora de Radio 3”. Hay que joderse. No podrá quejarse de que su jefe la ningunea.
Hoy vinieron a comer Jesús Urceloy y Marisol. Están por el Puerto de la Cruz pasando una semana de vacaciones y Jesús quería regalarme su último libro: “Diciembre. Noticias desde el yermo”, Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro (la hija de José Hierro). La cubierta es un dibujo original e inédito de José Hierro. A Jesús no le gusta, pero a mí sí. Por alguna extraña razón, quizá sea para equilibrar la fuerza interior y la exterior, los libros de poemas suelen tener unas cubiertas horrorosas, como pequeñas venganzas anónimas a cargo de los impresores. Tal vez los poetas formen una logia secreta, y se comunican a escondidas a través de libros de aspecto terrible, como hojas parroquiales o bandos municipales. Jesús empieza su libro así:
“El poeta llega a su casa y ve la puerta rota,
Ve la puerta que rompe siempre la policía para entrar,
que sangra toda la vida, derribada, siempre,
una puerta que aguanta inviernos y galernas, que a menudo sirve
también como asidero los días de diluvio.”
Jesús es un gran poeta. En agradecimiento le he calentado medio cuenco de albóndigas de Ikea, con patatas, ensalada, y vino de Tacoronte. De postre, mandarinas. Se ha ido contento. Dice que volverá, y yo sé que es verdad. Y que traerá otro libro dedicado. Para eso están los amigos.
Esta noche vendrán a cenar Basilio y Peancha. Quieren ayudarme a calibrar el telescopio y colocarle los motores de seguimiento. Hace una noche clara, así que podremos ver los montes de la Luna, los anillos de Saturno y la galaxia M31, Andrómeda. Ya os contaré.
El sol se ahoga en el mar, y antes de morir escupe un último vómito de sangre que salpica las nubes, la isla de la Palma y Garachico; un incendio de luz que se repite cada atardecer, desde hace millones de años, aunque nadie esté allí para mirarlo. Nunca le veo resucitar: mi casa no se orienta hacia el este, y jamás me ha gustado madrugar. Además, como no creo en la vida más allá de la muerte, doy por hecho que el sol que veo cada día es un sol nuevo, recién nacido, nunca reciclado.
La semana pasada vinieron a verme mi amiga Lara y su novio Carlos. Lara ha sido una de mis alumnas más queridas en el Taller de Escritura durante muchos años. Nos habíamos encontrado fugazmente en la presentación del libro “Con sabor a Sugus”, en Clamores, el pasado junio. Desde entonces no nos habíamos vuelto a ver. Me habló de amigos comunes, de Isa, Amparo, Juan Ramón, Berna, Alice, y tantos otros. Se quedaron a cenar, y Carlos nos recomendó algunos guachinches de comida típica canaria. Lara dice que está harta de su trabajo. Al final me entregó una tarjeta que ponía “Lara López, directora de Radio 3”. Hay que joderse. No podrá quejarse de que su jefe la ningunea.
Hoy vinieron a comer Jesús Urceloy y Marisol. Están por el Puerto de la Cruz pasando una semana de vacaciones y Jesús quería regalarme su último libro: “Diciembre. Noticias desde el yermo”, Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro (la hija de José Hierro). La cubierta es un dibujo original e inédito de José Hierro. A Jesús no le gusta, pero a mí sí. Por alguna extraña razón, quizá sea para equilibrar la fuerza interior y la exterior, los libros de poemas suelen tener unas cubiertas horrorosas, como pequeñas venganzas anónimas a cargo de los impresores. Tal vez los poetas formen una logia secreta, y se comunican a escondidas a través de libros de aspecto terrible, como hojas parroquiales o bandos municipales. Jesús empieza su libro así:
“El poeta llega a su casa y ve la puerta rota,
Ve la puerta que rompe siempre la policía para entrar,
que sangra toda la vida, derribada, siempre,
una puerta que aguanta inviernos y galernas, que a menudo sirve
también como asidero los días de diluvio.”
Jesús es un gran poeta. En agradecimiento le he calentado medio cuenco de albóndigas de Ikea, con patatas, ensalada, y vino de Tacoronte. De postre, mandarinas. Se ha ido contento. Dice que volverá, y yo sé que es verdad. Y que traerá otro libro dedicado. Para eso están los amigos.
Esta noche vendrán a cenar Basilio y Peancha. Quieren ayudarme a calibrar el telescopio y colocarle los motores de seguimiento. Hace una noche clara, así que podremos ver los montes de la Luna, los anillos de Saturno y la galaxia M31, Andrómeda. Ya os contaré.
jueves, 1 de enero de 2009
Parpadeo
Cuando a mi padre le faltaba menos de un día para morir, no hace ni mes y medio, las fuerzas le fallaron hasta el punto de que dejó de parpadear mientras miraba hacia ninguna parte. Mi hermano Jaime que lo observaba de cerca se acercaba hasta la silla de ruedas en la que estaba sentado, y le cerraba y abría los párpados varias veces para que los ojos no se le resecaran. Había adelgazado tanto que se le caía el anillo de casado que llevaba en su dedo anular desde hacía sesenta y cinco años. Nunca supo que mi madre se había muerto quinde días antes. O sí que lo supo, de algún modo subterráneo, y se dejó morir en un susurro. Dejó de respirar, sin un balbuceo, a las tres de la tarde, mientras Tito le vigilaba la respiración minúscula. Sin fuerzas para el último parpadeo.
Vladimir Nabokov dijo “Nuestra existencia no es más que un cortocircuito de luz entre dos eternidades de oscuridad”. Puede que eso sea así en tiempos astrofísicos, pero desde el punto personal y egoísta esa eterna oscuridad anterior y posterior no son nada más que memoria de lo que no se ha vivido y ciencia ficción, así que todo lo que nos queda es el puto cortocircuito en el que nacemos, crecemos, comemos hamburguesas, nos enamoramos, viajamos, trabajamos, nos cabreamos y morimos. Apenas un parpadeo, un calambrazo, pero de una intensidad acojonante. U ochenta años de calambrazos. En ese tiempo, de término medio, según National Geographic, cada persona se come 4 vacas, 21 ovejas, 15 cerdos y 1200 pollos. Es solo un promedio, sospecho que yo como más. En una vida humana hay 415 millones de parpadeos, y se derraman 61,5 litros de lágrimas antes de morir. Los polvos están contados: 4.239 veces en toda la vida, aunque los que no usen los curas y las monjas nos los podemos repartir los demás para subir la cuota. Leeremos 533 libros y 2.455 periódicos (yo ya me he pasado, pero me temo que ese cálculo es demasiado optimista). Pronunciamos 4.300 palabras por día, es decir, aproximadamente, más de 123 millones en toda la vida. Los políticos más, pero con menos sustancia.
Nos espera un año jodido. Nos espera un año estupendo. Abriremos y cerramos los ojos en más de cinco millones de ocasiones, así que tenemos cinco millones de oportunidades para el asombro. No las desperdicies.
Vladimir Nabokov dijo “Nuestra existencia no es más que un cortocircuito de luz entre dos eternidades de oscuridad”. Puede que eso sea así en tiempos astrofísicos, pero desde el punto personal y egoísta esa eterna oscuridad anterior y posterior no son nada más que memoria de lo que no se ha vivido y ciencia ficción, así que todo lo que nos queda es el puto cortocircuito en el que nacemos, crecemos, comemos hamburguesas, nos enamoramos, viajamos, trabajamos, nos cabreamos y morimos. Apenas un parpadeo, un calambrazo, pero de una intensidad acojonante. U ochenta años de calambrazos. En ese tiempo, de término medio, según National Geographic, cada persona se come 4 vacas, 21 ovejas, 15 cerdos y 1200 pollos. Es solo un promedio, sospecho que yo como más. En una vida humana hay 415 millones de parpadeos, y se derraman 61,5 litros de lágrimas antes de morir. Los polvos están contados: 4.239 veces en toda la vida, aunque los que no usen los curas y las monjas nos los podemos repartir los demás para subir la cuota. Leeremos 533 libros y 2.455 periódicos (yo ya me he pasado, pero me temo que ese cálculo es demasiado optimista). Pronunciamos 4.300 palabras por día, es decir, aproximadamente, más de 123 millones en toda la vida. Los políticos más, pero con menos sustancia.
Nos espera un año jodido. Nos espera un año estupendo. Abriremos y cerramos los ojos en más de cinco millones de ocasiones, así que tenemos cinco millones de oportunidades para el asombro. No las desperdicies.
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