
Tampoco os voy a pedir la paz en el mundo, porque aún no soy Miss Tenerife, así que no llego a tanto. Os pediría un páncreas nuevo, para dejar de perforarme cuatro veces al día con insulina, pero visto lo visto hasta me parece egoísta. Mejor me quedo como estoy, con diabetes, lumbalgias, miopía y calvicie progresiva. Acepto hasta la letra pequeña.
Bueno, quizá os pida una bolsa de canicas. De las de todo a cien. Las canicas de mi infancia, esferas transparentes con universos de color flotando en su interior, calidoscopios de magia. Quiero una colección de canicas, y un bolón. Un bolón-sol multicolor, con un diámetro doble del de las canicas normales, alrededor del que orbitarán el resto de canicas planetarias. El bolón-rey, el primer ministro de las canicas, será el que reciba los empujones de las canicas proletarias. “¡Bolón, bolón!”, gritaba siempre alguno en mitad del patio, y allí nos juntábamos todos con nuestras canicas pequeñajas a disparar al bolón desde detrás de la raya barricada. El bolón se quedaba quieto, casi arrinconado contra la tapia, hasta que una canica terrorista le zurraba la badana. En ese momento el bolón cambiaba de dueño, y el antiguo propietario perdía un rey a cambio de quedarse con todas las canicas fallidas, los muertos de la intifada. Hoy, como ayer, los palestinos se defienden de los tanques a pedradas, David contra Goliat.
¿Qué para qué quiero jugar a regicidios con canicas? Pues quizá porque me he creído el principio de correspondencia hermética de Hermes Trimegisto: “Lo que está abajo es como lo que está arriba”. Normalmente esa ley la aplican los astrólogos para justificar el correlato entre el movimiento planetario y los enamoramientos o divorcios de los humanos, pero yo lo aplicaré a la batalla entre Israel y Palestina. Espadas como labios: palabras como piedras.