martes, 5 de enero de 2016

ME PICAN LOS DEDOS




A veces me encuentro en mitad de la noche vestido con una gabardina negra caminando por una calle desierta. Tengo una misión que cumplir, pero no sé cuál. Siento un hormigueo en los dedos y trato por todos los medios de despejar mi cabeza y averiguar dónde estoy, qué hago aquí.
Oigo unos pasos que se acercan a mi espalda. Me doy la vuelta. De entre la niebla surge una sombra. Es ella. No sé quién es, pero sé que es ella. Ha llegado el momento. El picor en mis dedos es insoportable. Meto mi mano derecha en el bolsillo de la gabardina y saco un cuchillo demasiado grande. No es mío. Estoy perplejo. Mi cuerpo se mueve solo, manejado por una fuerza desconocida. Le clavo el cuchillo a la desconocida en el estómago, luego en el cuello, luego en la espalda, y sigo así hasta 30 veces, como un autómata.
Grito. Me despierto. Otra vez la misma pesadilla. Estoy cubierto de sudor. Me froto los ojos. Me levanto. Estiro los brazos. Me desperezo. Son las tres de la noche. Me calzo. Abro el armario y me pongo la gabardina negra. Saco la motosierra de debajo de la cama y salgo a la calle. Empiezo a caminar. Me pican los dedos.
© Enrique Paez

sábado, 2 de enero de 2016

Se acabó la fiesta




Si después de la navidades tu hermana ya no te habla por culpa de tu cuñado, mata a tu cuñado. Es la solución más limpia, apenas indolora. A él nadie le va a echar de menos, como tú bien sabes.
Si con eso no se resuelve el problema y tu hermana sigue sin dirigirte la palabra, mata a tu hermana. Qué remedio. Es un poco más incómodo, pero suele funcionar.
Si aún así, de modo incomprensible, tu hermana persiste en guardar silencio, entonces te toca a ti. Mátate. Hazlo rápido, sin pensarlo mucho. No prolongues más ese desatino. Suicídate. Se acabó la fiesta.
Ahora bien, procura seguir la secuencia de modo riguroso, que aquí el orden de los factores sí que importa.
© Enrique Páez