martes, 28 de diciembre de 2010

CNN noticias deja de emitir

Yo la voy a echar de menos, desde luego. Siempre veía las noticias en la CNN, desde hace más de 10 años. Era un canal independiente que, en todo caso, poco tenía que ver con la derecha reaccionaria. Los neo-fachas liberales ya están brindando por la muerte de las noticias.
Una pena.
La desaparición del único canal de televisión de noticias en español es una putada.
Yo lo veía.
Esta no es una inocentada del 28 de diciembre, día de los inocentes.
Dicen que perdían 40 amillones de euros cada 3 años.
La información es cultura. La cultura es futuro. El futuro es la esperanza.
Ahora vislumbro un futuro más triste, más callado, sordo, silenciado, desinformado.
Incluso ahora, en estos momentos, estoy viendo la CNN po última vez, resistiéndome a estas últimas horas de emisión, como si estuviera en su velatorio, escuchando las últimas noticias del último día de emisión. Cada vez que aparece un reportero, se despide compungido: "Adiós, hasta siempre, han sido 20 años estupendos, pero esto se acaba".
En estos instantes pasan un reportaje sobre el arte callejero y las pintadas en los muros de Kabul, en Afganistán. ¿Quién va a hacer eso a partir de ahora? Desde luego no va a ser Telecinco, al menos hasta que Belén Esteban vaya a hacerse unas fotos con los talibanes de Kabul. Será con burka. Eso no cuela ni para el día de los inocentes.
Lo que me parece una broma pesada, de muy mal gusto, es que el espacio de CNN noticias se va a ocupar por Gran Hermano 24 horas. Es humillante.
Adiós, CNN, mi cadena de noticias. Toca aguantarse.
A partir de mañana habrá un retroceso en la información y en la cultura de este país, y sabremos muchos menos los unos de los otros.
Quizá solo sea el principio de silencio absoluto.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Citas de Dumas, Alda y Debray

No llego a entender cómo, siendo los niños tan listos, los adultos son tan tontos. Debe ser fruto de la educación.
Alexander Dumas, hijo

La creatividad es el lugar donde nadie ha estado antes. Tienes que salir de la ciudad de tu comodidad e ir a la jungla de tu intuición. Lo que descubrirás será maravilloso. Lo que descubrirás es a ti mismo.
Alan Alda

La idea de que se pueda asegurar una transmisión (cultural) con medios (técnicos) de comunicación constituye una de las ilusiones más habituales de la ‘sociedad de la información’, propia de una modernidad cada vez mejor armada para la conquista del espacio pero cada vez lo está menos para el dominio del tiempo.
Regis Debray: Introducción a la mediología.

martes, 30 de noviembre de 2010

Soy feliz

Esta mañana me he levantado con una certeza. Un descubrimiento. Una epifanía: soy feliz.
Poco más tengo que añadir. That's all.
He tardado 55 años en llegar a ese estado, y es de ley reconocerlo.
No soy el más guapo, no soy el más listo, no soy el más rico. Pero soy feliz.
Que me quiten lo bailado.
Un huracán azota Tenerife y despeina la cumbre del Teide. Don't worry. Yo me siento frente a la ventana, miro hacia la Palma y respiro hondo. No me importa. Soy feliz.
A veces siento un tirón en el dedo central del pie derecho. Es molesto. Duele. Luego se va, y yo vuelvo a ser feliz.
También tengo hipoglucemias, Hacienda me pone multas, el coche se queda sin gasolina, se funde una bombilla, los testigos de Jehová llaman al timbre, me tropiezo con una silla, no logro descargar archivos de Internet, un niño me saca la lengua, la barba me vuelve a crecer a pesar de que me la afeité anteayer, tengo una pesadilla en mitad de la noche, Bea me dice que tengo que hace deporte, Cajamadrid me cobra 20 euros por tener una tarjeta, tengo que podar un árbol que me tapa las vistas de El Sauzal, y Telefónica no me devuelve 180 euros que me cobró ilegalmente. Me voy haciendo viejo.
Con todo y con eso, descubro que soy feliz. Happy.
Pelillos a la mar.
Jorge Guillén era un poeta luminoso, feliz. Quizá por eso se lee poco. A la gente le da rabia.
La gente.
En portugués "A gente" significa "nosotros". Han descubierto, a través de la gramática, un secreto a voces. Cuando alguien dice "A la gente no le gusta..." en realidad suele querer decir "A mí/nosotros no me/nos gusta...". Así que no es un plural de humildad, de trabajos universitarios, ni de dignidad papal, sino de submarinismo, de protección y anonimato entre la multitud. El que tira la piedra y esconde la mano. No soy yo el que lo dice, ¿eh?, ojo, no te confundas, somos nosotros, somos todos, yo solo expreso el sentir general... ¡Y una mierda!
Esto era una digresión, Off the topic, O/T. Volvamos a nuestros corderos (los míos):
La gente prefiere las noticas tristes, los cotilleos dolorosos. Por ejemplo: ¿Sabes? Maripuri tiene un cáncer en una teta, y su marido se ha gastado todo el dinero en putas. Eso sí se comenta. Nunca dicen: ¿Sabes? Jorge tiene agujetas en la polla porque ha estado toda la tarde follando con Lucía y ha tenido tres orgasmos, y ella cinco.
Es verdad que a veces las cosas en su justa medida son preferibles: si te cortan un brazo, malo; si te crece un tercer brazo en mitad del pecho, malo. Con dos es suficiente. Como los orgasmos.
Soy feliz, qué le vamos a hacer, y ni siquiera me siento culpable.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Crítica de "Abdel" en Culturamas

Acabo de leer una crítica de mi novela Abdel en la revista Culturamas, firmada por Por Anabel Sáiz Ripoll. Anabel es Doctora en Filología y Catedrática Lengua y Literatura Española. Hace mucho que conozco su trayectoria profesional, como lectora y comentarista, así que me he puesto más contento que un niño con zapatos nuevos. Muchas gracias, Anabel.

Es una de las mejores críticas que he leído sobre Abdel. Y como me ha gustado tanto, y este es mi blog, pues lo digo, pongo el enlace y doy la vuelta al ruedo. A fin de cuentas estoy en mi casa, y hace mucho que no tengo abuela. Si hay alguien que esté en desacuerdo, lo que puede hacer es escribir otra novela diferente a la de Abdel, publicarla, esperar que llegue a la edición 35, abrir otro blog, y callarse cuando le llegue una crítica favorable. Yo no.

Anabel Sáiz Ripoll comienza su comentario así:

"Abdel es un libro emocionante de esos que crean lectores. Su autor, Enrique Páez, logra imprimir al relato un tono tal de humanidad que lo acerca al lector desde el primer momento. Está recomendado para niños a partir de 12 años, aunque, como siempre se dice, la cuestión de la edad es más un trámite editorial que real. Pensamos que Abdel puede gustar –y mucho- a los adolescentes, dado la trama que maneja."

Coincido sobre todo en el final, donde dice:

"Abdel es, pese a los años un libro continuamente reeditado –ha alcanzado este año la 34 edición- y que, insistimos, no deja indiferente a sus lectores. Por desgracia, lo que nos narra sigue vigente, aunque está bien que alguien nos lo cuente para que quienes habitamos en el llamado primer mundo seamos un poco más tolerantes y un poco más comprensivos."

Puedes leer la crítica completa aquí: Culturamas
Y este es otro blog de Anabel.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Amordazar

Llevo todo el día dándole vueltas a una frase/poema de Carlos Edmundo de Ory:
"Me extraña la palabra amor en el verbo amordazar".
No me parece una frase del tipo de definiciones humorísticas del diccionario de Coll. Grandes hallazgos los de Coll, no digo que no, pero esta es otra historia.
Amor-dazar.
Encontrar amor en un verbo como amordazar parece contradictorio. Eso dice Carlos Edmundo de Ory. A mí también me lo parece.
A no ser que se trate de un juego consentido, un juego erótico de amo y esclavo, de dominación, de sadismo/masoquismo.
Cuando yo tenía 14 años mi hermano Gonzalo me escandalizaba dicendo que "El amor es un diálogo esntre un sádico y un masoquista".
Luego, años después supe que la frase no era suya. Que se la había apropiado. Y que probablemente no fuera diálogo, sino dialéctica lo que decía su autor, quizá Hegel, tal vez Lacan. A pesar de ello nunca dejé de querer a Gonzalo. Ahora está muerto, desde hace demasiado tiempo, y lo tengo enquistado en el hemisferio derecho.
En otro chiste malo y antiguo ella le dice a él: "Anda, Pepe, dime algo con amor..."
Y Pepe contesta: "Con amor... con amor... ¡Amorfa!"
Es un chiste cruel, que humilla los sentimientos. Por eso no me gusta.
En otro, del mismo pelo, decía: "Amor... amor... ¡a morcilla hueles!"
Tampoco me gusta. Por lo mismo.
Me quedo con Carlos Edmundo, que es más profundo, que no busca la risa fácil ni el insulto gratuito.
Amordazar... como hacen todos los tiranos con sus súbditos. Como hacía Fraga con su ministerio de Información. Como hacen todos los asesinos. Amordazar el primer paso. el siguiente es degollar.

martes, 16 de noviembre de 2010

Vergüenza ajena

Siento vergüenza y rabia por la actitud de este gobierno cobarde que abandona, como han hecho todos desde hace 35 años, al pueblo saharaui. Es un delito de genocidio, y ellos son cómplices, y lo consienten.

Me recuerda los tiempos del franquismo, porque en eso no ha habido ningún cambio. Antes con la legión, y ahora con el silencio. Incluso la derecha del PP parece tener más dignidad en ese terreno, aunque sea solo para rascar votos.

Los saharauis son solo dos millones de habitantes, así que al ejército marroquí le va a ser fácil exterminarlos. Ya lo lleva haciendo desde hace 35 años. A fin de cuentas todos los gobiernos de España, sin excepción, miran hacia otro lado, y le venden a los militares marroquís los fusiles y los carros blindados para que puedan hacer su trabajo con menor esfuerzo.

Luego, los cadáveres al desierto. Y para nosotros el olvido y la vergüenza.

Joder, es que se me atraganta la comida cada vez que lo pienso.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Abdel, 35ª edición

Me acaban de llegar por correo dos ejemplares de autor de mi novela "Abdel" (Ed. SM, Barco de Vapor, Serie roja). Edición número 35.

En realidad es como si me publicaran otra vez el libro. El mismo libro. Por trigésima quinta vez. Y no es una edición pequeña, no. Son 10.000 ejemplares, de los cuales dedican 528 a promoción. Hace ya más de cinco años que me dieron la placa de plata de los 100.000 ejemplares vendidos. Dentro de muy poco tendrían que darme otra, por los 200.000, pero no, la editora ya me ha dicho que solo se da la placa de plata a los 100.000 ejemplares. Con los 200.000 se da la enhorabuena. Pues sí, a mí con la enhorabuena me sirve. Y que me den la enhorabuena muchas veces, a ser posible. Yo voy a ser muy agradecido, y voy a invitar a cañas a los editores, a los comerciales, a los de marketing, a los libreros, y a los profesores. Todas las veces que haga falta. Y las que no, también.

No, no me da lo mismo. ¡Cómo me va a dar lo mismo! Que me escriban una carta de la editorial y me digan que se acaban de editar 10.000 ejemplares nuevos de Abdel equivale (para mí, y para cualquier autor al que se lo digan) lo mismo que si me dijeran que me van a publicar 10 libros de golpe, a 1.000 ejemplares cada uno (esa son las tiradas habituales en las editoriales, incluso potentes).

Y eso me sucede todos los años, desde hace más de quince. Muchos años son dos ediciones, porque se agota la primera. Son ejemplares que están ya vendidos de antemano en cientos de colegios e institutos que cada año leen ese libro mío. Son mis lectores, y a veces trato de imaginarlos uno a uno, como un ejército de antirracistas.

Pero lo que muchos no saben (los que han leído el libro sí, claro está) es que el personaje principal, Abdel, que cuenta su historia en primera persona, es un niño saharaui de la misma edad del que murió hace dos semanas en El Aaiúm. La misma edad. El mismo origen étnico. La misma lengua. El mismo conflicto.

Han pasado 17 años desde que escribí Abdel. El niño saharaui muerto bien podría ser el hijo de Abdel. Ya tiene edad para serlo. Ya tiene edad para estar muerto. Han pasado 17 años, y el conflicto del Sahara está igual ahora que cuando escribí Abdel.

En un Instituto de Málaga, en Guadalpín, escribieron hace poco la esquela de Abdel, justo después de leer el libro y conocer la noticia del niño saharaui muerto por la policía marroquí. A mí me entró un escalofrío. En el libro la madre de Abdel muere a manos del ejercito marroquí durante la construcción de la tercera muralla de Hauza, en 1980.

Eso fue hace 30 años. 17 + 13 años. Nada ha cambiado desde entonces. Yo cuento en el libro que la madre de Abdel murió hace 30 años a manos de las fuerzas de ocupación en el Sahara. Eso era ficción, pero tan pegada a la realidad que da miedo. Ahora muere el hijo de Abdel, y tampoco es una ficción, está en todos los periódicos. Por desgracia, la historia de Abdel deja de ser ficción cada día. La madre de Abdel ha muerto cientos de veces desde entonces, ha sido encarcelada, torturada y violada en la cárcel negra de El Aaium miles de veces. A veces se llama Fátima, otras Tebraa, y también Aminetu Haidar.

Yo echaría el fuego mi novela a cambio de que la ocupación del Sahara ya no existiera. Degollaría a mi personaje a cambio de que los saharauis reales fueran libres al fin, dueños de su propia tierra.

Pero no puedo. Solo puedo luchar con mis palabras, con soldados de papel contra balas de verdad. Por cierto, es el gobierno español el que vende esos fusiles al ejército marroquí. Las fábricas de armas españolas se enriquecen vendiendo fusiles y balas a los que disparan contra una población que no hace tanto tiempo, en mi infancia, eran españoles de la provincia número 53: el Sahara Occidental. Son balas españolas las que matan a los saharauis. ¡Qué poca memoria y dignidad la de nuestros gobernantes!

Muchas veces me han preguntado por el personaje Abdel (si era eral o no, si la autobiografía era fiel). Y la verdad es que yo escribí Abdel después de conocer a una muchacho que se llamaba Abdel en Madrid, y que había llegado a España como tantos, como mi propio personaje, en una patera. Cuando presenté el libro en Gran Canaria, en un instituto llenaron el vestíbulo de entrada con arena y levantaron jaimas para recibirme. Y en el salón de actos un muchacho saharaui, llamado Abdel, hizo la presentación. ¿Que si Abdel ha existido? Por supuesto. Cientos, miles de veces. No los he conocido a todos, claro está, pero sé que viven en los campamentos de Tinduf, en Smara, en Villa Cisneros, en el barrio de Lavapiés de Madrid...

Cuando escribí mi novela Abdel, en 1993, tenía la absurda esperanza de que la inmigración desbocada a bordo de pateras/sarcófagos iba a ser un problema puntual. Ahora sé que aquel diagnóstico erróneo fue más un deseo que una predicción acertada. Las pateras y la inmigración crecieron durante los siguientes tres lustros en forma exponencial, al mismo ritmo que crecía la economía. Lógico. Ahora, con la crisis, ha disminuido. Sigue siendo lógico. Los fenómenos de emigración siempre van ligados a la economía, y eso no es una prerrogativa humana, porque también les pasa a las abejas, y a los leones, y a las cigüeñas: la subsistencia manda. Pero lo que quería compartir aquí es un detalle que solo he descubierto casi dos décadas después: al escribir Abdel me planteé un problema técnico que cualquier novelista se plantea al iniciar una novela: ¿Quién será el narrador? Hasta ese momento, en las novelas anteriores, y en las posteriores, siempre había escrito en tercera persona, con un narrador más o menos omnisciente. Es el narrador más habitual (no el único) de la literatura: ese que se sitúa detrás de una nube, y desde allí lo ve y lo oye todo. Incluso sabe lo que piensan los personajes. A veces llega a ser tan omnisciente que sabe hasta lo que los personajes no saben de sí mismos, lo que el futuro hipotético les podía haber reservado si las cosas hubieran sucedido de otro modo. Una especie de ficción dentro de la ficción. Pero para escribir Abdel deseché a ese narrador cómodo y habitual en tercera persona, el mismo que utilizamos para contar el cuento de Caperucita: “Iba Caperucita caminando por el bosque cuando se encontró con el lobo en medio del camino…” Y decidí pasar de la tercera persona a la primera. Abdel narraría su historia en primera persona. Así pues la novela empieza con un definitivo:

“Vivo en un cementerio, aunque no soy un muerto. Tampoco el enterrador. Soy un hijo del desierto escondido entre las tumbas de Marbella. Puede que la situación suene graciosa, pero no lo es en absoluto. Mi padre está en la cárcel. Yo soy menor de edad en un país extranjero, inmigrante ilegal, y sin documentos que me identifiquen. La policía me busca. Una banda de traficantes de droga me busca. Si alguno de ellos me encuentra estaremos perdidos, mi padre y yo…”

Decidir acerca de un punto de vista del narrador en una novela no es algo caprichoso, que se decida al azar. Tiene que ver con la novela en sí misma, con las intenciones del autor, con el mensaje que se quiera trasmitir. La tercera persona es más objetiva, más lejana (es otro, el narrador escondido detrás de la nube, el que cuenta la historia del protagonista); mientras que la narración en primera persona es directa, inmediata, sin intermediarios. A mis alumnos de narrativa del Taller de Escritura de Madrid siempre les ponía un ejemplo trágico para que me entendieran:

Si Fernando nos cuenta con voz quebrada, al encontrarnos casualmente con él en la calle, que se acaba de enterar de que Elisa, una amiga común, tiene cáncer terminal, y que le quedan tres meses de vida, la noticia caerá sobre nosotros como un mazazo. Pobre Elisa, dirás, pensaremos. La escena del encuentro en la calle con Fernando de pronto será impactante y trágica, debido a las noticias que Fernando transmite. Eso será una narración en tercera persona. Pero si en lugar de Fernando, es a Elisa a la que nos encontramos en la calle, y es Elisa en persona la que nos dice, con voz rasgada, que se acaba de enterar de que tiene cáncer, y que el médico le acaba de confirmar que le quedan apenas tres meses de vida… En ese caso la noticia nos llega con un impacto mucho mayor, porque ya no es una tercera persona de la que nos habla Fernando, nuestra común amiga Elisa, la que va a morir en breve, sino que es la propia Elisa, que tenemos delante de nuestros ojos, la que nos dice: “Me voy a morir. Me quedan tres meses de vida”.

Decidí escribir en primera persona la novela Abdel precisamente por eso: porque quería que a los lectores les llegara su historia de primera mano, sin intermediarios, con toda la emotividad íntegra, sin distanciamiento posible. Quería que el conflicto de la inmigración le llegara a los lectores como una bofetada, no como un artículo sociológico en la prensa. O dicho de otro modo: No quería hacerles pensar con la cabeza, sino hacerles sentir con el corazón.

A eso, evidentemente, se le llama manipulación. Y sí, los escritores manipulamos. Los escritores escogemos un narrador u otro dependiendo de nuestros objetivos. No existen narradores objetivos, neutros, historiadores con las manos blancas. Por más que se pretenda una objetividad absoluta, incluyendo la desaparición del narrador o del locutor, eso nunca significará una objetividad o imparcialidad: la propia selección de la historia, la selección de los adjetivos, los personajes, el argumento, la secuenciación… todo está contaminado, todo es subjetivismo, todo es manipulación. A lo más que podría aspirar un autor objetivista es a pretender desconocer que él es un transmisor de mensajes invisibles que se esfuerza en desconocer. En ese caso más le valiera leer a Pierre Bourdie y dejar de jugar al escondite con los lectores.

Pero el segundo motivo por el cual escogí narrar en primera persona esa novela tiene que ver con la inmigración como profesión, como escritura. Todos los escritores somos emigrantes. Inmigrantes en el territorio ignoto de nuestras novelas. Duplicados de Ulises perdidos en el mar de las letras. Autores del mismo palimpsesto, repetidores de la escritura de la misma novela eterna, de la misma Odisea, de la misma vida que sale del útero, de la escuela, de la casa de los padres, de la seguridad en el trabajo y en la salud.

Tras los atentados del 11-M en Madrid publiqué un microcuento titulado La Odisea II. Lo transcribo aquí porque creo dibuja el círculo de inmigrantes que va desde la Odisea hasta Abdel:

“Ulises sigue buscando las playas de Ítaca. Han pasado 28 siglos desde que perdió el rumbo. De vez en cuando le parece que ha llegado, que está de nuevo en la tierra prometida, pero Eolo hace que la patera vuelque, y Poseidón disfrazado de patrulla costera lo recoge y lo devuelve al origen, al mundo perdido, otra vez lejos de Ítaca.”

viernes, 12 de noviembre de 2010

Festival EÑE en el Círculo de Bellas Artes

Mañana sábado, Bea estará contando cuentos (dos sesiones, por la mañana), en el Círculo de Bellas Artes, Madrid. Organizado por el Instituto Cervantes. No os lo podéis perder.

Autor/es: Paola Maulén

Fechas

13/11/2010 (De 11:00 a 20:00 h)

Lugar

Círculo de Bellas Artes (Madrid) - Sala Juana Mordó
Alcalá, 42
28014 Madrid
(ESPAÑA)

Lobos y dragones en el Festival Eñe

Programa monográfico

El programa de actividades de Literatura Infantil y Juvenil del Instituto Cervantes que ha recorrido gran parte de nuestros centros del exterior aterriza en Madrid para formar parte del Festival Eñe, el festival literario más importante de Madrid. A lo largo de todo el sábado 13 de noviembre, escritores, ilustradores, artistas y cuentacuentos acercarán la literatura a los más pequeños de una forma creativa y alejada de convencionalismos.

11:00 - 12:30 h: Taller de Ilustración: El arte de ilustrar historias es un aspecto. Público abierto, aforo máximo 25 niños.

12:30- 13:15 h: Sesión de Cuentacuentos (I). Niños de 6 a 8 años, aforo máximo 25 niños.

13:15- 14:00 h: Sesión de Cuentacuentos (II). Niños de 9 a 11 años, aforo máximo 25 niños.

16:00 - 17:00 h: Sesión Literatura y Cinco Sentidos (I).. Niños de 6 a 8 años, aforo máximo 25 niños.

17:00 - 18:00 h: Sesión Literatura y Cinco Sentidos (II). Niños de 9 a 11 años, aforo máximo 25 niños.

18:00 - 19:00 h: Sesión Encuentro con el autor: Fábulas y Fabuladores (I) . Niños de 6 a 8 años, aforo máximo 25 niños.

19:00 - 20:00 h: Sesión Encuentro con el autor: Fábulas y Fabuladores (II). Niños de 9 a 11 años, aforo máximo 25 niños.

Participantes

Violeta Monreal , Escritora , Ilustradora
Pablo Albo
, Cuentacuentos , Escritor
Beatriz Montero
, Actriz , Cuentacuentos
Nidia Ramírez
, Artista

Entidades Organizadoras

Instituto Cervantes (Madrid)



Programa ampliado de la actividad

Inscripciones a todos los talleres de 10.00 a 14.00 h.

Entrada gratuita


jueves, 11 de noviembre de 2010

Carlos Edmundo de Ory, in memoriam

Acaba de morir. Era de Cádiz, poeta, futurista, dadaista y de una sensibilidad exquisita. Fundador del postismo.
A mí me gustaba mucho. Me parecía cercano al surrealismo, al dandysmo y a los registros infantiles.
Hace años (casi 10) insistí para que en uno de los libros de texto en los que yo era coautor, de 1º de la ESO de Lengua y Literatura (Ed. SM), incorporaran uno de sus poemas, un atorretrato extraño de Carlos Edmundo de Ory:

FONEMORAMAS

Si canto soy un cantueso
Si leo soy un león
Si emano soy una mano
Si amo soy un amasijo
Si lucho soy un serrucho
Si como soy como soy
Si río soy un río de risa
Si duermo enfermo de dormir
Si fumo me fumo hasta el humo
Si hablo me escucha el diablo
Si miento invento una verdad
Si me hundo me Carlos Edmundo.

(c) Carlos Edmundo de Ory

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Foto Paco Torrente

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Lagartijas

Me quedé dormido en el suelo. Bea dice que ronco, y seguro que es verdad. Abrí la boca, y relajé la epiglotis y los músculos cricoaritenoideos, dejando libre el paso hacia la laringe. Una lagartija entró, creyendo que era su casa. Por ir al norte fue al sur, creyó que el trigo era agua, se equivocaba. Bajó garganta adentro hasta llegar al estómago. Estaba preñada. Hizo nido. Puso huevos. Me hacía cosquillas en la tripa.
Ahora tengo ocho lagartijas hambrientas. Ya no cago: se lo comen todo. Estoy quedándome en los huesos. Son insaciables.
Han empezado a reproducirse. Son muchas. Algunas se me escapan por el culo. No sé qué hacer. Tal vez debería comerme un gato, o una serpiente, o una colección de hormigas carnívoras, y que las exterminen.
Han empezado a comerse el páncreas. Lo sé porque me vuelto diabético de la noche a la mañana. Son ellas. Hay que joderse.

martes, 9 de noviembre de 2010

Noche de bodas

En mi noche de bodas descuarticé al gato, acuchillé a mi perro y degollé a mi caballo. Parecía que iba a ser un mal día, pero finalmente mi mujer me lavó las manos. No es tan brava como dicen. A la mañana siguiente mi padre y mi suegro vinieron a verme. Les abrió la puerta mi mujer, y les pidió que bajaran la voz. Mi suegro subió a felicitarme. “Eres un clásico”, me dijo.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Llamada de auxilio desde el campamento Gdeim Izik (Sahara Occidental)

Transcripción de una llamada pidiendo auxilio de un español a su consulado en Marruecos desde el campamento Gdeim Izik (Sahara Occidental).
Si es cierta (y tiene todo el aspecto de serlo), se encuentra entre el surrealismo y el abandono total. El gobierno español, ahora igual que hace 35 años, es cómplice y cierra los ojos ante el genocidio.

Fuente: www.saharathawra.com . Fecha: ayer, 7 de noviembre de 2010:

"Llamada al teléfono de emergencias del consulado de España en Rabat / teléfono de emergencias 00 212 660 915 647

Javier García.- Soy un ciudadano español que llama para informarles de la inminente entrada del ejército marroquí en el campamento de protesta que está a las afueras de El Aaiún. Supongo que saben que en ese campamento se encuentran ciudadanos españoles. ¿Quiere que les dé sus nombres? Les llamo para que se personen inmediatamente y aseguren la integridad de dichos ciudadanos.

Consulado.- Bueno, pues mande usted un escrito al consulado y a la embajada y mañana nos haremos cargo.

Javier García.- Oiga, le estoy diciendo que se trata de una intervención militar con armas y que los españoles corren peligro de ser asesinados.

Consulado.- Y, ¿qué quiere usted que hagamos si El Aaiún está a más de mil kilómetros de Rabat?

Javier García.- Pues es que he llamado al consulado de Agadir, que es el que está más cerca, y me han dicho que les llame a ustedes.

Consulado.- Pues es que Agadir está a más de 600 kilómetros.

Javier García.- Pues envíen ustedes un efectivo en avión y persónense inmediatamente allí.

Consulado.- Bueno, envíe el escrito y ya lo veremos mañana.

Javier García.- Pues le enviaré el escrito y también enviaré otro a los medios de comunicación para que quede evidencia de lo que se preocupa el Ministerio de Asuntos Exteriores de los ciudadanos españoles que corren peligro.

Consulado.- Vale, vale. Adiós."

viernes, 5 de noviembre de 2010

Una tortuga en tu buzón

Te encuentras una tortuga en el buzón. Es una tortuga verde oscura del tamaño de la mano de un niño de diez años. No sabes cómo ha llegado hasta allí, porque las tortugas no trepan por las paredes, y además esa tortuga no cabe por la rendija de las cartas, eso salta a la vista.

No sabes qué hacer, no te la puedes llevar a la oficina, te juegas el puesto. Marta, la jefa, es una histérica, y no soporta ni a las moscas. Aún te acuerdas del día en que el hijo de Walter se presentó en la sucursal con una lagartija que saltó de sus manos a la moqueta. Tardasteis media hora en recuperarla, mientras Marta chillaba y pataleaba encima de su mesa, y se levantaba las faldas sin darse cuenta de que la visión de su tanga rojo os hacía perder más tiempo del que necesitabais.

La tortuga de tu buzón parece más tranquila, desde luego. Con tal de volver a ver el tanga rojo de Marta te la llevarías sin dudarlo en el bolsillo de la chaqueta, pero no te atreves. Además, a la tortuga se le caza en seguida, y la fiesta se acaba pronto.

Te la quedas mirando sin saber qué hacer. Ella también te mira. Tiene la cara triste, y parece como si quisiera hablar, decirte algo. Ella o él, porque averiguar el sexo de una tortuga no es nada fácil. Ni siquiera cuando eras un enano y jugabas con las dos tortugas de tu amigo Óscar lo llegaste a saber. Si tuviera un pequeño palillo colgando entre dos guisantes peludos sabrías que es un macho, y si tuviera una herida que sangra cada mes cerca del culo, hembra. Pero no, las tortugas no facilitan pistas. Son travelos biológicos.

Cierras el buzón con la tortuga dentro y vuelves a subir a casa a la carrera. Vas a llegar tarde al trabajo, pero no puedes dejar a la tortuga allí encerrada todo el día muriéndose de hambre y sed. Tampoco la puedes dejar en casa, en un cajón, porque no es tuya, y porque acabaría cagándose en todas partes. Además, no aguantas su olor de agua estancada. Ni tú ni Marcelo, ni la novia de Marcelo, que protestarían como tú si fuera ellos los que meten un bicho en casa. Para una vez que encuentras unos compañero de piso que son ordenados y no montan fiestas, no vas a empezar ahora a estropear la convivencia. Ya en la cocina arrancas una hoja de lechuga, y rellenas con agua la tapa de un bote de mayonesa de cristal. Bajas al portal. Por el camino se te cae la mitad del agua, pero no puedes hacer más. Se te está haciendo tarde. Abres el buzón y le pones a la tortuga la lechuga y el agua dentro. Si muere no va a ser por tu culpa.

--No sé cómo cojones has llegado hasta aquí, pero a mí no me vas a arruinar la vida --le dices a la tortuga antes de cerrar la puerta del buzón con llave.

Has cometido el primer error, aunque todavía no lo sabes: Has hablado con la tortuga, como si ella pudiera entenderte. Ya solo te falta ponerle un nombre. En el coche, en el trayecto hacia la oficina, te haces preguntas sin respuesta. ¿Quién ha metido una tortuga en mi buzón? ¿Alguien que me quiere gastar una broma ridícula? ¿Alguien a quien debí haber contestado una carta y aún no lo he hecho, y me dice que soy como tortuga? No es posible. Nadie esconde tortugas en los buzones para sugerir sin ofender que debías contestar una carta desde hace tiempo. Ni siquiera en las pesadillas surrealistas sucede eso.

Podría haber sido un vecino. Alguno que quiere deshacerse de la mascota de su hijo, harto de encontrarse pequeñas bolitas de mierda por toda la casa, y que no se ha atrevido a matarla ni a tirarla por una alcantarilla. Dicen que la respuesta más sencilla suele ser la correcta. Una tortuga abandonada, como si fuera un recién nacido depositado en el torno de un hospicio. El que haya sido en tu buzón quizá se deba solo al azar.

Tendrás que estar atento a si algún niño llora en la comunidad de vecinos, y reclama su tortuga perdida. Tendrás que aplicar la oreja a las paredes y las puertas. Llamarán a la tortuga por su nombre, todos los animales familiares tienen nombre. Incluso los cuñados y las primas de Valladolid tienen nombres, así que mucho antes el niño le habrá puesto nombre a su tortuga. Casiopea, Aquiles, Clementina, Fittipaldi. No hay tantos nombres para tortugas. Gertrudis, Burocracia, Casimiro. Suelen ser nombres sonoros y antiguos, a juego con la especie.

Pero nadie tiene la llave de tu buzón, al menos que tú sepas. Tal vez los anteriores inquilinos de tu apartamento, pero tú ya llevas mucho tiempo viviendo allí. ¿Para qué va a regresar alguien desde el pasado a depositar una tortuga en tu buzón?

En cierto modo los cerrojos de los buzones tampoco son mecanismos complejos de cajas fuertes, así que cualquiera podría abrirlo. Cualquiera con unas mínimas habilidades manuales, claro. Tú no. A ti te cuesta abrir hasta una caja de galletas, así que de una cerradura mejor no hablamos.

Pero ¿quién va a querer meter una tortuga en tu buzón? ¿Será una tortuga-bomba, una tortuga yihadista? ¿Será un regalo? No, no tienes enemigos, al menos no tan exquisitos como para andarse con rodeos de ese tamaño. Tampoco está cerca tu cumpleaños. No tienes respuestas para el enigma.

La tortuga tampoco ha podido llegar allí ella sola. No es posible. Tampoco puede haber crecido dentro, que estuviera allí desde hace tiempo, y se ha hecho tan grande que ya no puede salir por la rendija de las cartas, y no puede ser porque está en tu buzón, lo abres a diario, y una tortuga no crece meses y meses dentro de tu buzón sin que te des cuenta. No eres tan ciego. No de esos, al menos.

La tortuga es un aviso, concluyes. Una advertencia. Un mensaje cifrado, tan grave que no puede ser dicho de golpe, así por las bravas. Si averiguas qué quiere decir, qué significa, habrás descubierto el acertijo.

Llegas tarde al trabajo, como sospechabas, y la jefa, Marta, te echa una bronca de cuidado. Ha dormido mal, y decides capear el temporal. Pasas el día atontado, pensando en la tortuga. Marta te persigue y te machaca con que cada día eres más torpe, que si tienes meningitis. Gruñe como un conejo, y muerde los lápices hasta dejarlos astillados. Al final te cabreas. Tiras una remesa de facturas al suelo, y te pones a recogerlas despacio, solo para mirar debajo de las mesas y comprobar si hoy también lleva el tanga rojo. Pero no, hoy lleva bragas blancas de algodón, con una mancha roja en el centro. Parece la bandera de Japón, pero no lo es: tiene la regla. Estás jodido. Hoy la bruja no te va a pasar ni una. Pero tú no puedes controlarte. La tortuga te tiene sorbido el seso.

¿Qué coño te quiere decir la puta tortuga? No lo sabes, y ahora eres tú el que se come todas las uñas antes de que llegue el mediodía. El día transcurre con lentitud agonizante, y el nudo del estómago cada vez te asfixia más. A última hora sales disparado, ya tenías todo recogido media hora antes de que terminara la jornada. Te vas sin despedirte, no vaya a ser que te entretengan.

Te subes al coche con taquicardia. Quieres regresar a casa cuanto antes. Quieres volver a ver a la tortuga encogida dentro del buzón, no vaya a ser que te la hayas imaginado. La revisarás a fondo, a ver si tiene algún mensaje escrito en el dorso de su caparazón y que no hubieras visto por la mañana. Te fijarás en los detalles, preguntarás a los vecinos, a Marcelo, a tus hermanas. Esa tortuga no va a poder contigo. Si es preciso le retorcerás el cuello y le taladrarás el caparazón con un berbiquí hasta que cante. ¿Qué tienes que decirme? ¡Habla ya, hija de puta! Sabrás cómo tratarla para que confiese.

El semáforo está en rojo, pero no lo ves. Te lo saltas a más de noventa kilómetros por hora. Te estrellas contra una furgoneta de reparto de Electrodomésticos Bezoya. Y es entonces, un segundo antes de morir, cuando se hace la luz y de pronto lo ves claro. Era un mensaje evidente, venido del más allá. Una advertencia, tal y como sospechabas, a la que no has hecho caso, y eso a pesar de que era más que evidente: Que vayas más despacio, o acabarás antes de tiempo. Con suerte, eso sí, te reencarnarás en tortuga, y te enviarán a cumplir una misión clandestina en el buzón de un amigo.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Tres haikus contemporáneos


Derecha e izquierda
pactan un huevo alcalde
hermafrodita.

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Siglo XXI:
trel mil niños suicidas
no son noticia.

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Novias violadas
bajo la luna llena.
Llega la noche.

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La muerte de una cuentacuentos

Se llamaba María del Mar Ameijeiras Sánchez, aunque en casi ningún periódico cita su nombre. Murió el pasado 30 de octubre. Yo lo supe a través de Soledad Felloza y de Ipe Ibarlucea, dos cuentacuentos que se hicieron eco de la noticia. Su muerte parece una muerte colateral del viento en Galicia, un accidente laboral de una cuentacuentos que decoraba el interior de una carpa donde después debía actuar. Que no tenga nombre, sino simplemente sexo (mujer), edad (39 años), procedencia (Vigo), empresa para la que trabajaba (Barafunda), y oficio (cuentacuentos), tiene cierta lógica insensible. A fin de cuentas quien se dedica al oficio de cuentacuentos con frecuencia desaparece detrás de su oficio y de los cuentos que cuenta. No importa quién cuenta, sino qué cuenta. A eso se le llama invisibilidad. No conozco los rasgos de la cara de María del Mar, no hay fotos. No sé cómo eran sus ojos, ni su sonrisa, ni si tenía marido, hijos, hermanos, padres… Nunca la oí contar. Nunca la oí nombrar. Solo sé que contaba cuentos, y que no pudo realizar su última función.

El ayuntamiento de Marín, lugar del accidente, no contrató a María del Mar Ameijeiras Sánchez, sino a una compañía (Barafunda), que a su vez subcontrató a María del Mar. No tengo la más remota idea de cuáles eran las condiciones de contratación, ni si María del Mar pertenecía a Barafunda mucho más allá de ese contrato. Me da igual. No viene al caso. Hubiese muerto igual si fuera la mujer del jefe, la novia del hijo, la dueña de la empresa o una empleada puntual. El viento sopla, tumba la carpa, hace volar los soportes de hierro, golpea en el pecho a María del Mar, la lanza a cinco metros de altura, la estrella contra unas verjas de baloncesto, la deja caer desde esa altura, y la mata. Así de simple: un golpe de viento. Así de frágil es el cuerpo humano. Así de inconscientes son los técnicos del Ayuntamiento que permitieron levantar una carpa con alerta naranja de viento en Galicia.

Lo que me llama la atención, sospecha que ya tenía desde hacía tiempo, es que el nombre es ignorado en casi todos los informativos. No existe. Parece que no importa. Es otro muerto, sin más, y como mucho se ofrecen unos datos para las estadísticas: mujer, 39 años, de Vigo, cuentacuentos.

A nadie debía de extrañarle. A fin de cuentas los cuentacuentos siguen perteneciendo a la vieja estirpe de los titiriteros, feriantes y tramoyistas que van de pueblo en pueblo, de fiesta en fiesta. Esta era la celebración del Samaín en la localidad pontevedresa de Marín, festejo celta, paralelo al Halloween en Galicia. Los cuentacuentos feriantes son una tradición antigua y universal. En Canadá y Alaska los llaman “storm fool” (locos de la tormenta), porque se les espera durante las borrascas, son los únicos que consiguen establecer contacto y mantener los lazos culturales y de comunicación en las comunidades de habitantes dispersos, pobladores totalmente aislados durante el invierno, cerca ya de los casquetes polares. En Japón eran los kamishibai que en bicicleta recorrían los poblados dispersos desde el siglo IX hasta mediados del siglo XX. Se dice que hubo más de 50.000 cuentacuentos kamishibais entre 1930 y 1950, la edad de oro del gaito kamishibai. En 1950 llegó la televisión, el denki kamishibai, o “kamishibai eléctrico”, y las bicicletas con el teatro de papel se redujeron hasta casi desaparecer. La televisión fue la guadaña del cuentacuentos.

Hace dos meses, en la reunión de los coordinadores de la Red Internacional de Cuentacuentos en Brasil, la coordinadora de la India, Geeta Ramanujam, nos decía que eso mismo estaba sucediendo ahora en la India: las madres y los abuelos prefieren dejar a los niños frente al televisor, el kamishibai eléctrico, en lugar de seguir contando cuentos. No está tan claro que los niños también lo prefieran, pero así son las cosas en el siglo XXI, da lo mismo que hablemos de India, Japón, México o Francia.

Algunos cuentacuentos, no sin razón, se resisten a ese destino: el de la invisibilidad, la marginalidad, el desamparo, el anonimato y la muerte sin reconocimiento. Los cuentacuentos, a fin de cuentas, también comparten los mismos sueños de los actores, músicos, bailarines y tantos otros habitantes de la escena: un nombre, un caché, un reconocimiento social… Los cuentacuentos tienen por oficio subirse a escenarios, o transformar rincones de parques y bibliotecas en escenarios transitorios y urgentes, para contar historias propias y ajenas a cambio de aplausos y una soldada que les permita pagar el alquiler y hacer la compra una vez a la semana. Tienen un amor incondicional por la escena y las bambalinas, y poseen la versatilidad suficiente como para ser capaces de transformar casi cualquier espacio en un lugar de cuento. Que sean capaces de trabajar en esas condiciones no significa que les guste: tontos no son. Prefieren un teatro a un gimnasio; una biblioteca a una carpa de feria, una capilla a un comedor escolar. Conocen las reglas de su oficio, y el hecho de que sean animales escénicos todoterreno no significa que no tengan preferencias acerca del espacio y del público.

María del Mar Ameijeiras Sánchez estaba decorando la carpa por dentro cuando murió, asesinada por las bambalinas. Muerte en acto de servicio. Estaba en el ejercicio de habitar lo inhabitable. Antes de contar conviene amueblar el espacio, hacerlo más acogedor, más entrañable, más creíble, más apto para el mundo de los cuentos. La decoración del espacio es importante: también nosotros decoramos nuestras casas para hacerlas más acogedoras. Se sabe que en algunos barracones de los campos de exterminio nazis se contaban cuentos, pero eso no significa que esas sean las mejores condiciones para la recepción de cuentos. Se sabe que en aquellos barracones en los que había un cuentacuentos que contaba historias a sus compañeros, la supervivencia fue mayor. Los cuentos lograron que la esperanza, los sueños y las ganas de vivir se mantuvieran más allá de los planes de exterminio. Los cuentacuentos también funcionan como medicina, como salvoconducto, como esperanza de vida. Es un oficio sanador en muchos aspectos.

Yo escribo y publico libros infantiles desde hace más de 20 años. Es mi oficio. Soy escritor, y la mayor parte de mi producción y de mis derechos de autor provienen de esa especialidad: la Literatura Infantil y Juvenil (LIJ). Medio millón de libros vendidos me permiten vivir de los derechos de autor, así que sé lo que hablo. Y llevo años, muchos años, escuchando la misma queja constante en buena parte de los escritores de LIJ: la invisibilidad de su oficio. El ninguneo de la crítica. La inexistencia en la prensa. El desprecio de sus compañeros de oficio (los de la literatura de adultos). Y tienen razón: Por un lado parece que muchos identifican al creador con su público, por lo que le adjudican a los autores de LIJ la misma consideración y capacidad mental que a los niños: o sea, que los autores de LIJ son de inteligencia escasa, blandengues, en proceso de formación, generadores de subproductos pseudoliterarios cuya función no pasa de ser educativa y formadora antes que estética y literaria. Por otro lado, los niños leen historias, no autores (en gran medida, aunque con excepciones). Los niños no siguen a los autores, sino a los personajes y a los géneros. Los hay, claro que sí, lectores voraces de Laura Gallego o de Jordi Sierra i Fabra, pero son la excepción. A la mayoría les gusta Manolito Gafotas (no Elvira Lindo), y Harry Potter (no J. K. Rowling).

A los cuentacuentos les pasa lo mismo. Al margen de las denominaciones (depende de los países, se hacen llamar cuentacuentos, contadores, narradores, cuenteros, cuentistas, juglares, kamishibais, griots y hasta etnopoetas), lo que sí es común es la inexistencia y el anonimato para casi todos, menos para los miembros de su mismo oficio, claro está. Le pasa lo mismo que a los titiriteros. No hay cuentacuentos poderosos, ni millonarios, ni mediáticos. Son nadies que trabajan a favor del cuento, la animación a la lectura, la propagación de la tradición oral y la literatura universal. Les gusta ver cómo disfruta su público (niños o adultos), pero sienten un arañazo en el orgullo cuando ven que su nombre no parece en los carteles, cuando nadie les nombra por su nombre (solo son el/la cuentacuentos de turno). Son el relleno en la verbena del ayuntamiento, el canguro que se ocupa de entretener y hacer reír a los niños, el payaso contemporáneo, la abuela de alquiler.

Algunos se quejan. Con razón. Duele no ser nadie. Escuece no existir. Es una perplejidad incómoda, un vacío que se extiende desde el desfondamiento hasta la inexistencia. Un oficinista o un granjero lo tienen más fácil, porque no han escogido sus oficios para que le recompensen con aplausos. Son nadie en el trabajo a cambio de ser todo en casa. Está bien: no todos tienen alma exhibicionista. Los escritores sí, y los actores, los músicos, los políticos, los cuentacuentos también. No hay nada malo en ello. Es una aspiración personal neutra, ni buena ni mala. Está tan exenta de significado y valor en sí mismo como el cultivo de geranios o la degustación de champiñones. Eso es algo que no influye en el futuro de la literatura, ni de la profesión. Es un hecho, sin más.

María del Mar Ameijeiras Sánchez no ha muerto por ser cuentacuentos, pero ha muerto trabajando como cuentacuentos. Preparando una sesión. Decorando el escenario. Repasando el repertorio. Y de pronto la estructura se le cayó encima. Una estructura endeble, como el oficio, que hasta el soplo de un lobo gallego, un soplo de viento, la tumba. Caperucita esta vez fue derrotada por el lobo, pero todos los que escucharon sus cuentos la tienen en su memoria. Y también todos los que cuentan cuentos, sus compañeros y compañeras de oficio, que continuarán su trabajo a favor de un mundo mejor, como en los cuentos. Aunque sus nombres nunca lleguen a ser reconocidos, sin personalismos, porque su trabajo se extiende y se prolonga a lo largo de todos los siglos de la historia en el pasado, en el presente y en el futuro. María del Mar Ameijeiras Sánchez es la imagen de todos los cuentacuentos, y ahora está muerta. Nos quedan los cuentos.

lunes, 1 de noviembre de 2010

La mano

Hay una mano que no puede ser mía, pero que habita al final de mi brazo, que escribe disparates y confiesa crímenes irracionales. No puedo controlarla. Miente mucho. Se inventa las cosas.
A veces me inculpa de delitos de sangre que yo jamás he cometido, y se crece con detalles que jamás podré rebatir.
Otras veces desvela secretos vergonzosos de mí que nadie sabe, excepto yo mismo, y tengo miedo de que se entere mi familia, el jefe, los vecinos.
He tenido que exiliarme muchas veces. No puedo echar raíces en ninguna parte, porque siempre tengo miedo de que esa mano delatora me incrimine en cuando crimen absurdo se le ocurre, y que confiese mis pensamientos clandestinos a los cuatro vientos.
En ocasiones, y eso es lo que más me asusta, escribe sobre mí como si fuera yo, y cuenta cosas que me cuesta reconocer, pero que al leerlas descubro que son así, y que esa mano sabe de mí más que yo. Estoy a su merced. Quiere arruinarme la vida.
He intentado pedir ayuda, pero tengo miedo de acabar en la cárcel o en el manicomio. Esa mano no es mía, lo juro. No le hagan caso. Miente. Se lo inventa todo, y no sé de dónde lo saca.
Hay días que me gustaría amputarla y arrojarla a la olla del cocido.
Me desnuda. Me estrangula. Me está matando.
Incluso me deja notas con órdenes tajantes en la puerta del frigorífico: haz esto, o aquello.
No lo soporto más. Lo último que ha escrito es el colmo: Dice que quiere escribir una novela. No sé qué hacer. De vez en cuando le doy el mando del televisor, para que se entretenga.
A ver si se calla.

Sakineh Ashtiani va morir

Mensaje de solidaridad promovido por el grupo Avaaz:

24 horas para salvar a Sakineh

¿Sabes que Irán podría ejecutar a Sakineh Ashtiani hoy mismo?

Acabo de enviar un mensaje urgente a los aliados de Irán y potencias clave para que intervengan y ayuden a resguardar la vida de Sakineh. Por favor, lee el texto de abajo y únete enviando tu mensaje ahora:

http://www.avaaz.org/es/24h_to_save_sakineh/98.php?CLICKTF

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Queridos amigos y amigas,

Mañana, Irán podría finalmente ejecutar a Sakineh Ashtiani.

Nuestra movilización mundial ayudó a detener la injusta sentencia que la condenaba a ser lapidada el pasado Julio. Ahora nos restan horas para salvar su vida.

Gobiernos aliados de Irán y otras potencias internacionales clave son nuestra última esperanza. Ellos podrían persuadir a Irán acerca del alto costo político que tendría esta ejecución. Haz clic abajo para pedirles que actúen con urgencia, y reenvía esto a todos tus conocidos. Te llevará 3 minutos. Puede que nosotros representamos su última oportunidad de vivir.

http://www.avaaz.org/es/24h_to_save_sakineh/98.php?CLICKTF

El caso por adulterio de Sakineh es una trágica farsa, repleta de violaciones a los derechos humanos. Primero, fue sentenciada a la lapidación. Pero el gobierno iraní se vió forzado a revocar la sentencia ante el revuelo mundial generado por sus hijos en contra de ese juicio absurdo. Sakineh no hablaba la lengua usada en la corte que la juzgaba y, además, los supuestos incidentes relacionados con el adulterio ocurrieron después de que su marido falleciera.

Luego, su abogado se vio obligado al exilio, y la fiscalía presentó otra acusación fraudulenta que la condenaba de nuevo a la pena de muerte: el asesinato de su marido. A pesar de haber sido juzgada dos veces por el mismo cargo (Sakineh ya está cumpliendo una condena por su presunta complicidad en este crimen), Sakineh fue torturada y forzada a aparecer en la televisión nacional "confesando" y declarándose culpable. Desde entonces, el régimen ha detenido a dos periodistas alemanes, al abogado de Sakineh y a su hijo, quien valientemente ha liderado la campaña internacional para salvar a su madre. Todos permanecen en prisión, y el hijo de Sakineh y su abogado también han sido torturados, sin que puedan ejercer su derecho a un abogado.

Ahora, activistas por los derechos humanos en Irán nos acaban de informar que las autoridades de Teherán ha emitido la orden de ejecución inmediata: Sakineh está en la lista y mañana es el día previsto para su ejecución.

Nuestra persistente campaña llevó a Irán a abandonar la condena de lapidación Sakineh y logró capturar la atención de los líderes de los países con influencia sobre Irán, como Turquía y Brasil. Alcemos de nuevo nuestras voces para detener este tratamiento inhumano y su muerte, lograr su liberación, la de su abogado, su hijo y los periodistas alemanes. Envía un mensaje y comparte este llamamiento urgente con tus amigos y familiares:

http://www.avaaz.org/es/24h_to_save_sakineh/98.php?CLICKTF

Las protestas ciudadanas masivas poseen la autoridad moral necesaria para detener la comisión de crímenes atroces. Usemos estas horas para enviar un mensaje claro - el mundo está observando y estamos juntos hoy para salvar la vida Sakineh y luchar contra la injusticia en todas partes.

Con esperanza y determinación,

Alice, Stephanie, Pascal, Giulia, Benjamin y todo el equipo de Avaaz.

Más información:

"Irán: Ashtiani puede ser ejecutada mañana", AnsaLatina:
http://www.ansa.it/ansalatina/notizie/rubriche/mundo/20101102182735169944.html

"Ashtiani será ejecutada el miércoles", EuropaPress:
http://www.europapress.es/internacional/noticia-ashtiani-sera-ejecutada-miercoles-20101102121345.html

"Se teme ejecución de mujer condenada a lapidación en Irán para mañana", El Tiempo:
http://www.eltiempo.com/mundo/medio-oriente/se-teme-ejecucion-de-mujer-condenada-a-lapidacion-en-iran-para-manana_8258321-4

viernes, 29 de octubre de 2010

Mal día. Hoy no he escrito nada. Mañana no tendré tiempo.

El título de esta entrada es de Kafka, no mío. Y revela la mayor obsesión de todos los escritores: el bloqueo literario. Ese texto mínimo de Kafa, falso desde el mismo momento en que que existe (porque sí ha escrito: ha escrito al menos que no ha escrito nada), lo han padecido, y lo sufrimos, miles de autores. Son 14 palabras que todos los escritores (menos Jordi Sierra i Fabra) escriben una y otra vez a lo largo de su vida.

7 de junio. Mal día. Hoy no he escrito nada. Mañana no tendré tiempo.

De algún modo Kafka representa no solo con sus escritos, sino con su propia vida, las obsesiones y los miedos de todos los escritores: vida retirada, la sensación de ser en el fondo una cucaracha (no Gregorio Samsa, sino el propio Franz Kafka), la inseguridad en la escritura hasta el punto de pedirle a su amigo y albacea Max Brod que quemara todos sus escritos después de su muerte (afortunadamente Max Brod traicionó a Kafka), mala suerte en el amor, tuberculoso, tiranizado por su padre, y obsesionado con mil dolores. En sus cuadernos habla de asalto a las últimas fronteras terrenales, soledad, embates, desamparo, demonios, derrumbamiento, persecución, agobiante observación de uno mismo... Todo lo que conduce a un mundo oscuro, desconcertante y desconocido. Lo dicho: ese es el temor de un escritor: ser Kafka en la vida; aunque todos quieren ser Kafka después de muerto.
¿Con qué te quedas?
La inmensa mayoría de los autores prefieren una vida feliz, aunque eso signifique una escritura mediocre.
Por eso Kafka solo vivió una vez, y no hay reencarnaciones.
A fin de cuentas tampoco está asegurado que por vivir amargado se vaya a escribir bien.
Ni que por vivir feliz se tenga que escribir mal.
Aunque tal vez el dolor, el sacrificio y la intensidad de lo que se vive sí influya no en la textura, pero sí en la intensidad de la escritura.
No estoy seguro de lo que acabo de escribir.
También tengo dudas al respecto, porque yo podría escribir una violación detallada, sin necesidad de vivirla.
¿Seguro que podría?
¿No necesitaría ni siquiera haber vivido una experiencia traumática que pudiera extrapolar de modo metafórico?
Tal vez sí.
Es posible que solo se escriba de lo que se ha vivido, con todas las posibilidades de transustanciación, metáforas y analogías. Dentro de lo vivido, aunque no con la misma intensidad, habrá que incluir lo soñado, lo imaginado, lo percibido, lo escuchado, lo soñado, lo deseado, lo odiado y lo leído.
Me temo que nunca será Kafka.
Ojalá nunca sea Kafka.
Cómo me gustaría ser Kafka, pero sin ser Kafka (me quedo con los escritos, y rechazo la infelicidad).
Y a la inversa: ¿Cuántos habitantes del planeta son Kafka sin ser Kafka? (Es decir, los que soportan la amargura de Kafka, pero son incapaces de escribir ni una sola frase que valga la pena?

jueves, 28 de octubre de 2010

Cómo matar a Dios con un soneto

La matemática del soneto: Yo tenía una máquina de escribir Underwood que me gustaba mucho. No tanto como para tatuarme “Recuerdo de Constantinopla” en el pito con sus martillos metálicos al rojo vivo, pero me gustaba. Con esa Underwood de teclas redondas escribí un largo ensayo titulado “Blas de Otero: la matemática del soneto” y se lo di a Agustín García Calvo, que me puso un sobresaliente en la asignatura de métrica. Pero se perdió hace ya muchos años. No me quedé ninguna copia. Se quedó en el departamento de métrica latina del edificio A de Filosofía y Letras, en Madrid. Ahora me acuerdo del ensayo (del soneto nunca me he olvidado), y recuerdo algo de lo que me reveló su lectura detallada. La culpa también fue de Dámaso Alonso, que insistió en sus comentarios en que alguien debería profundizar un poco más en ese soneto brillante. El soneto se titulaba "Hombre", sin más. Lo pongo entero aquí, al principio, porque pienso hablar de él, de su arquitectura textual, rítmica y significativa. Es un poema tan bien construido que da pena descuartizarlo. Ahí va:


HOMBRE

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.

Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.

Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.

Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!


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Luchando cuerpo a cuerpo con la muerte

Cuerpo a cuerpo. Yo escribí (aun me acuerdo) que aquello era una orgía de vocales en tres sílabas con una sinalefa que unía dos palabras y dos cuerpos mostraban la lucha y el contacto físico (geográfico, visual y auditivo) que enunciaba el continente: semántica fónica, coincidencia de fondo y forma. Cuer-poa-cuer-po. El soneto pertenecía al libro Angel fieramente humano. Después Blas de Otero publicó Redoble de conciencia. Y finalmente, Visor juntó los dos libros en uno solo, tomando el principio del nombre de uno, y el final del otro. Así surgió Ancia, un poemario mítico del siglo XX. Mi amigo Ramón J. Blázquez me lo regaló en el verano de 1978, en el café Iruña; y me lo volvió a regalar en primavera de 1979, en Deusto.
--Muchas gracias, Ramón, pero este libro ya lo tengo. Es más. Me lo regalaste tú.
--Pues así tienes dos --me dijo Ramón frunciendo el ceño.
Y desde entonces tengo dos. Ramón tenía un vozarrón que acojonaba, así que era mejor no discutir.


al borde del abismo, estoy clamando

El soneto quizá tuviera demasiados gerundios, de rima fácil: “clamando, retumbando, hablando, arañando”, pero a pesar de ello es de los mejores de Blas de Otero, el gran renovador de los sonetos (junto con Borges, claro, pero con direcciones muy diferentes).
El encabalgamiento entre el primer y el segundo verso rompe la ilación sintáctica: “con la muerte / al borde del abismo…”. Me pareció evidente, aunque no me acuerdo, así diré que me lo parece ahora, que de ese modo la muerte se queda al mismo borde del abismo, al borde del verso, en el precipicio de la sílaba once, donde la línea negra de letras se corta y se abre al vacío en el medio de la página.


a Dios. Y su silencio, retumbando,

Ya sabemos que el desajuste del encabalgamiento se produce en la estrofa cuando la pausa versal no coincide con la pausa morfosintáctica. Ese desajuste provocará aquí una violencia interna en el texto, pues obliga a romper la unidad sintáctica para respetar la pausa versal, o a descartar esa pausa para mantener la ilación.
Después de Dios un punto. Una espera. Una toma de aire. ¿No hay respuesta? El silencio retumba. Herencia del siglo de oro, oxímoron, el fuego helado (Quevedo), placeres espantosos y dulzuras horrendas (Baudelaire), inteligencia militar (según Groucho Marx), pensamiento navarro (según Unamuno, referido al periódico, no a los paisanos). ¿Cómo no va a retumbar el silencio de Dios, el todopoderoso? Blas de Otero le daba demasiada cancha, me parece a mí, dándose cabezazos contra un muro de cemento. Dios/Franco, Dios/poder, Dios/industria (hablamos de Bilbao, no cabe duda), Dios/religión, Dios/respuestas…


ahoga mi voz en el vacío inerte.

Y muere la voz de Blas de Otero en este cuarto verso del primer cuarteto. Ahogado por el silencio de Dios, el vacío inerte de Dios. Es verdad que un vacío no tiene más remedio que ser inerte, pero dado que el poderoso silencio es de Dios, podían caber dudas de si el vacío que provoca es inerte o activo. Hay otro soneto de Blas de Otero titulado así, Poderoso silencio, que se inicia con “Oh, cállate, Señor, calla tu boca / cerrada, no me digas tu palabra / de silencio; oh Señor, tu voz se abra, / estalle como un mar, como una roca…”, y acaba “¡Poderoso silencio con quien lucho / a voz en grito: grita hasta arrancarnos / la lengua, mudo Dios al que yo escucho!”).
Pero ya entonces, de eso sí me acuerdo, y ahora lo compruebo de nuevo, me llamó la atención la ruptura de la acentuación monótona que hasta ese momento llevaba el soneto de Blas de Otero. Me refiero a que en los tres primeros endecasílabos los acentos prosódicos tonales caen, invariablemente, en las sílabas dos, seis y diez. Un ritmo yámbico ortodoxo. Quizá demasiado tajante. Empieza a parecer una letanía, un bisbiseo, una oración (¿no está acaso hablando con Dios Blas de Otero?). Pero esa oración, ese clamor, ese agarrar a Dios por las solapas (esa imagen no es de Blas de Otero, sino de otro poema mío, de aquel entonces, contaminado por mis lecturas del propio Blas de Otero), muere ahogado, estrangulado a lo largo del verso por sus propios golpes de voz, acentos descolocados, no ya en las sílabas dos-seis-diez, sino en una-cuatro-ocho-diez.
Para obligar a que el verso sea un endecasílabo como los otros trece restantes (si no, no hay soneto, y se acabó la fiesta), hay que leer la primera palabra “ahoga” con solo dos golpes de voz, en solo dos sílabas: ao-ga, forzando a la sinéresis de la a y la o en una solo sílaba, antinatural, presionado, ahogado, en definitiva. De nuevo el ritmo aquí refuerzo el significado, las marcas rítmicas musicales están repitiendo y reforzando los significados explícitos. De nuevo el nivel de significación interno, en el plano semántico, coincide con el externo, formal, del plano fónico.
El verso, así, comienza ya ahogándose desde el inicio, y ahogando la voz del poeta.
Se salta el acento del axis central, el de la sexta sílaba, el más importante del endecasílabo, ahogado en un artículo masculino singular (“el”) imposible de acentuar. Claro que el puente rítmico que va de la sílaba cuatro a la sílaba ocho, con las obligadas sílabas definitivamente átonas de las sílabas cinco y siete, silenciadas por el acento anterior y posterior respectivamente, obligan a acentuar lo que es imposible de acentuar: la sílaba seis, la del axis central. Un vacío acentual en el centro del verso precisamente en el momento en el que Blas de Otero escribe “voz en el vacío”. ¿Pura coincidencia? Yo no lo creo.
Y no digo yo que Blas de Otero lo hiciera de manera consciente, porque así no hay forma de escribir sonetos. Es imposible siquiera que lo imaginara. Pero al mismo tiempo es imposible que tanta coincidencia significativa de ritmos y lexemas sea fruto del puro azar, felices coincidencias. Entonces, ¿qué? ¿De dónde surge el nexo? Y aquí hay que recurrir a las explicaciones que van más allá de la razón y la lógica: las musas, el conocimiento no consciente, la sabiduría intuitiva, el don de la poesía, la capacidad de capturar lo inasible, el poeta como demiurgo, o bien como médium, que escribe sin saber del todo lo que está diciendo, captando unas señales débiles que es capaz de traducir, fruto tan vez del inconsciente colectivo, de la suma de los saberes de la humanidad registrados aún no se sabe cómo en sus cromosomas indescifrados.


Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte

El comienzo del segundo cuarteto, quinto verso, también tiene una curiosidad rítmica sorprendente, en el mimo orden de significación del anterior verso. El poeta dice “Si he de morir, quiero tenerte”, y a continuación se abre un vacío, el final del verso, como cada vez que intenta atrapar a Dios, el inatrapable, el silencio inerte, el sueño de la muerte, parece que Blas de Otero quiere “tener a Dios”, pero no es verdad, Dios se rebela, se esconde, y solo al inicio del siguiente verso vemos que falta un complemento circunstancial de modo, “despierto”, donde Dios se esconde. Así que Blas de Otero no puede “tener a Dios”, sino, como mucho, puede “tener a Dios despierto”. El sueño se rompe, Dios desaparece en el silencio, el poeta despierta. Pero al contrario de lo que le sucede a Augusto Monterroso, cuando de Otero se despierta, el dinosaurio/Dios ya no está allí.
Hay un acento antirrítmico en la sílaba séptima, junto al axis de la sexta. ¿Por qué ahí? Pues porque sucede, de modo violento, lo mismo en las palabras que lo sufren y lo que denotan, cuando Blas de Otero dice “Si he de morir, quiero”, cuando la muerte rompe la vida, el acento quiebra el ritmo. ¿Qué mayor ruptura de un ritmo que la muerte? El corazón deja de palpitar, con su ritmo yámbico o trocaico: bum-silencio-bum-silencio-bum-silencio… Y de pronto bum-bum, sin silencio, ataque al corazón, muerte.


despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo

En este sexto verso de Otero pretende tener despierto a Dios, hasta el punto que forma una sinalefa en “despierto. Y” que cruza un punto y seguido. Mantiene a Dios despierto rompiendo la ilación sintáctica que obligaría a hacer una pausa después de un punto (“despierto.”), exigencia de lectura, pausa morfosintáctica, a dormir después de un día trabajoso, pero que en este caso sucede sin descanso, porque no hay dos sílabas en la lectura, sino que el endecasílabo exige aquí que se lea como una sola, sin pausa, sin descansar, sin dormir; despierto, en definitiva.
Pero además termina con otra muerte súbita, la de un acento no ya antirrítmico, sino antiestrófico (tan visible que hasta lleva tilde), al final del verso, en la sílaba nueve: “no cuando”, rompiéndole el ritmo al axis estrófico. Parece que Blas de Otero da manotazos con acentos prosódicos para despertar a Dios, para hacerle hablar de una vez, para que conteste a su clamor. No sabe cuándo, pero él espera al final conseguir hacer oír su voz. Y eso que termina el verso de modo indefinido, con otro encabalgamiento más: “no sé cuando / oirás mi voz”. De hecho, si sucede (el hecho de que Dios escuche alguna noche, solo será en el siguiente verso, después de otro precipicio versal.


oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando

Con este verso, el séptimo del soneto, Blas de Otero introduce dos encabalgamientos (uno por delante, otro por detrás) y al mismo tiempo instala dos puntos en el interior del verso. Parece una carrera de obstáculos. Eso sí, para no perder el ritmo lo fuerza a que ocurra en todas las sílabas pares: 2-4-6-8-10. Más que una voz, empieza a parecer una pataleta, una tamborrada, una exigencia inexcusable.


solo. Arañando sombras para verte.

La primera vez que pone un acento en la primera sílaba, pero siempre a partir de ahora, y hasta que acabe el soneto (aparte del verso cuarto, donde Blas de Otero siente que su voz se ahoga en el silencio de Dios). Todo ya es urgente, imperioso. Por decirlo en el lenguaje coloquial, Blas de Otero está hasta los huevos. Acaba así: Arañando sombras para verte. Un poco harto de que jueguen con él al escondite. Vuelve, eso sí, a romper el punto y seguido con otra sinalefa: so-loa-ra-ñan-do. Parece que no hay descanso posible en esos manotazos teológicos de Blas de Otero.


Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.

Un primer terceto lleno de quejas. No es la primera vez que Blas de Otero trata de acercarse a Dios, pero Dios le responde siempre con negativas, amputaciones, negaciones y desplantes. Le corta las manos, le saja los ojos, le seca la garganta (antes ya había ahogado su voz en el vacío, así que no hay cambio de estrategia en la postura de Dios). Cada acto que el poeta realiza, con urgencia, acentuado en la primera sílaba, es fulminado por la inmisericordia divina.


Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!

Y un último terceto definiendo al hombre, que ya definitivamente sabe que no va a ser escuchado por Dios. Horror a manos llenas; fugitivos eternos (en eso coinciden con Dios, solo que Dios es un fugitivo voluntario, y el hombre va obligado); y como fin un ángel, sí, pero encadenado. Sus alas no son para volar, sino para estar encadenado. Así que, ¿para qué quiere el hombre las alas, la imaginación, las cualidades angelicales, si en realidad el Dios sordo y esquivo las convierte en cadenas.
¿O es que quizá sean las cadenas, el horror a manos llenas, el hecho de tener pensamiento, imaginación?
¿Es ese, el pensar, el razonar, el pecado original? ¿El horror y el silencio con que responde Dios es producto (venganza) de la pretensión del hombre a cuestionarlo todo, a pensar por su cuenta, a imaginar?
¿Son los poetas entonces, los escritores, los que en realidad están castigados por su soberbia al querer saberlo todo, al morder la manzana del conocimiento del Paraíso?
¿O es que poco a poco Dios está viéndose amenazado, cuestionado, impugnado, y se defiende con el silencio vergonzoso y vergonzante?
¿Son los escritores los deicidas? ¿Nos teme Dios? ¿Es Dios un mal poeta, un novelista tramposo, un ensayista superficial?
Habrá que ir pensando que sí. Y si no, que salga a la calle y lo demuestre, si es que tiene huevos. Aquí me tienes, hablo contigo: estoy en el balcón, con la camisa abierta. Que me parta un rayo.

miércoles, 27 de octubre de 2010

De poemas insurgentes

Yo escribía poemas cuando era adolescente. Todos hemos escritos poemas alguna vez, a excepción de los que nunca han sido adolescentes. No escribir jamás un poema, negar la adolescencia, luego genera problemas de comportamiento, de emotividad y de falta de empatía. Mi padre, por poner un ejemplo, nunca escribió un poema, estoy casi seguro. Pero claro, él pasó una guerra civil, se quedó huérfano a los 18 años, estudió ingeniería de Obras Públicas, y se casó con una marimandona, mi madre. En ese currículum no caben los sonetos. Y si luego se pone a follar a oscuras con una madre-coneja como si estuviera haciendo un test de resistencia de materiales, pues el resultado es el de diez hijos como diez botijos. Yo soy el octavo, y como ya para entonces mi padre estaba cansado de vigilar a los demás, que parecían cucarachas corriendo por el pasillo, me dejó un poco más desatendido, y entonces ocurre que escribí un poema a escondidas, y luego otro, y acabé con una colección de sonetos perfectamente medidos, con sus ritmos yámbicos, cesuras y encabalgamientos al estilo italiano, pero con la mala leche de escribirlos a orillas del Nervión, junto a los altos hornos, por lo que me salían un poco cabreados. Blas de Otero y Celaya tienen la culpa.
Mira aquí va uno de esos. Este lo escribí en Algorta, y ya tiene más de treinta años, el pobre. En su momento lo titulé Euskadi:

Escribir un soneto entrecortado
por la lluvia y la ciega luz del día
no es sencillo. Vivimos con la fría
caricia del recuerdo asesinado.

La libertad se desdibuja al lado
de la muerte, detrás de la vacía
sonoridad del trueno, mercancía
de la sangre, artículo olvidado.

Euskadi en lucha: muertos en las calles.
Violentamente oscureciendo el cielo
los fusiles al hombre le han herido.

El dolor se propaga por los valles.
En un pueblo la libertad y el suelo
con sangre y con vergüenza se han teñido.

Bueno, vale, ya sé que no es el mejor soneto del mundo, pero tampoco es un hijo toxicómano al que hay que negar las llaves de la casa y la paga de la semana. Son versos como piedras, cabreados, que buscaban la coronilla del gobernador civil de la época. Creo recordar que los escribí después de unas manifestaciones en los astilleros de la margen izquierda que la policía disolvió a tiros, como era costumbre en la época.
Ahora lo leo y me parece que tiene fallos de construcción imperdonables. ¿A quién se le puede ocurrir poner adverbio en –mente seguido de un gerundio? (léase el endecasílabo 10: “Violentamente oscureciendo el cielo”). A mí, en este caso. A mí, o más bien al que era yo hace 30 años, que escribía sonetos a puñetazos, con ganas de meterle el estrambote por el culo al Capitán General de las provincias vascongadas.
Y fíjate si tiene delito, que el cargo “Capitán General de las provincias vascongadas”, que no soy yo el que lo ha escrito así, tiene mayúsculas en “Capitán” y en “General”, y minúsculas en “provincias” y en “vascongadas”. Lo hicieron más que nada para tocarle los huevos a los paisanos de la boina. De aquellas lluvias, estos barros.
Pero yo decía que el que no haya escrito poemas de adolescente, lo tiene crudo. Si alguno que me lee no lo ha hecho y le sobreviene un pequeño sobresalto, que no se altere, porque hay repesca todos los años. En cada primavera se abre la veda, y uno puede mirar un puesta de sol, o a los ojos de su novia, e infectarse un poco de melancolía estacional. No todo va a ser darle caña al gobernador civil o al lendakari. También nos podemos poner tiernos y frágiles como… ¿cómo qué? ¡Eso es! ¡Exacto! ¡Como adolescentes!
Imagínate el susto que le das a tu pareja si de pronto le escribes un SMS que dice:

Hoy necesito tu piel
y tu sonrisa,
tengo frágiles los labios
sin tu beso sorprendido,
melancólico y frutal;
sin tus ojos de mercurio
gravitando en el silencio
de tus párpados.

(Esto es un fragmento de otro de mis poemas de entonces, titulado “Luminosa espera”).

Pues eso, que me imagino que si le envías a tu novia un mensaje así, lo primero que hace ella es pedir el día libre al jefe por asuntos familiares graves, y después salir a todo correr por la puerta de la oficina con una duda terrible en la cabeza: ¿A dónde voy, a la comisaría y le pongo un denuncia, o a casa y me voy quitando ya las bragas?
Decida lo que decida, unos versos así podrían hacer saltar todas las alarmas.
No conviene jugar con fuego. Tengamos calma. Apacigüémonos.
Hay algo de terrorismo emocional en la poesía. A fin de cuentas, un tipo que se pone a escribir versos medidos, con premeditación eufónica, y con interés en retorcer el lenguaje para que llegue allí a donde antes no había llegado, que diga lo que no puede ser dicho, o que sugiera lo que nunca antes nadie había imaginado… es un tipo peligroso, de los que no hay que fiarse mucho. Uno no puede dejar a solas una tarde entera a su hija emocionalmente inestable (normal, vaya) en manos de un perverso verbal que escribe poemas. Esos personajes, que se hacen llamar poetas para disimular sus intenciones, van a dejar a tu hija preñada y con la mirada lánguida antes de que termine el derbi Real Madrid-Atleti. Yo solo te aviso, que lo sepas.
Mi amigo Salvador, hace también 30 años, en la facultad, intentaba ligar con Marina, Victoria, Blanca o Piti con los libros de Marta Harneker (Los conceptos fundamentales de materialismo histórico) y John Red (Diez días que estremecieron al mundo), pero eso no servía para nada. Llegaba junio y no se había comido un colín. Ellas, al final, perdían la virginidad con los de Biológicas o con los de Químicas, después del cineclub (una de Bergman y otra de Buñuel), porque no les daban la vara y les metían mano en seguida. La ley de la selva también manda en el campus.
Ahora me voy a cenar, que el medidor de azúcar dice que estoy a 74 y ya va siendo hora.
Hala, a pasarlo bien.
De tarea les encargo que me escriban un poema.
Aunque no sea un soneto.
Aunque no esté medido.
Basta con que sea innecesario (a partir de ahí ya empieza a ser peligroso).

martes, 26 de octubre de 2010

Viaje a Azeroth

Las próximas vacaciones quiero ir de viaje a Azeroth, el planeta donde tienen lugar la mayoría de las aventuras de WoW. Según me cuentan, está formado por tres continentes: los Reinos del Este, Kalimdor y Rasganorte.
Yo soy friolero, y dicen que allí el clima es templado, lleno de zonas boscosas y valles verdes. Además, allí solo viven Humanos, Gnomos, Enanos, No-muertos y Elfos de Sangre. No hay peligro, porque casi todos los que están allí pertenecen a la Alinanza. A mí es que los de la Horda me dan mal rollo. No me fío de ellos.
Tengo ganas de visitar la montaña Rocanegra, la torre de Karazhan, el portal oscuro, las zonas devastadas por la plaga y el antiguo baluarte trol de Zul'Aman. He visto fotos, y me parece impresionante.
Elías me dice que para recorrerlo bien necesito al menos tres meses. Pero yo no tengo tantas vacaciones. Ya veré si repito. Puedo ir varios años, y conocer diferentes zonas.
Además, es posible que sea de los primeros en tomar contacto con los Worgens de Gilneas. Están a punto de llegar. Dicen que son la nueva raza para la Alianza en la tercera expansión, World of Warcraft: Cataclysm. En realidad sospecho que son hombres lobo que el archimago Arugal del Castillo Colmillo Oscuro usó en épocas anteriores como armas contra la Plaga.
¿A que mola el plan de viaje? Y no te creas que es tan caro. Todo lo bueno cuesta, ¿qué quieres? Además, todos mis amigos que han estado allí dicen que es lo mejor que han hecho en MMORPG.