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miércoles, 10 de noviembre de 2010

Lagartijas

Me quedé dormido en el suelo. Bea dice que ronco, y seguro que es verdad. Abrí la boca, y relajé la epiglotis y los músculos cricoaritenoideos, dejando libre el paso hacia la laringe. Una lagartija entró, creyendo que era su casa. Por ir al norte fue al sur, creyó que el trigo era agua, se equivocaba. Bajó garganta adentro hasta llegar al estómago. Estaba preñada. Hizo nido. Puso huevos. Me hacía cosquillas en la tripa.
Ahora tengo ocho lagartijas hambrientas. Ya no cago: se lo comen todo. Estoy quedándome en los huesos. Son insaciables.
Han empezado a reproducirse. Son muchas. Algunas se me escapan por el culo. No sé qué hacer. Tal vez debería comerme un gato, o una serpiente, o una colección de hormigas carnívoras, y que las exterminen.
Han empezado a comerse el páncreas. Lo sé porque me vuelto diabético de la noche a la mañana. Son ellas. Hay que joderse.