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sábado, 3 de enero de 2009

El mar, Lara y Jesús

Siempre que miro hacia el mar (ahora mismo, cada vez que levanto los ojos del teclado), trato de ver la línea del horizonte, la raya final, la curva de la Tierra, como si allí hubiera algo escondido que lograré descubrir si miro con atención. Trato de leer en ese horizonte que se pierde al noroeste lo que no puedo desenmascarar, tal vez el futuro, tal vez a mí mismo, asustado y diminuto, haciéndome señas en la distancia.
El sol se ahoga en el mar, y antes de morir escupe un último vómito de sangre que salpica las nubes, la isla de la Palma y Garachico; un incendio de luz que se repite cada atardecer, desde hace millones de años, aunque nadie esté allí para mirarlo. Nunca le veo resucitar: mi casa no se orienta hacia el este, y jamás me ha gustado madrugar. Además, como no creo en la vida más allá de la muerte, doy por hecho que el sol que veo cada día es un sol nuevo, recién nacido, nunca reciclado.

La semana pasada vinieron a verme mi amiga Lara y su novio Carlos. Lara ha sido una de mis alumnas más queridas en el Taller de Escritura durante muchos años. Nos habíamos encontrado fugazmente en la presentación del libro “Con sabor a Sugus”, en Clamores, el pasado junio. Desde entonces no nos habíamos vuelto a ver. Me habló de amigos comunes, de Isa, Amparo, Juan Ramón, Berna, Alice, y tantos otros. Se quedaron a cenar, y Carlos nos recomendó algunos guachinches de comida típica canaria. Lara dice que está harta de su trabajo. Al final me entregó una tarjeta que ponía “Lara López, directora de Radio 3”. Hay que joderse. No podrá quejarse de que su jefe la ningunea.

Hoy vinieron a comer Jesús Urceloy y Marisol. Están por el Puerto de la Cruz pasando una semana de vacaciones y Jesús quería regalarme su último libro: “Diciembre. Noticias desde el yermo”, Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro (la hija de José Hierro). La cubierta es un dibujo original e inédito de José Hierro. A Jesús no le gusta, pero a mí sí. Por alguna extraña razón, quizá sea para equilibrar la fuerza interior y la exterior, los libros de poemas suelen tener unas cubiertas horrorosas, como pequeñas venganzas anónimas a cargo de los impresores. Tal vez los poetas formen una logia secreta, y se comunican a escondidas a través de libros de aspecto terrible, como hojas parroquiales o bandos municipales. Jesús empieza su libro así:

“El poeta llega a su casa y ve la puerta rota,
Ve la puerta que rompe siempre la policía para entrar,
que sangra toda la vida, derribada, siempre,
una puerta que aguanta inviernos y galernas, que a menudo sirve
también como asidero los días de diluvio.”


Jesús es un gran poeta. En agradecimiento le he calentado medio cuenco de albóndigas de Ikea, con patatas, ensalada, y vino de Tacoronte. De postre, mandarinas. Se ha ido contento. Dice que volverá, y yo sé que es verdad. Y que traerá otro libro dedicado. Para eso están los amigos.

Esta noche vendrán a cenar Basilio y Peancha. Quieren ayudarme a calibrar el telescopio y colocarle los motores de seguimiento. Hace una noche clara, así que podremos ver los montes de la Luna, los anillos de Saturno y la galaxia M31, Andrómeda. Ya os contaré.