martes, 13 de abril de 2010

El círculo y la muerte

A veces me despierto en mitad de la noche con algo de taquicardia, sudor frío, y un sueño repetido que no tardo demasiado en reconocer. Siempre es el mismo sueño, aunque siempre es diferente. Trato de dormir de nuevo, pero no puedo: en seguida regresa el sueño circular disfrazado de mil formas, cada vez más sutiles. Finalmente desisto, me levanto en mitad de la tiniebla, y a tientas llego hasta la cocina. Me bebo un vaso de leche y me como dos galletas casi a oscuras, para no despertarme del todo. En realidad me como las galletas como un pavo, a grandes bocados, sin interés en saborearlas, y uso la leche para tragar los trozos grandes y que no se me queden atrancados en la garganta.

¿Qué te pasa?, me pregunta Bea, que de pronto se despierta y no me encuentra.

Nada, es solo una hipoglucemia, le digo. Anda, vuelve a la cama.

Vale, pero no tardes, dice, creo que sin llegar a abrir los ojos.

Y vuelvo a la cama, pero no me duermo en seguida, porque el azúcar tarda un poco en subir, así que los siguientes diez minutos me quedo mirando al techo que no veo, porque estoy a oscuras, y pensando en los sueños circulares.

Algunas veces voy abriendo puertas y puertas, para volver al mismo sitio, como en aquella película que se llamaba Cube. Otras veces sueño que sueño un sueño en el que sueño que estoy soñando, y aquello se convierte en una especie de muñeca matrioska redimensionada a cada instante. Una vez soñé con espejos que cruzaba una y otra vez, sin lograr avanzar. Anoche soñé con hipervínculos de una web que me remitían de uno a otro, y a otro, y a otro, para volver siempre al principio. Es difícil distinguir el sueño circular, porque nunca anuncia su circularidad, y solo al cabo de dos vueltas empiezo a caer en la cuenta de que me he metido en una ratonera onírica, y aún dormido distingo la señal de alerta que me anuncia que estoy en una hipoglucemia, y que mi vida corre peligro. Es verdad que el páncreas y los islotes de Langerhans los tengo manga por hombro, pero a cambio tengo contratado a un guardia jurado en el inconsciente que en caso de peligro me despierta por las noches con la sutilidad de un poeta renacentista.

Qué cosas.

En cambio las dos hipoglucemias más severas que he tenido en los últimos 20 años me han sucedido estando totalmente despierto. La primera vez fue hace diez o doce años, a las 6 de la tarde, estaba yo solo en casa, mientras escribía en el teclado del ordenador algún relato que ya he olvidado. Me sentí mareado y se incorporé de la silla demasiado rápido. Nada más levantarme me di cuenta de que algo no andaba bien. Llevaba más de cuatro horas de intensa concentración en la escritura, y el mareo no me llegó a sorprender del todo. Siempre que me sumerjo en el espacio transicional de la creación literaria, y profundizo durante un periodo largo (varias horas), regreso a la consciencia como si regresara de un largo viaje por otro universo, y me cuesta despertar. Necesito que pasen unos minutos antes de darme cuenta cabal de quién soy, dónde estoy, qué hago. En aquella ocasión tuve la sospecha de que tenía que ver con la diabetes, pero no supe discernir si se trataba de hipoglucemia o de hiperglucemia. Me acerqué trastabillando hasta la cocina, abrí la nevera y me quedé dudando qué hacer: ¿me pincho insulina o como algo con azúcar? Al menos tenía una neurona despierta, porque razoné que si me ponía insulina y lo que tenía era hipoglucemia, el coma estaba asegurado, mientras que si tenía hiperglucemia y comía algo con azúcar simplemente me subiría aún más el azúcar, que era algo así como darle una patada a los riñones y clavarme un alfiler en los ojos: malo, pero no mortal. Me decidí por comer algo. La neurona ya había hecho demasiado esfuerzo, así que dejó de aconsejarme. El resultado fue que me comí tres filetes de lenguado crudo, a dentelladas sobre el fregadero de la cocina. La única parte del cerebro que me funcionaba en esos momentos era el hipotálamo del cerebro reptiliano. No me dio asco comer pescado crudo a mordiscos desatinados, yo era totalmente inconsciente de lo que hacía, pero sabía raro. Muy raro. Luego empecé a hacer cosas absurdas, a sabiendas de que eran absurdas, como colocar una silla boca abajo en mitad del pasillo, extender por la casa entera un rollo de papel higiénico desenrollado, y meter tres pares de zapatos y dos libros de poemas dentro del lavabo. Era consciente de que lo que estaba haciendo era raro, pero justamente me estaba dejando un mensaje a mí mismo, por si me quedaba dormido y al despertarme no recordaba nada. Quería extrañarme a mí mismo en el futuro, porque lo que estaba viviendo era descabellado, y no quería que se me olvidara.

Consciente del peligro que yo suponía para mí mismo, al día siguiente reanudé las sesiones de psicoanálisis con el doctor Blanco. Él me mostró que tenía más peligro despierto que dormido, que mi inconsciente detectaba el peligro mucho mejor que mi consciente. Que corría más peligro despierto que dormido.

La segunda hipoglucemia fue cenando con mis hermanos, en Santander. Tenía un trozo de pizza en la mano mientras alucinaba. Oía el rumor de sus conversaciones como en sordina, a lo lejos, a pesar de que estábamos todos sentados alrededor de la misma mesa. Cerré los ojos y supe con claridad absoluta que todos mentían, y también yo. Supe también que ninguno sabía que estaba viviendo en una mentira prolongada durante décadas, y tuve miedo de que en mi cara o en mis ojos se pudiera leer que yo era la falsificación de un escritor. Entré en pánico. Estábamos a finales del verano, en casa de Coque. Me preguntaron si estaba bien, y yo les dije que sí. Yo sabía que aquello era una hipoglucemia de caballo, así que esperé entre visiones y revelaciones a que me subiera el azúcar de la pizza desde el estómago hasta la sangre, y de allí al cerebro. Entre tanto nos fuimos todos a ver los fuegos artificiales de Santoña.

¿Por qué son circulares los sueños de mis hipoglucemias?

Solo tengo sospechas. Cerrar el círculo es morir: volver a la tierra convertido en materia y energía (que ni se crea ni se destruye, solo se transforma). El círculo no avanza, no crece: es un péndulo que regresa al mismo punto, sin avance dialéctico. No hay síntesis tras la tesis y la antítesis, sino puro regreso al mismo punto. Repetición de lo que ya se ha vivido, monotonía en el tiempo: muerte en vida. El círculo de amigos, el círculo familiar, el círculo laboral: formas de protección y autoexclusión, negación de lo ajeno, parálisis.

viernes, 9 de abril de 2010

Mi abuelo Antonio

A veces me acuerdo de mi abuelo Antonio, que me llevaba al parque de San Telmo los domingos por la tarde, y me compraba una bola inmensa de algodón de azúcar de color azul. Los hilos de azúcar se me quedaban pegados en la punta de la nariz y en los carrillos, y tenía que quitármelos rápido antes de que mi abuelo se diera cuenta, porque si no él sacaba del bolsillo de su pantalón un pañuelo gris con sus iniciales bordadas, lo mojaba con saliva y me rascaba la cara hasta dejármela escocida. Otras veces me compraba un palulú de regaliz negro, o un chicle bazooka de tres pisos. A mi abuelo le olía la mano a tabaco, tenía la punta de los dedos y los dientes de color amarillento, y usaba jerseys abiertos de pico con botones grandes. Por la noche me leía las aventuras de Simbad el marino, Riquete el del copete y La llamada de la selva. Ponía la voz muy grave cada vez que hacía hablar a los malos, y yo me escondía debajo de las sábanas para que no me descubrieran. Si la historia daba mucho miedo, esa noche me meaba en la cama, y mi madre le echaba las culpas al abuelo. Cuando cumplí seis años me regaló un barco de plástico insumergible con motor y pilas, y en mi primera comunión una bicicleta BH plegable. Lo quise mucho, mucho. Todavía lo echo de menos. Debería acordarme de su muerte, pero no puedo, porque ocurrió tres meses antes de que yo naciera.

miércoles, 7 de abril de 2010

Masoquismo astral

Si quisiera ponerme estupendo y epatar (como se decía antes, en los años 70), pondría una voz molona (otro adjetivo demodé, como también lo está “demodé”) y diría que si ahora me pagan menos por los derechos de autor, es porque tengo mucha suerte. Tengo tanta suerte que las fuerzas del universo, con Luisa L. Hay a la cabeza, han decidido darme una nueva oportunidad para obligarme a escribir o morir de hambre. Un poco de presión. Un empujoncito. Jo, gracias. Los escritores necesitamos que nos obliguen a trabajar, se nos supone vagos patológicos. Precisamos que nos exijan que cumplamos los plazos de entrega, que nos pongan deadlines, como en los periódicos. Así que tendré que agradecer esta putada, como en la historia zen del pobre campesino chino a quien su único hijo, llamado Zijn, se le fractura un brazo, una pierna y dos costillas domando caballos. Qué mala suerte tienes, le dicen sus vecinos. Buena suerte, mala suerte, ¿quién lo sabe?, responde él. Al día siguiente se declara la guerra, y se llevan al frente de batalla a todos los jóvenes del pueblo, menos a Zijn, que se queda junto a su padre curando sus huesos rotos. Alabado sea Buda, Confucio y Alá. Los católicos dicen que son cruces que nos manda el Señor para alcanzar la santidad. Aquí el que no se consuela es porque no quiere.

Así que le doy gracias al universo por ser tan generoso conmigo. Dios escribe recto con renglones torcidos. Tócate los huevos. Pero como creo que aún no he conseguido suficiente motivación, voy a llamar a casa de mi vecino, el boxeador, ese que tiene tan malas pulgas, y llamarle hijo puta en toda su jeta. Seguro que me zumba. Después regreso a casa y verás cómo me sale un soneto bien caliente.

martes, 6 de abril de 2010

Mamá, ven, diles algo

Me dice Bea que deje de hacer el bobo y me ponga a escribir. Me lo dice en tono amenazante, como el que ponía mi madre cuando me decía: “¡Enrique, ponte a estudiar!” Al menos a eso me suena. O tal vez quiero que me suene a eso, porque mi madre está muerta desde hace año y medio, y es muy probable que la eche de menos sin saberlo. El caso es que Bea me dice que escriba, y yo estoy cabreado. No con ella, ni con mi madre, sino con los derechos de autor, porque resulta que hace unos pocos días recibí dos cartas de las editoriales, y en ellas me hacen el saldo de ventas de libros del año anterior. En realidad, más que un saldo es una catástrofe, porque de golpe las regalías por la venta de mis libros han bajado a la mitad de lo que cobré el año pasado. Exactamente a la mitad. Y no solo eso, sino que son la tercera parte (¡la tercera parte!) de lo que cobré hace dos años, tres, o cuatro años. No puedo decir que sea una ruina, pero de golpe y porrazo me acabo de convertir en el vizconde demediado. Mis libros de texto de la ESO han sido descatalogados, porque un nuevo plan de estudios ha barrido el conocimiento anterior, y ahora las pirámides ya no están en el Cairo, sino en Yakarta, posiblemente. Los libros cada vez duran menos (llevo décadas oyendo esa cantilena), así que los que se hayan comprado la Enciclopedia Británica o la de Espasa Calpe, que empiecen a calentar la chimenea tomo a tomo, porque ya no vale ni un carajo. Ni para decorados de “Amor en tiempos revueltos”, porque ahí siempre los ponen de cartón piedra, y dentro los productores esconden las camisetas de cocaína. Porca miseria.

Pero como Bea lo dice, y yo soy muy bien mandado, o a lo mejor solo es que echo de menos a mi madre, voy y escribo. Todavía me acuerdo de que cada vez que subía a Santander para verla, me decía: “Ay, hijo, a ver cuándo me escribes una novela de verdad, como las de Antonio Gala, tan bonitas, y no esos cuentos para niños que escribes”. Y ahí me dejaba bien jodido, porque a partir de ese momento yo era incapaz de escribir una línea. En el camino de regreso a Madrid iba mascullando todo tipo de blasfemias y jaculatorias, a partes iguales. ¿Una novela de verdad? Manda cojones. Uno puede pasarse la vida escribiendo, pero si no le escribe a su madre una novela de verdad, como las de Antonio Gala, nunca pasa de ser un puto escribano, un oficinista, un sub-escritor, ya ves tú, literatura infantil, para niños, ¿para niños?, ¿y qué sabrán los niños? A esos se les engaña con un caramelo y un palulú, así que escribir para niños es como darle margaritas a los cerdos. No se ha hecho la miel para la boca del asno, hijo mío, crece de una vez, ponte a escribir algo que valga la pena, algo de lo que me vaya a sentir orgullosa, y pueda decirle a mis amigas: Mira, esta novela la ha escrito mi hijo Enrique, para mí, mira, mira, si está dedicada y todo, fíjate lo que pone, “A mi madre, que me dio la vida y me enseñó a hablar, porque sin ella seguiría perdido”, qué cosas tiene, ¿verdad? Es que siempre ha sido un exagerado, desde pequeño, yo siempre le tenía que regañar: “Enrique, te he dicho diez millones de veces que no seas exagerado”, y él se reía, yo qué sé de qué, y no me hacía ni caso.

Pues sí, la culpa de que escriba es de mi madre. Y la culpa de que no escriba también es de mi madre, así que no sé si llamar otra vez al doctor Blanco para reanudar el psicoanálisis que dejamos aparcado hace ocho años. Pero con lo que ahora me pagan de derechos de autor, ni de coña puedo acudir a las sesiones del doctor Blanco. Tampoco puedo subir a Santander a protestarle a mi madre, porque está muerta, la cabrona. Podría ir disfrazado a la parroquia y confesar mis pecados al confesor, a ver qué me dice, que seguro que me sale más barato. Pero le tengo miedo, que igual me mete mano pensando que soy un adolescente que ha discutido con su madre. Vaya mierda. Podría acudir al departamento de mecánica de fluidos en astrofísica, para que me pongan la cabeza como un bombo, pero luego tendré resaca.

Así que agacho la cabeza, le saco la lengua a Bea cuando no me está mirando, y me pongo a escribir, para ver si así mi madre se aparece levitando por detrás de las cortinas, como en Lourdes, justo en el momento en el que se pone el sol y hay reflejos que ciegan la vista por unos instantes, y me dice que lo estoy haciendo muy bien, que está muy orgullosa de mí, que yo soy el preferido de todos sus hijos, porque los demás son unos vándalos, sobre todo Nacho, y que como premio me va a poner no una, sino dos onzas de chocolate incrustadas en el bocadillo de la merienda. Hala, joderos, que mamá me quiere a mí más que a todos vosotros, patanes, capullos, lerdos, mongoloides.

Pero creo que no va a ser así. Lástima, porque ya empezaba a creérmelo.

¡Mamá, ven, por favor, que se están metiendo conmigo, diles que me dejen en paz!

sábado, 3 de abril de 2010

¿San Pancracio o San Mamés?

Cuando era pequeño quise ser santo. A ser posible San Pancracio, y que me decapitaran un 12 de mayo en la Vía Aurelia de Roma. Cosas del espectáculo. O será que me gustaba el perejil. Pero como yo no era un niño consentido, también me conformaba con ser San Mamés, evangelizando leones. O San Eubulo de Cesarea, que fue destrozado por los leones y luego decapitado (de la segunda parte seguro que no iba a enterarme). O uno de los Cinco santos Mártires de Tiro, que fueron expuestos desnudos a las fieras, sobrevivieron y fueron degollados. Puro exhibicionismo. O los santos Prisco, Malco y Alejandro de Cesarea, devorados por leones y otras fieras. También las santas Máxima, Donatila y Segunda, San Marino de Anazarba, San Queremón de Nilópolis: todos devorados por leones. Vaya panzada.

Lo de los misioneros africanos que terminaban en el caldero de la tribu de negros caníbales, junto al explorador con casco, también molaba.

¿Que por qué me acuerdo yo ahora de eso?

Debe ser que la Semana Santa saca lo mejor de mí: vértigo de santidad.

O será que se acerca la hora de la cena y me preocupa que la nevera esté vacía.

Si me convirtiera en catoblepas, ese animal mítico que se alimentaba de sí mismo, podría autodevorarme.

Y si conmigo no me alcanzare, porque la hambruna fuera mucha, llamaría al vecino, que está gordito.

jueves, 1 de abril de 2010

No hay bestia tan feroz

Ese es el título de la novela de Edward Bunker: “No hay bestia tan feroz”. Es una novela negra, de delincuentes malos de cojones, aunque no tanto como promete. El propio título del libro es en sí mismo la primera crítica sustanciosa: No hay bestia tan feroz. Los personajes de esta novela no son tan malos. De hecho son demasiado pudorosos, demasiado mirados, demasiadas justificaciones y valoraciones morales acerca del bien y del mal. La conciencia y las reflexiones parece que existen entre ladrones y asesinos, viene a decir el autor. La verdad es que el currículum personal de Edward Bunker parece más duro que los asaltos y crímenes del protagonista de la novela, el malo malísimo llamado Max Dembo. Bunker, según dice la solapa del libro, pasó gran parte de su vida entrando y saliendo de prisión con condenas por atraco a mano armada, tráfico de drogas y extorsión, llegando a figurar entre los diez fugitivos más buscados por el FBI. Tarantino, que recomienda la novela, le contrató para el papel de Mr. Blue en Reservoir Dogs. Por lo visto en la cárcel se dedicó a leer libros. Poco creíble, la verdad, aunque el Lute hiciera la carrera de derecho entre rejas. A mí me recuerda aquello del libro gordo de Petete, pero con otra letra: La cárcel yanqui te enseña, la cárcel yanqui entretiene, y yo te digo contento hasta el programa que viene. Hay un momento en que el libro me saltó de la manos, porque la famosa suspensión de la incredulidad dejó de funcionar. Lo contaré: el protagonista, Max Dembo, que narra en primera persona sus peripecias por los bajos fondos de Los Angeles, asegura al principio de la novela que en la cárcel, donde estuvo ocho años, leía cinco novelas a la semana. Un lector voraz, durante ocho años. 250 novelas al año, dos mil novelas en ocho años, hacen que cualquiera tenga un lenguaje muy depurado. Eso debería ser incontestable. Pero resulta que en un momento de la novela, cuando está preparando un asalto con otros dos compinches, Max Dembo comete una incorrección sintáctica al hablar, ¡y sus dos colegas delincuentes le corrigen! Eso sí que no hay quien se lo trague. ¿Los delincuentes de Los Angeles están al tanto de cuestiones lingüísticas? ¡Y unos cojones!

Pero bueno, es una novela que se lee bien, sin esfuerzo, para pasar el rato, a lo bobo. No tan a lo bobo como escuchar un programa de Ana Rosa Quintana, claro, faltaría más, pero casi se podría hacer de modo simultáneo sin necesidad de perder el hilo de ninguno de los dos acontecimientos. Solo se necesitan dos neuronas, una y media para el libro, y la otra media para ver la tele. Si alguno/a no sabe qué hacer solo en casa, aprovechando que el resto de la familia se ha ido a ver procesiones, pues que se lea este libro, que le hará menos daño y será más entretenido que hacerse cofrade de la Hermandad del Cristo de la Buena Muerte.

lunes, 29 de marzo de 2010

Librofórum con actrices porno

Hace 15 años, cuando publiqué mis primeros libros infantiles en Bruño y en SM, hice centenares (sí, sí, centenares) de encuentros con lectores. Los promotores de Bruño y SM se turnaban y me venían a buscar a casa, o quedábamos a la salida de alguna estación de metro, y me transportaban en su coche de un colegio o otro. Normalmente hacía 4 ó 5 encuentros al día (tres por la mañana y uno por la tarde). Tres veces por semana. Unos 40 encuentros al mes, durante dos o tres años. En total, alrededor de 1.000. Y en cada encuentro podía firmar 70 libros de media. Si alguien multiplica y calcula que 70 libros por 1.000 encuentros son demasiados libros, porque llegarían a 70.000, pues no se equivoca, porque de mis cinco novelas infantiles se han vendido ya medio millón. Lo cual quiere decir que de cada siete libros vendidos, uno lo firmé con mi propia mano. Hice bolos de semanas enteras por Galicia, Andalucía, Castilla La Mancha, Canarias... pero eso fue hace tiempo. Fue agotador.

Luego, durante 15 años, me dediqué por completo al Taller de Escritura de Madrid. Y dejé de hacer encuentros con lectores. Se acabó. Además, pagaban muy poco.

Hasta hace unos días, en que, como excepción, hice otro. Uno aislado. Fue el pasado viernes 26 de marzo, en el colegio Rodríguez Campos (entre El Rosario y Santa Cruz de Tenerife). El director, Carlos, me había preparado un encuentro con alumnos de 1º de ESO, y una firma de libros. Serían tres o cuatro aulas que se juntaron en el gimnasio. Se habían leído uno de mis libros, "Devuélveme el anillo, pelo cepillo", y lo llevaban todos debajo el brazo.

Después de hablar y preguntar sin descanso, se pusieron todos en fila, y empecé a firmar libros. Y los más tímidos me hacían la pregunta que se les había quedado guardada en los labios durante el encuentro. No se habían atrevido a hacerla en voz alta, delante de todos.
Hace 15 años los alumnos apenas tenían contacto con Internet, pero ahora sí. Y algunos les había entrado la curiosidad, y habían entreado en mi blog. En este blog que ahora estás leyendo tú en estos instantes. Y de pronto uno de ellos, en voz baja, me preguntó:
--Oiga, he leído en su blog que a usted no le gustan las actrices porno con las tetas pequeñas. ¿Por qué no le gustan?
Levanté la vista del libro que estaba firmando y lo miré perplejo. Se hizo un silencio atronador, que diría Góngora, y vi que él, y cinco amigos, y el director del colegio, esperaban mi respuesta enmudecidos.
Eso es lo que pasa cuando un profesor les aconseja a los alumnos que lean a un autor directamente en su blog. Que de pronto va alguno, y lo hace.
No había escapatoria. Así que con naturalidad, sin falsear la voz, di mi respuesta más honesta:
--Pues porque me gustan con las tetas grandes, claro.
Y seguí firmando libros.
Nadie dijo ni mú.
Al salir del gimnasio le comenté a Carlos, el director, lo de la pregunta comprometida.
--La escuchaste, ¿no?
--Pues claro --me dijo--. Ese chaval es mi sobrino.
Lo dicho: no hay nada mejor que la naturalidad.
Tendré que prepararme para los próximos librofórums.

miércoles, 24 de marzo de 2010

La memoria que no tengo

Blanca Giles era de la pandilla, y tenía novio. Cuando yo la conocí ya estaba saliendo con Manolo Conde. Blanca vivía en Cea Bermúdez, y Manolo en Goya 116, qué casualidad, porque yo pasé mi infancia en el portal de al lado desde que nací hasta los 9 años, en que nos trasladamos a Caracas. Pero no, yo no recuerdo a Manolo de la infancia.

El Palacio de Deportes estaba en construcción, y cuando se inauguró empezaron los grandes espectáculos en su interior. Los carteles mostraban unas patinadoras con falditas diminutas, el culito en pompa y los brazos en abiertos en cruz: Holliday on Ice. Mis padres nuca me llevaron a verlo, y yo soñaba con las patinadoras cada noche. Luego cambiaron los carteles por los del Circo Price, y en ellos aparecía una trapecista columpiándose en bañador sobre un palito a 20 metros de altura: Pinito del Oro. A esa sí que me llevaron, mi padre no se puedo aguantar las ganas, y yo creí que al domador le iba a comer la cabeza un tigre. Qué miedo.

Pero no, a Manolo nunca lo vi por el barrio. No lo conocí hasta que Blanca me lo presentó 15 años más tarde: “Enrique, este es Manolo, mi novio”, me dijo hinchando mucho el pecho. Blanca era bajita y tetona, y una buenaza de cuidado. Seguimos siendo amigos cuando se casó con Manolo en Chinchón, y cuando tres años después se fueron a vivir a Málaga. Pero antes de trasladarse al sur vivieron en la calle Galileo y en San Hermenegildo, junto a San Bernardo. Blanca se quedó embarazada, y durante los exámenes de fin de curso los de la pandilla cruzábamos la noche a golpes de antetaminas (Centramina, Simpatina), pero ella se desvelaba solo con sobredosis de Optalidones disueltos en cocacola. Manolo le tenía prohibidas las anfetas. Pero a lo que iba, que me pierdo: en la terraza de Blanca había dos sillas de madera con brazos. Un día, aburrido de leer “Los conceptos fundamentales del materialismo histórico”, con un lápiz afilado y con letras grandes grabé perforando la pintura un poema espantoso en el reposabrazos. Decía así:

Blanca
desbanca
la banca
con el anca.
Aún manca
le arranca
la palanca.

El poema era malo, ya lo he dicho. Supongo que fue mi venganza contra Blanca por haberme recomendado el libro de Marta Harnecker.

No me da pena por la silla, ni por Blanca. No fue una putada demasiado grande, porque el fin de semana siguiente Manolo ya la había lijado y pintado nuevamente, y la había dejado como nueva. En realidad lo siento por mí mismo, porque aún me acuerdo de ese poema absurdo que nunca me gustó.

¿Qué por qué me da pena? Pues porque un día mi padre me dijo que la memoria tiene un límite, y que llega un momento en que ya no cabe más, y que entonces el cerebro elimina algunos recuerdos poco útiles para dejar espacio a los nuevos recuerdos, así que me yo me pregunto, no sin inquietud: ¿A qué amigo he olvidado, y que ahora debería llamar para quedar a comer el próximo domingo? ¿De qué trataba ese libro que me gustó tanto, y del que ya he olvidado hasta el autor y el título? No lo sé, está perdido en la memoria, por culpa de un poema horroroso que lo ha desterrado al olvido. Al menos Borges dejó un poema magnífico que todavía no he olvidado:

"De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido

a Quién prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida.

Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo nos hemos despedido?

Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.

Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.

Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifronte, Jano.

Hay, entre todas tus memorias, una
que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.

No volverá tu voz a lo que el persa
dijo en su lengua de aves y de rosas,
cuando el ocaso, ante la luz dispersa,
quieras decir inolvidables cosas.

¿Y el incesante Ródano y el lago,
todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
que con fuego y con sal borró el latino.

Creo en el alba oír un atareado
rumor de multitudes que se alejan;
son los que me han querido y olvidado;
espacio y tiempo y Borges ya me dejan."

martes, 23 de marzo de 2010

Para qué nos vamos a engañar

Este es un texto falso que sustituye al que había antes, para evitar su copia.
Percuntia tempora fati conqueror, in uentos inpendo uota fretumque; ne retine dubium cupientis ire per acquor; si bene nota mihi est, ad Caesaris arma iuuentus naufragio uenisse uolet. lam uoce doloris utendum est: non ex acquo diuisimus orbem; Epirum Caesarque tenet totusque senatus, Ausoniam tu solus habes». His terque quaterque uocibus excitum postquam cessare uidebat, dum se desse deis ac non sibi numina credit, sponte per incautas audet temptare latebras quod iussi timucre fretum, temeraria prono expertus cessisse deo, fluctusque ucrendos classibus exigua sperat superare carina.

sábado, 20 de marzo de 2010

Día Internacional del Cuentacuentos: 20 de marzo

El 20 de marzo, con el inicio de la primavera, se celebra el Día Mundial de la Narración Oral.

International Storytelling Netwok participates in the World Storytelling Day with a long storytelling session in La Havana, Cuba, led by Mayra Navarro. Participants:

La Red Internacional de Cuentacuentos participa en el Día Internacional de la Narración Oral con una larga sesión de cuentacuentos en La Habana, coordinado por Mayra Navarro. Participan:

Aldo Méndez / CUBA: COMO TE LO CUENTO…

Jícarade Cuentos /CUBA : Dania Gutiérrez. OSHÚN

Tirso Clemades / CUBA: SEXUALIDAD Y VIHda

Proyecto PARA CONTARTE MEJOR / CUBA: Lavinia Ascue /Ricardo Martínez / Beatriz Quintana / Benny Seijo: Si de animales se trata…

TALLER ContArte / CUBA: Nelson del Risco / Videlia Rivero: AMÉMONOS

Lissette Pinillo y Nivaldo Peñalver / CUBA : BALOMPIÉ CON WEMBA

Taller Permanente del GTH / CUBA: Ada Ofelia González: No os asombréis de nADA

Juanita Urrejola / Chile: CUENTOS…


La iniciativa surgió en Suecia, "Alla berattares dag" (El día de los cuentacuentos), en 1991, y con el pasar de los años se han venido sumando cada vez más países.

Se trata de que la mayor cantidad posible de narradores cuenten historias en todo el mundo, en todos los idiomas, durante todo el día y la noche.

En el año 2005 fueron 25 países de 5 continentes que realizaron eventos para conmemorar este día.

En 2006 siguió creciendo la marea de los cuentacuentos.

En 2007 fue la primera vez que un concierto de la narración se celebró en Terranova, Canadá.

En 2008, Holanda y los países bajos participaron en el Día Mundial de la narración con un gran evento llamado "Vertellers de Aanval": el 20 de marzo, tres mil niños fueron sorprendidos por la repentina aparición de cuentacuentos en sus aulas.

Cada año hay un tema sugerido para los cuentos. Estos son los que se han propuesto hasta ahora:

2004 - Pájaros
2005 - Puentes
2006 - La Luna
2007 - El nómada
2008 - Sueños
2009 - Vecinos
2010 - Luz y sombra
2011 - Agua

Así que desde la Red Internacional de Cuentacuentos nos unimos a la fiesta colectiva mundial, y felicitamos a todos los cuentacuentos que dedican buena parte de su vida y sus esfuerzos a contar historias. ¡Feliz día, narradores!

Más información en

www.freewebs.com/worldstorytellingday/

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Imagen: Logo del Día Mundial del Cuentacuentos, de Mats Rehnman

jueves, 18 de marzo de 2010

Esa manía de cumplir años

Debido a que ayer fue mi cumpleaños, y porque eso suele ir unido a una serie de festejos en forma de felicitaciones, regalos y piñatas, me ha dado por pensar, cosa rara en estos tiempos descerebrados, en lo que significa esa cosa rara que le pasa a todo el mundo: cumplir años. A todos menos a mi hermano Javier, que se quedó anclado hace 16 años en los 49, y dice que él no cumple ni uno más, porque hacerse viejo es una mierda, y la jubilación se la regala al Estado, porque él va a seguir siendo para siempre joven, forever young, aunque algo desmejorado por las canas y las ojeras. Peter Pan se quedó corto. Al resto de los hermanos nos sale barato el día de su cumpleaños, eso sí, pero a mí me preocupa ese extraño bucle en el tiempo, porque cuando éramos pequeños él tenía 10 años más que yo, y ahora yo le saco seis.

Así que considerando la vida como una curva de esas que tanto les gusta dibujar a los economistas, donde primero se crece a partir de cero (la fundación de la empresa, el nacimiento), para luego llegar a un cénit, y después vivir el descenso, pues me da por pensar (bobadas, ¿qué querías?) que los primeros años, pongamos hasta los 25 ó 30, la vida va en aumento: a las mujeres les crecen las tetas, a los hombres la picha, se adquiere poder, dinero, casa, sabiduría (no todos, algunos se hacen diputados), libros, infidelidades, piojos, amigos, hijos, hipotecas (¿serán lo mismo?), orgasmos, desilusiones, experiencia…
Después toca estar unos poquitos años en el cénit. Y luego, a partir de los 35 ó 40, el descenso, lento pero implacable, hasta el cierre de la empresa, por defunción más que nada. En ese declive llegará el cáncer de próstata, el de mama, el alzheimer, los músculos blandos, los entierros de los amigos, las visitas al médico y a la iglesia (no habrá salvación, ni aquí ni allí), el insomnio, las arrugas, las verrugas, las gafas de cerca, la calvicie, el cansancio, y la sensación de derrota tras haber luchado tanto para llegar a ser un inútil incapaz de retener el pis, hasta el punto de que muy pronto volverá a usar pañales desechables.

Qué raro es el desaprendizaje. Y qué injusto. Cuando un bebé se mea, su pis fresquito es fuente de risa y vitalidad; cuando un anciano se mea, su orina oscura es vergüenza de la incontinencia, puro presagio de la muerte. Los desvaríos de un niño se llaman imaginación desbordante; los de un anciano son simple demencia. El beso de un niño es alegre, el del viejo es amargo. Qué mal edificado está el armazón de la cultura, que sigue premiando al cuerpo victorioso de los que crecen, y castiga a los derrotados por el tiempo. ¿Cómo no va a querer mi hermano Javier renunciar a la vergüenza de hacerse mayor, de envejecer? “Vive rápido, muere joven, y deja un bonito cadáver”. Las enseñanzas de James Dean han calado mucho más a fondo que las de Confucio y Heidegger unidos.

Pero si regresamos a la antropología economicista, desde los 35 hasta los 85, siendo generosos, hay un tobogán descendente que termina en la tumba. No es un tobogán en línea recta, ni mucho menos. Más bien parece una curva modelo panza de burra: al principio el descenso apenas es perceptible, y en los últimos años es de vértigo, pero haciendo un promedio mentiroso, cada año nos morimos un 2 por ciento. Cada año, por nuestro cumpleaños, somos un 2 por ciento más torpes, más bobos, más feos, más doloridos, más arrugados, más incontinentes, más impotentes, más malolientes, más enfermos, más… muertos. Puesto que yo ahora cumplo 55, tengo un 40 por ciento de mi vida, mi cerebro y mi cuerpo desgastado. Es como si tuviera gangrenado un brazo, una pierna, un pulmón, un huevo, un ojo, un oído, el bazo, el páncreas y un riñón. Peor que el pirata patapalo. Tal vez pueda parecer que no es exactamente así por aquello de que la curva de la muerte no es igual en los 20 primeros años de descenso (de los 35 a los 55) que en los 20 últimos que nos llevan al cementerio. De hecho a mí no me parece que esté tan hecho polvo. Pero es una deducción engañosa, porque el tiempo y su aprovechamiento tiene una curva idéntica pero inversa a la del deterioro, y eso provoca que la capacidad de hacer y deshacer, de viajar o gozar, se verá muy reducida de los 65 a los 85. Así que lo que no vivamos, hagamos, aprendamos o gocemos de los 35 a los 55, difícilmente lo podremos hacer después de los 65.

Todo esto parece muy sombrío. Una putada de la que nadie nos había hablado antes.

Pero solo lo parece. En realidad no es así, o no debería ser así. Que la muerte llega, eso es evidente, pero que la muerte sea una putada no lo es tanto. La muerte tiene que ser el descanso final, el retiro merecido y conseguido, el sueño eterno y feliz, el atraque en el puerto de destino, por fin, ya era hora. No se trata de querer llegar antes para alejarnos de este valle de lágrimas (vivo sin vivir en mí… y muero porque no muero), sino de llegar al final de la maratón cansados y satisfechos, mirar un instante hacia atrás, y poder decir: lo conseguí. Y descansar. Al menos hasta la siguiente reencarnación, a la que llegaremos tan desmemoriados que ni siquiera sabremos que tenemos vidas heredadas a nuestras espaldas.

Lo que yo quiero ahora es reconocer la belleza terminal de la derrota, disfrutar de la hermosura de los cuerpos desgastados y curtidos por el tiempo (nos ha jodido, barriendo para casa). La belleza infantil y adolescente es fácil, no necesita esfuerzo, es inmediata, y hasta podría decir que es un poquito cursi. Es como un coche nuevo, como el inicio del amor, como el primer viaje de vacaciones. Es pan comido, no tiene densidad, no hay matices, es tan simple como los dibujos de Walt Disney. En cambio la belleza del cuerpo desgastado es la del vino curado, la del viaje fuera de las rutas turísticas habituales, la de la hermosura construida de forma personal e intransferible por un cuerpo que acumula un tesoro de experiencias y vivencias en su interior. El cuerpo joven es un cofre hermoso, pero que todavía está hueco por dentro. El cuerpo viejo es un baúl herrumbroso y destartalado, pero lleno de sorpresas en su interior. Esa es la paradoja.

Como diría Neruda en sus memorias, “confieso que he vivido”, ahora a mí me toca disfrutar de la belleza del naufragio, del final del imperio, de la hermosura fronteriza de la decadencia. Lo anterior ya ni siquiera me interesa. Hay que saber estar, saber mirar, y haber vivido para descubrir que en la trastienda de la vejez hay tesoros ocultos de los que nadie nos habló nunca. Es el secreto mejor guardado de los ancianos. Quizá nunca lo ocultaron, pero nadie lo escuchaba. Cosas de viejos, déjale, que chochea.

Pues allá tú. Tú te lo pierdes. No sabrás cómo vivirlo, y te odiarás a destiempo.

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Las cuatro fotos son de cuando yo tenía entre 19 y 23 años. Me las envió ayer Elías. Casi no me reconozco.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Crónica de la Presentación de la RIC en Barcelona

Regresamos de Barcelona antes de que cayera la gran nevada. Yo no fui. “No he de callar, por más que con el dedo, ya tocando la boca, o ya la frente, silencio avises, o amenaces miedo”, que diría Quevedo. Y sigue “¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?”

La presentación de la Red Internacional de Cuentacuentos en el Ateneo fue genial. El Ateneu estaba en obras, y la calle Canuda también, pero eso no impidió que nos juntáramos allí una buena cantidad de letraheridos enredados con los cuentos. La sala estaba al 120 % de su capacidad (gente sentada en el suelo, de pie, atascando la puerta). Incluso Pau Pérez, Jordi Muñoz, Muriel Villanueva y Pep Durán estaban sorprendidos, porque nunca habían visto la sala Sagarra tan atestada, y eso que acuden a diario al Ateneu.

Tal y como estaba previsto, primero nos presentó Muriel Villanueva, responsable de relaciones internacionales de la Escola d’Escriptura del Ateneu de Barcelona, y luego hablaron Alekos, Beatriz Montero, y el que firma esta crónica.

Después empezaron los cuentos. Abrieron la sesión dos antiguas alumnas de los cursos de narración oral del Ateneu, Mª Àngels Gil e Inés Macpherson, con cuentos de Pere Calders y Benedetti. Después Rubén Martínez Santana resumió la creación del universo y del género humano sin palabras, con orquesta propia y efectos especiales digitales (con los dedos), una genialidad. Gracias, Rubén. Alekos le dejó su espacio a Hanna Cuenca, recién aterrizada desde Bogotá, vía Festival de teatro de Elche, que contó un cuento de neoprincesas urbanas. Beatriz Montero sacó a un sapo del estanque y lo colocó, desnudo, en la cama de la princesa. Al menos eso fue lo que la princesa le dijo al rey cuando por la mañana se los encontró a los dos desnudos en la cama. Y al final Pep Durán abrió su maleta y nos deleitó con sus memorias húmedas de la librería Robafaves, con letras náufragas destiladas de las páginas de los libros.

Antes de salir nos encontramos con Martha Escudero (gracias por tus dos artículos, Martha), con Ignasi Barjau (contes i cuentos), con Kristinoshka, con Sergi Bellver, y con muchos narradores de Barcelona. Para celebrarlo nos fuimos a cenar ropa vieja y pollo con aguacate al Raval, cruzando al otro lado de las Ramblas. ¡Qué rico!

Y al día siguiente, de paseo. La boquería, el puerto, la Sagrada Familia, el barrio gótico... Turismo puro y duro, recuperación de la memoria (yo vivía en la pensión Fernando del barrio chino cuando Franco tuvo el buen gusto de morirse de una vez). Regresé a la antigua escuela donde impartí mis primeras clases, San Felip Neri, en pleno barrio gótico, detrás de la catedral, y me volví a dejar fusilar en sus paredes de piedra que aún conservan las huellas de metralla de los fusilados en la guerra civil.

Al caer la noche regresamos al casco viejo, y nos acercamos primero al Harlem jazz club, uno de los templos de la narración oral barcelonesa, y después a casa de su vecina, Valentina, a escuchar cuentos de Joan Boher, presentados por Cristina Salvador. Y otra vez a beber cerveza, antes de que llegaran las nieves.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Presentació a Barcelona de la Xarxa Internacional de Contecontes (RIC)


Presentació a Barcelona de la Xarxa Internacional de Contecontes (RIC) - International Storytelling Network

Dijous 4 de març, a les 19.30 h, a la sala Sagarra (4a planta) de l'Ateneu Barcelonès, C/ Canuda, 6.

Hi intervindran els coordinadors de la Xarxa,
Beatriz Montero,
Enrique Páez i
Alexis Forero (Alekos),

i la responsable de relacions internacionals de l'Escola d'Escriptura,
Muriel Villanueva .

A la segona part de l'acte, explicaran contes:

Pep Durán,
Alexis Forero (Alekos),
Ma Àngels Gil,
Inés Macpherson,
Rubén Martínez i
Beatriz Montero.


Si voleu més informació sobre la xarxa, cliqueu al següent enllaç: http://www.cuentacuentos.eu/

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Presentación en Barcelona de la Red Internacional de Cuentacuentos (RIC) - International Storytelling Network.
Jueves 4 de marzo de 2010, a las 19.30 h, en la sala Sagarra (4a planta) del Ateneu BarcelonèsC/ Canuda, 6.

Intervindrán los coordinadores de la RIC,
Beatriz Montero,
Enrique Páez y
Alexis Forero (Alekos),

y la responsable de relaciones internacionales de l'Escola d'Escriptura,
Muriel Villanueva.


En la segunda parte del acto contarán cuentos:

Pep Durán,
Alexis Forero (Alekos),

Ma Àngels Gil,
Inés Macpherson,
Rubén Martínez y
Beatriz Montero.

Si quieres más información sobre la RIC, clica el siguiente enlace: http://www.cuentacuentos.eu/

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La Xarxa Internacional de Contecontes (RIC) - Red Internacional de Cuentacuentos (RIC) - (International Storytelling Network) - es un portal de narradores orales abierto a todos los in teresad os en la difusión del cuentacuentos, la animación a la lectura, la creación literaria y las artes escénicas. Esta plataforma de interconexión y divulgación del trabajo de cuentacuentos agrupa a más de 560 narradores de 40 países en los cinco continentes.

Entre sus objetivos prioritarios se cuenta la preservación y recuperación del patrimonio cultural oral e inmaterial de la humanidad, la defensa de las lenguas en peligro de extinción, la difusión del oficio de los narradores orales, la dinamización de las bibliotecas y centros escolares, la creación literaria, y la expansión de las artes escénicas. Ante el deterioro y el retroceso de la oralidad frente a las nuevas tecnologías, los cuentacuentos dan la voz de alarma para mantener viva la herencia de Sherezade y el milenario arte de contar cuentos.

sábado, 27 de febrero de 2010

Si el corazón pensara

Leer novelas de amigos escritores siempre me produce una extraña inquietud. ¿Y si no me gusta, qué le digo? Porque un amigo puede ser muy buen amigo, y al mismo tiempo ser un mal novelista, y un excelente jugador de mus, y un pésimo ciclista, y un magnífico catador de vinos, y un cantante que desafina. Los amigos, y los hermanos, y los amores, son como son, son lo que son, y en algunas tareas funcionan bien, y en otras mal. No hay que pedirle peras al olmo.

Pero cuando me leo la novela de un amigo, y me gusta, me pongo contento. De pronto me veo liberado del penoso ritual de tener que decirle: “Mira, qué quieres que te diga, a mí me parece que tu novela hace aguas de cuando en cuando, aunque hay momentos brillantes, desde luego”. Porque si no tiene siquiera algún que otro momento brillante, entonces mi amigo novelista no solo no es novelista, sino que ni siquiera se da cuenta de que no lo es. O sea, que ni tiene madera de novelista, ni de crítico.

Es algo así como aquello que nos decíamos en el patio del colegio: “Chaval, tú eres tonto, y en tu casa no lo saben”. Un mensaje hermético para muchos. Yo siempre me quedaba pensando: “¿En mi casa no lo saben porque también son todos tontos? Pues vaya una familia de mierda que tengo. O a lo mejor es que no lo saben por otro motivo que, como yo soy tonto, no se me alcanza.” Dudas metafísicas que me hacían regresar a clase taciturno y enfurruñado.

La novela de mi amigo Antonio Rodríguez Almodóvar, “Si el corazón pensara” (Ed. Alianza) me ha gustado, aunque no sea perfecta. Gracias a Homero, profeta de los novelistas, la novela perfecta no existe. Si existiera sería como el jardín de los senderos que se bifurcan borgiano, y englobaría en su texto a todas las novelas del mundo. A la novela de Antonio Rodríguez Almodóvar le veo algunas fisuras, alguna que otra vía de agua, que no hunde el cascarón de su proyecto. Esa es una de las ventajas de las novelas largas (467 páginas) sobre los cuentos o relatos: el ritmo va marcado por mareas, y no por olas (por párrafos, y no por frases). Además se pueden permitir digresiones antinarrativas sin que su conjunto quede herido de muerte, cosa que no sucede con los relatos, obligados a ser mucho más técnicos, más milimétricos. El cuento, ya lo dijo Poe, comparte más características con el poema que con la novela.

¿Qué pasaría “si el corazón pensara”? La respuesta está antes de las dedicatorias, muy al comienzo del libro, y es una cita de Fernando Pessoa: “Si el corazón pensara, se detendría”.

Antonio quizá no lo sabe, pero es un gran novelista que aún está constreñido por el pensamiento. De algún modo la frase de Pessoa que le da el título a la novela, se aplica a la novela misma, de modo que cada vez que el narrador, Antonio, piensa, la novela decae, casi se detiene. Si el novelista pensara, su novela se detendría. Y así es. Los momentos más brillantes son justamente todos aquellos (afortunadamente la mayoría) en los que el novelista no piensa, el narrador se olvida de analizar o de hacer historia, y se deja arrastrar por el corazón desbocado de Rosa, Currito y Amparo. Entiendo perfectamente que Antonio Rodríguez Almodóvar haya gozado despellejando a Franco, a los falangistas, a Queipo de Llano y a cuanto obispo y/o fascista se le pusiera a tiro de sintagma. Son deudas históricas, y alguna vez tenía que cobrarlas. Poder llamar a Franco Gran Sapo, Tirano, Gran Genocida, general Ísimo de Moros Hambrientos y Legionarios Avarientos, Jefe de la Manada, Sumo Traidor, y otras tantas verdades más tiene que dar mucho placer, aunque la novela se resienta. “Ande yo caliente, y ríase la gente”, parece decir Antonio, que de seguro sabe que ese narrador subjetivo no es el más adecuado para narrar una novela, pero es que da tanto gustito…

Hay muchos momentos gloriosos. Mucho sexo. Mucha historia. Fútbol, putas, políticos, extraperlo, monjas, sindicalistas, policías, falangistas, obispos y anarquistas. Y unos personajes que crecen cada vez que pierden la cabeza y amordazan al narrador a golpes de corazón. Y grandes metáforas. Como la de ese sargento negro norteamericano, dueño de unos “grandes ojos de dinosaurio rezagado en la evolución natural de las especies.”

Antonio Rodríguez Almodóvar es el mayor folclorista de España, por no decir el único. Sus “Cuentos al amor de la lumbre” y los “Cuentos de la Media Lunita” reúnen la mejor y mayor colección de cuentos de tradición oral existente en la actualidad. Al final de la novela, como recordatorio de su trabajo de décadas en torno a la tradición oral, aparecen El Medio Pollito, el Gallo Kirico que se fue a las bodas de su tío Perico, y la historia de La hormiguita presumida y el ratón Pérez.

El final de la novela es uno de los grandes aciertos, muy al contrario de lo que le suele ocurrir a Arturo Pérez Reverte. El final de “Si el corazón pensara” es digno de un gran conocedor de las estructuras novelescas. El lector no quedará defraudado lo más mínimo (prohibido leer las últimas páginas por adelantado).

lunes, 22 de febrero de 2010

En Madrid, con humo y bebecuentos

Estoy en Madrid, y siento cualquier cosa menos añoranza. No hay emoción de regreso del exilio. No hay sonrisa boba al pasar por delante del portal de mi antigua casa. Supongo que me he ido asilvestrando, y ya el humo de la ciudad me marea. También es verdad que Ángel Zapata e Inés fuman mucho, y no es un humo surrealista ni cenetista, sino humo de tabaco negro, que hace años tenía sabor a besos, y ahora solo sabe a cenicero.

El sábado estuve dando una clase de cuatro horas a los alumnos del máster de narrativa de la Escuela de Escritores. Les puse la cabeza como un bombo, pobres, entre palimpsestos y haikus deconstructivos. Hay que espabilar, que si no a la que te descuidas Belén Esteban y Ana García Obregón se escriben una novela tridimensional con cuatro tetas de silicona, y se funda una nueva poética de la postmodernidad. Cuando te sientes a escribir, antes métete una guindilla por el culo, verás cómo hay más movimiento en tus argumentos y los personajes tienen más chispa. Es la escritura orgánica, vegetal, atávica. Verás que risa.

Bea estuvo contando Bebecuentos en el auditorio de la Casa de América, en Cibeles, y provocó un atasco de cochecitos en los pasillos del palacio de Linares. Más de 300 asistentes, entre bebés y padres, sentados incluso en el escenario, rodeándola por completo. Canciones de cuna, pompas de jabón, besos con babas. Una fiesta.

Y muchos amigos, eso sí. Pero a la próxima nos vemos en Tenerife

viernes, 19 de febrero de 2010

La lluvia horizontal

Hoy se puso a llover de abajo arriba. No, yo no estaba haciendo el pino, solo estaba asomado al balcón, de cara al mar, con el barranco de las breñas por delante. Primero empezó a solplar el viento. Viento del norte. El que trae la lluvia. La vi venir, llegaba desde La Palma, pero el viento cada vez soplaba más fuerte, a ras de mar, haciendo borreguitos sobre las olas. Al llegar a las rocas de la costa, el viento empezó a escalar los riscos y a arañar las chumberas. Y llegó la lluvia, y las gotas escalaban la torrentera hasta llegar al balcón de casa, de abajo arriba. Si llevara faldas, se me mojarían las bragas.

Luego empezaron a volar las tejas. Más de cuarenta.

Después tuve que ir a buscar los canalones de recogida de agua de lluvia al jardín del vecino.

Tres camisetas de manga corta en la antena de la televisión.

El cartero sobrevolaba los dragos.

Mañana nos vamos a Madrid, pero regresaremos el domingo.

domingo, 14 de febrero de 2010

Carnaval 2010

Hace diecinueve años, cuando publiqué mi primera novela, "Devuélveme el anillo, pelo cepillo", escribí en el prólogo: "Me gusta disfrazarme. A todos los escritores nos gusta."

Es evidente. Escribir es vivir otras vidas, ponerse en la piel de los personajes, ser otros. O sea: disfrazarse.

Son disfraces sintácticos, cosidos con lexemas y morfemas, que transportarán a los lectores a otros mundos. Pero antes que a los lectores, lo hace con los escritores.

En eso somos como niños. El espacio transicional desde donde los autores escriben, es el cuarto de juegos de los escritores. Hay mucho de infantil en la escritura: pasión, emoción, credibilidad, inmersión, empatía... hasta el punto que Baudelaire decía que "el genio es la infancia recuperada".

Así que de pronto, si este escritor que escribe esto, de pronto vive en Tenerife, se encuentra con que medio millón de personas deciden una vez al año disfrazarse, bailar, transgredir y vivir por unas horas, por unos pocos días, otras vidas, otros mundos, otras pieles.

Este año yo me convertí en cardenal purpurado, con bonete y mirada torcida.

Bea es una diablilla sexy, un súcubo: un demonio en forma de mujer sensual, una perdición, la carne que tienta al débil (qué suerte ser débil y caer en las tentaciones).

Entre los habitantes de Tenerife, hay división de opiniones: a favor o en contra de los carnavales. Pero eso solo sucede si has nacido y vivido aquí, y de pronto toca rebelarse contra lo que se ha mamado desde la cuna. Rebelión o sumisión, ese es el dilema de los chicharreros. Los hay que huyen de la isla, se van a la Gomera, o a Güimar; y los hay que se entregan a la fiesta, ese rito pagano que ni siquiera Franco pudo erradicar de Canarias.

Los que venimos de fuera, o estamos instalados desde hace poco, nos dejamos vencer por las tentaciones. Llevamos décadas de atraso en los asuntos de la risa y los disfraces.

martes, 9 de febrero de 2010

Fallo del Primer Concurso Internacional “Cuento en corto” de narraciones orales en vídeo

Reunido el jurado del I Concurso Internacional “Cuento en corto” para narraciones orales en vídeo, compuesto por profesores de la Escuela de Escritores de Madrid y coordinadores y miembros de la Red Internacional de Cuentacuentos:

Enrique Páez (España), Javier Sagarna (España), Beatriz Montero (España), Armando Quintero (Venezuela), Germán Solís (España), Alicia Barberis (Argentina), Martin Ellrodt (Alemania), Benita Prieto (Brasil), Diego Parra (Colombia), Jota Villaza (Colombia), Ángeles Lorenzo (España) y Armando Trejo (México).

Analizados y evaluadas las 154 obras presentadas al Concurso, el jurado acordó lo siguiente:

Conceder una mención especial con categoría de finalistas a los siguientes vídeos que compitieron en la última rondas de votaciones establecidas por el jurado:

Título: El cuento de la princesa y la rana
Narra: Djeliba Baba el Cuentacuentos (USA)
Escribe: Djeliba Baba el Cuentacuentos
(Vídeo nº 81)

Título: Venganza
Narra: Mauricio Grande (Colombia)
Escribe: MAURICIO Grande
(Vídeo nº 148)

Título: El niño godiño pericondiño
Narra: Fernando Cárdenas Caballero (Colombia)
Escribe: Fernando Cárdenas Caballero
(Vídeo nº 45)

Título: El escritor
Narra: Edgardo Franzetti (Argentina)
Escribe: Edgardo Franzetti
(Vídeo nº 7)

Título: Piedrita bajo la almohada
Narra: Laura Dippolito (Argentina)
Escribe: Giselle Rattaus
(Vídeo nº 75)

Título: Yacoub, el narrador de cuentos
Narra: María Laura Vélez Valcárcel (Perú)
Escribe: Cuento popular
(Vídeo nº 115)

Título: La niña buena
Narra: Rodolfo Castro (Argentina - México)
Escribe: Hector Hugh Munro
(Vídeo nº 94)

Título: Un hombre sabio
Narra: Fernando Cárdenas Caballero (Colombia)
Escribe: Fernando Cárdenas Caballero
(Vídeo nº 58)

Título: La rana juana
Narra: Marcela Romero (México)
Escribe: Tradición popular
(Vídeo nº 93)

Conceder el Premio al mejor Cuento en Corto dotado con 500 euros y un curso trimestral en la Escuela de Escritores, al vídeo:

Título: Future Folklore part 1
Narra: Dan Yashinsky (Canadá)
Escribe: Dan Yashinsky
(Vídeo nº 154)



Para la concesión de este premio, el jurado valoró la calidad literaria, la originalidad del tema, la adecuación de las texturas de la voz del narrador al contenido del cuento, la expresividad gestual, las aportaciones artísticas al arte de la tradición oral, la puesta en escena y la calidad técnica de la obra presentada en vídeo.

El jurado quiere felicitar calurosamente al ganador del Concurso, Dan Yashinsky, a los nueve finalistas, y a todos los participantes en el Concurso por la calidad y la calidez de las obras presentadas, y les invita a todos a participar en la próxima convocatoria del Concurso Internacional “Cuento en corto” que se convocará en el último trimestre de 2010.

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Winners of First International Video Short Story Contest in oral narratives

The Jury composed for teachers of the School of Writers in Madrid and coordinators and members of the International Storytelling Network:

Enrique Paez (Spain), Javier Sagarna (Spain), Beatriz Montero (Spain), Armando Quintero (Venezuela), Germán Solis (Spain), Alicia Barberis (Argentina), Martin Ellrodt (Germany), Benita Prieto (Brazil ), Diego Parra (Colombia), Jota Villaza (Colombia), Ángeles Lorenzo (Spain), Armando Trejo (Mexico),

analyzed and evaluated the 154 works submitted to the Competition. The jury agreed:

To grant a special mention category finalists to the following nine videos that competed in the final rounds of voting established by the jury:

(81) El cuento de la princesa y la rana
Narra: Djeliba Baba el Cuentacuentos (USA)
Escribe: Djeliba Baba el Cuentacuentos
(Vídeo nº 81)

Venganza
Narra: Mauricio Grande (Colombia)
Escribe: MAURICIO Grande
(Vídeo nº 148)

El niño godiño pericondiño
Narra: Fernando Cárdenas Caballero (Colombia)
Escribe: Fernando Cárdenas Caballero
(Vídeo nº 45)

El escritor
Narra: Edgardo Franzetti (Argentina)
Escribe: Edgardo Franzetti
(Vídeo nº 7)

Piedrita bajo la almohada
Narra: Laura Dippolito (Argentina)
Escribe: Giselle Rattaus
(Vídeo nº 75)

Yacoub, el narrador de cuentos
Narra: María Laura Vélez Valcárcel (Perú)
Escribe: Cuento popular
(Vídeo nº 115)

La niña buena
Narra: Rodolfo Castro (Argentina - México)
Escribe: Hector Hugh Munro
(Vídeo nº 94)

Un hombre sabio
Narra: Fernando Cárdenas Caballero (Colombia)
Escribe: Fernando Cárdenas Caballero
(Vídeo nº 58)

La rana juana
Narra: Marcela Romero (México)
Escribe: Tradición popular
(Vídeo nº 93)


Grant Award for Best Video Short Story in endowed with 500 Euros and a three months online course in the School of Writers (Madrid), the video titled:

Future Folklore part 1
Narra: Dan Yashinsky (Canadá)
Escribe: Dan Yashinsky
(Vídeo nº 154)

For granting this prize, the jury valued the literary quality, originality of the theme, the adequacy of the textures of the voice of the storyteller, the expressive gesture, the artistic contributions to the art of oral tradition, and staging technical quality of the work presented in video.

The jury warmly congratulates the winner of the contest, Dan Yashinsky, the nine finalists, and all participants in the contest for the quality and warmth of the works, and invites to them all to participate in the next edition of the International Competition "Story in short" to be convened in the last quarter of 2010.

jueves, 4 de febrero de 2010

Crónica del Festival de Agüimes

Desde la isla de enfrente, Gran Canaria, Antonio Lozano nos hizo señales con un pañuelo rojo: “Veníos al Festival, que celebramos 20 años y habrá tarta, piñata, cuentos, y ron Arehucas”. Y allí nos fuimos, Bea y yo, con coche y todo dentro del barco Bencomo Express.

En el hotel Villa de Agüimes Viviana nos recibió, y nos dio la habitación 6. Pero esa tenía cuatro camas individuales, así que se la cambiamos a Elena Castillo, nuestra vecina de Santa Cruz, por la suya, la número 5.

--Cuidado, que dicen que en esta habitación se alojó Garzón Céspedes cuando era él el que programaba el Festival --nos advirtieron bajando la voz.

No somos supersticiosos, pero antes de dormir miramos debajo de la cama por si se hubiera escondido allí. Y luego dentro del armario. “Sal, Francisco, que no te vamos a hacer nada”. Pero Garzón no estaba, así que nos echamos a dormir tranquilos.

El viernes 22 de enero abrió la función inaugural Antonio López, con su guitarra al hombro, mientras Fele, su mujer, lo miraba con ojitos tiernos. Beatriz Montero contó la mejor versión del Medio Pollito que jamás se haya oído nunca. Siguió el canadiense Marc Laberge, the quiet man, director del Festival interculturel du conte du Québec, con cuatro cuentos breves. Luego Ana Griot (León), Elena del Castillo (Tenerife), Jean Michel Hernández (Francia) y Coralia Rodríguez (Cuba). Todos muy guapos, con tablas y con buen repertorio. Para mi gusto, la mejor función de todo el Festival, y eso que después hubo muchas y sabrosas.

Según pasaban los días empezaron a gotear narradores de cuentos de todos los colores: Boniface Ofogo, Boni, con una película sorprendente bajo el brazo, filmada en el funeral de su padre unos meses antes en Camerún. Antonio González (un lobo y un ratón escondidos en su garganta) y Ana Torrellas (Benedetti en escena), de La Carátula de Elche, medio valencianos medio venezolanos, junto con Nazario, hermano de Antonio González, especialista en escenografía, luces y sonido. Grandes bebedores de ron. Vidas enteras guarecidas en los escenarios.

Nicolás Buenaventura y Pilar llegaron desde París con un espectáculo de cuentos zen, “Maestra palabra”, mínimo, exquisito y bien modulado. Hola y adiós, porque al día siguiente se fueron al carnaval de Barranquilla, en Colombia. Buena suerte, compañeros.

Coralia, la bella mulata, arrancó leyendas de reinas yorubas del interior de la tierra. “Había una vez un cocodrilo verde” que se llamaba Cuba, mi hermano, tú ya sabes mi amol. Bea y yo le compramos en la calle Triana de Las Palmas una camisa para su compañero Michel, un rubio de dos metros que le esperaba en Suiza. Días después Coralia asistió como alumna a mi Taller de Escritura, y se descolgó con un monólogo excelente, una voz propia irreductible. Espero que siga escribiendo. Y contando, claro.

Cuando llegó a Agüimes mi amigo Alberto Pérez, los que estábamos allí ya nos habíamos bebido unas cuantas botellas de Arehucas. Alberto, con su orquesta volátil flotando en el aire y un catarro de los de suspender espectáculos, hizo un esfuerzo titánico para contar y cantar un rock and roll. Mítico. La propuesta músico-narrativa más novedosa de todo el Festival, sin duda.

Durante el segundo fin de semana llegó el diluvio de narradores: Félix Albo (Valencia), Magdalena Labarga y Masissa Amado (Palique), Alekos acompañado por su tiple y el Conde Sisebuto, Bonai Capote (Guinea), Pep Bruno (un poco despistado, algo perdido), Antonio Abdo con Pilar Rey (La Palma), el Taller de Juglares de Gran Canaria, Oswaldo Pai (Zaragoza) con sus bolas malabares, y Kiko Cadaval con culito de oro, un bebé nonato flotando en formol, y todo Galicia en la mochila.

Y todos los que no se subían al escenario, pero estaban por allí: Carlos Gil Zamora de Artezblai (Bilbao), Cristina G. Temprano (Lanzarote), Francis, Mario, María Jesús, Viviana, Fele, Pino y Antonio Lozano (Agüimes), el novelista Pablo Martín Carbajal (Tenerife), Lola López del Instituto Cervantes de Marrakech, y algunos más que si se me olvidan no es por malicia, sino por alzheimer.

Volveremos, cómo no, todas las veces que Antonio Lozano quiera. Sus “Cenizas de Bagdag” se vino conmigo en la maleta, y muy pronto se convertirá en una aventura compartida gracias al misterio de la lectura y el pacto de suspensión de la incredulidad.

(Todas las fotos son de Enrique Páez y Beatriz Montero. Haz clic sobre ellas para verlas más grandes)

martes, 2 de febrero de 2010

La estafa de Asisa

Llevo asegurado en la compañía médica Asisa desde hace 25 años. Ahora, con la crisis, me resulta imposible pagar los recibos mensuales que me pasan al cobro cada dos meses, por lo que el pasado 19 de enero solicité por escrito que me dieran de baja de manera inmediata.

La asombrosa respuesta de Asisa es que, gracias a una cláusula escondida (tanto que yo aún no la he podido encontrar) en el contrato de 20 páginas que me hicieron firmar, ellos tienen derecho a obligarme a seguir pagando hasta el 31 de diciembre de 2010 (un año entero), quiera o no quiera, aunque esté en paro, aunque esté arruinado, aunque viva en el extranjero. Esa obligación nace de una interpretación sesgada de una cláusula engañosa en un contrato escrito con lenguaje premeditadamente oscuro, redactado por algún abogado especializado en desorientar al cliente y en retorcer el lenguaje jurídico para que a través de la letra pequeña y 20 páginas de texto, el cliente no sepa nunca que darse de baja en el futuro le costará el pago de las mensualidades de un año entero, para mayor gloria y beneficio de los grandes accionistas de Asisa. Alguna vez un abogado me dijo que esas eran las llamadas cláusulas abusivas de la letra pequeña, y que anulan los contratos por sí mismas. Ojalá, porque Asisa, para evitar que alguien de la orden al banco de no pagar, renueva sus recibos cada dos meses para que parezca una orden renovada y diferente cada vez.

Al firmar la póliza de seguro de pago bimensual, nunca me informaron esa artimaña de tener que pagar un año extra al solicitar la baja. Es más, el pago bimensual sugiere que uno puede darse de baja avisando con 15 días de antelación, tal y como ocurre con los suministros de teléfono, gas, electricidad, agua, alquiler de vivienda, arrendamiento de local comercial, o cualquier otro servicio que se anuncia, se contrata y se paga con periodicidad mensual o bimensual.

A mí me recuerda mucho a la historia de David contra Goliat: una corporación gigante que de modo opresivo obliga a seguir pagando a los ingenuos asegurados que creen que pueden darse de baja para poder sobrevivir a la crisis. Sería un buen argumento para revisar ese mito de David y Goliat, Ulises contra el gigante Polifemo, el estudiante débil contra el capacobardes del patio del colegio, la mujer prostituida contra su proxeneta, Caperucita y el lobo, Yoyes contra ETA, Atahualpa frente los conquistadores, los judíos contra Hitler, Aminetou Haidar contra la ocupación del Sáhara occidental, los secuestrados contra los secuestradores. Todas las historias son la misma historia: el mito se renueva y se reinventa a sí mismo a través de las acciones de los hombres.

La crisis nos afecta a todos, pero a unos más que a otros. Para salir de la crisis se precisan soluciones imaginativas, pero una de las más mezquinas de todas es obligar al débil a pagar en contra de su voluntad y sin contraprestaciones (no, no hay contraprestaciones, yo he renunciado a los servicios médicos de Asisa, así que no recibo nada a cambio), y con la amenaza de un bufete de abogados especializados en el engaño, un ejército de juristas armados con contratos de cláusulas afiladas, a las órdenes de la Gran Compañía, y pagados con el botín de las primas de los asegurados descontentos.

Yo solo soy un número de asegurado, es verdad, y no tengo tanto dinero como Asisa. Ellos tratan de quitarme, prolongándolo a lo largo de todo un año, 114,86 euros cada dos meses. Eso suma casi 600 euros. Para mí eso es mucho dinero, aunque para Asisa no sea demasiado. Yo no tengo tanto dinero como ellos para contratar los servicios jurídicos apropiados, pero tengo palabras. Muchas palabras. Soy un millonario de lengua, y no cambio mi capacidad de escritura por los 500 abogados de su gabinete.

Quizá con la crisis cien mil asegurados quieran darse de baja en Asisa, y con esta estrategia fraudulenta podrían ganar casi 60 millones de euros (o diez mil millones de las antiguas pesetas). Pero si Asisa quiere ganar 60 millones de euros, no debería hacerlo por la fuerza, con la navaja de una cláusula afilada en la garganta de los asegurados descontentos, sino ofreciendo mejores servicios, y consiguiendo que en lugar de querer darse de baja, deseen mantenerse dentro de Asisa, y convenzan a otros cien mil clientes más. Pero eso es cosa suya, que el departamento de marketing a mí no me paga un duro.

Así que resumiendo: Quiero darme de baja como asegurado de ASISA, y no me dejan. ¿Tendré que dejar de comer para pagar los futuros recibos de la compañía?