martes, 12 de febrero de 2008

Efectos secundarios

Los alumnos que se matriculaban en el Taller de Escritura sufrían extrañas mutaciones en poco tiempo. Cambios en la percepción de la realidad, y hasta de la visión del mundo. La primera que me lo dijo fue Patricia Rivas, a los dos meses y medio de asistir a clase.
--Enrique, me pasa una cosa rara. Ahora, cuando leo un libro, al tiempo que estoy leyendo empiezo a preguntarme por qué el autor utiliza ese narrador en tercera persona, o por qué describe así el parque que cruza caminando el protagonista. Está bien, me hace gracia, pero temo estar perdiendo parte de la historia.
--Normal --le decía yo--. Puede que se pierda un poco de inocencia lectora, pero se gana en profundidad, y el nuevos niveles de comprensión del texto. Estás empezando a ver no sólo la historia que se narra, sino también los andamios de esa novela, los materiales, la estructura, y hasta los trucos y las trampas, si las tuviera.
Y Patricia se quedaba pensando si esa nueva forma de leer era más o menos placentera. La verdad es que no está muy claro. Es como descubrir, de pronto, que los Reyes Magos son los padres, o que el ratoncito Pérez no es el que te deja una moneda bajo la almohada cuando pierdes un diente de leche. Adiós a la inconsciencia lectora. Es otra forma de mirar, no dijo mejor ni peor, pero tal vez sí más consciente. Los arquitectos también observan las casas con otra mirada que perfora los muros, y los actores acuden al teatro para disfrutar de las obras al tiempo que desnudan los gestos de sus compañeros de farándula.
A los seis meses, ese virus deconstructor nacido de la puesta en marcha a través de la escritura de ficción de diferentes técnicas narrativas, ya contagiaba al cine, y los alumnos descubrían gazapos en los guiones, lugares comunes en la construcción de personajes, y algunas traiciones grotescas en las historias que se narraban en las pantallas por motivos comerciales, por corrección política, y por darle coba a los espectadores blandos.
--No sé si acabaré detestando el cine, y leer, y el teatro --se quejaba Patricia.
--Que no, mujer, que seguirás disfrutando, pero en estéreo. Antes te conformabas con una sola lectura, y ahora eres capaz de ver varias dimensiones. No perderás el placer de la lectura.

Pero yo sabía que mentía. Una vez que se aprende a escribir ficción, a manejar el punto de vista, los adjetivos, los personajes, el tono, y el suspense, la técnica desenmascara buena parte de la magia. Hay un niño que muere en ese aprendizaje, que asimila los rudimentos de la magia, y ya es difícil engatusarle. Sí que se pierde un placer de la lectura. Ese concreto, el de la sorpresa, el de la indefensión, el de la desnudez frente al texto. A partir de ese descubrimiento, es más difícil que una novela romántica nos haga llorar, es casi imposible que una novela de terror nos arranque un grito a media página. Nos convertiremos en críticos sabihondos, y nos protegeremos de la emoción infantil con el escudo del conocimiento. Seremos lectores aguafiestas, pepitogrillos irritantes. Y los perjudicados seremos nosotros mismos. Nos convertiremos en magos, es posible, pero dejaremos de creer en la magia.
Nada es gratis en este mundo. Si ganas algo, pierdes algo. Que lo sepas.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Iba a decir: no es por llevarte la contraria pero...; pero la verdad es que sí, que me apetece llevarte la contraria. Sí que es cierto que al aprender desaparece, en parte, la magia. Yo lo he notado con las estrellas: alguien que no las estudia profesionalmente puede quedarse atónito bajo un cielo cuajado de estrellas; para él todas serán iguales, simples puntos brillantes llenos de misterio, depósitos de poesía (algo manida, pero qué le vamos a hacer), ahí colocadas como preguntas sin responder. Es cierto que eso desaparece cuando sabes sus nombres, su tamaño y su temperatura, cuando sabes que edad tienen, de qué están hechas y cuanto van a durar. Pero aprendes a mirar de otra forma; al perder la magia ganas realmente profundidad, descubres que son mucho más asombrosas de lo que soñaste, más grandes, muchísmo más grandes y que están tan enormemente lejos que es difícil evitar el vértigo, y que son tan inimaginablemente viejas que nos colocan en nuestro sitio: meros suspiros sin importancia, insignificantes y orgullosos. Pero aprendemos más, mirando las estrellas con conocimiento aprendemos que los dioses no existen nada más que en nuestra imaginación. Nos ponen en nuestro sitio: observadores atónitos llenos de ganas de mirar, de seguir disfrutando.
Y volviendo ahora a la literatura: yo no he seguido ningún curso para aprender a escribir (y ya me hubiera gustado, ya) pero imagino que al conocer la estructura, el armazón, los trucos y las trampas se tiene que aprender también a separar el polvo del oro. Seguro que el librito que ya no nos asusta , la historia que ya no nos hace llorar no es realmente tan buena. Estoy seguro que al tropezar con un verdadero maestro nos seguirá envolviendo el deleite, la ensoñación y la envidia que despierta el verdadero arte. Aunque sepamos el esquema que se esconde bajo el cuadro.
Fale! era sólo por disentir un poco antes de cenar.
Un abrazo, maestro.
Basilio

Anónimo dijo...

Basilio, nadie diría que no has seguido un taller de escritura, por lo bien que escribes. Me suena que esto ya te lo he dicho antes. Acabo de leer tu comentario, y me han entrado ganas de picarte. Decíamos Enrique y yo que sí, que tienes razón. Pero también siento muy cierto lo que dice Enrique en el post. Siento que ese velo de magia que envuelve la escritura y el teatro, en mi caso, ha desaparecido. Quizá no del todo pero si en gran parte. Me resulta más difícil emocionarme con una novela o con un cuento contado o una obra de teatro. Ayer, sin ir más lejos. En el taller de cuentacuentos a los alumnos les brillaban los ojos al escuchar como narraban otros alumnos y yo me tire las dos horas, analizando los gestos, la narrativa, la voz. Es mi trabajo, lo sé. Y también puede ser falta de romanticismo, o pérdida de ingenuidad, como dice Enrique. Yo que sé, pero me pasa. Besos.

Anónimo dijo...

¿No será por eso que cierras el taller? ¿para no arrebatarle la inocencia a más lectores?

Que no sea por eso. Ya lo has dicho tú mismo: Vale, tal vez no seas feliz, pero no seas tonto: la vida empieza ahora.

Lo que me ha pasado a mí después de conocerte, es que cuando me pongo a escribir, las veinte o treinta primeras cosas se me antojan tópicos, cosas ya dichas, ya escritas, ya leídas. Entonces vuelvo loco a Raúl, y a mis hermanas, y a mis amigos; el protagonista está aquí y le ha pasado esto y aquello, pero ahora no sé muy bien qué piensa o qué va a hacer, y me van dando opciones, pero no me gusta ninguna. ¿Pero qué quieres que le pase? me dicen al final. No sé, algo diferente.

Un abrazo,
Carmen Cuevas

Diego Flannery dijo...

Hola Enrique!( y cofrades de Enrique)

Parece que los lugares comunes llaman a buscar un saber: ¿por qué se repiten?. Mientras no se encuantra el origen: "la cosa", se repite sin saber. El automaton supera a la tyché. Bueno sería, que el azar nos permita dar paso a la sorpresa por sobre las técnicas y los lugares comunes.
!Si perdemos la capacidad de asombro y el plus de goce de la situación inesperada...nuestro inconsciente estará "cerrada", y habrá que lograr que produzca un brinco constructivo¡

Abrazos Cálidos desde Argentina.
Diego Flannery

Pableras dijo...

No te falta razón Enrique, maestro. En esa bendita clase que sale en la foto, incluso con algunas de las persona que salen en ella (personas entre las que no puedo olvidar a Javi Sagarna, aunque no esté en la foto) yo he experimentado ese cambio pero te aseguro con una enorme sonrisa que lo que he vivido dentro de ese aula me ha dado mucho no, muchísimo más de lo que me ha quitado

Millones de gracias.

Enrique Páez dijo...

Eh, todo el mundo quieto. Que no se me revolucione el aula. Yo solo he dicho que se pierde algo (de inocencia), y tal vez algo de sorpresa. Pero se gana más, a mi modo de ver, gracias a la experiencia. Es como follar: la primera vez hace mucha ilusión y se ponen ganas, pero no se folla bien. Eso se aprende con el tiempo, el control y el vicio (aunque eso de follar perdiendo el norte tampoco va mal).
Abrazos,

Rocío Azul dijo...

Hola Enrique, ya me disculparás el retraso en contestar, he estado un poco desconectada del blog, y leí hace sólo unos días tu comentario.

¿Qué puedo decir? Tu libro está, efectivamente, en mi mesilla. Desde que comencé a escribir, mi avance había sido más bien lento; sin embargo, desde el día en que "topé" con tu libro, quiero creer que los pasos se han transformado en zancadas gracias a tus consejos.

Respecto al post donde estoy dejando este comentario: es cierto que el escritor pierde parte del placer de leer, pero gana en placer de escribir.

Un abrazo.

Diego Flannery dijo...

Gentes, me permito recomendar:La cinta de Moebius de Manuel Talens
Alcalá Grupo Editorial (2007).
Un ejercicio filo-literario, para pensar la inocencia perdida, en todos sus órdenes. Dice Manuel :"...todo arte constituye un intento de recuperar la inocencia perdida y la escritura es una forma sublime de arte para reconstituir el éxtasis del paraíso [...] la grandeza del acto de escribir consiste precisamente en el fracaso indudable de la tarea”.

Somos hijos de la falta, pero el intento debe estar siempre presente.

Abrazos
Diego

Juanjo Merapalabra dijo...

Me encontré el blog de casualidad, de casualidad he terminado consultándolo de vez en cuando y qué casualidad, no soy de hacer comentarios, pero mira aquí estoy porque me pasa algo parecido, no a lo de las estrellas sino a lo que dice Enrique en el post.

Muchas veces digo que no me gusta el teatro, que no me gustan los cuentos. Y es verdad, lo pienso cuando voy a ver una obra y me entra sueño o cuando voy a ver a algún narrador y me aburro o me doy cuenta de que llevo diez minutos pensando en mis cosas. Claro, es mucho tiempo en el oficio como para que algo te sorprenda.

Pero después llega alguien que cuenta caperucita, pero la de tó la vida, esa que te re-sabes, y te das cuenta que llevas con la boca abierta todo el cuento. Vas a una obra casi por obligación y resulta que estás a punto de saltar al escenario para llorar con el protagonista. Sólo reparas en los detalles técnicos (por decirlo de alguna manera) cuando la burbuja se rompió, cuando vuelves a la realidad.

Es cuando pienso que me debe gustar porque lo disfruté como un bebé, y es cuando agradezco tener la mirada en profundidad de la que habláis porque una vez se rompió la magia, puedo seguir añadiendo detalles al goce que me produjo estar allí en ese momento.

Juanjo Shamán

Enrique Páez dijo...

Tendré que reconocer que, como dicen Basilio y Juanjo, que a veces sucede el milagro del asombro, y no hay conocimiento que lo empañe. Por eso sigo leyendo. Por eso sigo escribiendo.