domingo, 17 de febrero de 2008

Maytechu mía

Era verano, en 1973. Mis padres se habían ido a vivir a Algorta apenas hacía dos meses, así que en cuanto terminaron las clases yo también me trasladé a la avenida Basagoiti con el resto de mis hermanos. Fernando Esteso cantaba la canción de La Ramona a todas horas por la radio, y Quino dejó de dibujar tiras de Mafalda. Mi hermano Coque se casó con Nieves, y dos semanas después Nacho con Marisa. Cada mañana yo me subía en el tren de cercanías que llegaba desde Bilbao, y me acercaba hasta Plencia, donde me esperaba Mayte-chumía. Lo de Chumía era una coña de mi hermano Javier, porque Mayte no sabía cantar zorcicos ni de lejos. Éramos novios primerizos desde marzo de ese mismo año, cuando los dos cumplimos 18 años. Teníamos tantas ganas de discutir como de besarnos. Si no fuera porque nacimos con dos días de diferencia, podríamos haber sido gemelos dicigóticos enamorados, como Pimpinela.
Pero ella estaba enamorada de su padre.
Y no me extraña, porque incluso yo, que era tan heterosexual que no necesitaba ser homófobo, tenía que reconocer que aquel marino mercante, de rostro cobrizo y complexión etrusca, era un pedazo de tío.
—Todas mis amigas están enamoradas de mi padre. Y me da una rabia… —me decía mientras se untaba de Nivea.
Y yo, que era muy joven pero no tan tonto, ni se me ocurría decir nada contra su padre.
—No, si tu padre está muy bien. No es feo.
Yo tampoco lo era. Quizá porque tenía 18 años, y si alguien es feo con 18 años será que ha nacido torcido. Es la gran oportunidad. Es el momento de vender el pescado. Ahora o nunca.
El caso es que ese día nos fuimos a nadar. Yo con mi bañador de delfines estampados, Mayte con el de una sola pieza (bikini no, qué vergüenza), y su padre con la gorra de capitán, o con lo que le diera la gana, que para eso era el padre.
—Vamos nadando hasta la bocana del puerto —dijo Chumía—. Esa de allí.
En la vida había nadado yo más allá de dos largos en una piscina, pero a ver quién se achanta cuando se estrena novia, y delante de su padre. Aún así lo intenté.
—¿No es un poco lejos? ¿No te cansarás? —pregunté.
—¿Yo? Vamos, anda. ¿No será que no te atreves?
—¿Quién, yo?
Con dos cojones. Eso no lo dije, pero lo pensé. Nadie en toda la playa me oiría la menor queja. Vamos allá.
Llegamos media hora después al extremo de la bocana. Objetivo cumplido. Resoplando. Podíamos regresar a pie, no era necesario regresar a nado.
—Es que me da vergüenza —se quejó Mayte—. No tengo zapatillas, ni nada que ponerme por encima. ¿Cómo vamos a ir así por el puerto?
Tocaba regresar a nado. Yo me tranquilicé pensado que, en caso de peligro, me podía hacer el muerto. A fin de cuentas estábamos en aguas saladas. Regresamos al agua. Lo malo llegó a continuación. Tenía que haberlo previsto. Estábamos justo a la mitad del camino de vuelta, en medio de la bahía, cuando me dio un calambre en el muslo derecho. La pierna se me quedó encogida, y solo podía mover los brazos.
—Socorro. Me ha dado un calambre en la pierna. Me ahogo —conseguí gritar entre bocanadas de agua.
—Ayúdale, papá —dijo Mayte.
Y su padre me ayudó.
—Ponte boca arriba. Hazte el muerto. No te muevas. Yo te llevo. Así, muy bien.
Y me arrastró con suavidad hasta la playa. Después me dio un masaje.
¿Cómo se supera eso? De ninguna manera. El padre salvando de morir ahogado al novio de la niña. Eso no hay Edipo que lo cure. Mayte y yo rompimos siete meses más tarde. La relación naufragó antes de que acabáramos el primer año de Filosofía en la Complutense. Yo sentía que me ahogaba, y a ella le parecía que yo no era lo bastante hombre. No la censuro.
Años después supe que se había casado con un marino mercante, cosas de familia, y que se fue a vivir a las Rías Bajas, en Galicia. A Sanjenjo, creo. Da clases de historia y geografía en un colegio de primaria. Tiene un hijo que se llama Pablo que no conozco. Será guapo, como su madre, y como su abuelo. Digo yo.

8 comentarios:

Beatriz Montero dijo...

Hoops. Gracias, gracias, papá mazizo de Maitechú por salvar a Enrique.

Beatriz Montero dijo...

Quise poner "macizo", que con las prisas del agradecimiento...

Diego Flannery dijo...

Un Edipo cruzado.Notable.Una fuerte respuesta a las demandas familiares: Un marinero en casa para navegar la vida. Eso buscaba.
Lo tuyo era otro mar Enrique, eso se ve a la legua: el mar de la lengua y de los misterios del discurso.

Abrazo desde Argentina
Diego

hombredebarro dijo...

Ha sido para mí una gran alegría haber visto tu comentario en mi blog. Me resulta muy estimulante el hecho de que te haya interesado mi trabajo, teniendo en cuenta tu dilatada experiencia en el campo de la literatura. También yo voy a pasearme por tus páginas con tranquilidad.
Un saludo.

Anónimo dijo...

Hola Quique.

Siempre me acuerdo de ti y la “Chumía” cuando escucho la canción, pero te equivocas en el año, fue en 1972. Un año después, nos casamos también con una semana de diferencia entre boda y boda, Zalo y yo. ¡Que tiempos!, ¡Que viejos!

Besos mil.
Nena

leo dijo...

Hola: Es un gusto leerte, Enrique. Descubrir que tienes un blog ha sido toda una sorpresa.
Un saludo.

Joseba M. dijo...

Nunca podré olvidar ese tren a Plentzia. Llegar desde Erandio un domingo de verano era un suplicio y una aventura maravillosa. Y, a veces, Margari, la de Socorrito, venía con nosotros.
Enhorabuena, el blog es una gozada. Gracias, Enrique.

Enrique Páez dijo...

Me parece que mi hermana tiene razón: era el 72. Solo teníamos 17 años. Lechoncitos. "Qué pecado", dirían en Colombia.

Bienvenida, Leo. Yo también sé escribir post de chicas. ;-)

Bienvenido, Joseba. Me ha encantado tu blog. Y que te acuerdes de "Cuerno de cabra". Eso sí que es memoria histórica. Es justo de ese año, búlgara, en blanco y negro, con susbtítulos, y con una violación acojonante presenciada por la niña nada más empezar la película. A mí me dejó tan asombrado que aún me acuerdo con nitidez. La echaron dos años seguidos en el cine Rosales de Madrid, con dos pelotas.