
La asombrosa respuesta de Asisa es que, gracias a una cláusula escondida (tanto que yo aún no la he podido encontrar) en el contrato de 20 páginas que me hicieron firmar, ellos tienen derecho a obligarme a seguir pagando hasta el 31 de diciembre de 2010 (un año entero), quiera o no quiera, aunque esté en paro, aunque esté arruinado, aunque viva en el extranjero. Esa obligación nace de una interpretación sesgada de una cláusula engañosa en un contrato escrito con lenguaje premeditadamente oscuro, redactado por algún abogado especializado en desorientar al cliente y en retorcer el lenguaje jurídico para que a través de la letra pequeña y 20 páginas de texto, el cliente no sepa nunca que darse de baja en el futuro le costará el pago de las mensualidades de un año entero, para mayor gloria y beneficio de los grandes accionistas de Asisa. Alguna vez un abogado me dijo que esas eran las llamadas cláusulas abusivas de la letra pequeña, y que anulan los contratos por sí mismas. Ojalá, porque Asisa, para evitar que alguien de la orden al banco de no pagar, renueva sus recibos cada dos meses para que parezca una orden renovada y diferente cada vez.
Al firmar la póliza de seguro de pago bimensual, nunca me informaron esa artimaña de tener que pagar un año extra al solicitar la baja. Es más, el pago bimensual sugiere que uno puede darse de baja avisando con 15 días de antelación, tal y como ocurre con los suministros de teléfono, gas, electricidad, agua, alquiler de vivienda, arrendamiento de local comercial, o cualquier otro servicio que se anuncia, se contrata y se paga con periodicidad mensual o bimensual.
A mí me recuerda mucho a la historia de David contra Goliat: una corporación gigante que de modo opresivo obliga a seguir pagando a los ingenuos asegurados que creen que pueden darse de baja para poder sobrevivir a la crisis. Sería un buen argumento para revisar ese mito de David y Goliat, Ulises contra el gigante Polifemo, el estudiante débil contra el capacobardes del patio del colegio, la mujer prostituida contra su proxeneta, Caperucita y el lobo, Yoyes contra ETA, Atahualpa frente los conquistadores, los judíos contra Hitler, Aminetou Haidar contra la ocupación del Sáhara occidental, los secuestrados contra los secuestradores. Todas las historias son la misma historia: el mito se renueva y se reinventa a sí mismo a través de las acciones de los hombres.
La crisis nos afecta a todos, pero a unos más que a otros. Para salir de la crisis se precisan soluciones imaginativas, pero una de las más mezquinas de todas es obligar al débil a pagar en contra de su voluntad y sin contraprestaciones (no, no hay contraprestaciones, yo he renunciado a los servicios médicos de Asisa, así que no recibo nada a cambio), y con la amenaza de un bufete de abogados especializados en el engaño, un ejército de juristas armados con contratos de cláusulas afiladas, a las órdenes de la Gran Compañía, y pagados con el botín de las primas de los asegurados descontentos.
Yo solo soy un número de asegurado, es verdad, y no tengo tanto dinero como Asisa. Ellos tratan de quitarme, prolongándolo a lo largo de todo un año, 114,86 euros cada dos meses. Eso suma casi 600 euros. Para mí eso es mucho dinero, aunque para Asisa no sea demasiado. Yo no tengo tanto dinero como ellos para contratar los servicios jurídicos apropiados, pero tengo palabras. Muchas palabras. Soy un millonario de lengua, y no cambio mi capacidad de escritura por los 500 abogados de su gabinete.
Quizá con la crisis cien mil asegurados quieran darse de baja en Asisa, y con esta estrategia fraudulenta podrían ganar casi 60 millones de euros (o diez mil millones de las antiguas pesetas). Pero si Asisa quiere ganar 60 millones de euros, no debería hacerlo por la fuerza, con la navaja de una cláusula afilada en la garganta de los asegurados descontentos, sino ofreciendo mejores servicios, y consiguiendo que en lugar de querer darse de baja, deseen mantenerse dentro de Asisa, y convenzan a otros cien mil clientes más. Pero eso es cosa suya, que el departamento de marketing a mí no me paga un duro.
Así que resumiendo: Quiero darme de baja como asegurado de ASISA, y no me dejan. ¿Tendré que dejar de comer para pagar los futuros recibos de la compañía?