
Cuando hace años conocí a Chicho Sánchez Ferlosio (me lo presentó mi amigo Alberto Pérez, el cantante de boleros), yo ya había escuchado algunas de sus canciones demoledoras. Las que cantaba él, y las que musicó para Amancio Prada a partir de poemas de Agustín García Calvo, que había sido mi profesor de latín en la Complutense. De todas las canciones de Chicho, la que más me gustó siempre, con diferencia, era una que cantaba con Rosa, su compañera de toda la vida. Se titulaba Coplas retrógradas, y la grabó en 1982, pero yo la escuché por primera vez en La Mandrágora, un día en el que le hicieron hueco en su espectáculo Alberto Pérez, Joaquín Sabina y Javier Krahe. Chicho desgranaba las críticas contra el Estado estrofa a estrofa:
Dicen que son mis coplas
del diecinueve
porque digo que es blanca
la blanca nieve.
Yo no me enfado,
que mi siglo parece
que no ha empezado.
Después y durante la Edad Media, la iglesia fue tomando posiciones de poder. En la época de los griegos y los romanos el poder religioso estaba muy fragmentado y en manos de muchos dioses que, además, a imagen y semejanza de los humanos, luchaban entre ellos por el poder en el monte Olimpo. Había semidioses e infradioses, los héroes competían con ellos, y las mujeres humanas podían seducirles. Unos dioses de andar por casa (y no solo los dioses domésticos). Pero los cristianos trajeron un dios furioso, celoso y feroz. El dios cristiano e

Dicen que son mis coplas
del dieciocho
porque yo a lo podrido
lo llamo pocho.
Ay, Pero Grullo,
si tuvieran las cortes
consejo tuyo.
Pero había aristócratas con más de dos hijos, así que el tercero se quedaba en el castillo soplando moscas y mirando al techo. “Tenemos que hacer algo con Tercero, que se nos va a enquistar”. “Pues mira, que se meta en el ejército, así tendrá algo que hacer: que conquiste tierras y mate moros, que hay muchos. Es un oficio respetable, ¿no te parece?” Así que Mambrú se fue la guerra, mire usted qué pena. No sé cuando vendrá, do-rre-mí, do-rre-fá, no sé cuándo vendrá. Y al regresar el tercero le enseñó a sus dos hermanos mayores la sangre que aún chorreaba por su espada, y sin envainarla de nuevo les preguntó si no habría un trocito de pastel para él también, que el poder siempre da mucho morbo y apetece. Y claro, con esos argumentos de peso, es fácil ceder, y le hicieron hueco en el consejo de ministros. Aristocracia, iglesia y ejército, todo sin salir de la familia. Para qué más. Chicho sigue cantando, a su puta bola:
Dicen que son mis coplas
del diecisiete
porque ataco a los miembros
del gabinete.
Son tan modernos
que provocan la envidia
de otros gobiernos.
El Estado, hasta la revolución francesa, contemplaba estos tres estamentos, que eran uno solo, pero había que disimular. Ni el ejército se iba a levantar contra la iglesia, ni la iglesia iba a dejar mimar a la aristocracia, ni los aristócratas iban a dejar de regalarle cañones a los militares. Todo queda en familia. ¿Cuántos aristócratas había en los gobiernos de la reina Victoria o Carlos III? Pues todos, qué bobería. ¿Cuántos ministros eran militares en la época de Franco? Pues todos, leche, todos. Poco a poco se fueron colando los del Opus, y así hasta que llegó la democracia.
Ahora las cosas dicen que están cambiando. Ya no importan los títulos nobiliarios. Han perdido lustre. Ahora importan los títulos universitarios. Las nuevas catedrales se llaman universidades, los nuevos semilleros del poder están en la Universidad. ¿Cuántos ministros de los actuales gobiernos tienen título universitario? Pues todos. ¿Cuántos parlamentarios son universitarios (abogados exégetas, hermeneutas de las leyes, la mayoría)? Pues el 90 por ciento, tirando por lo bajo.
A mí no me salen las cuentas, porque eso no representa el mismo porcentaje de los españoles medios. Antiguamente, la minoría de aristócratas, obispos y generales dominaban los despachos ministeriales y del poder. Eso no ha cambiado: solo se ha disfrazado. ¿Cuántos españoles son universitarios? Pues el 12 %. ¿Y nadie se extraña de

Dicen que son mis coplas
del dieciséis
porque digo los fechos
que vos faceis.
Vuesos entuertos
por doquiera nos facen
presos o muertos.
Y yo digo que no puede ser la universidad la única representada en los centros del poder. No puede ser que una minoría que mayoritariamente tiene origen burgués siga controlando el 90 por ciento de los mecanismos del poder (en los gobiernos, en las empresas, en las autonomías, en los ayuntamientos, en la banca, en la prensa), mientras el otro 90 por ciento, herederos centenarios de los siervos de la gleba, siguen siendo ninguneados. Y digo que existen otros cauces, otros mundos, otros saberes, otras éticas, que no son las de los paraninfos. Existen gremios, sindicatos, cooperativas, autogestiones, asociaciones, y formas de cultura popular, música, oralidad y solidaridad extramuros de la universidad. Existe un universo mil veces más grande que los campus que se pretende negar e invisibilizar. Los parias son los mismos de siempre, siglos de esclavitud los contemplan, pero ahora los nuevos reyezuelos muestran el desprecio y la soberbia agitando un título universitario que les devuelve una vez más el derecho de pernada.
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Fotos capturadas con Google. Si son tuyas dímelo y te cito o las borro.