Nuestro cuerpo no es más que un rebaño de protones egoístas, neutrones bisexuales y electrones hiperactivos. Los luchadores de sumo tienen muchos, y Scarlett Johansson menos, pero mejor repartidos. Pero ante todo nos queda mucho espacio libre. Tenemos entre las órbitas de nuestros electrones, microgalaxias, espacios abismales totalmente despoblados, pendientes de recalificar. Bien reorganizado, y derogando algunas leyes electromagnéticas antidemocráticas, nos cabría otro cuerpo, y cien mil cuerpos más, en el mismo espacio que ocupamos cuando nos sentamos en el sofá. Podríamos, si nuestros electrones no fueran tan exclusivistas, tan xenóbobos, tragarnos una ciudad entera, como en el Aleph de Borges, y recolocarla entre los intersticios de nuestros átomos.
Aumentaríamos de peso, desde luego, porque de golpe tendríamos una densidad acojonante, y no habría suelo capaz de aguantar nuestro peso. Taladraríamos la corteza terrestre, y bajaríamos en ascensor hasta el centro de la Tierra, buscando el núcleo. Al llegar al centro, el núcleo seríamos nosotros. Todos los átomos del planeta girarían a nuestro alrededor. Seríamos algo así como un agujero negro, o como el cajón de un concejal de urbanismo. A nuestro alrededor darían vueltas más átomos que novios alrededor de la reina del Carnaval de Tenerife. Qué agobio.
Lo curioso es que nuestros protones, neutrones y electrones no envejecen. Solo cambian de lugar, y donde antes había un vientre liso, ahora hay un pellejo de piel que camufla una fabada. Es un viejo truco de magia. ¿Ves este bocadillo de panceta? Pues ya no está. Me lo he zampado, y lo escondo en este michelín. E=mc2. Son átomos reagrupados. La energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma.
Pero para sacarme el bocadillo de panceta incrustado en el cuarto michelín del abdomen, lo tendré que transformar en calor, en energía, en hambre. Entró a dentelladas por la boca, y saldrá en forma de sudor, haciendo footing por el parque. Tal vez allí se mezcle con un suspiro de Scarlett Johansson, o con otra mentira de Aznar. Quién sabe.
4 comentarios:
Esta exposición física cuántica me ha encantado.
Yo es que soy más de letrás. Vamos, que no he entendido una palabra (pero me ha encantado lo del cajón sin fondo del constructor).
Enrique: eres un cajón sin fondo lleno de sopresas que sabes desenrollar con hermosas palabras. Es un gustazo leerte cada día. Ruth dice que es más bien de letras, pero no me lo creo: de letras somos todos, sólo que a algunos desde pequeñitos les han asustado con las cuadrículas, los planos inclinados y las entropías; y junto con el miedo a la muerte y a laa soledad tienen ahí, abrigadito, el miedo a la ciencia. Y ya es pena que se pierdan la belleza real del mundo, la asombrosa, profunda, casi infinita, vertiginosa belleza del vacío interestelar y las nebulosas planetarias, de las galaxias caníbales y de los enormes vacíos acurrucados en el interior de cada átomo que tan bien nos ha contado Enrique.
No acabo de ver muy fácil eliminar el bocata de panceta, pero aún recuerdo con nostalgia los que me comía en el recreo en la facultad, allá en Santander, cuando tenía pelo en la cabeza y hacía manitas con la hermana pequeña de Enrique. Cuando el mundo estaba lleno de miedo al futuro y ansia.
Un abrazo muy fuerte Enrique-científico.
Yo no estoy gordo, lo que ocurre es que contengo multitudes. Leyéndote lo de la panceta me han entrado ganas de reagrupar átomos, ñam... qué hambre. ;-)
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