El primer día de escritura, de gimnasia, de ayuno, de follar o de cultivar arroz es más fácil. Es como un estreno, y llegamos a la tarea con ardor guerrero. El segundo día es mucho más jodido, porque aún no existe la rutina, ni la sorpresa, y todo son desventajas. Hay agujetas, hambre, desgaste y falta de costumbre. Es una mierda. Lo mejor sería hacer una elipsis en el tiempo, y regresar treinta días después, con el sayo desgastado, la tarea en marcha y las ampollas curadas. Claro que eso también estaría bien para los divorcios, los viajes en avión, las amputaciones de piernas, la poda de las acacias y la muerte de los padres. Anestesia para todos. No hay dolor. Receta médica: 300 canales de televisión por cable.
Dentro de una hora nos vamos a Navacerrada. Me llevaré a Cormac McCarthy en el asiento de atrás del coche, para seguir leyendo La carretera mientras Bea cuenta cuentos. Espero que la novela no contamine la realidad, porque si no me veo empujando un carrito del supermercado de un extremo a otro de la provincia de Ávila. O de lo que de ella quede.
La bolsa marsupial de Alejandra es un carrito de Carrefour. El carro de Elías, la bolsa de los deseos, el placer a la medida. Pero no podrá escapar sin pasar por delante de la cajera, que revela la mentira inducida: aquello solo era una simple caja de Pandora.
Mañana más.
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