Era ya de noche cuando cruzamos andando el Puente Mocho al regresar ayer de Navacerrada. Llovía con desgana, y el río Ambroz apenas balbuceaba bajo nuestros pies. No pude verlo, pero sé que su barca estaba allí, esperando, atada a uno de los riñones del puente. Siempre está esperando, aunque no sea la hora. Es un trabajo como cualquier otro, así que le saludé al pasar: “Buenas noches, Caronte”. Pero no me contestó. Él nunca responde.
Leo en el periódico que Víctor Chamorro acaba de publicar una nueva novela: Guía de bastardos. No conozco a Víctor Chamorro, y ni siquiera he leído nada suyo, aunque el año pasado me presentaron a su mujer en la librería Pinocho o en la inmobiliaria de Hervás, ya no me acuerdo. Me pareció muy mayor, tanto que creí durante meses que me habían presentado a la viuda de Víctor Chamorro. Puede que anteriormente hubiera leído su nombre en algún lugar, casi seguro, pero a pesar de mi buena memoria para los nombres, Víctor Chamorro no me sonaba de nada. Eso no quiere decir mucho, porque tampoco me sonaban de nada Álvaro Mutis, ni los ocho últimos premios nobel de literatura (a excepción de Doris Lessing). Pero a lo que iba: en una entrevista interior, Chamorro se queja de que, a pesar de haber sido dos veces finalista del Premio Planeta, su novela ha sido rechazada por 27 editores hasta ahora, y sale publicada en una editorial propiedad de su hija. Creo que las autoediciones están bien, pero no es como para tirar cohetes y dar saltos de alegría.
Hoy he recibido por correo la edición número 15 de Un secuestro de película, aunque no esté en ninguna librería de la zona. Lo demás es silencio, decía Monterroso, pobre.
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