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jueves, 31 de enero de 2008

Neutrones bisexuales

Nuestro cuerpo no es más que un rebaño de protones egoístas, neutrones bisexuales y electrones hiperactivos. Los luchadores de sumo tienen muchos, y Scarlett Johansson menos, pero mejor repartidos. Pero ante todo nos queda mucho espacio libre. Tenemos entre las órbitas de nuestros electrones, microgalaxias, espacios abismales totalmente despoblados, pendientes de recalificar. Bien reorganizado, y derogando algunas leyes electromagnéticas antidemocráticas, nos cabría otro cuerpo, y cien mil cuerpos más, en el mismo espacio que ocupamos cuando nos sentamos en el sofá. Podríamos, si nuestros electrones no fueran tan exclusivistas, tan xenóbobos, tragarnos una ciudad entera, como en el Aleph de Borges, y recolocarla entre los intersticios de nuestros átomos.
Aumentaríamos de peso, desde luego, porque de golpe tendríamos una densidad acojonante, y no habría suelo capaz de aguantar nuestro peso. Taladraríamos la corteza terrestre, y bajaríamos en ascensor hasta el centro de la Tierra, buscando el núcleo. Al llegar al centro, el núcleo seríamos nosotros. Todos los átomos del planeta girarían a nuestro alrededor. Seríamos algo así como un agujero negro, o como el cajón de un concejal de urbanismo. A nuestro alrededor darían vueltas más átomos que novios alrededor de la reina del Carnaval de Tenerife. Qué agobio.
Lo curioso es que nuestros protones, neutrones y electrones no envejecen. Solo cambian de lugar, y donde antes había un vientre liso, ahora hay un pellejo de piel que camufla una fabada. Es un viejo truco de magia. ¿Ves este bocadillo de panceta? Pues ya no está. Me lo he zampado, y lo escondo en este michelín. E=mc2. Son átomos reagrupados. La energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma.
Pero para sacarme el bocadillo de panceta incrustado en el cuarto michelín del abdomen, lo tendré que transformar en calor, en energía, en hambre. Entró a dentelladas por la boca, y saldrá en forma de sudor, haciendo footing por el parque. Tal vez allí se mezcle con un suspiro de Scarlett Johansson, o con otra mentira de Aznar. Quién sabe.