Yo quería escribir el gran libro, como todos. Escribir el libro definitivo. Ese libro a partir del cual todo es distinto, porque el resto de los novelistas saben que no lo pueden superar, y deciden pasarse en masa al microcuento, o a la programación de videojuegos. Escribir el libro-putada, y dejar a todos los compañeros del oficio en paro. A joderse. Se acabó la fiesta.
Y lo más curioso es que ese empeño cabrón y glorioso al mismo tiempo, lo tienen todos. Cerrar el último tomo de la historia de la Literatura con un aldabonazo. A partir de aquí, todo es una mierda, y además todo lo anterior solo existió para llegar aquí. La negación total del futuro y del pasado. Dicho así, no parece un objetivo ejemplar ni edificante, sino la venganza de un hijo puta que le prende fuego al kiosco y encima pretende cobrar la indemnización, y que todos le hagan reverencias. Vaya plan.
Así que lo mejor será no escribir.
Yo, por no escribir, mato. A quien sea. A Andreita, a su madre, a la tuya, a la mía, al que me está leyendo, y al que me vendió esta navaja de Albacete. Hay autores que se vuelven contra los suyos, como Louis Althusser, que en 1980 asesinó a su mujer Hèléne estrangulándola, tras lo cual fue internado en un hospital psiquiátrico. O peleando como Jorge Manrique, según cuenta Hernando del Pulgar [1986:339] «Ansimesmo en el Marquesado donde estaban por capitanes contra el Marqués, D. Jorge Manrique é Pero Ruiz de Alarcón peleaban los más días con el marqués de Villena é con su gente; é había entre ellos algunos recuentros, en uno de los quales, el capitán don Jorge Manrique se metió con tanta osadía entre los enemigos, que por no ser visto de los suyos, para que fuera socorrido, le firieron de muchos golpes, é murió peleando cerca de las puertas del castillo de Garci Muñoz, donde acaeció aquella pelea, en la qual murieron algunos escuderos é peones de la una é de la otra parte».
Aunque lo cierto es que la mayoría de los autores se conforman (nos conformamos) con asesinatos ficticios, premeditados, diseñados sintagma a sintagma. Somos asesinos vocacionales disfrazados de escritores. Lo malo es que hay demasiados seguidores devotos de los asesinatos disfrazados de lectores. Crimen y Castigo. ¿No se le podría acusar de homicidio, o cuanto menos de complicidad, a Dostoievski? Porque yo aún recuerdo la sensación de bajar a cenar con las manos manchadas de sangre, en casa de mis padres, a los 15 años: Acababa de matar a una vieja en el piso de arriba, sin que nadie se diera cuenta.
¿Qué autor no ha asesinado a unos cuantos de sus personajes? Y ninguno se arrepiente, ni dice: "Uy, fue un descuido, se me disparó la pistola jugando, como al rey Juan Carlos, y me cargué a mi hermano Alfonso". Ah, no. Todos los escritores se sienten orgullosos de sus muertos, y de salir indemnes del paso por la justicia. Los escritores creamos universos, dice Nelson Goodman en "Maneras de hacer mundos". Es verdad. Y muertos. Y desgracias.
Este es un diálogo típico entre escritores:
--Tengo un personaje tullido, resentido y vengativo como pocos. Un perfecto hijo de puta.
--¡Coño, qué bueno, préstamelo!
--Ah, de eso nada, que me da mucho juego. Además, Madame Bovary cést moi.
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