Enciendo el ordenador, arranco el Word de Windows y le pongo la letra arial en tamaño 3. Esta es una letra imposible de leer, así que no se puede corregir. Esta sería, pues, la escritura de un ciego, a no ser que el ciego le dicte a una secretaria, o a un secretario, y que le mande leer de regreso lo que acaba de dictar. Cuando la voz es demasiado débil, no se escucha. Hay que levantarla, hay que hacerse oír. Algunos, más que hacerse oír, imponen su voz, gritan, amenazan, vociferan. A veces les funciona, pero no durante demasiado tiempo. Todos los pueblos acaban por sublevarse, todas las víctimas se rebelan contra el tirano. O eso me gustaría pensar. Sé que no es verdad, sé que hay víctimas que mueren antes de rebelarse, o durante la rebelión, y de que muerto el tirano siempre nace otro nuevo dispuesto a sustituirle. Ley de vida, ley de selva, ley de muerte. Algunos levantan la voz tan alto que su propia voz desaparece. Le ponen un cuerpo 3200 a las letras, y solo si te vas al otro lado del pueblo lo podrían ver, porque la dimensión excede la naturalidad. Eso le pasa al Miles gloriosus de Plauto, a Aznar, y a Bush, y a todos los bocazas que pueblan la tierra. No tires nunca el matamoscas, porque las moscas nunca van a desaparecer. Eso deben pensar los de ETA: yo no devuelvo mi pistola. Ah, no.
Después del sueño de anoche, de pronto se me ocurrió que también hay una relación entre el movimiento centrífugo y el movimiento centrípeto no solo en la vida, en la escritura y en el universo, el amor, las plantas y la cadena trófica en la que participan los muertos de los cementerios, sino también, como en los procesos de analogía, en las cosas pequeñas, diminutas, mortales (los virus, las bacterias, los desplantes, los ninguneos, los granos).
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