Yo ahora también estoy tomándome un café en un pequeño pueblo de nombre crecido: Villamayor. Y un huevo, mayor. ¿Pues cómo será el menor? Las moscas castellanas tocapelotas que tanto entretenían a Machado de niño, que cabreaban a Unamuno, y que se comían el queso del Lazarillo de Tormes, ahora están aquí, revoloteando alrededor de mi calva y posándose en el platillo de la taza del café, las mismas, no pueden ser otras, son eternas, no mueren. Hay cosas que no cambian con el tiempo, y las moscas son más resistentes y tienen más vida que las piedras.
El niño que llora y deja que los mocos resbalen desde su nariz enana es el mismo que se sacaba una espina del pie 200 años antes de Cristo, y que después fue arrojado desde lo alto de la roca Tarpeya por Tito Tacio, devorado por el hambriento conde de Transilvania después de ser cocinado al horno con una manzana en la boca y un ramo de perejil en el culo, sodomizado por tres curas irlandeses a mediados del siglo XX, y finalmente asistiendo como público a una sesión de bebecuentos en la biblioteca pública de Villamayor. La energía ni se crae ni se destruye, tan solo se transforma. Para profeta, Einstein. E=MC2.
1 comentario:
Pues espero que ese viaje dure todavía un poco más. Me lo estoy pasando en grande. Con las surealistas recomendaciones anti-carteristas (o pro-pánico, pro-gilipollez...), con las moscas castellanas y los niños inmortales.
Salud, hermano, y buen viaje.
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