viernes, 14 de marzo de 2008

Sangre de Cristo

El hermano Molina nos lo dijo en los cursillos de catequesis una semana antes de nuestra Primera Comunión:
—Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que un rico entre el Reino de los Cielos.
Me acordé de que en la casa de mi amigo Darío hay un pequeño galeón de madera, con cañones y velas desplegadas, encerrado dentro de una botella transparente de cuello estrecho. No podía entender cómo lo habían metido. Pero lo de los camellos, con sus dos jorobas llenas de agua, colándose por el ojo de una de las agujas del costurero de mi madre, aunque fuera una de las grandes, de las de tejer, era simplemente imposible.
De modo que solo me quedaban dos opciones: o conseguir que mi padre se arruinara de golpe; o apostar por lo seguro, y morir en estado de gracia.
Mi padre es el propietario de Joyerías Gayoso, con dos fábricas y más de treinta tiendas en España, y siete entre Portugal y Francia. Un total de más de ciento cuarenta empleados. Está forrado. Es imposible llevarle a la quiebra. Y además, si lo consiguiera, más de ciento cuarenta familias se quedarían sin puesto de trabajo. ¿Y todo eso para qué? ¿Para que mi padre se arruine, y que yo pueda salvarme al dejar de ser rico, y no tener por ello que hacer una pirueta mayor que la del camello contorsionista que intenta pasar por el ojo de una aguja?
Pensándolo bien, yo no podría salvarme tampoco arruinando a tanta gente, porque eso tampoco me llevaría a la contemplación eterna de Dios en el Paraíso. Hacer daño a otros para sacar un beneficio propio es pecado, estoy casi seguro.
Robarle a mi padre tampoco era una solución, porque robar también es pecado, vaya que sí. El séptimo mandamiento. Más claro, agua.
Así que tenía que buscar otra solución sin arruinar a mi padre ni a los ciento cuarenta trabajadores que dependían de él.
Morirse en estado de gracia era la respuesta al problema.
Esta vida es un valle de lágrimas, y más aún desde que trasladaron de colegio al bestia de Pardiñas y lo metieron en nuestra clase. Cada día reparte catorce collejas, por lo menos, así que lo mejor es irse de aquí, y sentarse cerquita de Dios Padre, sin abusones cerca. No estoy diciendo ninguna barbaridad, porque según el hermano Molina, también lo dijo Santa Teresa de Jesús, con aquello de “Vivo sin vivir en mí”, vaya angustia, eso no era vida, era un sinvivir, que dice mi madre; “y tan alta vida espero”, como yo, no te digo, que Santa Teresa no era tonta, quería lo mismo que nosotros: llegar a tiempo y coger un buen sitio; “que muero porque no muero”, vaya prisa, vaya ganas de empezar a disfrutar de la Gloria Eterna, normal.
De modo que cuando le conté mi plan para ascender al Cielo por la vía rápida a mi compañero Darío, que hace de monaguillo del Padre Fabián, se puso como loco de contento.
—¿Y de dónde vamos a sacar el cianuro? —me preguntó.
—De eso me ocupo yo —le dije—. Sé dónde lo guardan en la decantadora de oro de la fábrica de mi padre.
El día de nuestra Primera Comunión no hubo en el mundo dos niños más felices que Darío y yo, los únicos que sabíamos que la fiesta posterior no la íbamos a celebrar en el patio del colegio, donde ya estaban preparadas las mesas con los recordatorios y los aperitivos de jamón y gambas, sino en los jardines del Paraíso. Y no con nuestros padres terrenales, sino con los celestiales. Además de nosotros dos, limpios de pecado y con el cuerpo de Cristo en nuestro interior, otros quince compañeros nos acompañarían gratis en el viaje al más allá. Eso sin contar con el padre Fabián, que comulgaba siempre el último. Ellos aún no sabían la suerte que tenían.
Justo después de la Consagración, vestidos de blanco marinero, con los galones de almirante, las sandalias de charol blanco, el rosario y el misalito Regina de nácar en la mano, Darío y yo nos pusimos los primeros en la fila para recibir la Primera Comunión. Cuando me arrodillé ante él, me pareció que el padre Fabián me sonreía como si conociera nuestro secreto. Pero yo sabía que no. Darío ya me había dicho que había conseguido realizar la mezcla sin que el pater se diera cuenta. El padre mojó la hostia consagrada en la sangre y cianuro de Cristo, me la acercó a la boca, cerré los ojos, y recibí alborozado mi billete al Paraíso.

14 comentarios:

Belén dijo...

Jolín, pero el suicidio también es pecado jurl!!!!!

Directo al infierno va...

Besicos

Ruth dijo...

Me dejas sin palabras.
Me ha encantado, no puedo expresarme mejor.

Arcángel Mirón dijo...

Las bondades de la religión. Aaaaaaamén.

(No te esfuerces: todo es pecado. Como dijo Homero Simpson, Biblia en mano: "todos son pecadores, menos el que escribió el libro").

Haldar dijo...

vaya, y un amigo me dice que tengo la mente retorcida, jajajajaajja, esta buenisimo, auque te confieso que me gustaria saber que continua (si es que continua). De iglesias y pecados no se ni la u, carezco de religion alguna, aunque a veces creo en Dios, como por si acaso...

Meiga en Alaska dijo...

Me he quedado con una cosa aquí... Qué bueno el relato... yo también me he quedado con ganas de más.

Un beso

josef dijo...

Un relato sin duda excelente, no me quedan palabras! Gracias por linkearme, yo haré lo propio, y así staremos en contacto jejeje. Saludos!

Anónimo dijo...

Un relato sin desperdicio, como diría un amigo jeje, (((pienso)))... será posible vivir en estado de gracia? :) seguro que no jaja pero bueno; menos mal que no tengo los conflictos del niño Gayoso, estoy contenta siendo pecadora aunque no sepa exactamente qué significa eso jajaja.
Me encantó :)

Saluditos!!!

Enrique Páez dijo...

Belén: Vale, es pecado, pero ¿no sirve para pasar la frontera?

Ruth: No te animes demasiado, por si es contagioso. ;-)

Gilda: Es verdad, por eso ahora trato de hacer un deicidio escribiendo. Je.

Belén: La religión, a veces es perversa (y una fuente inagotable de ideas macabras).

Meiga: Me temo que no puedo hablar de cómo continúa, porque al estar en primera persona he abandonado este mundo infame. :-(

José: Nos seguimos leyendo. Un abrazo.

Magia: La conciencia del pecado da más morbo. Es como el chile verde.

Mi vida en 20 kg. dijo...

Que buen relato, claro, preciso y con gustito a mas.....

Enrique Páez dijo...

Gracias, 20 Kg., pero tú no te acerques al altar. Quédate con el Ramadán :-)

Mi vida en 20 kg. dijo...

:)....no no no...me quedo con el altar, aunque este envenenado jajajaja....

Mª Jesús Lamora dijo...

Genial.

Anónimo dijo...

VUESTRO ABOGADO RESPONDE...
A tu amigo y a ti os puede caer infierno, aunque a los demás los habeis mandado al cielo, salvo alguna paja urgente. De todas forma eso os `puede servir de atenuante, pero no ahora, sino en el juicio final, tras la resurrección de los muertos, en que pudieran revisar la santencia y conmutaros la pena por una temporada larga de purgatorio.De cualquier forma lo teneis dificil porque hasta entonces parece que falta bastante, tambien salvo CO2 en abundancia, y porque esos dias el Tribunal estará de bote en bote y los jueces no darán a basto. Seguramente no tendrán tiedmpo para hilar fino en casos difíciles como el de ustedes dos.Os deseo suerte. Al autor,felicdades.

Anónimo dijo...

...y ascendió beatíficamente al Cielo, seguido de los otros angelitos algo mocosos, y entonces se encontró con que el equipo de gobierno del Cielo estaba compuesto por los del CSI.