viernes, 29 de agosto de 2008

Cuenta atrás para la nueva novela

El próximo lunes, 1 de septiembre, empezaré a escribir la nueva novela con el personaje de Lidia aquí, en este blog, días tras día.

Espero que salga mejor, incluso, que la de "120 kilos" que algunos/as leísteis en abril y mayo de este mismo año.

Mientras tanto, desde hace ya 15 días estoy con la construcción de la estructura, argumento, personajes, espacio, tiempo y tono.

Lidia contará, en primera persona, la historia de un viaje iniciático.

Espero que os guste.

martes, 19 de agosto de 2008

Mendigo

La idea fue del Gangas, sí, sí, el hijoputa ese que trabajaba de conserje en Hermanos Miralles, el que decía que su abuela le iba a dejar una pasta en herencia, qué cabrón, si nos conocemos todos desde el orfanato; su abuela, no te jode, y una mierda, creo que sí, que se llamaba Álvaro, pero de eso no estoy muy seguro, porque por su nombre solo le llamaba el juez y el de la condicional, bueno, pues sí, pues ese, el Gangas, ese fue el que se empeñó en que le jodiéramos el andamio al Goyo, que era un cabrón, que se joda, pero eso fue hace muchos años, que la mitad no habíais nacido aún, ¿el Goyo con los maquis?, tú te pinchas, ¿no?, si el hijoputa era más franquista que Milans del Bosch, pues no te digo más que todos los primeros viernes de mes, después de comulgar en la parroquia de San Ginés, se pasaba por los sótanos de la DGS a comerle la polla al inspector Conesa, y yo no sé si sería porque la hostia se le atragantaba o porque quería ahorrarse las cuatro pesetas que costaba el chocolate con churros, pero te juro por mi madre, aunque no sé quién cojones es, que lo que te cuento es tan verdad como que yo me llamo Marcelo, que soy de Sanlúcar, y que nunca falté a mi difunta esposa, y si no que vengan aquí cuatro civiles y me rompan la almorrana a cipotazos, hostias, que además estaban allí Carlos, el carnicero de Vallecas, y el putón de Mila, esa que se ponía los hábitos de carmelita cuando se iba a hacer la calle, y cobraba el doble, la jodía, porque decía que sor Pilar le lavaba el coño con agua bendita.

(Pequeño homenaje a la novela "Mendigo", de Milagros García Guerrero)

domingo, 17 de agosto de 2008

Buscando a Lidia

Este es un texto falso que sustituye al que había antes, para evitar su copia.
Percuntia tempora fati conqueror, in uentos inpendo uota fretumque; ne retine dubium cupientis ire per acquor; si bene nota mihi est, ad Caesaris arma iuuentus naufragio uenisse uolet. lam uoce doloris utendum est: non ex acquo diuisimus orbem; Epirum Caesarque tenet totusque senatus, Ausoniam tu solus habes». His terque quaterque uocibus excitum postquam cessare uidebat, dum se desse deis ac non sibi numina credit, sponte per incautas audet temptare latebras quod iussi timucre fretum, temeraria prono expertus cessisse deo, fluctusque ucrendos classibus exigua sperat superare carina.

viernes, 15 de agosto de 2008

Vocación de eternidad

Me acuerdo de que, a los diez años, decidí ser santo. Quería ser devorado por los leones en el circo romano como san Ignacio, o decapitado en la vía Aureliana como San Pancracio, o caer en una olla de hambrientos caníbales africanos a los que yo trataba de evangelizar sin demasiado éxito. Debí poner mucho empeño en ello, porque mi madre me apuntó a unas clases particulares de santidad, en un convento de dominicos, cerca de las Torres del Silencio, a la sombra del Ávila, donde el padre Celerino trataba de calmar como podía la urgencia que tenía por morirme en loor de santidad. Eso de vivir en un valle de lágrimas, dada la gloria eterna que nos esperaba a los muertos en gracia de Dios, me parecía una pérdida de tiempo, un trámite absurdo, y quería quitármelo de encima lo antes posible.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Oficio de masoquistas (4)

Y entonces, ¿de dónde viene esa buena prensa que tiene la escritura y los escritores? Es muy llamativo que personas que han llegado a tener el máximo poder en el mundo (presidentes, dictadores, diplomáticos, políticos), cuando se retiran o los retiran, desean fervientemente pasar a la posteridad como escritores. Será la mala conciencia, y la sospecha de que nadie les va a nombrar en sus oraciones nocturnas. Será que el engreimiento les hace pensar que escribir se hace con la polla, y que su mensaje mesiánico debe ser trasmitido a las generaciones futuras. Empiezan por sus biografías hagiográficas, siguen dando charlas divulgativas de su sabiduría innata (don divino, epifanía, anagnórosis), y terminan escribiendo historia ficción, reinterpretando el pasado para que la historia universal y la evolución de las especies se comprenda como un lapsus que culmina en él. Perdón, en Él. Cuanto más hijo de puta ha sido un político, más hambre de letras tiene. Hasta el analfabeto Franco, después de ser generalísimo, quiso ser escritorísimo con el guión cinematográfico de Raza. A Winston Churchill, a cambio, le dieron el premio Nobel de literatura justo después de le Segunda Guerra mundial. Con dos cojones. Aznar y su mujer también intentan escribir, tras la estela de Ricardito Bofill. Y que Bola de nieve me perdone, pero ¿no sería mejor que se dedicaran a cantar boleros?
Lo malo, o lo bueno, según se mire, es que para escribir hay que ser masoquista, y eso no le gusta a todo el mundo. Y a los reyezuelos menos. Es un oficio en el que solo se precisa hilar palabras, bien baratas, y agrupar sintagmas. Eso parece más difícil. Mejor contratemos a un negro literario y que nos lo escriba. No te jode.

martes, 12 de agosto de 2008

Oficio de masoquistas (3)

Estuve dudando de si llamar a la escritura oficio masoquista u oficio de masoquistas. No es lo mismo. En el primer caso el masoquismo es congénito a la escritura, es una propiedad interna que infecta al que la ejerce. Pasa lo mismo al afirmar que la tortura es un oficio cruel: es una de sus características intrínsecas, no se puede hablar de tortura como oficio piadoso, u oficio creativo. Como mucho, a modo de broma irónica, se puede hablar Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes (Thomas de Quincey). La frase genial que resume el libro dice que “Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. Una vez que empieza uno a deslizarse cuesta abajo ya no sabe dónde podrá detenerse. La ruina de muchos comenzó con un pequeño asesinato al que no dieron ninguna importancia en su momento.”
No todos los que escriben alguna vez tienen como oficio la escritura, ni siquiera considerado como contrato por obra temporal durante media hora, o a tiempo parcial. No hago valoraciones de calidad, porque hay muchos escritores que nos harían un favor ecológico si publicaran sus libros en la arena, como ha habido muchos que no siendo escritores han escrito obras geniales. La mayoría de los autores, para justificar la escasa producción y la inmensidad de tiempos muertos en su vida profesional, aseguran que cuando no están escribiendo, están gestando, están construyendo la historia en su mente, y que esa pre-escritura forma parte necesaria e indisoluble de la escritura. Así ya no hay tiempos muertos. En parte es cierto, pero a mí me suena al axioma friki que también afirma que “Chuck Norris no duerme: espera”.
¿Acaso se puede medir la escritura de modo cuantitativo? ¿Podría valorarse a un autor por el número de palabras producidas, tal y como les sucede a los traductores? Según eso Rulfo sería uno de los peores autores de la literatura mundial, y Barbara Cartland una de las mejores. Creo que fue Luis Landero el que dijo que Monterroso es un autor que engaña, porque sus libros de microcuentos no tienen 80 páginas, sino 400, porque se leen cinco veces; mientras que otros autores escriben tostones de 800 páginas que en realidad son novelas diminutas, porque nunca llegan a leerse. La pragmática textual lo apoyaría.
La gloria y la muerte de la escritura está en su aparente simpleza y accesibilidad. Cualquiera, en teoría, puede escribir una novela: No se necesitan más palabras que las que ya conocemos. Es más, a veces el excesivo conocimiento funciona como bloqueo. ¿Cuántos críticos de literatura escriben ficción? Ya lo adelantaba León Felipe: “No sabiendo los oficios los haremos con respeto. Para enterrar a los muertos como debemos, cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero”. Pero yo no hablo de escribir una carta de amor en un rapto de pasión, sino del oficio de escribir, del trabajo que realiza aquel que ha decidido o ha aceptado la condena de ser escritor, de dedicarse a escribir como oficio final, al margen de la mayor o menor fortuna que adquieran con los derechos de autor y de la calidad de sus obras. ¿Este oficio es masoquista, o son masoquistas los que lo ejercen?
En este oficio se aprenden estrategias (hay quien las llama técnicas, trucos, artimañas, recursos), pero más estructurales que concretas. Es más: de lo que se ha escrito ya no se puede volver a escribir. En eso difiere bastante de los otros oficios, porque en el resto se avanza cada vez que se repiten los hallazgos, depurando y mejorando la técnica en la reiteración. Los protésicos dentales, los sexadores de pollos y los albañiles repiten con literalidad los trucos que aprenden, experimentan lo menos posible, y se enorgullecen de ello. En la escritura eso está prohibido: no solo no se puede repetir lo que uno ha escrito, sino que además no se debe repetir nada que haya escrito ningún otro. Volviendo a Richard Ford, él dice que los buenos escritores “son jugadores que llevan a cabo una especie de práctica amateur de una exigencia ferviente, en la que un proyecto acabado no enseña gran cosa sobre el que vendrá después. Y en el caso de las novelas, un proyecto consume casi todos sus recursos y por lo general deja al autor vacío, aturdido y desconcertado con los oídos pitándole.” Una maravilla de oficio, como para perdérselo. Yo es que soy un grafodependiente, doctor, ¿no me podría recetar alguna pastilla? Si después alguien se dedica al oficio de escribir, que no venga con lloreras. Haber preferido muerte.

lunes, 11 de agosto de 2008

Oficio de masoquistas (2)

Y lo primero que tengo que resaltar es que escribir se trata de un oficio. No es una profesión, como la de militar, periodista o abogado, porque esas profesiones suelen estar bendecidas por un título oficial (universitario a ser posible, y si no de otro tipo que lo simule), sus miembros se colegian en asociaciones blindadas que se protegen de posibles intrusismos, y en algún momento crítico de sus vidas sacan el carnet y dicen aquello de “Yo soy un profesional, oiga, así que me respeta”. Al escritor nadie le da un triste carnet que le proteja, por más que muchos lo busquen en la Escuela de Letras, en la Escuela de Escritores, o en la Asociación Colegial de Escritores. Escritor puede ser cualquiera, no hace falta estar apuntado en ninguna lista, porque no existe ningún editor que exija (gracias a dios) cualificaciones previas. Es más, para un editor, de buenas a primeras, será mucho más apetitoso que el manuscrito que se le entrega esté firmado por el vencedor de Gran Hermano que por un multidoctorado en Letras.
Los oficios son simples, no los dignifica un título colgado en la pared, y se aprenden con tiempo y esfuerzo: ebanista, titiritero, carterista, bailarina, herrero, puta, cocinero, pescador (hagan el favor de poner todos los sexos en todas partes, no se queden solo con las putas). Algunos tratan de dignificar su oficio diciendo que lo suyo ha ascendido a un nivel superior, y se ha convertido en una profesión o en un arte, tanto las putas como los vendedores de pólizas de hogar.
Pues no, la escritura tampoco es un arte, como podría ser el canto, la pintura, la escultura o la danza. Por supuesto que todos los trabajos pueden realizarse con más o menos arte, y en algunos casos ese componente es fundamental (desde la esgrima hasta el psicoanálisis). En eso la escritura no es diferente. Pero pienso, y en eso difiero de muchos mitómanos de la escritura, que se puede escribir bien con oficio y sin arte, pero no hay manera de escribir algo más extenso que tres haikus con arte y sin oficio. Las musas ayudan mucho, pero no escriben libros (los editores estarían encantados al dejar de pagar derechos de autor). Los libros los escriben unos enfermos esquizoides que pertenecen a un gremio de masoquistas (no un colegio profesional, quita, quita) que reniegan siempre de su oficio, que dudan de sus capacidades, que se desesperan cuando no escriben, que sudan sangre cuando escriben, y que enrojecen si alguien les llama escritores. A todos ellos, por cierto, la peor pregunta que se les puede hacer es la que se les hace con más frecuencia: “¿Qué estás escribiendo ahora?”

domingo, 10 de agosto de 2008

Oficio de masoquistas (1)

En el blog de David Condés, Peter el rojo, leo un magnífico artículo escrito hace nueve años por Richard Ford, "Holgazanear mientras la musa se recarga", que trata acerca de los momentos en los que un escritor no escribe, que son la mayoría a lo largo de toda su vida. Excepto Lope de Vega, Menéndez Pelayo, Blyton, Simenon y Serra i Fabra, que pasaron o pasan más tiempo escribiendo que todas las demás actividades juntas (incluido dormir), para los demás autores, pintores, escultores y músicos, el momento literal de sentarse a crear es un tiempo limitado, a veces efímero, y casi siempre obsesivo, odiado y añorado. Hay una rara contradicción, porque escribir escuece, pero el no escribir escuece más aún. La mayoría de los autores pasan la mayor parte de su vida sin escribir, agonizando, hasta que la mala conciencia y el disgusto por no escribir es tan insoportable, que supera al terror de ponerse a escribir. Entonces, muy a su pesar, gozosamente, se sientan a escribir estrujando sus intestinos. José Luis Sampedro dice que el escritor es un minero de sí mismo, y debe bajar a la mina cada día, garganta adentro, para ver si encuentra alguna pepita de oro que le alegre el día. Un clavo ardiente para tapar el vacío. La mayoría de las excavaciones terminan en fracaso, dando palos de ciego en un sótano oscuro. Oficio de masoquistas. Es mejor no escribir. Si puedes aguantar las ganas, dedícate a otra cosa. Sólo si no eres feliz con ninguna otra actividad ajena a la escritura, si el veneno ya está dentro, si eres un yonqui de las letras, entonces escribe, qué remedio, la cura aún no se ha inventado.

Y para no escribir los autores inventan miles de trucos con los que ocupar el tiempo. Vázquez Montalbán se convirtió en cocinero, Shakespeare en contable, Allan Poe en pederasta, Vargas Llosa en actor de teatro, George Orwell en guerrillero, Larra en suicida y Wittgenstein en pastor de cabras. Cada uno escapa del vacío a su manera. En su artículo, Richard Ford confiesa que entre libro y libro puede pasar dos estaciones (seis meses) viendo programas de deportes por televisión, o hacer larguísimos viajes para comprarse un coche de segunda mano. Yo me como las uñas, barro el patio con un escobón, me afeito cinco veces al día, y me desespero. No me consuela saber que a los demás autores les sucede lo mismo. Oficio miserable, dice Gómez Cerdá. Oficio de tinieblas, en un lapsus de Cela. Oficio y enfermedad, dicen otros.