Estuve dudando de si llamar a la escritura oficio masoquista u oficio de masoquistas. No es lo mismo. En el primer caso el masoquismo es congénito a la escritura, es una propiedad interna que infecta al que la ejerce. Pasa lo mismo al afirmar que la tortura es un oficio cruel: es una de sus características intrínsecas, no se puede hablar de tortura como oficio piadoso, u oficio creativo. Como mucho, a modo de broma irónica, se puede hablar
Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes (Thomas de Quincey). La frase genial que resume el libro dice que “Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. Una vez que empieza uno a deslizarse cuesta abajo ya no sabe dónde podrá detenerse. La ruina de muchos comenzó con un pequeño asesinato al que no dieron ninguna importancia en su momento.”
No todos los que escriben alguna vez tienen como oficio la escritura, ni siquiera considerado como contrato por obra temporal durante media hora, o a tiempo parcial. No hago valoraciones de calidad, porque hay muchos escritores que nos harían un favor ecológico si publicaran sus libros en la arena, como ha habido muchos que
no siendo escritores han escrito obras geniales. La mayoría de los autores, para justificar la escasa producción y la inmensidad de tiempos muertos en su vida profesional, aseguran que cuando no están escribiendo, están gestando, están construyendo la historia en su mente, y que esa pre-escritura forma parte necesaria e indisoluble de la escritura. Así ya no hay tiempos muertos. En parte es cierto, pero a mí me suena al axioma friki que también afirma que “Chuck Norris no duerme: espera”.
¿Acaso se puede medir la escritura de modo cuantitativo? ¿Podría valorarse a un autor por el número de palabras producidas, tal y como les sucede a los traductores? Según eso Rulfo sería uno de los peores autores de la literatura mundial, y Barbara Cartland una de las mejores. Creo que fue Luis Landero el que dijo que Monterroso es un autor que engaña, porque sus libros de microcuentos no tienen 80 páginas, sino 400, porque se leen cinco veces; mientras que otros autores escriben tostones de 800 páginas que en realidad son novelas diminutas, porque nunca llegan a leerse. La pragmática textual lo apoyaría.
La gloria y la muerte de la escritura está en su aparente simpleza y accesibilidad. Cualquiera, en teoría, puede escribir una novela: No se necesitan más palabras que las que ya conocemos. Es más, a veces el excesivo conocimiento funciona como bloqueo. ¿Cuántos críticos de literatura escriben ficción? Ya lo adelantaba León Felipe: “No sabiendo los oficios los haremos con respeto. Para enterrar a los muertos como debemos, cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero”. Pero yo no hablo de escribir una carta de amor en un rapto de pasión, sino del oficio de escribir, del trabajo que realiza aquel que ha decidido o ha aceptado la condena de ser escritor, de dedicarse a escribir como oficio final, al margen de la mayor o menor fortuna que adquieran con los derechos de autor y de la calidad de sus obras. ¿Este oficio es masoquista, o son masoquistas los que lo ejercen?
En este oficio se aprenden estrategias (hay quien las llama técnicas, trucos, artimañas, recursos), pero más estructurales que concretas. Es más: de lo que se ha escrito ya no se puede volver a escribir. En eso difiere bastante de los otros oficios, porque en el resto se avanza cada vez que se repiten los hallazgos, depurando y mejorando la técnica en la reiteración. Los protésicos dentales, los sexadores de pollos y los albañiles repiten con literalidad los trucos que aprenden, experimentan lo menos posible, y se enorgullecen de ello. En la escritura eso está prohibido: no solo no se puede repetir lo que uno ha escrito, sino que además no se debe repetir nada que haya escrito ningún otro. Volviendo a
Richard Ford, él dice que los buenos escritores “son jugadores que llevan a cabo una especie de práctica amateur de una exigencia ferviente, en la que un proyecto acabado no enseña gran cosa sobre el que vendrá después. Y en el caso de las novelas, un proyecto consume casi todos sus recursos y por lo general deja al autor vacío, aturdido y desconcertado con los oídos pitándole.” Una maravilla de oficio, como para perdérselo. Yo es que soy un grafodependiente, doctor, ¿no me podría recetar alguna pastilla? Si después alguien se dedica al oficio de escribir, que no venga con lloreras. Haber preferido muerte.