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domingo, 10 de agosto de 2008

Oficio de masoquistas (1)

En el blog de David Condés, Peter el rojo, leo un magnífico artículo escrito hace nueve años por Richard Ford, "Holgazanear mientras la musa se recarga", que trata acerca de los momentos en los que un escritor no escribe, que son la mayoría a lo largo de toda su vida. Excepto Lope de Vega, Menéndez Pelayo, Blyton, Simenon y Serra i Fabra, que pasaron o pasan más tiempo escribiendo que todas las demás actividades juntas (incluido dormir), para los demás autores, pintores, escultores y músicos, el momento literal de sentarse a crear es un tiempo limitado, a veces efímero, y casi siempre obsesivo, odiado y añorado. Hay una rara contradicción, porque escribir escuece, pero el no escribir escuece más aún. La mayoría de los autores pasan la mayor parte de su vida sin escribir, agonizando, hasta que la mala conciencia y el disgusto por no escribir es tan insoportable, que supera al terror de ponerse a escribir. Entonces, muy a su pesar, gozosamente, se sientan a escribir estrujando sus intestinos. José Luis Sampedro dice que el escritor es un minero de sí mismo, y debe bajar a la mina cada día, garganta adentro, para ver si encuentra alguna pepita de oro que le alegre el día. Un clavo ardiente para tapar el vacío. La mayoría de las excavaciones terminan en fracaso, dando palos de ciego en un sótano oscuro. Oficio de masoquistas. Es mejor no escribir. Si puedes aguantar las ganas, dedícate a otra cosa. Sólo si no eres feliz con ninguna otra actividad ajena a la escritura, si el veneno ya está dentro, si eres un yonqui de las letras, entonces escribe, qué remedio, la cura aún no se ha inventado.

Y para no escribir los autores inventan miles de trucos con los que ocupar el tiempo. Vázquez Montalbán se convirtió en cocinero, Shakespeare en contable, Allan Poe en pederasta, Vargas Llosa en actor de teatro, George Orwell en guerrillero, Larra en suicida y Wittgenstein en pastor de cabras. Cada uno escapa del vacío a su manera. En su artículo, Richard Ford confiesa que entre libro y libro puede pasar dos estaciones (seis meses) viendo programas de deportes por televisión, o hacer larguísimos viajes para comprarse un coche de segunda mano. Yo me como las uñas, barro el patio con un escobón, me afeito cinco veces al día, y me desespero. No me consuela saber que a los demás autores les sucede lo mismo. Oficio miserable, dice Gómez Cerdá. Oficio de tinieblas, en un lapsus de Cela. Oficio y enfermedad, dicen otros.