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lunes, 11 de febrero de 2008

Diáspora

Me dicen que cómo es que nos hemos ido a vivir tan lejos, en mitad del campo, si siempre hemos sido ratas de ciudad. Hace diez años yo tampoco lo hubiera imaginado, pero tampoco lo pensé de tantos otros. Peancha y Basilio a La Laguna. Berna al Pirineo aragonés. Marina a las Alpujarras. Blanca a Málaga. Nacho a Florianápolis. Tito, Jaime y Coque a Santander. La Nena a Barcelona. Victoria y Salvador a Cuenca. Ramón a Brooklyn. Piti y Esteban a Cáceres. Debes creerme que podría seguir hasta el aburrimiento citando nombres de personas que antes vivían en Madrid, y un día hicieron las maletas. Parece que el destino está repleto de caminos, y ninguno termina en Roma.

viernes, 1 de febrero de 2008

A veces me acuerdo

Angelines nos ha dicho que acaba de morirse su cuñado en Hervás, se llamaba Juanjo. Roberto Bermejo, el fontanero, se compró una moto BMW el verano pasado, y se estrelló contra una furgoneta en menos de dos días. Dejó dos niñas huérfanas. Antonio Guerrero tenía cáncer, y se disparó en el paladar bajo un magnolio en el jardín de la Facultad de Física. Rafael Fortes tenía cirrosis hepática, pero sus hijos no sabían que bebía. Luis Buzón y los dos hermanos Cuevas murieron de sobredosis antes de cumplir los 23 años. La madre de Rosa se ahogó en la piscina. El marido de Graciela Barbieri, ¿cómo se llamaba?, se perdió en el mar hace 30 años, dejando a Lucas huérfano. Carmen Mieza se clavó una espada de cristal al resbalar junto al balcón de su casa. A Gonzalo le falló el corazón antes de que llegara un donante, en el hospital de Valdecilla. Norma murió de pena cuando su padre no quiso hablar con ella. Carlos dejó de fumar, pero ya era tarde. La madre de Chris Debelius se lanzó al vacío desde un piso 14 en Arturo Soria. Ana Seijas murió de sida en Málaga, cuando ya estaba desintoxicándose. Eduardo Haro, el hijo, también murió de sida. Luisa Trigo no sé de qué murió, su madre nunca me lo dijo. Emilia y Pilón tenían cáncer. Samuel y Quico infartos. Qué quieres que haga, ya sé que no estamos en noviembre, pero a veces me acuerdo de los muertos.

jueves, 10 de enero de 2008

La arquitectura del sueño

Tras la muerte de Gonzalo, durante años me desperté dando gritos después de soñar que vivía en un sótano, al que accedía a través de un ascensor vertiginoso. La oscuridad de aquel pozo era tan densa que no podía verme las manos hasta que me palpaba la cara. Luego soñé que estaba inmóvil, desnudo y boca abajo, dando botes con la cabeza sobre el alto taburete de un bar de carretera. Empecé a psicoanalizarme, y el doctor Blanco me dijo que la parálisis era herencia de familia. Gracias a Freud, a los siete meses ya me había trasladado a vivir al sótano de la pizzería Sandos, a la que descendía a través de unas largas escaleras empinadas. Dos años después, a razón de tres sesiones semanales, conseguí plaza en un semisótano del cementerio de la Almudena, y a través de un breve ventanuco horizontal que flotaba junto al techo podía ver las botas militares embarradas, y el dobladillo de los pantalones de los que pasaban cerca del panteón donde estaba escondido. Fueron tiempos difíciles. Marisa se fue de casa, y seguí hurgando cinco años más hasta que soñé que los grises me perseguían, pero que yo esquivaba sus porras moviendo mi silla de ruedas escaleras arriba, hasta burlarme de ellos con un matasuegras desde el tercer piso de un centro comercial. “Ya te mueves”, me dijo el doctor Blanco antes de darme el alta, “ya solo te falta escribir”. Y en eso estamos.

Me envía mi hermana china, Berna Wang, lamiradaoblicua.bitako.com, unos micropoemas hermosos como desvanecimientos. Gracias, Berna.
Esteban Cortijo, desde el Ateneo de Cáceres, me recuerda que nos hemos prometido un viaje juntos a Portugal con Piti, para comer caldeiradas y zapateiras con vino verde junto al mar, y navegar a bordo de molinceiros por la ría de Aveiro, y rendir honores a la Venecia portuguesa. Que sea pronto.
Y Ana Victoria desde Costa Rica, la Nena y Alekos desde Barcelona, Nacho desde Buenos Aires, Basilio desde Canarias, y Elías, Emilio, Lara, Jorge, Javier y unos cuantos alumnos y alumnas desde Madrid, me felicitan el año y el blog. Aunque casi no me acuerdo, he debido ser bueno en algún momento de mi vida, porque si no, de qué.

Bea se ha bajado la mesa de estudio que tenía en el altillo, y la ha plantado en ángulo recto a cuatro metros de la mía. Dice que así me acompaña. Tengo suerte, qué duda cabe: con solo levantar los ojos la veo inclinada sobre su portátil; y detrás, al fondo, el ventanal que da sobre el río Ambroz, entreverado por las ramas deshojadas de los alisos y las acacias. Pesándolo bien, he sido bueno de cojones.