Tras la muerte de Gonzalo, durante años me desperté dando gritos después de soñar que vivía en un sótano, al que accedía a través de un ascensor vertiginoso. La oscuridad de aquel pozo era tan densa que no podía verme las manos hasta que me palpaba la cara. Luego soñé que estaba inmóvil, desnudo y boca abajo, dando botes con la cabeza sobre el alto taburete de un bar de carretera.
Empecé a psicoanalizarme, y el doctor Blanco me dijo que la parálisis era herencia de familia. Gracias a Freud, a los siete meses ya me había trasladado a vivir al sótano de la pizzería Sandos, a la que descendía a través de unas largas escaleras empinadas. Dos años después, a razón de tres sesiones semanales, conseguí plaza en un semisótano del cementerio de la Almudena, y a través de un breve ventanuco horizontal que flotaba junto al techo podía ver las botas militares embarradas, y el dobladillo de los pantalones de los que pasaban cerca del panteón donde estaba escondido. Fueron tiempos difíciles. Marisa se fue de casa, y seguí hurgando cinco años más hasta que soñé que los grises me perseguían, pero que yo esquivaba sus porras moviendo mi silla de ruedas escaleras arriba, hasta burlarme de ellos con un matasuegras desde el tercer piso de un centro comercial. “Ya te mueves”, me dijo el doctor Blanco antes de darme el alta, “ya solo te falta escribir”. Y en eso estamos.
Me envía mi hermana china, Berna Wang, lamiradaoblicua.bitako.com, unos micropoemas hermosos como desvanecimientos. Gracias, Berna.
Esteban Cortijo, desde el Ateneo de Cáceres, me recuerda que nos hemos prometido un viaje juntos a Portugal con Piti, para comer caldeiradas y zapateiras con vino verde junto al mar, y navegar a bordo de molinceiros por la ría de Aveiro, y rendir honores a la Venecia portuguesa. Que sea pronto.
Y Ana Victoria desde Costa Rica, la Nena y Alekos desde Barcelona, Nacho desde Buenos Aires, Basilio desde Canarias, y Elías, Emilio, Lara, Jorge, Javier y unos cuantos alumnos y alumnas desde Madrid, me felicitan el año y el blog. Aunque casi no me acuerdo, he debido ser bueno en algún momento de mi vida, porque si no, de qué.
Bea se ha bajado la mesa de estudio que tenía en el altillo, y la ha plantado en ángulo recto a cuatro metros de la mía. Dice que así me acompaña. Tengo suerte, qué duda cabe: con solo levantar los ojos la veo inclinada sobre su portátil; y detrás, al fondo, el ventanal que da sobre el río Ambroz, entreverado por las ramas deshojadas de los alisos y las acacias. Pesándolo bien, he sido bueno de cojones.

Me envía mi hermana china, Berna Wang, lamiradaoblicua.bitako.com, unos micropoemas hermosos como desvanecimientos. Gracias, Berna.
Esteban Cortijo, desde el Ateneo de Cáceres, me recuerda que nos hemos prometido un viaje juntos a Portugal con Piti, para comer caldeiradas y zapateiras con vino verde junto al mar, y navegar a bordo de molinceiros por la ría de Aveiro, y rendir honores a la Venecia portuguesa. Que sea pronto.
Y Ana Victoria desde Costa Rica, la Nena y Alekos desde Barcelona, Nacho desde Buenos Aires, Basilio desde Canarias, y Elías, Emilio, Lara, Jorge, Javier y unos cuantos alumnos y alumnas desde Madrid, me felicitan el año y el blog. Aunque casi no me acuerdo, he debido ser bueno en algún momento de mi vida, porque si no, de qué.
