Querido amigo (es
un decir, porque amigos, lo que se dice amigos, nunca lo fuimos):
Te noto un poco
irritado. Algo molesto. Deberías calmarte, porque esa rabia que te corroe solo te
traerá úlceras y desconsuelos. Seguro que más de uno te lo ha dicho antes que
yo. Relájate un poco. Respira. Cuenta hasta diez. Recuerda el proverbio árabe: “Eres
esclavo de tus palabras y dueño de tus silencios”.
Por mi parte, ya
lo sabes, no pienso entrar en discusiones contigo. Soy dueño de mis silencios,
así que voy a ignorarte. Ni siquiera te voy a nombrar (seguro que ya te habías
dado cuenta). Haré como si no existieras. ¿Y sabes por qué? Pues porque no pienso
entrar en tu juego y hacerte publicidad gratuita. En realidad es eso lo que
buscas, ¿verdad? Se te nota a la legua. La gente ya te conoce. No es la primera
vez que intentas generar una trifulca para que se escuche tu voz, ¿a que no? Desde
hace tiempo tratas de hacerte un nombre a través de la discusión, la descalificación
y la calumnia. Piensas que si agredes y hundes a los otros, tú saldrás beneficiado.
Es obvio que esa es una estrategia mezquina, además de equivocada, pero cada
cual escoge su modo de relacionarse con los otros y moverse por la vida. Allá
tú. El mar es muy grande, casi infinito, y no es necesario que estemos todos subidos
en el mismo barco. Tampoco tenemos que estar de acuerdo. Como le escribió H. G.
Wells a James Joyce: “El mundo es ancho, y hay sitio suficiente para que los
dos nos equivoquemos en él.”
Lo que me
sorprende es que según tú, yo sea el origen de tu berrinche. Pues qué le vamos
a hacer. Qué pena. El asunto tiene mala solución, porque yo no voy a dejar de
hacer lo que crea que tenga que hacer, tanto si te parece bien como si no.
Hasta ahí podríamos llegar. No tengo que darte explicaciones, ni de mi vida
personal, ni de mi vida profesional. No te debo nada. Tal vez tus amigos te den
la razón. Pues claro: para eso están. A mí mis amigos también me quieren. Esto
no es una guerra, porque dos no discuten si uno no quiere, así que te vas a
quedar con las provocaciones, las mentiras y las infamias enquistadas en la boca. Tu credibilidad
y tu supuesta profesionalidad decrece ante los ojos de los demás cada vez que
te lanzas al ataque para tratar de desprestigiar a alguien, en lugar de
trabajar para ayudar a los demás. La gente no es tan tonta como tú te crees. Te
sorprenderá saber que la mayoría es capaz de pensar por su cuenta, y distinguir
mentiras de verdades. Una cosa es preguntar o criticar; y otra muy distinta es arrojar mentiras y calumnias disfrazadas de "inocentes" comentarios. Así que puedes difamar lo que quieras, que solo escucharás
como respuesta tu eco resonando en el vacío. Los psicólogos tratan a las personas
como tú, e intentan que superen sus
inseguridades, su envidia, y su complejo de inferioridad (disfrazado
exteriormente a través de un complejo de superioridad). Tal vez te convendría
visitar a alguno.
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Recuerdo que en
cierta ocasión un amigo me aconsejó: “Nunca discutas con idiotas: te verás
obligado a descender a su nivel, y entonces, con su experiencia, te derrotarán”.
La mayor crueldad con los agresores verbales es no contestarles, porque la indiferencia
los mata.
Y eso mismo te
aconsejo que hagas tú también, querido lector: Cada vez que alguien te ataque con
motivos infundados a causa de los celos, la envidia, o la mala sangre, no intentes buscar una respuesta rápida e inteligente que lo desarme de inmediato, tal y como sucede en las películas. Eso no funciona así. Solo realimentarás su furia. Casi siempre la mejor respuesta es la indiferencia. Ignóralo. No entres al trapo. No te lo
tomes como ataque personal, porque la persona que te ataca seguro que tiene un
largo historial de embestidas contra otros. A poco que rasques o preguntes
verás cómo esa persona pendenciera es bien conocida por su incontinencia verbal
y sus ataques indiscriminados. No le des el gusto de darle una respuesta que ni
merece ni busca. Solo intenta hundirte para sobresalir.
Pero sus mentiras tienen las patas muy cortas, y no llegarán muy lejos. Su
credibilidad está bajo mínimos. Y si en algún momento consigue convencer a
alguien que se deja arrastrar por la difamación, que no es capaz de pensar por
su cuenta, que no es capaz de verificar la verdad por su cuenta, que no es
capaz de informarse por su cuenta, ¿de verdad querrás tener a tu lado a semejante
marioneta? Te aseguro que no pierdes nada. Deja que se vaya.
Aprender a ignorar y superar las agresiones verbales te hará más fuerte y más sabio. Nadie puede triunfar y tener éxito sin sufrir al mismo tiempo la violencia verbal de los envidiosos y los mentirosos. Es pura cuestión de estadística: Aunque la inmensa mayoría te apoye, un 5 %, como poco, va a estar siempre descontento con lo que hagas, hagas lo que hagas, da lo mismo. En el caso de los políticos la aprobación nunca llega al 50 %. Así que tú tienes que decidir si hacerle caso al 95 % que te apoya y que les parece bien cómo haces tu trabajo, o hacerle caso al 5 % que no le gusta lo que haces y quiere que hagas otra cosa diferente, probablemente en su propio beneficio.
Así que tú, ni caso. Lo que de
verdad te va a proteger siempre, como un escudo antimisiles, será tu profesionalidad, tu
trabajo, tu honestidad, tu independencia, y tu generosidad. Que nadie te lo
quite.