Esto de los ordenadores, el
email, Internet y los
blogs es un invento que parece haber sido diseñado a medida para los escritores. Puede que también lo utilice Hacienda, la CIA, Carrefour y los arquitectos, pero a mí me parece que lo suyo es hacer lo que yo hago: escribir. Claro que a los pajilleros les
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parecerá que todo esto más bien se inventó para poder ver fotos de tías en pelotas, y en movimiento, y con webcam. Aunque para eso les sobra casi todo el teclado: con un ratón y una sola tecla roja como el ojo de Polifemo que diga “SEX”, es suficiente. Aún me acuerdo de los trabajos escritos a mano en el Instituto (ojo con el margen, títulos en color), y de los trabajos escritos a máquina en la universidad (
Underwood, Olivetti), con papel de calco para quedarme con una copia. El título del libro, tras el autor, va subrayado. No existían negritas, ni cursivas, ni fuentes, ni cuerpos de letra, ni
tracking, ni justificados, ni alineación al centro ni a la derecha para los párrafos (excepto si tenías una paciencia de cojones).
Ahora es mucho mejor. Más fácil. Más rápido corregir. E imprimir. Y hacer copias. Y enviar por correo de modo instantáneo. Como el Nesquik.
Excepto si de pronto se te borra todo, y no has hecho copia.
Si, por ejemplo, llevas una hora escribiendo, terminas, lo envías por email, o en el blog, o en los comentarios del blog (no, no estabas escribiendo en Word para luego copiar-pegar, sino que lo hacías directamente en
Outlook, o en el
blogger, o en los comentarios abiertos) y de pronto crees que lo has enviado, pero no, y se te borra, y no, no está salvado.
No hay copias de seguridad.
No hay recuperación de documentos.
Lo has perdido.
Por torpe. Por no hacerlo en Word e ir salvando cada cinco minutos. Por no hacerlo bien. Idiota, mira que te lo habré dicho veces.
Aunque en ocasiones es un documento mucho más largo. O varios documentos. No has hecho un
backup desde hace tres meses, y de pronto el ordenador hace plof. Se apaga, y no se enciende. No hay disquetes, ni cds con los datos salvados. La placa base y el disco duro se han quemado. En la tienda te dicen que no pueden recuperar nada. Todo perdido. Meses perdidos. Has perdido hasta las notas manuscritas que tenías por ahí, que ya no te servían porque las habías pasado a limpio. La has cagado.
La semana pasada a Chema le robaron el portátil en el
Starbucks de Neptuno, en Madrid, a las puertas del
Palace. Al camarero se le había olvidado llevarle sacarina, en lugar de azúcar, y se levantó de la mesa para acercarse hasta la barra y coger un sobre de sacarina. Dejó el portátil abierto sobre su mesa. Al regresar no estaba. Solo estaba el café, mudo y aún caliente. Se habían llevado el portátil y el trabajo de los cinco últimos meses. No, él no hacía
back-ups más que de vez en cuando. Solo cuando tenía finalizado el trabajo, herencia de las fotocopias que se
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mandaban hacer solo cuando la novela estaba terminada. ¿Para qué antes?
Pues eso, que los comentarios a los comentarios se me han borrado. Plof. No están. Me acuerdo de ellos, claro, pero no es lo mismo. ¿Los vas a volver a escribir? Pues no, al menos no del mismo modo, ni en el mismo sitio. Os decía, resumiendo, que os mando muchos besos, y que gracias. Que sois estupendos/as. Que os quiero mucho. Ea. Pero es que dicho así no tiene tanta gracia, ya lo comprendo. No es lo mismo leer un libro a leer el resumen.
¿Y dónde estarán esas palabras? Si nadie las ha leído, más que yo, en ese caso solo existen en mi memoria, y cuando muera morirán también, inevitablemente. Y no habrán existido nunca. Como el árbol que muere en Siberia, pero nadie lo vio nacer, ni crecer, ni morir. ¿De verdad ha existido? A mí me da que esos comentarios que solo han sido tecleados, pero no han aparecido en la pantalla, son como el gato de Schrödinger, que ni está vivo ni está muerto. ¿Os acordáis de que en 2003 una médico de
La Concepción sufrió un brote psicótico y mató apuñaladas a tres personas? Pues por lo visto se pasaba horas y horas tecleando en un ordenador que estaba apagado. ¿Qué escribía?
Ayer una amiga editora me decía que la escritura y los Talleres de escritura salvaban vidas. Pero vidas ajenas: las de todas esas víctimas que no han sido degolladas porque el verdugo estaba escribiendo relatos. Luego se los envían a ella, y aunque son relatos malos que no puede publicar, ella siempre les contesta que sigan escribiendo. Mientras lo vuelven a intentar, no se cabrean ni cogen el cuchillo jamonero y se van a buscar a su mujer que está viendo un programa de Ana Rosa Quintana. Otra vida salvada. Visto así, la escritura es un agente de orden público, y debería tener subvenciones del Ministerio de Justicia.
Eso de comentarios a los comentarios suena al libro de Borges “Prólogos con un prólogo de prólogos”. Pero Borges es mejor. Siempre será mejor. Mucho mejor si está muerto. No, no era eso. Y más si está muerto, quería decir. Yo también escribiré mejor cuando esté muerto. Pero no hay prisa, eh, sin empujar.