A principios de verano del 72, para celebrar sus recién estrenados 13 años, mi hermano Nacho prendió fuego a la montaña de vilanos que se amontonaban en el jardín de nuestro vecino Marcos, en Torrelodones.
El fuego pasó de los vilanos a la paja, las hojas secas, los rastrojos, las piñas, las ramas caídas, y al fin saltó al porche de entrada, los cercos de las ventanas, la puerta de entrada, las vigas de madera del techo, la casa entera.
Todos los vecinos se acercaron a ver el incendio desde la acera de enfrente, y cuando llegaron los bomberos ya solo quedaban las brasas.
─Yo no he sido ─dijo mi hermano en un susurro autoinculpatorio mucho antes de que nadie le preguntara nada.
Mi madre le vació los bolsillos, y le requisó la caja de cerillas medio vacía que aún guardaba en su bolsillo derecho.
─¿Cuántas veces tengo que decirte que está prohibido jugar con juego?
─Pero es que hoy es mi cumpleaños ─se defendió mi hermano─. Yo creí que en mi cumple podía hacer lo que yo quisiera.
Yo no sé por qué se extrañan de que años después Nacho fuera miembro activo de una asociación de ayuda a drogodependientes, voluntario en educación de niños esquizoides, mediador social en conflictos matrimoniales, y sindicalista.
Parece que su cumpleaños no acaba nunca: Toda la vida jugando con fuego.
2 comentarios:
Jajaja. Va a ser mejor felicitar a Nacho por sms.
Muy bueno!
abrazos
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