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domingo, 9 de mayo de 2010

La confusión reinante

A finales de 1978 Franco llevaba tres años muerto, y en la Zarzuela estaba instalado su sucesor, escogido a dedo, Juan Carlos I de España y nada de Alemania. En una buhardilla de la Plaza de Oriente, entre tanto, José Bergamín estaba a punto de cumplir 83 años, y seguía tan lúcido y tan republicano como siempre. Casi muerto de hambre, como Corpus Vargas, después de una vida entera dedicada a la escritura. Toda la vida resistiéndose al fascismo para llegar ¿a dónde?
La respuesta fue un artículo demoledor en la revista Sábado Gráfico: "La confusión reinante".
Y otra vez a comisaría, a responder por sus escritos. Y otra vez despedido de otra redacción. Mientras tanto, en el palacio de Oriente, frente a su casa, la confusión reinante. Nunca un título me ha pareció más exacto y más republicano. El rey era entonces el mismo que ahora está enfermito en Barcelona, pobrecito, sana, sana, culito de rana, y que pocos años antes había jurado sobre la biblia defender los principios fundamentales del sagrado Movimiento Nacional (sí, el Movimiento, el de Franco, ¿cuál si no?). Compartiendo despachos con el rey, estaba el presidente Adolfo Suárez, que tenía como mayor currículum el haber sido Ministro Secretario General del Movimiento (el mismo Movimiento, ¿cual si no?), en la época de Carlos Arias Navarro, más conocido como "el carnicero de Málaga".
La memoria es muy mala, porque a veces retiene lo que muchos otros tratan de olvidar.
Yo era republicano antes de morir Franco, y lo seguiré siendo hasta que los borbones salgan de la Zarzuela a un nuevo exilio.

sábado, 5 de enero de 2008

Habértelo pensado antes

Queridos Reyes Magos:
He sido bueno, así que me pido para este año que me quede como estoy. Ay, no, no, mejor no, que eso es como ser eterno e inmóvil, la repetición de El retrato de Dorian Gray, la esclerosis múltiple de los adolescentes perpetuos. Pues que cambie siempre, pero manteniendo la felicidad. Qué dolor cinegético, ¿cuándo descansar? Vale: cambiar a veces, y otras no; placer muchas veces, dolor apenas (y de baja intensidad, sisplau); quizá viajar, sin agobios; follar en abundancia, ma non troppo; tener sueños húmedos; morir a tiempo y sin frío; terminar la novela; y una Game Boy, ya puestos, que va siendo hora de volver a jugar a lo que sea.
P.D.: Y el regreso de la República, que estos Borbones ya me tocan los cojones.

A Juancho se le empezó a retorcer la polla a partir de los cuarenta años, aunque solo cuando la tenía erecta. Al principio no le dio importancia, pero cada año su polla daba un pequeño giro a la derecha, de unos treinta grados más o menos. Dos grados y medio al mes: imposible de detectar día tras día, pero muy visible a medio plazo. Al cumplir los cincuenta y dos ya se le había dado la vuelta entera, y parecía un más un sacacorchos que una polla turgente. A su mujer le hacía gracia, pero Juancho estaba desesperado. El urólogo le desaconsejó la cirugía: “Perderás sensibilidad, y es muy posible que desemboque en impotencia”. Juancho estaba con la picha hecha un lío. Se sentía humillado. “¿Qué querías?”, le reconvino su amigo Carlos: “Habértelo pensado antes de votar al PP, so payaso”.