jueves, 4 de noviembre de 2010

La muerte de una cuentacuentos

Se llamaba María del Mar Ameijeiras Sánchez, aunque en casi ningún periódico cita su nombre. Murió el pasado 30 de octubre. Yo lo supe a través de Soledad Felloza y de Ipe Ibarlucea, dos cuentacuentos que se hicieron eco de la noticia. Su muerte parece una muerte colateral del viento en Galicia, un accidente laboral de una cuentacuentos que decoraba el interior de una carpa donde después debía actuar. Que no tenga nombre, sino simplemente sexo (mujer), edad (39 años), procedencia (Vigo), empresa para la que trabajaba (Barafunda), y oficio (cuentacuentos), tiene cierta lógica insensible. A fin de cuentas quien se dedica al oficio de cuentacuentos con frecuencia desaparece detrás de su oficio y de los cuentos que cuenta. No importa quién cuenta, sino qué cuenta. A eso se le llama invisibilidad. No conozco los rasgos de la cara de María del Mar, no hay fotos. No sé cómo eran sus ojos, ni su sonrisa, ni si tenía marido, hijos, hermanos, padres… Nunca la oí contar. Nunca la oí nombrar. Solo sé que contaba cuentos, y que no pudo realizar su última función.

El ayuntamiento de Marín, lugar del accidente, no contrató a María del Mar Ameijeiras Sánchez, sino a una compañía (Barafunda), que a su vez subcontrató a María del Mar. No tengo la más remota idea de cuáles eran las condiciones de contratación, ni si María del Mar pertenecía a Barafunda mucho más allá de ese contrato. Me da igual. No viene al caso. Hubiese muerto igual si fuera la mujer del jefe, la novia del hijo, la dueña de la empresa o una empleada puntual. El viento sopla, tumba la carpa, hace volar los soportes de hierro, golpea en el pecho a María del Mar, la lanza a cinco metros de altura, la estrella contra unas verjas de baloncesto, la deja caer desde esa altura, y la mata. Así de simple: un golpe de viento. Así de frágil es el cuerpo humano. Así de inconscientes son los técnicos del Ayuntamiento que permitieron levantar una carpa con alerta naranja de viento en Galicia.

Lo que me llama la atención, sospecha que ya tenía desde hacía tiempo, es que el nombre es ignorado en casi todos los informativos. No existe. Parece que no importa. Es otro muerto, sin más, y como mucho se ofrecen unos datos para las estadísticas: mujer, 39 años, de Vigo, cuentacuentos.

A nadie debía de extrañarle. A fin de cuentas los cuentacuentos siguen perteneciendo a la vieja estirpe de los titiriteros, feriantes y tramoyistas que van de pueblo en pueblo, de fiesta en fiesta. Esta era la celebración del Samaín en la localidad pontevedresa de Marín, festejo celta, paralelo al Halloween en Galicia. Los cuentacuentos feriantes son una tradición antigua y universal. En Canadá y Alaska los llaman “storm fool” (locos de la tormenta), porque se les espera durante las borrascas, son los únicos que consiguen establecer contacto y mantener los lazos culturales y de comunicación en las comunidades de habitantes dispersos, pobladores totalmente aislados durante el invierno, cerca ya de los casquetes polares. En Japón eran los kamishibai que en bicicleta recorrían los poblados dispersos desde el siglo IX hasta mediados del siglo XX. Se dice que hubo más de 50.000 cuentacuentos kamishibais entre 1930 y 1950, la edad de oro del gaito kamishibai. En 1950 llegó la televisión, el denki kamishibai, o “kamishibai eléctrico”, y las bicicletas con el teatro de papel se redujeron hasta casi desaparecer. La televisión fue la guadaña del cuentacuentos.

Hace dos meses, en la reunión de los coordinadores de la Red Internacional de Cuentacuentos en Brasil, la coordinadora de la India, Geeta Ramanujam, nos decía que eso mismo estaba sucediendo ahora en la India: las madres y los abuelos prefieren dejar a los niños frente al televisor, el kamishibai eléctrico, en lugar de seguir contando cuentos. No está tan claro que los niños también lo prefieran, pero así son las cosas en el siglo XXI, da lo mismo que hablemos de India, Japón, México o Francia.

Algunos cuentacuentos, no sin razón, se resisten a ese destino: el de la invisibilidad, la marginalidad, el desamparo, el anonimato y la muerte sin reconocimiento. Los cuentacuentos, a fin de cuentas, también comparten los mismos sueños de los actores, músicos, bailarines y tantos otros habitantes de la escena: un nombre, un caché, un reconocimiento social… Los cuentacuentos tienen por oficio subirse a escenarios, o transformar rincones de parques y bibliotecas en escenarios transitorios y urgentes, para contar historias propias y ajenas a cambio de aplausos y una soldada que les permita pagar el alquiler y hacer la compra una vez a la semana. Tienen un amor incondicional por la escena y las bambalinas, y poseen la versatilidad suficiente como para ser capaces de transformar casi cualquier espacio en un lugar de cuento. Que sean capaces de trabajar en esas condiciones no significa que les guste: tontos no son. Prefieren un teatro a un gimnasio; una biblioteca a una carpa de feria, una capilla a un comedor escolar. Conocen las reglas de su oficio, y el hecho de que sean animales escénicos todoterreno no significa que no tengan preferencias acerca del espacio y del público.

María del Mar Ameijeiras Sánchez estaba decorando la carpa por dentro cuando murió, asesinada por las bambalinas. Muerte en acto de servicio. Estaba en el ejercicio de habitar lo inhabitable. Antes de contar conviene amueblar el espacio, hacerlo más acogedor, más entrañable, más creíble, más apto para el mundo de los cuentos. La decoración del espacio es importante: también nosotros decoramos nuestras casas para hacerlas más acogedoras. Se sabe que en algunos barracones de los campos de exterminio nazis se contaban cuentos, pero eso no significa que esas sean las mejores condiciones para la recepción de cuentos. Se sabe que en aquellos barracones en los que había un cuentacuentos que contaba historias a sus compañeros, la supervivencia fue mayor. Los cuentos lograron que la esperanza, los sueños y las ganas de vivir se mantuvieran más allá de los planes de exterminio. Los cuentacuentos también funcionan como medicina, como salvoconducto, como esperanza de vida. Es un oficio sanador en muchos aspectos.

Yo escribo y publico libros infantiles desde hace más de 20 años. Es mi oficio. Soy escritor, y la mayor parte de mi producción y de mis derechos de autor provienen de esa especialidad: la Literatura Infantil y Juvenil (LIJ). Medio millón de libros vendidos me permiten vivir de los derechos de autor, así que sé lo que hablo. Y llevo años, muchos años, escuchando la misma queja constante en buena parte de los escritores de LIJ: la invisibilidad de su oficio. El ninguneo de la crítica. La inexistencia en la prensa. El desprecio de sus compañeros de oficio (los de la literatura de adultos). Y tienen razón: Por un lado parece que muchos identifican al creador con su público, por lo que le adjudican a los autores de LIJ la misma consideración y capacidad mental que a los niños: o sea, que los autores de LIJ son de inteligencia escasa, blandengues, en proceso de formación, generadores de subproductos pseudoliterarios cuya función no pasa de ser educativa y formadora antes que estética y literaria. Por otro lado, los niños leen historias, no autores (en gran medida, aunque con excepciones). Los niños no siguen a los autores, sino a los personajes y a los géneros. Los hay, claro que sí, lectores voraces de Laura Gallego o de Jordi Sierra i Fabra, pero son la excepción. A la mayoría les gusta Manolito Gafotas (no Elvira Lindo), y Harry Potter (no J. K. Rowling).

A los cuentacuentos les pasa lo mismo. Al margen de las denominaciones (depende de los países, se hacen llamar cuentacuentos, contadores, narradores, cuenteros, cuentistas, juglares, kamishibais, griots y hasta etnopoetas), lo que sí es común es la inexistencia y el anonimato para casi todos, menos para los miembros de su mismo oficio, claro está. Le pasa lo mismo que a los titiriteros. No hay cuentacuentos poderosos, ni millonarios, ni mediáticos. Son nadies que trabajan a favor del cuento, la animación a la lectura, la propagación de la tradición oral y la literatura universal. Les gusta ver cómo disfruta su público (niños o adultos), pero sienten un arañazo en el orgullo cuando ven que su nombre no parece en los carteles, cuando nadie les nombra por su nombre (solo son el/la cuentacuentos de turno). Son el relleno en la verbena del ayuntamiento, el canguro que se ocupa de entretener y hacer reír a los niños, el payaso contemporáneo, la abuela de alquiler.

Algunos se quejan. Con razón. Duele no ser nadie. Escuece no existir. Es una perplejidad incómoda, un vacío que se extiende desde el desfondamiento hasta la inexistencia. Un oficinista o un granjero lo tienen más fácil, porque no han escogido sus oficios para que le recompensen con aplausos. Son nadie en el trabajo a cambio de ser todo en casa. Está bien: no todos tienen alma exhibicionista. Los escritores sí, y los actores, los músicos, los políticos, los cuentacuentos también. No hay nada malo en ello. Es una aspiración personal neutra, ni buena ni mala. Está tan exenta de significado y valor en sí mismo como el cultivo de geranios o la degustación de champiñones. Eso es algo que no influye en el futuro de la literatura, ni de la profesión. Es un hecho, sin más.

María del Mar Ameijeiras Sánchez no ha muerto por ser cuentacuentos, pero ha muerto trabajando como cuentacuentos. Preparando una sesión. Decorando el escenario. Repasando el repertorio. Y de pronto la estructura se le cayó encima. Una estructura endeble, como el oficio, que hasta el soplo de un lobo gallego, un soplo de viento, la tumba. Caperucita esta vez fue derrotada por el lobo, pero todos los que escucharon sus cuentos la tienen en su memoria. Y también todos los que cuentan cuentos, sus compañeros y compañeras de oficio, que continuarán su trabajo a favor de un mundo mejor, como en los cuentos. Aunque sus nombres nunca lleguen a ser reconocidos, sin personalismos, porque su trabajo se extiende y se prolonga a lo largo de todos los siglos de la historia en el pasado, en el presente y en el futuro. María del Mar Ameijeiras Sánchez es la imagen de todos los cuentacuentos, y ahora está muerta. Nos quedan los cuentos.

15 comentarios:

Jesus Esnaola dijo...

Vaya Enrique, no tenía previsto que me emocionara nadie a esta horas.
Pero dices tantas verdades y con tanto cariño que... Vaya.
Vivimos en un mundo de hipócritas, donde todos hablamos de cultura, de lo importante que es leer, la educación de un niño, pero luego se ningunea a quien escribe LIJ, porque, no nos engañemos, a veces los niños y jóvenes de hoy día parecen imbéciles porque se les trata como imbéciles.
Tu hablabas de Caperucita y el lobo, a mí me vino el primero de los tres cerditos, con su casita de paja, tan débil, tan liviana, que tumbada de un solo soplido, no dio opción a la pobre María del Mar, suerte tendrán quienes estén, ahora, disfrutando de sus cuentos.

Un abrazo muy fuerte.

mensajes claro dijo...

Vivimos en un mundo de hipócritas, donde todos hablamos de cultura, de lo importante que es leer y muchos no lo hasen.

HAMMUTOPIA dijo...

Enrique, en Marruecos se suele emplear la expresión "la prisa mata" y, seguramente, no es un error en su opinión pues mal vivimos por el desprecio que le damos a nuestro tiempo. Creemos saberlo administrar pero en realidad lo que hacemos es dosficar nuestras posibles muhecas, sonrisas, emociones en definitiva mientrás suplimos la "felicidad" con los controles bien aprendidos del tiempo.
Siempre que voy a subir a un escenario me repiten el mismo comentario: "por favor, que tu cuento sea corto". Triste que valoren más la extensión del desarrollo de una historia que su calidad, sus efectos positivos, su enfoque... Creí que disponer de más medios técnicos podríamos alcanzar mas descansos que nos permitiese tener mas tiempo y, sin embargo, no sólo somos deudores sino, además, invisibles pues no nos miramos unos a otros a los ojos.
Muchos turistas que se acercan a ver la plaza de Jema'a Al Afna de Marrakech suelen decir que tienen la sensación de trasladarse a la Edad Media al ver como transcurre el tiempo en ese lugar. Tal vez no son más que turistas pues no llegan a entender que esa plaza es una elección de vida, pues dos calles más abajo o más arriba esta lo que bien conocen por civilización: Ciber-teterias, teléfonos móviles, atascos de tráfico... Mientrás que en esta plaza, la gente se sienta a escuchar y no importa el tiempo pues si la historia no acaba esa tarde, esa noche, se vuelve nuevamente a l lugar y a seguir oyendo. Tal vez sea de antiguos disfrutar y valorar el tiempo. Tal vez no sea muy moderno, civilizado no dosificar el tiempo pero lo cierto es que cada vez somos más viejos y deberíamos ya tener en cuenta que ese tiempo no es nuestro, que se puede acabar en cualquier momento y si no lo sabemos disfrutar, con prisas, nos puede matar.
A ti, compañera invisible, mujer, de 39 años, de Vigo, ya no serás tan invisible y te doy las gracias por la labor que decidiste realizar durante tu tiempo en este espacio. 1001 abrazos, querida María, Mariem.

Rosana Alonso dijo...

Muy bella entrada. La verdad y punto pelota. Yo leo muchos de los libros de LIJ de mis hijas( entre ellos los tuyos) porque para mí es literatura con mayúsculas y para nada tratan a los niños como si fueran tontos. Podrían aprender algunos autores de adultos...

Un saludo y un recuerdo para María del Mar Ameijeiras.
Un saludo cordial

rosana dijo...

http://www.apalpador.es/
Un cuento de Maria de Mar...........

Shura Manda dijo...

vaya, si que es muy bueno, me gusto de verdad, espero que pueda comentar en mi blog donde tambien escribo ellapicerodeshura.blogspot.com

Carmen Ibarlucea dijo...

Tantas cosas en un solo post. Un homenaje personal, un homenaje a un colectivo, y un tremendo recorrido por la historia. Un millón de gracias.

Enid Blyton se enojaba cuando le decían que era una escritora para niñ@s... ella era escritora... y punto. No es mi favorita pero en eso le doy toda la razón.

Que triste ver que el dominio de la televisión avanza... y se avecina una mayor incomprensión entre generaciones. Yo conversaba-dialogaba-discutía con unos profesores de filosofía sobre el comportamiento de los "niños" de ahora... su queja era por que el consabido "ya no se educa en la familia", pero yo creo que no es eso... creo que igual que leer cambia la estructura del cerebro (hay estudios que así lo demuestran) la exposición a tanta imagen rápida, lejos de una voz amable que te explique lo que ves, también las cambia.. y por supuesto las acelera. Lastima que solo soy una cuentacuentos y no realizo experimentos que puedan ser respaldados por la estadística.

Bueno, no me enrollo más... por cierto, he llegado aquí gracias a Facebook.

Cariños inmensos,

Enrique Páez dijo...

Jesús: Me alegra saber que tengo capacidad para emocionar, y que tú la tienes para emocionarte. Eso nos hace más humanos a los dos. Un abrazo.

Mensajes claro: Bienvenido/a al este blog. Y gracias por tu aportación.

Hammutopia: "La prisa mata", me lo apunto. Gracias. Por cierto, ¿qué tal te trataron en Melilla en la Escuela Oficial de Idiomas? Espero que bien. Un abrazo.

Rosana Alonso:Gracias por leer libros a tus hijas (¡incluso los míos!). Un beso.

Rosana: Muchas gracias por el enlace. Acabo de leer el cuento de María del Mar.

Shura: Gracias por tu visita. Me pasaré por tu casa virtual para leerte :-)

Ipe: Gracias por tu entrada en tu blog y por el cuento que le dedicas a María del Mar, y por tu visita aquí. Yo desperté a la lectura con Enid Blyton (entonces no había mucho más, en los años 60). Un beso grande :-)

Antonio Ameijeiras dijo...

Gracias por las muestras de cariño, Marimar era un sol, llena de vida y de proyectos por hacer, todos los que la queríamos la tendremos a nuestro lado como ejemplo de vida.

Enrique Páez dijo...

Antonio: Ojalá te llegue el calor y los abrazos de todos los cuentacuentos que sentimos la muerte de Marimar. Puedes tener la certeza de que somos muchos los que nunca la olvidaremos.

Rafo Diaz dijo...

Uf!!! hola Enrique, no nos conocemos pero he visto y leido algunos de tus libros, acabo de leer tu nota sobre la muerte de esta companera y la verdad es que me has emocionado, dices muchas verdades en tu texto. Un abrazo desde la africa austral.

Enrique Páez dijo...

Rafo: Yo también te he leido (O mar de Maputo), porque mi cuñado Emilio estuvo en Maputo contigo hace uno o dos meses y se trajo tu libro. Dice que le trataste muy bien. Gracias. Un abrazo grande desde Canarias.

Beatriz Montero dijo...

Una muerte inesperada, tremenda, triste. Leo la noticia y sin querer me siento identificada, inmersa en la fragilidad de la vida. Y aquí es cuando el Carpem Diem toma sentido.
Mi acompañamiento a la familia.
Besos.

Yolanda Candamio dijo...

Que el calor de todos los que os queremos os llegue con fuerza para superar este duro momento. Marimar era un sol y vosotros la luz que la ayudabais a brillar con tanta fuerza...nunca te apagues, un beso

Unknown dijo...

Mar nos dejó de una forma abrupta e inimaginable...sin embargo hasta siempre su sonrisa,sus cuentos, su imaginación sublime y su amor hacia todos los q tuvimos la suerte de conocerla, nos dará fuerza y animo para seguir...
sigamos recordandola es una forma de q siga presente entre nosotros.
un saludo
Mayra