A veces me inculpa de delitos de sangre que yo jamás he cometido, y se crece con detalles que jamás podré rebatir.
Otras veces desvela secretos
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He tenido que exiliarme muchas veces. No puedo echar raíces en ninguna parte, porque siempre tengo miedo de que esa mano delatora me incrimine en cuando crimen absurdo se le ocurre, y que confiese mis pensamientos clandestinos a los cuatro vientos.
En ocasiones, y eso es lo que más me asusta, escribe sobre mí como si fuera yo, y cuenta cosas que me cuesta reconocer, pero que al leerlas descubro que son así, y que esa mano sabe de mí más que yo. Estoy a su merced. Quiere arruinarme la vida.
He intentado pedir ayuda, pero tengo miedo de acabar en la cárcel o en el manicomio. Esa mano no es mía, lo juro. No le hagan caso. Miente. Se lo inventa todo, y no sé de dónde lo saca.
Hay días que me gustaría amputarla y arrojarla a la olla del cocido.
Me desnuda. Me estrangula. Me está matando.
Incluso me deja notas con órdenes tajantes en la puerta del frigorífico: haz esto, o aquello.
No lo soporto más. Lo último que ha escrito es el colmo: Dice que quiere escribir una novela. No sé qué hacer. De vez en cuando le doy el mando del televisor, para que se entretenga.
A ver si se calla.
2 comentarios:
Déjala que hable la mano desvergonzada. Ya habrá tiempo de matarla.
Haz caso a Beatiz.
Un saludo para los dos.
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