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Aunque, ahora que lo pienso, si el que está escribiendo esto no soy yo, sino el otro, el farsante, el tinieblo, entonces es que yo soy él. Ya me parecía a mí que Raphael hablaba en clave esotérica cuando cantaba aquello de “Yo soy aquel” a voz en grito. De esa época también fueron los cuatro endecasílabos con los que Blas de Otero increpaba a Dios con el mejor soneto de la historia: “Alzo la mano, y tú me la cercenas. / Abro los ojos: me los sajas vivos. / Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas. / Esto es ser hombre: horror a manos llenas.”
Bueno, pues que le aproveche. Que me aproveche. A fin de cuentas, si no somos más que la huella que deja un barco a la deriva, si todos somos sospechosos de impostura, si nunca nos bañamos en el mismo río (y no es porque el río haya cambiado y mudado el agua, sino porque nosotros ya somos otros), tendremos que coincidir con Agustín García Calvo, otro poeta ácrata, cuando escribía: “Juraría que he sido feliz una vez en la vida. […] Yo de cierto no sé si fui yo o fue otro cualquiera: sólo que era feliz y que toda la vida lo era.” Así que, a fin de cuentas, que me quiten lo bailado. Que nos quiten lo bailado. “Mi nombre es Legión, porque somos muchos” (Mt. 8. 28-34, Lc. 8. 26-39).
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La imagen es una foto de Blas de Otero cuando era joven.
2 comentarios:
Oye, tú (el que tiene secuestrado a Enrique), devuélvelo ¡ya!
Muy bueno. Felicidades, Enrique... o, bueno, quien seas... es decir, el otro. En fin, felicidades, TÚ.
Un abrazo... a todos tus túes.
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