viernes, 9 de julio de 2010

Mi nombre es Legión

He terminado de pintar la barandilla de blanco, y no he muerto. No es que pintar barandillas sea una actividad de alto riesgo, como pueda ser el trabajo del hombre bala, dentista de cocodrilos, sexador de cobras, o guardaespaldas de Bin Laden, pero después del comecocos del otro día (véase entrada anterior), temía caer fulminado por un rayo en el mismo instante en que aplicara el último brochazo a la barandilla. Afortunadamente creo que no ha sido así, porque lo contrario significaría que yo estoy muerto desde hace un buen rato, y que el que está escribiendo estas palabras es uno que me sustituye, que se hace pasar por mí, y que esta noche se meterá en mi cama con una camiseta de rayas amarillas, y con una sonrisa corrompida en la boca. Si huele y ronca como yo, Bea ni se dará cuenta. Él sí, claro está, pero a esas alturas seguirá con los labios sellados, sin el más mínimo interés en descubrirse. Un tapado, un okupa entre mis sábanas. En fin, era de esperar, si yo fuera él, sabiendo cómo, dónde y con quién vivo, haría lo mismo: callarme como un putas. Vaya que sí.

Aunque, ahora que lo pienso, si el que está escribiendo esto no soy yo, sino el otro, el farsante, el tinieblo, entonces es que yo soy él. Ya me parecía a mí que Raphael hablaba en clave esotérica cuando cantaba aquello de “Yo soy aquel” a voz en grito. De esa época también fueron los cuatro endecasílabos con los que Blas de Otero increpaba a Dios con el mejor soneto de la historia: “Alzo la mano, y tú me la cercenas. / Abro los ojos: me los sajas vivos. / Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas. / Esto es ser hombre: horror a manos llenas.”

Bueno, pues que le aproveche. Que me aproveche. A fin de cuentas, si no somos más que la huella que deja un barco a la deriva, si todos somos sospechosos de impostura, si nunca nos bañamos en el mismo río (y no es porque el río haya cambiado y mudado el agua, sino porque nosotros ya somos otros), tendremos que coincidir con Agustín García Calvo, otro poeta ácrata, cuando escribía: “Juraría que he sido feliz una vez en la vida. […] Yo de cierto no sé si fui yo o fue otro cualquiera: sólo que era feliz y que toda la vida lo era.” Así que, a fin de cuentas, que me quiten lo bailado. Que nos quiten lo bailado. “Mi nombre es Legión, porque somos muchos” (Mt. 8. 28-34, Lc. 8. 26-39).
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La imagen es una foto de Blas de Otero cuando era joven.

2 comentarios:

Beatriz Montero dijo...

Oye, tú (el que tiene secuestrado a Enrique), devuélvelo ¡ya!

Kum* dijo...

Muy bueno. Felicidades, Enrique... o, bueno, quien seas... es decir, el otro. En fin, felicidades, TÚ.

Un abrazo... a todos tus túes.