Tengo que reconocer que cuando España juega con Honduras, yo voy con Honduras. Y cuando juega contra Chile, estoy con Chile. Soy un antipatriota, un esquirol, un quintacolumnista. Me temo que le semana que viene, cuando toque luchar contra los portugueses, estaré del lado de Portugal.
Sí, soy un vendepatrias, un desertor, y cualquier día van a venir los hooligans de Fuenlabrada a darme mi merecido. Esta es la confesión de un traidor, de un disidente.
Lo que pasa (y sé que eso también es delito) es que no me gusta el fútbol, y me lo tomo como si fuera una pelea entre ejércitos de gladiadores de diferentes países. Ya sé que es cosa de deporte, pero en realidad a los seguidores de “la roja” tampoco los veo yo demasiado interesados en que gane el mejor, sino en que ganen los de su pueblo. O sea, que en parte llevo razón. Así que veo jugar a los hondureños, e imagino que todos esos jugadores morenos desearían pedir la nacionalidad española, incluso ser arrestados por la guardia civil y llevados al cuartelillo, y eso no es manera de enfrentarse al enemigo. ¿Cómo le vas a quitar la pelota a un español, si es casi seguro que tiene un cuñado que trabaja en la aduana? Es como hacerle falta a tu jefe con una patada en la espinilla en un partido amistoso. Con el hambre no se juega. Así que a mí España (la selección, quiero decir) me parece una matona de patio de colegio cada vez que juega con cualquier país sudamericano, africano o asiático. Excepto si juega con Brasil, porque los brasileños les bailan la samba y meten goles con la chorra, da igual cómo los mires.
Contra los alemanes, ingleses o italianos ya la cosa es distinta. Que se zumben. La verdad es que ahí me da igual. Me aburren. Nunca consigo ver el final. Apurando un poco diría que prefiero que ganen ellos, que se embrutezcan ellos, que se cuelguen ellos del televisor hasta el final del campeonato.
En fin, no sé, supongo que no le he cogido el punto. La culpa es de mi padre, porque a él el fútbol se la trajo a pairo toda su vida, y yo he heredado esa desgana, esa falta de emoción. La culpa siempre es del padre, eso aparece en el primer capítulo de todos los libros. El resultado es que no le veo la gracia a juntarme con otros cien mil forofos colmados de cerveza, bufandas y testosterona, para acudir a un estadio a ver cómo durante hora y media once señores en pantalón corto se empeñan en meterle la pelota a los contrarios, y evitar que se la metan a ellos. Es un juego castrante, o tocapelotas, como quieras.
Porque si la cosa se tratara de disfrutar, se podría organizar una especie de orgía. Y en ella cuenta tanto si la metes como si te la meten. Si los espectadores saltan al campo y se apuntan, pues tanto mejor. Y si son la mitad hombres, la mitad mujeres, y unos cuantos extras indeterminados (animales, seres extraterrestres, cañerías, plantas y hologramas), pues miel sobre hojuelas.
Bueno, es solo una propuesta. Tal vez para los próximos campeonatos.
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Imagen anónima capturada con Google. Si es tuya dímelo y te cito, o la borro.
6 comentarios:
Enrique, cuántas cosas has mezclado, qué buen rato leyéndote: para que veas que el fútbol produce muchas cositas buenas. :-)
Esta nueva perspectiva tuya del fútbol me gusta.
Suscribo totalmente lo escrito... El otro día me miraban con cara rara cuando yo decía: Aúpa Chile!
Pero a mí, plim!
Estoy del fútbol hasta las cartolas!
No te conozco más que por esto, y tendrás que disculpar mi familiaridad para contigo, pero eres un guasón, Enrique.
Me gusta cómo escribes, pero mañana ve con España, hombre... lo del antipatriotismo en estos tiempos es algo tan generalizado ya que empieza a resultar vulgar. No te pega.
Voy a leer más cosas tuyas.
Leo: Es verdad, el fútbol me sirve para escribir, que ya es mucho.
Bea: ¿te apuntas?
Edurne: ¡Viva el otro!
Juan C.: Sí que me pega. Viene de lejos.
Mi sombrero, Enrique. Por lo que cuentas y por cómo lo cuentas. Al fin encuentro un hermano en esto del fútbol.
Y, bueno, ya puestos... no sólo en el fútbol: Que chinguen su madre todas las "Patrias" y sus respectivas fronteras. No sé si se pueda ser ciudadano del mundo, pero tal vez deberíamos intentarlo.
Un abrazo grande.
Viva el otro, vivan todas...
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