lunes, 28 de junio de 2010

La esquina del pupitre

César nunca conoció a su padre. Durante toda su infancia le dijeron que su padre había sido marino mercante, y que había muerto durante su último viaje, tres días antes de desembarcar en Singapur, cuando aún faltaban seis meses para que César abriera los ojos al mundo por primera vez. Así pues, César nació huérfano de padre, pero tuvo una infancia feliz, porque en ausencia de padre, César tuvo una madre, una abuela, una tía soltera, y cuatro hermanas mayores entregadas a cuidarle día y noche. El rey de la casa, el sultán del harén. Cuando apenas era un bebé podía pasar días enteros sin llegar a tocar el suelo o la cuna, porque viajaba de unos brazos a otros sin descanso. Y cada noche de la semana, desde el momento de su nacimiento hasta bien entrada la adolescencia, durmió con cada una de las siete mujeres que lo mimaban. Él era el juguete preferido de todas ellas. Muy pronto aprendió a distinguir todos los olores corporales, y a través de ellos reconocer los humores y los estados de ánimo de tres generaciones de mujeres. Fue una sabiduría adquirida de modo inconsciente, mamada desde la cuna, nutrida noche tras noche al dormir abrazado a catorce tetas sucesivas, grabada en el hipotálamo antes de cualquier lenguaje, previa a todo raciocinio. Su olfato se convirtió en un detector incuestionable.
Pero el paraíso de la infancia nunca es eterno, y la tensión sexual que sobrevino en la adolescencia fue excesiva. El olor del sexo femenino empezó a embriagarle, y César solo pudo calmarse tras ingresar como novicio en el seminario de los salesianos de Atocha. En su casa había demasiado gineceo para ese detector de perfumes corporales en que se había convertido. Al menos en el seminario estaría lejos de las fragancias afrodisíacas.
Enterró sus narices en los diccionarios de latín y en las epístolas a los cretenses durante nueve años, y salió ordenado sacerdote con 22 años perplejos. El superior de la orden le asignó un trabajo sencillo, para que se fuera abriendo al mundo: dar clases en uno de los colegios de La Salle a los alumnos y alumnas de segundo de primaria. Un ramillete de niños de 7 años de inocencia ilimitada, justo antes de su primera comunión.
Aletargado por nueve años de incienso y testosterona del seminario, el regreso a los olores mixtos del mundo y la carne fue un auténtico festival de emociones para César. Los primeros días se mareaba, y necesitaba calmarse hundiendo la cabeza y la nariz en la caja de plastilina, aspirando el polvo de tiza del borrador, o requisando chicles y gominolas a sus alumnos. Con disciplina fue superando el caos de olores de intensidad casi dolorosa. El arcoíris de olores dentro del aula era agotador. Las peores, claro, eran las niñas. Algunas olían como sus hermanas, y sabía de qué humor estaba cada una de ellas con solo dar un paseo por el pasillo que formaban los pupitres alineados.
Antes de llegar las navidades, un olor que flotaba en el aula empezó a perturbarle con insistencia. César no supo reconocerlo con claridad, pero estaba allí, removiendo sensaciones oscuras en alguna zona olvidada de su memoria. Un viernes, al terminar las clases, después de despedirse de sus alumnos y alumnas, se encerró en el aula, echando el pestillo, con la excusa de corregir algunos trabajos atrasados. Cerró los ojos y se dejó guiar por el olfato.
Como un sabueso, la mitad de las veces a cuatro patas, fue recorriendo uno a uno los pupitres y las sillas de sus colegiales. Sabía que el aroma estaba allí.
Y al fin lo encontró. Era el pupitre de Lorena. No todo el pupitre, sino apenas una esquina redondeada. Era un perfume de una rara intensidad sexual. De hecho, sin quererlo, César sintió una erección que no se correspondía ni con la situación ni con el objeto. Supo que tenía que ver con la memoria de algún olor enterrado en la niñez. Volvió a inhalar, esponjando la nariz, para capturar el perfume recuperado después de tantos años. Podía ser su hermana Sandra, o Maribel, o Carmiña. Tal vez su tía Beatriz. Quizá su madre… O más bien la suma de todas ellas, pero en diferentes momentos de la vida. O de la noche. Sí, era un olor nocturno, de eso estuvo seguro al intentar clasificarlo. No pudo averiguar más. La censura y el miedo a ser un pederasta en potencia le descargó una bofetada de espanto en su rostro atormentado.
No pudo cenar. Pasó la noche entre pesadillas y oraciones. ¿Qué le estaba pasando? ¿De dónde procedía aquel olor depravado? ¿Por qué Dios le ponía esa prueba inconcebible?
Tras un fin de semana de aflicción, llegó el lunes, y con el lunes llegaron los alumnos y alumnas. Y llegó Lorena, con sus trenzas rubias y su faldita plisada. César no se atrevió ni a mirarla más que de soslayo.
Pero fue Lorena la que insistió en llamarle la atención.
--César, ya me sé la tabla del siete --dijo balanceándose con las manos en la espalda.
--¿Cómo dices, Lorena?
--Que ya me sé la tabla del siete.
A César le costó unos interminables segundos entender de qué le estaba hablando la niña.
--Eso no toca hasta la semana que viene, Lorena. No te adelantes --dijo con sequedad.
--Pero es que ya me la sé. ¿Puedo decirla? --insistió Lorena.
--¡Sí, sí, que la diga! --gritó Miriam desde atrás.
César seguía enmudecido, sin saber cómo reaccionar. Se sentó en su silla, buscando la protección de la mesa de profesor.
--Es imposible que se sepa la del siete, porque aún no se sabe la del tres --intervino Raúl.
--Pues me la sé, listo. Y tú no. ¿Puedo decirla, César, porfa, porfa, porfa? --volvió a pedir Lorena con voz melosa.
César continuó amilanado, sin saber qué decir, y con el silencio Lorena empezó a recitar:
--Siete por uno, siete. Siete por dos, catorce. Siete por tres, veintiuno.
En ese preciso instante César se dio cuenta que Lorena se balanceaba de atrás adelante, y que apretaba su cuerpo inclinado contra el pico redondeado del pupitre. Un movimiento rítmico que restregaba la vulva de la niña contra el pupitre. La esquina perfumada.
--Siete por cuatro, veintiocho. Siete por cinco, treinta y cinco. Siete por seis, cuarenta y dos.
--Basta. Ya es suficiente --dijo César.
--Aún no he terminado --dijo Lorena con un puchero--. Siete por siete, cuarenta y nueve.
--¡Que te sientes! --gritó César volviendo a sentir una erección semejante a la del viernes anterior.
--Siete por ocho, cincuenta y seis --dijo Lorena entre hipos, apretándose contra la esquina del pupitre.
César no pudo soportar la espada de luz que de pronto se hizo en su memoria. Tantas noches en las que sus hermanas, su tía, su madre, y hasta su abuela, presionaban sus piernas contra el cuerpo de César, el mismo movimiento de Lorena, hasta que recibían una descarga con un gemido contenido.
--¡Siete por nueve, sesenta y tres! --gritó Lorena desde su pupitre.
César, semioculto por la mesa de profesor, hundió la cara entre las manos, incapaz ya de controlarse. El orgasmo llegó en el preciso instante en el que Lorena, incontestable, gritó a pleno pulmón:
--¡Y siete por diez, setenta!

sábado, 26 de junio de 2010

Me he vendido al enemigo

Tengo que reconocer que cuando España juega con Honduras, yo voy con Honduras. Y cuando juega contra Chile, estoy con Chile. Soy un antipatriota, un esquirol, un quintacolumnista. Me temo que le semana que viene, cuando toque luchar contra los portugueses, estaré del lado de Portugal.
Sí, soy un vendepatrias, un desertor, y cualquier día van a venir los hooligans de Fuenlabrada a darme mi merecido. Esta es la confesión de un traidor, de un disidente.
Lo que pasa (y sé que eso también es delito) es que no me gusta el fútbol, y me lo tomo como si fuera una pelea entre ejércitos de gladiadores de diferentes países. Ya sé que es cosa de deporte, pero en realidad a los seguidores de “la roja” tampoco los veo yo demasiado interesados en que gane el mejor, sino en que ganen los de su pueblo. O sea, que en parte llevo razón. Así que veo jugar a los hondureños, e imagino que todos esos jugadores morenos desearían pedir la nacionalidad española, incluso ser arrestados por la guardia civil y llevados al cuartelillo, y eso no es manera de enfrentarse al enemigo. ¿Cómo le vas a quitar la pelota a un español, si es casi seguro que tiene un cuñado que trabaja en la aduana? Es como hacerle falta a tu jefe con una patada en la espinilla en un partido amistoso. Con el hambre no se juega. Así que a mí España (la selección, quiero decir) me parece una matona de patio de colegio cada vez que juega con cualquier país sudamericano, africano o asiático. Excepto si juega con Brasil, porque los brasileños les bailan la samba y meten goles con la chorra, da igual cómo los mires.
Contra los alemanes, ingleses o italianos ya la cosa es distinta. Que se zumben. La verdad es que ahí me da igual. Me aburren. Nunca consigo ver el final. Apurando un poco diría que prefiero que ganen ellos, que se embrutezcan ellos, que se cuelguen ellos del televisor hasta el final del campeonato.
En fin, no sé, supongo que no le he cogido el punto. La culpa es de mi padre, porque a él el fútbol se la trajo a pairo toda su vida, y yo he heredado esa desgana, esa falta de emoción. La culpa siempre es del padre, eso aparece en el primer capítulo de todos los libros. El resultado es que no le veo la gracia a juntarme con otros cien mil forofos colmados de cerveza, bufandas y testosterona, para acudir a un estadio a ver cómo durante hora y media once señores en pantalón corto se empeñan en meterle la pelota a los contrarios, y evitar que se la metan a ellos. Es un juego castrante, o tocapelotas, como quieras.
Porque si la cosa se tratara de disfrutar, se podría organizar una especie de orgía. Y en ella cuenta tanto si la metes como si te la meten. Si los espectadores saltan al campo y se apuntan, pues tanto mejor. Y si son la mitad hombres, la mitad mujeres, y unos cuantos extras indeterminados (animales, seres extraterrestres, cañerías, plantas y hologramas), pues miel sobre hojuelas.
Bueno, es solo una propuesta. Tal vez para los próximos campeonatos.
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Imagen anónima capturada con Google. Si es tuya dímelo y te cito, o la borro.

jueves, 24 de junio de 2010

Llegará el día en que te convertirás en tu padre

Te sorprenderá, porque no te lo esperabas. O al menos no tan pronto. Te mirarás al espejo y de pronto ya no verás tu rostro despierto de adolescente con 14 años, sino el de un hombre algo mayor, con canas, pelo escaso, papada y ojeras. Será un día gris, con nubes y algo de viento. Y de pronto sabrás que tú ya no eres tú, sino tu padre. El mismo al que mirabas embobado de niño cuando se afeitaba, el mismo que tenía toda la fuerza en sus brazos y en su voz, el mismo que tú quisiste ser tantas veces, y al fin lo has conseguido: ya eres él.
Pero no te parece que seas tan fuerte, ni que tu voz sea tan segura como lo era la de tu padre cuando tú deseabas cambiarte por él. Y si tú eres él, si tú ya eres tu padre, ¿dónde está tu verdadero padre?
Míralo, está ahí, jugando con los nietos, chocheando, devorado por el alzheimer, o incinerado, enterrado a tres metros bajo tierra. Ha dejado de ser tu padre. Tu padre no es ese, tu padre ha debido morir, y sin embargo lo tienes delante de ti, al otro lado del espejo. Tu padre ya no existe, aunque aún haya un viejo por alguna parte asegurando que es él, que se llama igual.
Pero tú sabes que tu padre ha dejado de ser ese viejo hace tiempo. Tu padre murió el día en que tú empezaste a ser él, el día en el que lo asesinaste y te cambiaste por él. Ahora por fin podrás tener a tu madre solo para ti, al fin tuya, y no del otro.
Lástima que tu madre ya no es tu madre. Tu madre murió también, aunque si te das la vuelta y miras al otro lado de la cama que acabas de abandonar, la volverás a encontrar. Ahora es tu mujer. ¿Es que ya no te acuerdas? Ella también ha cambiado un poco, claro, pero sigue siendo guapa, como lo era tu madre, y ahora empieza a ser el objeto de deseo de tus hijos adolescentes.
Para los padres todos los hijos son siempre adolescentes. Tú seguirás siendo adolescente hasta la muerte, el reloj se rompió cuando eyaculaste por primera vez, y solo regresarás a la infancia cuando te operen la próstata. De los catorce a los 65 serás el acechador, el asesino de tu padre, y finalmente tu padre mismo. De gusano a crisálida, y de crisálida a mariposa. Aunque la mariposa, cuando la miras en el espejo, parece cada vez más una polilla.
Eres un asesino, un parricida, y antes de matar has engendrado en el vientre de tu madre a otro asesino que te está buscando, y que con el puñal ensangrentado del tiempo acabará contigo.

viernes, 18 de junio de 2010

Saramago, un gigante ha muerto

José Saramago es, ha sido siempre, uno de mis escritores preferidos. Le he leído en castellano y en portugués, he incorporado fragmentos de cuentos suyos en los libros de texto de SM para que miles de estudiantes de secundaria supieran de su existencia, mucho antes de que le dieran el Premio Nobel. Le pedí el prólogo para mi libro "Escribir. Manual de técnicas narrativas" a través de Pilar del Río, su mujer (no podía, y al final el prólogo me lo escribió Luis Landero). Estuve a punto de ir a visitarlo a Lanzarote, cuando el pasado diciembre salté de isla para apoyar a Aminatu Haidar. Leo y tengo enlazado su blog desde hace tiempo (vease la columna de la derecha). Me gustan sus transgresiones sintácticas, sus propuestas de puntuación al margen de la norma, esas mayúsculas precedidas de comas para indicar que en el diálogo otro personaje ha tomado la palabra. Y me gustó que siempre, hasta su muerte, fuera un comunista insobornable.
Desde hace muchos años que también me apliqué a mí mismo una de sus sentencias más radicales: "No busques trabajo: escribe".
Cuando Lara López, hará unos doce años, viajó de Malasaña a Lanzarote para entrevistarlo, mucho antes de que la nombraran directora de Radio 3, me entró un ataque de envidia. Vaya suerte, pasar la tarde con Saramago. "Pues me pareció que me tiraba los tejos", me dijo, solo para hacerme rabiar. No es que yo entonces quisiera conocer a Saramago en el sentido bíblico, quita, quita, sino por la cercanía.
Podría hablar horas de Saramago, de su evangelio, de su ensayos sobre la ceguera y la lucidez, de sus cuentos (Casi un objeto), de sus pequeñas memorias, de su caverna, de sus cuadernos de Lanzarote, de su Caín, de su blog, de su balsa de piedra, de su hombre duplicado, de todos los nombres... pero lo mejor el volver a releerlo, y recomendarlo a todos los que quieran encontrarse, a través de sus textos, con unos de los escritores de mayor lucidez e integridad que ha dado la historia de la literatura universal.

miércoles, 16 de junio de 2010

Joyce, Lezama Lima, Dámaso Alonso y el Bloomsday

Los irlandeses, y muy especialmente los dublineses, celebran hoy el Bloomsday, y recorren las tabernas de Dublín naufragando en cerveza, como hace ya más de un siglo (en 1904) hiciera Joyce a través de su personaje Leopoldo Bloom en Ulyses. Homero habría aplaudido la reinvención (todos los Homeros autores de la Odisea, incluido Homer Simpson). También los cubanos (los que pueden) celebran cenas Lezamianas, en memoria de la comilona contenida en el capítulo VII de Paradiso de Lezama Lima.
“Doña Augusta destapó la sopera, donde humeaba una cuajada sopa de plátanos. –los he querido rejuvenecer a todos –dijo– trasportándolos a su primera niñez, para eso he añadido a la sopa un poco de tapioca. Se sentirán niños y comenzarán a elogiarla como si la descubrieran por primera vez. He puesto a sobrenadar una rositas de maíz, pues hay tantas cosas que nos gustaron de niños y que sin embargo no volveremos a disfrutar”
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Cualquier excusa es buena para hincharse a beber y a comer, y si el motivo es literario, pues tanto mejor.
Y todo esto me venía a la memoria mientras recordaba unos versos de Dámaso Alonso: "Madrid es una ciudad con más de un millón de cadáveres, según las últimas estadísticas". Cuando yo tenía 15 años me extrañaba que Dámaso Alonso contara los muertos de La Almudena. Solo después de cumplir los 20 me di cuenta de que Dámaso se refería no a los muertos del cementerio, sino a todos esos que caminan por las calles de Madrid, viajan en metro y sufren cada mañana al darse cuenta de que aún están vivos.
Ahora hay muchos más muertos. Cinco o seis millones de muertos, muchos de ellos amontonados en la periferia. Yo ya no muero en Madrid. Prefiero morir junto al mar.

miércoles, 2 de junio de 2010

"Los secretos del cuentacuentos", de Beatriz Montero, en la Feria del Libro de Madrid

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La coordinadora de la Red Internacional de Cuentacuentos, Beatriz Montero, firmará ejemplares de su libro teórico de cómo contar cuentos "Los secretos de cuentacuentos" (Ed. CCS, Madrid), en la caseta 140 de la Feria del Libro de Madrid (Parque del Retiro. El jueves 3 de junio, por la mañana de 12 a 2, y por la tarde de 6 a 8. Te esperamos.

  • Páginas: 240.
  • Formato: 17 x 24 cm.
  • ISBN: 978-84-9842-590-1
  • Editorial: CCS (Madrid, España)
  • Colección: 182 TALLERES Nº 21.
  • Precio con IVA: 13,50 € (aplicar 10% de descuento en la Feria del Libro)

Los secretos del cuentacuentos muestra el camino y las técnicas necesarias para aprender a contar cuentos, y desvela los secretos para ganar el corazón de los oyentes a través del hechizo de los cuentos.

Este manual descubre las claves para llegar a ser un encantador de historias, cuáles son los instrumentos del narrador, qué cuentos integran el repertorio adecuado, y cómo mejorar la técnica de contar cuentos.

Es un libro imprescindible para narradores orales, educadores, bibliotecarios, padres y madres, y para todo aquel que quiera iniciarse y profundizar en el arte de contar cuentos a niños y adultos. Dentro de sus páginas Beatriz Montero proporciona un gran número de recursos prácticos, ejercicios creativos, y consejos expertos de Maga Trapisonda.

Beatriz Montero es cuentacuentos, filóloga, escritora. Desde hace diez años imparte cursos de narración oral en la Universidad Popular Rivas-Vaciamadrid, la escuela teatro Ensayo 100, el Taller Fuentetaja, la Escuela de Escritores, Taller de Escritura de Madrid, Centros de Profesores y Bibliotecas Públicas. Formó parte de la Compañía de la Imaginación , y creó el grupo Trapisondos cuentacuentos . Ha contado en festivales internacionales de narración oral en México, Argentina, Brasil, Costa Rica, Canarias, Madrid, Guadalajara, León y Santander, así como en centenares de teatros, bibliotecas, colegios y centros culturales. Tiene publicadas dos novelas infantiles: Tengo tres mamás y Hay un monstruo en el colegio (Ediciones La Librería), además de relatos breves en varias antologías. Desde 2009 coordina la Red Internacional de Cuentacuentos (International Storytelling Network), www.cuentacuentos.eu , una asociación que agrupa a más de 700 narradores orales profesionales de 41 países en los cinco continentes. Tiene su propia página web www.beatrizmontero.com

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http://www.claret.cat/es/libro/los-secretos-del-cuentacuentos

http://www.libreriayorick.com/teatro/beatriz-montero-los-secretos-del-cuentacuentos-p-4007.html

http://www.editorialccs.com/temas/temames/talleres.html#

http://www.editorialccs.com/Editorial/PopUp.asp?param=1722

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