viernes, 9 de abril de 2010
Mi abuelo Antonio
A veces me acuerdo de mi abuelo Antonio, que me llevaba al parque de San Telmo los domingos por la tarde, y me compraba una bola inmensa de algodón de azúcar de color azul. Los hilos de azúcar se me quedaban pegados en la punta de la nariz y en los carrillos, y tenía que quitármelos rápido antes de que mi abuelo se diera cuenta, porque si no él sacaba del bolsillo de su pantalón un pañuelo gris con sus iniciales bordadas, lo mojaba con saliva y me rascaba la cara hasta dejármela escocida. Otras veces me compraba un palulú de regaliz negro, o un chicle bazooka de tres pisos. A mi abuelo le olía la mano a tabaco, tenía la punta de los dedos y los dientes de color amarillento, y usaba jerseys abiertos de pico con botones grandes. Por la noche me leía las aventuras de Simbad el marino, Riquete el del copete y La llamada de la selva. Ponía la voz muy grave cada vez que hacía hablar a los malos, y yo me escondía debajo de las sábanas para que no me descubrieran. Si la historia daba mucho miedo, esa noche me meaba en la cama, y mi madre le echaba las culpas al abuelo. Cuando cumplí seis años me regaló un barco de plástico insumergible con motor y pilas, y en mi primera comunión una bicicleta BH plegable. Lo quise mucho, mucho. Todavía lo echo de menos. Debería acordarme de su muerte, pero no puedo, porque ocurrió tres meses antes de que yo naciera.
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5 comentarios:
Muy bueno, Quique. Me has hecho sonreir y eso es de agradecer. Te quiero.
Nena
Buen rizo final. Me gustaron esas manos con olor a tabaco. Besos.
Tiene mucha verdad este relato. Me ha gustado mucho Enrique. Pero mucho.
Un abrazo
Mi abuela hacía lo mismo, solo que me hacía chupar su pañuelo, para que mis babas acabaran en mi cara :)
Besicos
Cómo me ha gustado este relato.
Un saludo
Rosana A.
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