A veces me despierto en mitad de la noche con algo de taquicardia, sudor frío, y un sueño repetido que no tardo demasiado en reconocer. Siempre es el mismo sueño, aunque siempre es diferente. Trato de dormir de nuevo, pero no puedo: en seguida regresa el sueño circular disfrazado de mil formas, cada vez más sutiles. Finalmente desisto, me levanto en mitad de la tiniebla, y a tientas llego hasta la cocina. Me bebo un vaso de leche y me como dos galletas casi a oscuras, para no despertarme del todo. En realidad me como las galletas como un pavo, a grandes bocados, sin interés en saborearlas, y uso la leche para tragar los trozos grandes y que no se me queden atrancados en la garganta.
¿Qué te pasa?, me pregunta Bea, que de pronto se despierta y no me encuentra.
Nada, es solo una hipoglucemia, le digo. Anda, vuelve a la cama.
Vale, pero no tardes, dice, creo que sin llegar a abrir los ojos.
Y vuelvo a la cama, pero no me duermo en seguida, porque el azúcar tarda un poco en subir, así que los siguientes diez minutos me quedo mirando al techo que no veo, porque estoy a oscuras, y pensando en los sueños circulares.
Algunas veces voy abriendo puertas y puertas, para volver al mismo sitio, como en aquella película que se llamaba Cube. Otras veces sueño que sueño un sueño en el que sueño que estoy soñando, y aquello se convierte en una especie de muñeca matrioska redimensionada a cada instante. Una vez soñé con espejos que cruzaba una y otra vez, sin lograr avanzar. Anoche soñé con hipervínculos de una web que me remitían de uno a otro, y a otro, y a otro, para volver siempre al principio. Es difícil distinguir el sueño circular, porque nunca anuncia su circularidad, y solo al cabo de dos vueltas empiezo a caer en la cuenta de que me he metido en una ratonera onírica, y aún dormido distingo la señal de alerta que me anuncia que estoy en una hipoglucemia, y que mi vida corre peligro. Es verdad que el páncreas y los islotes de Langerhans los tengo manga por hombro, pero a cambio tengo contratado a un guardia jurado en el inconsciente que en caso de peligro me despierta por las noches con la sutilidad de un poeta renacentista.
Qué cosas.
En cambio las dos hipoglucemias más severas que he tenido en los últimos 20 años me han sucedido estando totalmente despierto. La primera vez fue hace diez o doce años, a las 6 de la tarde, estaba yo solo en casa, mientras escribía en el teclado del ordenador algún relato que ya he olvidado. Me sentí mareado y se incorporé de la silla demasiado rápido. Nada más levantarme me di cuenta de que algo no andaba bien. Llevaba más de cuatro horas de intensa concentración en la escritura, y el mareo no me llegó a sorprender del todo. Siempre que me sumerjo en el espacio transicional de la creación literaria, y profundizo durante un periodo largo (varias horas), regreso a la consciencia como si regresara de un largo viaje por otro universo, y me cuesta despertar. Necesito que pasen unos minutos antes de darme cuenta cabal de quién soy, dónde estoy, qué hago. En aquella ocasión tuve la sospecha de que tenía que ver con la diabetes, pero no supe discernir si se trataba de hipoglucemia o de hiperglucemia. Me acerqué trastabillando hasta la cocina, abrí la nevera y me quedé dudando qué hacer: ¿me pincho insulina o como algo con azúcar? Al menos tenía una neurona despierta, porque razoné que si me ponía insulina y lo que tenía era hipoglucemia, el coma estaba asegurado, mientras que si tenía hiperglucemia y comía algo con azúcar simplemente me subiría aún más el azúcar, que era algo así como darle una patada a los riñones y clavarme un alfiler en los ojos: malo, pero no mortal. Me decidí por comer algo. La neurona ya había hecho demasiado esfuerzo, así que dejó de aconsejarme. El resultado fue que me comí tres filetes de lenguado crudo, a dentelladas sobre el fregadero de la cocina. La única parte del cerebro que me funcionaba en esos momentos era el hipotálamo del cerebro reptiliano. No me dio asco comer pescado crudo a mordiscos desatinados, yo era totalmente inconsciente de lo que hacía, pero sabía raro. Muy raro. Luego empecé a hacer cosas absurdas, a sabiendas de que eran absurdas, como colocar una silla boca abajo en mitad del pasillo, extender por la casa entera un rollo de papel higiénico desenrollado, y meter tres pares de zapatos y dos libros de poemas dentro del lavabo. Era consciente de que lo que estaba haciendo era raro, pero justamente me estaba dejando un mensaje a mí mismo, por si me quedaba dormido y al despertarme no recordaba nada. Quería extrañarme a mí mismo en el futuro, porque lo que estaba viviendo era descabellado, y no quería que se me olvidara.
Consciente del peligro que yo suponía para mí mismo, al día siguiente reanudé las sesiones de psicoanálisis con el doctor Blanco. Él me mostró que tenía más peligro despierto que dormido, que mi inconsciente detectaba el peligro mucho mejor que mi consciente. Que corría más peligro despierto que dormido.
La segunda hipoglucemia fue cenando con mis hermanos, en Santander. Tenía un trozo de pizza en la mano mientras alucinaba. Oía el rumor de sus conversaciones como en sordina, a lo lejos, a pesar de que estábamos todos sentados alrededor de la misma mesa. Cerré los ojos y supe con claridad absoluta que todos mentían, y también yo. Supe también que ninguno sabía que estaba viviendo en una mentira prolongada durante décadas, y tuve miedo de que en mi cara o en mis ojos se pudiera leer que yo era la falsificación de un escritor. Entré en pánico. Estábamos a finales del verano, en casa de Coque. Me preguntaron si estaba bien, y yo les dije que sí. Yo sabía que aquello era una hipoglucemia de caballo, así que esperé entre visiones y revelaciones a que me subiera el azúcar de la pizza desde el estómago hasta la sangre, y de allí al cerebro. Entre tanto nos fuimos todos a ver los fuegos artificiales de Santoña.
¿Por qué son circulares los sueños de mis hipoglucemias?
Solo tengo sospechas. Cerrar el círculo es morir: volver a la tierra convertido en materia y energía (que ni se crea ni se destruye, solo se transforma). El círculo no avanza, no crece: es un péndulo que regresa al mismo punto, sin avance dialéctico. No hay síntesis tras la tesis y la antítesis, sino puro regreso al mismo punto. Repetición de lo que ya se ha vivido, monotonía en el tiempo: muerte en vida. El círculo de amigos, el círculo familiar, el círculo laboral: formas de protección y autoexclusión, negación de lo ajeno, parálisis.
2 comentarios:
Las dos hipoglucemias más gordas que ha tenido mi hermana han sido durmiendo... ya le preguntaré en qué soñaba, aunque creo que no recordará el sueño...
Besicos
Entiendo perfectamente tus vivencias amigo, soy diabetico insulinodependiente desde los 14 años, tengo 23, y he tenido muchas de esas situaciones tan locas en mis noches, un abrazo.
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