
El Palacio de Deportes estaba en construcción, y cuando se inauguró empezaron los grandes espectáculos en su interior. Los carteles mostraban unas patinadoras con falditas diminutas, el culito en pompa y los brazos en abiertos en cruz: Holliday on Ice. Mis padres nuca me llevaron a verlo, y yo soñaba con las patinadoras cada noche. Luego cambiaron los carteles por los del Circo Price, y en ellos aparecía una trapecista columpiándose en bañador sobre un palito a 20 metros de altura: Pinito del Oro. A esa sí que me llevaron, mi padre no se puedo aguantar las ganas, y yo creí que al domador le iba a comer la cabeza un tigre. Qué miedo.
Pero no, a Manolo nunca lo vi por el barrio. No lo conocí hasta que Blanca me lo presentó 15 años más tarde: “Enrique, este es Manolo, mi novio”, me dijo hinchando mucho el pecho. Blanca era bajita y tetona, y una buenaza de cuidado. Seguimos siendo amigos cuando se casó con Manolo en Chinchón, y cuando tres años d

Blanca
desbanca
la banca
con el anca.
Aún manca
le arranca
la palanca.
El poema era malo, ya lo he dicho. Supongo que fue mi venganza contra Blanca por haberme recomendado el libro de Marta Harnecker.
No me da pena por la silla, ni por Blanca. No fue una putada demasiado grande, porque el fin de semana siguiente Manolo ya la había lijado y pintado nuevamente, y la había dejado como nueva. En realidad lo siento por mí mismo, porque aún me acuerdo de ese poema absurdo que nunca me gustó.
¿Qué por qué me da pena? Pues porque un día mi padre me dijo que la memoria tiene un límite, y que llega un momento en que ya no cabe

"De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido
a Quién prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida.
Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo nos hemos despedido?
Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.
Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.
Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifronte, Jano.
Hay, entre todas tus memorias, una
que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.
No volverá tu voz a lo que el persa
dijo en su lengua de aves y de rosas,
cuando el ocaso, ante la luz dispersa,
quieras decir inolvidables cosas.
¿Y el incesante Ródano y el lago,
todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
que con fuego y con sal borró el latino.
Creo en el alba oír un atareado
rumor de multitudes que se alejan;
son los que me han querido y olvidado;
espacio y tiempo y Borges ya me dejan."
1 comentario:
Qué poema más bonito el de Borges. No me extraña que lo recuerdes. Besos.
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