Debido a que ayer fue mi cumpleaños, y porque eso suele ir unido a una serie de festejos en forma de felicitaciones, regalos y piñatas, me ha dado por pensar, cosa rara en estos tiempos descerebrados, en lo que significa esa cosa rara que le pasa a todo el mundo: cumplir años. A todos menos a mi hermano Javier, que se quedó anclado hace 16 años en los 49, y dice que él no cumple ni uno más, porque hacerse viejo es una mierda, y la jubilación se la regala al Estado, porque él va a seguir siendo para siempre joven, forever young, aunque algo desmejorado por las canas y las ojeras. Peter Pan se quedó corto. Al resto de los hermanos nos sale barato el día de su cumpleaños, eso sí, pero a mí me preocupa ese extraño bucle en el tiempo, porque cuando éramos pequeños él tenía 10 años más que yo, y ahora yo le saco seis.
Así que considerando la vida como una curva de esas que tanto les gusta dibujar a los economistas, donde primero se crece a partir de cero (la fundación de la empresa, el nacimiento), para luego llegar a un cénit, y después vivir el descenso, pues me da por pensar (bobadas, ¿qué querías?) que los primeros años, pongamos hasta los 25 ó 30, la vida va en aumento: a las mujeres les crecen las tetas, a los hombres la picha, se adquiere poder, dinero, casa, sabiduría (no todos, algunos se hacen diputados), libros, infidelidades, piojos, amigos, hijos, hipotecas (¿serán lo mismo?), orgasmos, desilusiones, experiencia…
Después toca estar unos poquitos años en el cénit. Y luego, a partir de los 35 ó 40, el descenso, lento pero implacable, hasta el cierre de la empresa, por defunción más que nada. En ese declive llegará el cáncer de próstata, el de mama, el alzheimer, los músculos blandos, los entierros de los amigos, las visitas al médico y a la iglesia (no habrá salvación, ni aquí ni allí), el insomnio, las arrugas, las verrugas, las gafas de cerca, la calvicie, el cansancio, y la sensación de derrota tras haber luchado tanto para llegar a ser un inútil incapaz de retener el pis, hasta el punto de que muy pronto volverá a usar pañales desechables.
Qué raro es el desaprendizaje. Y qué injusto. Cuando un bebé se mea, su pis fresquito es fuente de risa y vitalidad; cuando un anciano se mea, su orina oscura es vergüenza de la incontinencia, puro presagio de la muerte. Los desvaríos de un niño se llaman imaginación desbordante; los de un anciano son simple demencia. El beso de un niño es alegre, el del viejo es amargo. Qué mal edificado está el armazón de la cultura, que sigue premiando al cuerpo victorioso de los que crecen, y castiga a los derrotados por el tiempo. ¿Cómo no va a querer mi hermano Javier renunciar a la vergüenza de hacerse mayor, de envejecer? “Vive rápido, muere joven, y deja un bonito cadáver”. Las enseñanzas de James Dean han calado mucho más a fondo que las de Confucio y Heidegger unidos.
Pero si regresamos a la antropología economicista, desde los 35 hasta los 85, siendo generosos, hay un tobogán descendente que termina en la tumba. No es un tobogán en línea recta, ni mucho menos. Más bien parece una curva modelo panza de burra: al principio el descenso apenas es perceptible, y en los últimos años es de vértigo, pero haciendo un promedio mentiroso, cada año nos morimos un 2 por ciento. Cada año, por nuestro cumpleaños, somos un 2 por ciento más torpes, más bobos, más feos, más doloridos, más arrugados, más incontinentes, más impotentes, más malolientes, más enfermos, más… muertos. Puesto que yo ahora cumplo 55, tengo un 40 por ciento de mi vida, mi cerebro y mi cuerpo desgastado. Es como si tuviera gangrenado un brazo, una pierna, un pulmón, un huevo, un ojo, un oído, el bazo, el páncreas y un riñón. Peor que el pirata patapalo. Tal vez pueda parecer que no es exactamente así por aquello de que la curva de la muerte no es igual en los 20 primeros años de descenso (de los 35 a los 55) que en los 20 últimos que nos llevan al cementerio. De hecho a mí no me parece que esté tan hecho polvo. Pero es una deducción engañosa, porque el tiempo y su aprovechamiento tiene una curva idéntica pero inversa a la del deterioro, y eso provoca que la capacidad de hacer y deshacer, de viajar o gozar, se verá muy reducida de los 65 a los 85. Así que lo que no vivamos, hagamos, aprendamos o gocemos de los 35 a los 55, difícilmente lo podremos hacer después de los 65.
Todo esto parece muy sombrío. Una putada de la que nadie nos había hablado antes.
Pero solo lo parece. En realidad no es así, o no debería ser así. Que la muerte llega, eso es evidente, pero que la muerte sea una putada no lo es tanto. La muerte tiene que ser el descanso final, el retiro merecido y conseguido, el sueño eterno y feliz, el atraque en el puerto de destino, por fin, ya era hora. No se trata de querer llegar antes para alejarnos de este valle de lágrimas (vivo sin vivir en mí… y muero porque no muero), sino de llegar al final de la maratón cansados y satisfechos, mirar un instante hacia atrás, y poder decir: lo conseguí. Y descansar. Al menos hasta la siguiente reencarnación, a la que llegaremos tan desmemoriados que ni siquiera sabremos que tenemos vidas heredadas a nuestras espaldas.
Lo que yo quiero ahora es reconocer la belleza terminal de la derrota, disfrutar de la hermosura de los cuerpos desgastados y curtidos por el tiempo (nos ha jodido, barriendo para casa). La belleza infantil y adolescente es fácil, no necesita esfuerzo, es inmediata, y hasta podría decir que es un poquito cursi. Es como un coche nuevo, como el inicio del amor, como el primer viaje de vacaciones. Es pan comido, no tiene densidad, no hay matices, es tan simple como los dibujos de Walt Disney. En cambio la belleza del cuerpo desgastado es la del vino curado, la del viaje fuera de las rutas turísticas habituales, la de la hermosura construida de forma personal e intransferible por un cuerpo que acumula un tesoro de experiencias y vivencias en su interior. El cuerpo joven es un cofre hermoso, pero que todavía está hueco por dentro. El cuerpo viejo es un baúl herrumbroso y destartalado, pero lleno de sorpresas en su interior. Esa es la paradoja.
Como diría Neruda en sus memorias, “confieso que he vivido”, ahora a mí me toca disfrutar de la belleza del naufragio, del final del imperio, de la hermosura fronteriza de la decadencia. Lo anterior ya ni siquiera me interesa. Hay que saber estar, saber mirar, y haber vivido para descubrir que en la trastienda de la vejez hay tesoros ocultos de los que nadie nos habló nunca. Es el secreto mejor guardado de los ancianos. Quizá nunca lo ocultaron, pero nadie lo escuchaba. Cosas de viejos, déjale, que chochea.
Pues allá tú. Tú te lo pierdes. No sabrás cómo vivirlo, y te odiarás a destiempo.
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Las cuatro fotos son de cuando yo tenía entre 19 y 23 años. Me las envió ayer Elías. Casi no me reconozco.
10 comentarios:
Felicidades con retraso, Enrique.
Un beso.
Y yo sin enterarme que se estaba creando el cementerio de los elefantes, el último rincón mítico donde se reunen a morir. Pues anda que no sois previsores.
Qué sabias palabras, Enrique.
Pues eso... Y muchas felicidades!
ZORIONAK!
Sencillamente, sé feliz y muchas felicidades para que sigas pensándolas siempre así.
Un abrazo.
Lo primero, felicidades!
lo segundo, no se... debo ser imbécil pero a mis 33 años sigo deseando cumplir los años... porque cada año que pasa es una año vivido, con sus cosas buenas y sus cosas malas...
Besicos
Bien, primero -por educación-, ¡FELICIDADES!
Y segundo, que recalé en este lugar desde otros...
Un texto excelente, un resumen de lucidez fina, fina,fina. Sobretodo me ha seducido el tercio final del texto; llegar como en un desliz, casi sin querer. Creo que fue el gran Leonardo quien dijo: así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño; así una vida bien usada, causa una dulce muerte.
Saludos,
Montse
Magníficas palabras, Enrique.
Te felicito por ellas y por tu cumpleaños. Un abrazo
Gracias a todos/as por las felicitaciones y los comentarios. Sé que es un esfuerzo leer textos así de largos y densos, pero de cuando en cuando me da por alegrarme el día con un aullido de sombra.
Te iba a felicitar el cumpleaños, pero según te ha salido el texto de optimista, creo que sería más adecuado darte una patada en los cojones, ¿no? ;-)
Muchas felicidades!!! Buena reflexión al calor de unas velas que en tu caso, nunca se van a deshacer del todo. Estoy segura.
Besoss
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