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martes, 24 de junio de 2008

Surrealismo III

Debería disculparme por arrojar en las dos últimas entradas fragmentos surreales como el que lanza puñados de arena a los ojos de los bañistas. Los bañistas, en este blog, sois vosotros/as, y el hijo puta que tira arena soy yo. Pero no creo que haga falta. Debo, eso sí, explicar que para mí son ejercicios de estiramiento mental, ruptura de las fronteras de la lógica verbal (mucho más agresiva y cercenante que la lógica gramatical), desperezamientos, calentamientos neuronales, exploraciones (podría seguir con sintagmas sinónimos, pero seguro que aburro).
ET en Euskadi tiene razón (y Bea, Mi vida, Elisa, Edurne…), y como el niño del cuento “El traje nuevo del emperador”, grita a todo pulmón: “Enrique está desnudo, se ha tomado un tripi, no se entiende, mira cómo yo también puedo decir chorradas, ¿ese perro esnifa hierba?, viva Zapata, manito”. Y no la culpo. Es más, le agradezco que devuelva la imagen del espejo racional, porque de algún modo era (y es) una provocación. La cultura no es infinita, y “La llave de los campos” no es un movimiento surrealista tan conocido, así que ET no tiene porqué saber que mi amigo Zapata se llama Ángel, y que admira mucho a Emiliano, no me cabe duda, porque ambos son antiimperialistas.
Estas exploraciones o desvaríos irracionales son saludables. No son nuevas, claro que no, pero tampoco son nuevos los sonetos, ni las caminatas por el campo, ni escribir cartas de amor, ni comer arroz, y no por eso vamos a dejar de hacerlo. A veces hay que disfrazarlo de monólogo interior, de fluir de la conciencia, escritura automática, y, sobre todo, resistencia a la lógica. Así que no es tan fácil escribir, con Paul Eluard, “los elefantes son contagiosos”, porque la mano y la mente se resisten. Los elefantes son… grandes, grises, africanos, mamíferos, memoriosos, paquidermos, cuadrípedos… pero pocas veces (ni en el pensamiento, que lo rechaza) son contagiosos, marxistas, etéreos, desenchufados, borrosos o taxidermistas.
Decir también que son buceos en torno a Lidia. No la busco a ella, sino a su sintaxis, su pensamiento profundo, el que ni ella conoce. Solo si alguna vez se psicoanaliza, Lidia podrá saber qué teme, qué busca, qué desea. Pero ella no va a necesitar un psicoanálisis para reír, llorar, enamorarse o vivir. Yo sí necesitaré descuartizarla (digamos mejor deconstruirla, que queda más culterano) para escribir sobre ella y desde ella. Será una pequeña autopsia, una vivisección, no hay por qué alarmarse. Yo sólo seré el narrador (casi seguro en primera persona), su demiurgo, su médium, su transcriptor, su traductor/traidor. Así que sigo en boca de Lidia:
Doscientos alfileres se me clavan en los pechos, un charco de plomo recalienta el desayuno, un arcángel toma apuntes detrás de la ventana, la sangre me destiñe como un cinturón de avispas en los muslos, mi voz se ahoga en la garganta cada vez que se construye un puente, y cada vez que se cierra una puerta. No quiero dormir, porque bajo la cama habita un nido de alacranes y serpientes, y cuando me piquen despertaré dentro del cuerpo derrotado de mi madre, y tú no querrás besarme nunca más, porque mi cuerpo será un cuerpo ajado, y ni siquiera sabré que ya no existo, que ya estoy muerta.