Cuenta Derrida, sí, Derrida, ese, Jacques, el de la deconstrucción, que existe un miedo a la escritura que aparece en los momentos en los que se está más despierto. Es decir, cuando no se
está escribiendo. Él, claro, porque dice que cuando escribe está en un estado no comatoso, pero desde luego no despierto. En el espacio transicional de Winnicot, supongo, o en estado de semitrance, o poseído, o abducido. El lenguaje es múltiple, y solo los fascistas insisten en que sea puramente denotativo, unidimensional, con campos semánticos cerrados y policías lingüísticos en la frontera, para que las palabras sin papeles no se cuelen y empiecen a manchar la decencia de la lengua. Hay palabras violadoras, de casta inferior, delincuentes. Las palabras populares, sobre todo, que además de ser las más usadas, se doblan, se retuercen, recogen significados perdidos, y lo dicen todo, para rabia de los comisarios de la lengua. Pero yo hablaba de Derrida, y me pierdo, como él, porque incluso digo que Derrida dice, y es mentira, porque Derrida murió hace unos poquitos años, menos incluso que Paul de Man, porque le dio tiempo incluso a escribir un libro sobre De Man y la deconstrucción norteamericana, él que era más francés que el cruasán, pero está muerto, así que no dice nada, sino que decía, claro, pero luego va Enrique y se encuentra un video en Youtube y de golpe Derrida está ahí, con el pelo blanco y la mano en la frente, que le pesa, que no puede ya aguantar más lo que va a decir, y por primera vez entiendo lo que dice, aunque habla en francés (no sé francés) con subtítulos en inglés (eso sí, uf). Y Derrida se pone a decir, ponía, ya lo sé, pero a mí sus palabras me llegan en directo con unos años de retraso, así que es presente del lector o del escuchador, que no todo el privilegio es el del autor, el lector y el oyente hacen la otra media parte del juego de la comunicación, así que es un diálogo con una pausa, una cesura en medio de unos pocos años, aún me acuerdo de la nota necrológica de El País, así que Derrida me habla, sin él saberlo, cuando los gusanos ya han devorado todas las neuronas de su cerebro, y yo lo cuento aquí, y a saber quién o cuándo lo va a leer, tal vez cuando ya esté muerto también, Cuando nada importe, como decía el uruguayo tumbado en su camastro de Avenida de América, Onetti, el Juntacadáveres, pero lo cuento a su estilo, emborronado, que lo que más me cabrea de Derrida es que me gusta, pero es casi imposible entender lo que dice cuando escribe, a ver quién tiene huevos para decirme que la de la Diseminación está chupado, que es como los poemas de Gloria Fuertes, pues no, padre, no, ni de coña, que su escritura es una escritura de tiburón, dándole vueltas a un concepto inasible, tal vez inefable, inédito, acercándose, acechándolo, desgastándolo, en círculos que cada vez son más cerrados, el tiburón, la dialéctica de Hegel, y en otro video contaban como en los años 60 Lévi-Strauss, sí, el antropólogo, el estructuralista, se pilló el cabreo de su vida cuando en el último homenaje que le hicieron en Harvard se plantó Derrida en la tribuna y desglosó el inicio de la decontrucción, y Lévi-Strauss se lo tomó como una sentencia de muerte al estructuralismo, y puede que sí, pero más bien parece que desde entonces hasta ahora ha habido un abandono de todo, incluido el generativismo y transformativismo de, ¿cómo se llamaba ese?, sí el que desde entonces hace más bien ensayos acerca de política y sociología, y ha dejado a sus alumnos de informática que sigan sus investigaciones de Inteligencia Artificial, tiene un nombre con una C dentro, y creo que una Y, ¿no sabes quién es?, joder, voy a tener que googlearlo para recordarlo, el nuevo almacén de la memoria, Wikipedia, ahí está, la gramática generativa proporciona un conjunto de reglas o principios que predicen correctamente las combinaciones que aparecen en oraciones gramaticalmente correctas para una determinada lengua, ideas básicas de modelos incluidos en esta corriente que tienen su origen en la teoría estándar formulada por Noam Chomsky, ya te lo dije, Noam Chomsky, no Chuck Norris, ese es otro, no creo que se conozcan, aunque quién sabe, y Derrida decía que cuando está muy cansado, al final de la jornada larga de escritura peleándose con la diferencia y el espesor de los significados, de pronto es más libre para escribir lo que le da la gana (ya no, claro, el muerto al hoyo), y le importa un guano lo que digan otros, pero después, por la mañana, bien despierto, duchado y desayunado, le entraban los miedos, los siete males, el canguelo, porque el fantasma de Lévi-Strauss se le aparecía exigiendo un poco de respeto, pero él sabía que tenía que escribir lo que que tenía que escribir, punto pelota, y que el venga detrás que arree, así que así lo llevaba a la imprenta, y yo que no lo entiendo a él ni en español ni en inglés cuando lo leo (escucharlo es mejor, se entiende algo), de pronto caigo en la cuenta de que lo que hace el hijoputa es retorcer el lenguaje no para que sea críptico y reducido a los acólitos iniciados, como los de Barthes, sino porque no quiere que el lenguaje signifique una sola cosa, no quiere permitirle la denotación capasignificados, sino que quiere el texto libre, descolocado, a veces incomprensible (muchas veces, desde luego), y que los críticos se jodan porque a lo inasible no se le puede poner un bozal, poner puertas al campo, pero la descontrucción también es eso, precisamente, quitar el marco de referencia, quitar los apoyos, dejar de repetir el hábitat que, según Bourdieu, otro que tal baila, es cualquier estructura estructurada que genera una estructura estructurante, lo juro, esa es la definición, que me la sé de memoria por los huevos que le echó al formularla, así que lo que dice Derrida, por una vez, tiene que ver con lo que dice, con desmontar las farsas de la lengua, las trampas del lenguaje, para ver si se puede decir algo por debajo, sin que el autor se dé cuenta, sin que el lector se dé cuenta, qué agobio, como esa novela de Malcom Lowry, Bajo el volcán, en la que el Consul se la pasa borracho el 90 por ciento de la novela, ciego de mezcal y tequila, y las palabras de pronto también parecen mareadas, y el propio lector vive en sus carnes, o en sus neuronas, la borrachera del protagonista en el México profundo. Quería contar más cosas de Derrida, pero tengo canelones para cenar, así que mañana más.