jueves, 23 de septiembre de 2010

El espacio es un personaje

Hablando del espacio literario, Robert Louis Stevenson dijo: “Ciertos lugares hablan con su propia voz. Hay lugares húmedos que atraen irresistiblemente el crimen. Ciertos jardines sombríos piden a gritos un asesinato; ciertas mansiones ruinosas piden fantasmas; ciertas costas, naufragios”.

Hay varios arquetipos de espacio:

# Los espacios reales, o la forma de describir dichos espacios, herencia de los autores naturalistas, neorrealistas y objetivistas. Ese espacio no está distorsionado, y pretende ser puramente real y objetivo.

# Los espacios subjetivos, coloreados por las pupilas de un personaje en particular, que está atravesando por un momento especial, desde el punto de vista afectivo y personal. Ese significado tiene la frase “ver la vida de color rosa”, o la de “lo veía todo muy negro”.

# Los espacios simbólicos o mentales. Los sótanos y buhardillas —hay que recordar aquí los de Barbazul, o de El silencio de los corderos— son reflejos del inconsciente, y nada bueno podremos encontrar en el sótano de un psicópata.

# Los espacios cerrados tienen que ver con las interioridades, con la parte oculta de la vida —y si además es oscuro y húmedo, más todavía—.

# Los espacios abiertos, la luz, las cumbres de las montañas, los cielos claros y sin nubes, suelen ser expresiones del futuro feliz, despreocupación y bienaventuranzas.

Cuando hagamos una descripción del espacio (sea cual sea el espacio del que estemos hablando: una habitación, un armario ropero, un paisaje tras la ventana), debemos pensar en él casi como si tuviera los rasgos de un personaje más.

Con mucha frecuencia, es a través del espacio como conseguimos una más exacta definición de un personaje. “Dime con quien andas y te diré quien eres”, dice el refrán. Pero también podemos decir “Dime por dónde andas” (espacios exteriores), o “Muéstrame tu dormitorio” (dominios interiores) “y sabré quién eres” aunque tú estés ausente.

Centrándonos en el espacio privado de los personajes: no será la misma habitación (la decoración, el orden, el olor) la de un adolescente, la de un matrimonio de ancianos o la de una monja de clausura. Con sólo describir el interior de un armario, un escritor debería de ser capaz de definir con bastante precisión al personaje que guarda allí sus pertenencias.

Nunca está de más —y son muchos los autores que así lo hacen— el dibujar, en una hoja aparte, el mapa o el plano de los lugares transitados por los personajes: desde la distribución de las habitaciones de una casa, hasta el lugar que ocupa cada comensal en la mesa durante una comida/escena.

Hay un cuento de Borges, La casa de Asterión, sobre el minotauro y el laberinto donde es encerrado. Según Borges, no habría laberinto si no hubiera minotauro: “A la casa monstruosa corresponde un habitante monstruoso”.

¿Qué podemos hacer para capturar el espacio? Podemos hacerlo mediante cinco ejercicios complementarios:

# Recordar (un lugar que hemos conocido anteriormente)
# Evocar (dejar que se desencadenen asociaciones de ideas en nuestra cabeza)
# Visitar (ese lugar, o lugares parecidos, mientras está formándose la idea)
# Investigar (documentalmente: enciclopedias, mapas, prensa)
# Inventar (todo lo que haga falta, y cambiar la realidad también)

Ahora saca la punta al lápiz y describe al menos tres espacios diferentes:

— Que uno de ellos sea un recuerdo de cuando eras pequeño (una habitación, un parque, un portal, un cuarto de baño);

— otro, un lugar tenebroso (un cementerio, un sótano, un callejón oscuro, una cueva);

— y el tercero, un lugar totalmente imaginado (la cabina de una nave interestelar, el dormitorio del Papa, una ciudad sumergida, una biblioteca medieval).

Acuérdate de que, al igual que con los personajes, debes describir usando todos los sentidos (escucha el ruido, percibe el olor, estate atento a los matices de la luz y a los detalles pequeños). Ánimo.

1 comentario:

Edurne dijo...

Yo voy tomando nota de todo, profe...