sábado, 9 de enero de 2010

Begoña (3/4)

—Pero vamos a ver, ¿tú no tienes novia? ¿Elena no es tu novia? ¿Tú no eres lesbiana? —le pregunté yo al borde del infarto escupiendo en la taza del Café del Nuncio. Y probablemente también se lo preguntó el viejo, al borde de otro infarto con más posibilidades de ser mortal.

—Pues no, qué tontería —me dijo Anabel/Sofía—. Yo estoy con Elena porque me gusta ella como persona; pero si Elena se hubiese llamado Germán y fuese un chico, me habría enamorado de Germán. Yo me enamoro de las personas, no de su sexo.

Y levantó la barbilla en un gesto de orgullo.

Y a mí la picha se me puso a reventar. Vamos, no me jodas.

El caso es que poco a poco, según me contó, la mano del viejo llegó hasta las bragas, después se las quitó, y acabó en la cama con él. Sí, sí, con el de 80 años. Y no una vez, sino dos veces por semana, como poco. Begoña, o Anabel, me cago en dios, decía que esos días él le daba una propina de dos mil pesetas por haberse portado bien.

—Venga ya. Eso se llama prostitución —le dije enfermo de celos.

—Oye, no te pases. Yo lo hacía porque no me importaba, y a él se le veía tan contento que no sabía cómo pararle —me dijo Begoña, o como coño se llamase.

—Pero vamos a ver, ¿tú no estabas contratada para hacer intercambio del idioma inglés? —le pregunté casi suplicando para que rectificase la historia.

—Al final ya ni hablábamos en inglés ni nada —me dijo pegando la espalda al respaldo de la silla—. Según entraba por la puerta me empujaba hasta la cama, me desnudaba deprisa y me echaba un polvo. Después, más tranquilo ya, nos tomábamos un té, y hablábamos del calor que hacía en verano en Madrid. Antes de irme él me metía un billete de dos mil pesetas en el bolso, o por dentro de las bragas, y nos despedíamos hasta la próxima. ¡No sabes qué energía tenía el tío, con 80 años!

Yo casi ni me lo podía creer. Allí estaba Sofía, o Begoña, tan tranquila, contándome cómo se lo montaba con un tío de 80 años sin que Elena, su novia lesbiana, se enterara de nada.

—¿Y aún sigues yendo a su casa? —le pregunté, sabiendo que no era posible.

—No, ya no. Al final me enfadé con él. Era un cerdo —reconoció.

—¿Por qué? ¿Qué pasó? —yo estaba al borde de un infarto sexual.

Anabel, o Sofía, dudó unos instantes. No sabía si contármelo o no. Parecía que le daba vergüenza.

—Bueno, un día llegué y me encontré con que estaba con un amigo un poco más joven que él, tendría unos 75 años, pero se conservaba bien. Me dijeron que se conocían desde la mili en Ceuta. Al principio me dio un poco de mal rollo, porque su amigo tenía la cara salpicada de huellas de viruela y ojos de viciosillo.

—No sigas por ahí, que vamos mal —le dije en un susurro, pero Begoña no me escuchó.


(terminará mañana...)

3 comentarios:

Beatriz Montero dijo...

Vamos, vamos, no me digas que se lió con el de 75. Esa tiene un trastorno. De los serios.

Edurne dijo...

Pues están interesantes las aventuras sexuales de Begoña, o Anabel, o Sofía...

Veremos cómo sigue la cosa!

La Maga dijo...

Lo veo, lo veo, los dos abuelos se lían quizás para celebrar los viejos tiempos en la mili...