Hay veces que la historia de los pueblos coloca a los jueces en la desagradable tesitura de tener que enviar a prisión a homosexuales, a esposas infieles y a mujeres violadas que insisten en abortar. La ley es la ley, y ellos solo la aplican. Si hubiera otras leyes, aplicarían esas otras leyes. La ley es ciega, y los jueces se revisten de la misma ceguera, añadiendo la sordera y la ausencia de olfato ¿Cómo si no podrían aguantar la visión de las torturas, los gritos de los que denuncian injusticias, el hedor putrefacto de sus togas?
Otros compañeros de la judicatura, más desafortunados, tuvieron que firmar sentencias de muerte para los que se oponían a las políticas del gobierno o exigían elecciones democráticas.
Ahora bien, ellos están a salvo de esas fluctuaciones de la historia, y siguen ejerciendo cuando la democracia conquista el poder y saca de las cárceles a todos aquellos que cayeron en su pozo por sentencias de los jueces ciegos e imparciales.
Con la democracia los jueces fascistas, los mismos de siempre, están más contentos porque de repente se les respeta y son los garantes de la ley democrática y la Constitución. Son los mismos jueces, con las togas perfumadas de naftalina.
Ahora los jueces dicen que nos defienden de los parlamentos y las elecciones. Nos defienden de nosotros mismos, no vayamos a hacernos daño aprobando leyes sin su permiso. Ellos siempre tendrán la sartén por el mango, la interpretación escondida en el forro de sus calzoncillos.
En el futuro, cuando la revolución triunfe, los jueces se pondrán al servicio del gobierno revolucionario, y trabajarán diligentes para encarcelar a los que se opongan a todo lo que el gobierno disponga. La ley siempre es ciega, y los jueces serán sus lacayos obedientes. A ellos les va a dar igual quién mande, ni lo que mande. La verdad o la justicia es relativa: la dicta el jefe del Estado. Da lo mismo cuál sea el origen o la legitimidad del gobierno, porque el trabajo de los jueces está bien definido: estar al servicio del poder sin hacerse preguntas. Esa es su gloria, y su miseria.
5 comentarios:
Yo quiero hacer objeción de justicia de esos jueces que van de justos y morales cometiendo injusticias.
El otro día escuché una noticia en la radio que hablaba de un estudio sociológico que concluía que las sentencias de los jueces tendían a favorecer a aquella de las dos partes que tuviera más dinero.
Es cierto que no inventaron la pólvora con ese estudio pero, ¡qué fuerte que sea ratificado así cientificamente!
¿Y qué hago yo ahora que la que me demanda es una abogada superpija? Boba como pocas, pero super pija...¿Cómo me disfrazo de adinerada justamente ahora para convencer al juez?
¿No hay polillas que coman carne de gente rancia? Ains.
Ni siquiera los cristianos se libran, porque la justicia divina puede ser aún más cabrona. Te deseo felices fiesta y un buen año, querido Enrique.
Un abrazo.
La justicia, la policía, los funcionarios, todos cumplen ordenes tajantes, ordenes que a veces resultan incomprensibles. Por qué no reconocerlo y de una vez atacar al culpable y no al mensajero. No digo que no haya sentendias espantosas y funcinarios corruptos, pero ¿dónde está el poder que todo lo controla, lo manipula y lo emponzoña?
Felices Navidades, Enrique.
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