Acaba de empezar noviembre, y ya se han muerto Francisco Ayala y Claude Lévi-Strauss. El primero era el único de la generación del 27 que quedaba con vida, y el segundo el auténtico creador de la antropología estructuralista (la única coherente, hasta la fecha). Es posible que no se conocieran, y muy probable que se hayan leído el uno al otro a los largo de sus vidas centenarias. Juntos sumaban más de 204 años de escritura, investigación y exilios. No, Claude Lévi-Strauss no inventó los pantalones vaqueros, eso lo hizo otro Levi Strauss, un fabricante de telas de origen alemán que murió seis años antes de que naciera el antropólogo francés. Ahora se encontrarán juntos en el submundo de los cementerios, y a lo mejor se intercambian los pantalones mientras Francisco Ayala les lee algunos de sus relatos de El jardín de las malicias.
La verdad es que cuando se tienen más de 100 años, como era en ambos casos, ya poco queda por hacer o por decir, aparte de morirse y que todos se sorprendan. La naturaleza termina de hacer su trabajo ecológico con un poco de retraso. Francisco Ayala estaba cansado hasta de su nombre, según dijo en algunas ocasiones. Con 103 años la muerte se convierte en impaciencia. Todas las fotos son la última foto, todas las entrevistas la última entrevista, todos los libros el último libro. Imagino que los estudiosos y admiradores de Levis-Strauss y de Ayala que lograban acercarse lo hacían con la conciencia de estar ante la presencia de una leyenda que por un error de la biología aún está viva. No hay manera de cerrar el currículum final, y en todas las contraportadas de sus libros permanece un paréntesis con la fecha de nacimiento seguida de un guión huérfano que se asoma a un precipicio en blanco, una fosa abierta, una navaja que apunta al corazón del autor, a la espera de sepultar muy pronto su historia con la clausura del guión: (1906- ), (1908- ).
No conocí personalmente a ninguno de los dos, y los leí a los dos. Ellos dirían que sí, que estaban en los libros, que hablamos muchas veces en ese diálogo abierto en el tiempo, a contrapié, como todos los diálogos de los libros. Yo pasé muchas horas siguiendo los derroteros de sus pensamientos, recuperando a solas el discurso que habían elaborado tiempo atrás, también a solas. Menos mal que los libros no mueren, y que podré volver a conversar con ellos, siempre que no pretenda hacer muchas preguntas. Siempre que no busque demasiadas respuestas. Los buenos autores nunca dan respuestas, sino que amplifican las preguntas, y hasta te obligan a formular otras nuevas, desconocidas antes, que no tienen respuesta. Los que tienen respuestas se llaman beatos, ayatolas o creyentes. Los que tienen preguntas son los críticos, los inconformistas, los exploradores. Por supuesto que también hay preguntas con respuesta: ¿Qué tenemos hoy para cenar? Tortilla de patatas. Y en efecto, habrá tortilla. ¿Quién aceptará el próximo soborno? Será un cargo público, entre concejal y diputado. Pero esas preguntas son demasiado simples. Es el lenguaje en función fática. Ah, sí. Ajá. Claro, claro, por supuesto. ¡No me digas! Pues sí, como te lo cuento.
El mes de los muertos. Peancha está llorando en La Laguna, estoy seguro, porque hace un año murió mi madre (la misma que la suya) tras una agonía imperdonable. Y dos semanas después, mi padre. Siempre es en noviembre, siempre otoño, cuando llega el frío y el cuerpo se convierte en nieve. Ya lo advirtió César Vallejo: “Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo.” Estamos en noviembre, pero no pienso morirme todavía. Quita, quita, qué disgusto. Además, yo por una tortilla de patatas soy capaz de matar a la muerte, y aún no he cenado. Va siendo hora.
11 comentarios:
Voy corriendo a hacer la tortilla de patats. No vaya ser que te mueras si no la comes. Quita, quita ...
Que disfrutéis de esa tortilla. ¡Por muchos años!
Saludos
A mí la tortilla de patatas me da vidilla, y si es la de mi amatxu... ni te cuento!
Por lo demás, me ha gustado mucho esta entrada.
Y también recuerdo que hace un año andabas como andabas...
Y lamento mucho estas dos muertes, mucho!
Un abrazo!
Y podíais mandar un pintxo de tortilla, no? Digo!
Yo te acompaño en matar a la muerte por una tortilla!!!!!
;)
Besicos
P.D es mi taller de escritura vi un libro tuyo :D
Oye, que en noviembre también nace gente. Yo cumplo años en nueve días.
Mi padre murió en septiembre. Lo siento, pero mi mes maldito es ese, ahora y por los restos.
Gracias por vuestros comentarios.
La tortilla estaba riquísima. Gracias, Bea.
Lástima no haber podido compartirla con Leo, Edurne, Belén y Ruth. La próxima vez será. He guardado, por si acaso, un trocito en la nevera.
Belén, qué bien que te encontraras con un libro, un hijo, mío. Te lo dedico a distancia.
Ruth, feliz cumpleaños, por adelantado. Se me olvidó decir que en realidad César Vallejo murió en abril.
No "conocía" a Lévi-Strauss (quizá no tenga perdón) pero Ayala me resultaba una persona de esas con tantas ganas de vivir y tan lúcido que uno no se espera que se pueda morir.
Me he emocionado especialmente cuando he leído que "una pareja" murió con un espacio de 15 días entre ambos "adioses", porque...en 32 días perdí a mi pareja y a mi mejor amigo...en lo mejor de sus vidas, en lo mejor de la mía. Se tarda mucho tiempo en volver a comer tortilla de patatas, degustando su exquisito sabor.
Te dejo un beso.
Noviembre siempre ha sido un mes ligado a la muerte. Es así, por encima de todo. A mí me parece el mes más triste del año.
Conocí a Francisco Ayala en persona hace algunos años, cuando yo estudiaba en la Facultad de Periodismo. Y ante todo, era una buena persona.
Qué año llevamos...
Enrique, yo "celebré" la muerte de Ayala esa noche con una botella de rioja y con "Cabeza de cordero" entre las manos. Ahora que tenemos tantos modernos que se las dan de modernos, me parece obsceno que siempre se le excluya de sus cábalas.Recuerdo haber hablado de él cientos de veces. Lo he recomendado (me temo que sin resultado) en infinidad de ocasiones. Y sin embargo, se hizo tristemente famoso por cumplir cien años. Tuve ocasión de verle y estrechar su mano en una de sus últimas apariciones y me sorprendió su lucidez (su humor). Fue en la Biblioteca Nacional. Y no sé por qué, esa tarde, sabía que me estaba despidiendo de él. A Levy Strauss no lo he leído.
Gracias por esta entrada.
Elena
Pepín Bello, muy relacionado con la vida literaria, también murió centenario el año pasado.
Un abrazo.
Publicar un comentario