El momento de la escritura es terrible. El cuerpo, el sueño, el tiempo, el deseo, la respiración, el pasado (a través de la memoria) y el futuro (el deseo de llegar al final) están al servicio de la escritura, esclavizados, secuestrados, tiranizados. La familia, los amigos, los hijos, los padres, las novias, el hambre y la guerra no existen, o están muy lejos, más allá de la escritura, y no importan. Todo lo llena ese monstruo que crece entre nuestros dedos, ya sea poema, relato o novela. Si es un relato o un poema, con suerte estaremos de regreso a la hora de la cena; pero con la novela el autosecuestro puede durar entre dos y nueve meses, lo bastante como para que nuestra pareja justifique y gane un divorcio hasta con un abogado patoso.
Pero ese es el tiempo más glorioso. Es el único que el autor recordará con añoranza. Más incluso que el posible premio, la edición, la traducción, la pasta gansa (si es que llega, ojalá). Se recuerda como el tiempo en el que algo o alguien, que estaba siendo creado por uno mismo, se amotina y toma el control de la vida del autor: lo vampiriza. El autor no es más que un manojo de dedos torpes al servicio de una historia que se crea a sí misma a través de la posesión infernal del esclavo escribano. El muy imbécil a veces piensa que está escribiendo una historia, cuando es la historia la que nace y se escribe a sí misma con sangre de novelista poseído.
La escritura exige extrañamiento, ajeneidad, estar fuera de uno mismo, vivir otra vida secreta. Y solo es posible controlar o recuperar el control cuando se escribe mal. El precio de dotar de vida a un personaje es, en gran medida, dársela a cambio de la nuestra. Hay que perder la cabeza, dejar de vivir para que la fantasía que crece sobre el papel tenga vida propia: la misma vida que nos roba sin rubor esa historia que crece como un cáncer, la vida que le entregamos sin dudarlo los escritores.
Tal vez alguna vez Dios fue un escritor, y al acabar su novela, el día del Big bang, murió para que nosotros viviéramos. Él ya no existe, y nosotros ahora somos dioses capaces de morir por la escritura.
Es el momento más hermoso, el momento de la creación, el momento en el que no somos nosotros, el momento en que morimos para inyectar sangre a un papel. Morir para reproducirnos en ficción, ceder nuestro cuerpo a un alien que crecerá chupándonos la sangre. No seremos sus padres, no seremos sus autores, apenas seremos un vientre de alquiler, una placenta agradecida que cobrará unos míseros derechos de autor, treinta monedas de plata para Judas. ¡Qué momento el de la creación, el de la posesión!
Después de vivir ese rapto, ningún escritor querrá otra cosa más que volver a sentirlo, volver a ser penetrado y despojado, volver a ser objeto del beso del vampiro. Y si no volviera a vivir ese momento, si el bloqueo literario le incapacita para volver a escribir ficción vívida, garrapatas de su sangre, el escritor caerá en una depresión profunda, y se suicidará más temprano que tarde. No hay piedad ni generosidad para los vencidos, para los tibios que no renuncien a su propia vida a cambio de alimentar un sueño de papel y tinta. Hay que morir para ser eternos.
El que no sepa o no quiera escribir, que se haga fanático religioso y ponga bombas, sodomice seminaristas, funde inquisiciones, se ciña cilicios y decapite infieles para soportar el vacío radical de no ser dios, de no enloquecer con la escritura.
No hay nada como crear una historia, ser devorado por una historia que nace.
Hasta Dios se suicidó por probar esa manzana.
Así que ahora que estoy a punto de empezar una nueva novela, pero no sé por dónde va a venir, por donde me va a penetrar, estoy en el momento de máxima tensión, a punto del orgasmo, deseando morir ya de una puta vez, y dejar de ser yo para ser alguien que todavía no existe. Puede que solo sea un embarazo psicológico, pero ya noto las pataditas, y se me encogen los huevos de gusto y espanto.
Pero ese es el tiempo más glorioso. Es el único que el autor recordará con añoranza. Más incluso que el posible premio, la edición, la traducción, la pasta gansa (si es que llega, ojalá). Se recuerda como el tiempo en el que algo o alguien, que estaba siendo creado por uno mismo, se amotina y toma el control de la vida del autor: lo vampiriza. El autor no es más que un manojo de dedos torpes al servicio de una historia que se crea a sí misma a través de la posesión infernal del esclavo escribano. El muy imbécil a veces piensa que está escribiendo una historia, cuando es la historia la que nace y se escribe a sí misma con sangre de novelista poseído.
La escritura exige extrañamiento, ajeneidad, estar fuera de uno mismo, vivir otra vida secreta. Y solo es posible controlar o recuperar el control cuando se escribe mal. El precio de dotar de vida a un personaje es, en gran medida, dársela a cambio de la nuestra. Hay que perder la cabeza, dejar de vivir para que la fantasía que crece sobre el papel tenga vida propia: la misma vida que nos roba sin rubor esa historia que crece como un cáncer, la vida que le entregamos sin dudarlo los escritores.
Tal vez alguna vez Dios fue un escritor, y al acabar su novela, el día del Big bang, murió para que nosotros viviéramos. Él ya no existe, y nosotros ahora somos dioses capaces de morir por la escritura.
Es el momento más hermoso, el momento de la creación, el momento en el que no somos nosotros, el momento en que morimos para inyectar sangre a un papel. Morir para reproducirnos en ficción, ceder nuestro cuerpo a un alien que crecerá chupándonos la sangre. No seremos sus padres, no seremos sus autores, apenas seremos un vientre de alquiler, una placenta agradecida que cobrará unos míseros derechos de autor, treinta monedas de plata para Judas. ¡Qué momento el de la creación, el de la posesión!
Después de vivir ese rapto, ningún escritor querrá otra cosa más que volver a sentirlo, volver a ser penetrado y despojado, volver a ser objeto del beso del vampiro. Y si no volviera a vivir ese momento, si el bloqueo literario le incapacita para volver a escribir ficción vívida, garrapatas de su sangre, el escritor caerá en una depresión profunda, y se suicidará más temprano que tarde. No hay piedad ni generosidad para los vencidos, para los tibios que no renuncien a su propia vida a cambio de alimentar un sueño de papel y tinta. Hay que morir para ser eternos.
El que no sepa o no quiera escribir, que se haga fanático religioso y ponga bombas, sodomice seminaristas, funde inquisiciones, se ciña cilicios y decapite infieles para soportar el vacío radical de no ser dios, de no enloquecer con la escritura.
No hay nada como crear una historia, ser devorado por una historia que nace.
Hasta Dios se suicidó por probar esa manzana.
Así que ahora que estoy a punto de empezar una nueva novela, pero no sé por dónde va a venir, por donde me va a penetrar, estoy en el momento de máxima tensión, a punto del orgasmo, deseando morir ya de una puta vez, y dejar de ser yo para ser alguien que todavía no existe. Puede que solo sea un embarazo psicológico, pero ya noto las pataditas, y se me encogen los huevos de gusto y espanto.
20 comentarios:
A ver, a ver. Con las ganas que tenía ya de ver nacer esas nuevas páginas de la novela se me han encogido los ovarios, así de repente, al leer eso de que el escritor se autosecuestra meses y desaparece del planeta. Vamos a ver, vamos a ver, que así, a las bravas, amenazan con quitarme de un plumazo a mi chico. Se podrá pagar rescate digo yo.
Es lo único que de todo importa: la escritura, todo lo demás se hace subordinado a ella. Me alegro de que empieces un nuevo trabajo. Uno empieza un trabajo, un día lo acaba y se dice: Voy a descansar, pero enseguida viene el miedo a entrar en dique seco y empieza uno de nuevo como si fuese lo primero y lo último que va a escribir. Va uno con esto un poco como con las drogas. Como el que las toma. Salud y suerte.
Enrique dice: “El que no sepa o no quiera escribir, que se haga fanático religioso y ponga bombas…”
Hombre, tampoco es eso. Ya me gustaría escribir a mí como lo haces tú. Hay personas, entre las que me encuentro, que daría parte su vida por saber transmitir por medio de la pluma, sentimientos, historias, ensoñaciones o cualquier cosa que pretendas trasmitir o dar a conocer. El problema radica en que no a todos se nos da bien el arte de la escritura y entramos en la fase de “no sé como decirlo”, de la misma manera que aun sabiendo tocar el piano, no se me ocurriría dar un concierto. Uno es consciente o debería serlo de sus propias limitaciones.
“Zapatero a tus zapatos”
Escribir hombre escribir, que lo de morir en el empeño...!
Besos.
Cómo me alegro...
Se que estarás exhausto, cansado y todo lo demás, pero por dios, cómo me alegro!!!!!!!!
besicos
Cómo te entiendo, Enrique. yo estoy escriendo ahroa mismo una novela, en mis tiempos libres porque estoy estudiando 8h diarias... es un coñazo pero bueno. Al menos me sirve de relax. ¿Hay forma de leer tus primeros manuscritos?????
Por cierto, no sé si te dije, pero seleccionaron uno de mis microcuentos en el concurso de Escuela de Letras y estoy PLETÓRICOOOOOOOO
BEsazo
Pronto empezarán a cerrarse puertas y a quedar sólo un camino: el de esa novela que empieza a segregar jugos gástricos con los que devorarte. Me alegro de la nueva novela, y de que seas así de apasionado con tu arte. Suerte en la aventura.
Guaaaaau, hermano, cuánto me alegro.
Este texto es de antología, Enrique.
Gracias!!!
Besos
Que envidia me das, que ganas de escribir como tu todas las ideas que dan vueltas en mi cabeza, como hacer para que todo cuandre, como organizar....
Mucha suerte con tu nuevo embarazo y exito en el parto.
Un beso
Vaya, mucha suerte en el nuevo viaje!
Abrazos
Me gustaría ser personaje de tu nueva novela y ponerte en el más duro de los aprietos, con el convencimiento de que al final tú me habrás enseñado a vivir y yo te habré permitido crecer aún más como escritor.
Suerte
Uff!!!! Preñado de otra novela!! Pero Enrique!! Otra vez? En fin, tal y como lo describes, seguro que lo estás disfrutando desde ya. Cualquier otro comentario sobra. Ánimo y que te salga como te quiera salir.
El escritor siempre quiere estar en ese km 0, en el que empieza la/su historia.
Genial.
¿Cómo puedo hacer para que lo que publique en mi blog no pueda ser reporducido? ¿Me puedes guiar? etngo intención de ir colocando cosillas y no quiero que la gente las copie... ya sabes... quizá no sean buenas, o quizá sí, pero son mías. Bueno, un saludito.
Gracias a todos/as por los ánimos. Espero no defraudaros con la próxima novela.
Pedro/Plistarco: No tengo ni idea de cómo se hace lo del no-plagio. Es un código mágico que se inserta en algún lugar de la configuración interna del blog. Yo lo tengo porque me lo instaló un amigo.
Toma ya! Preñado y encogío, Enrique? Y esa foto? Tú estás cada vez peor... me encanta!
Jamás lo habría expresado mejor que tú, esa sensación de plenitud. Esos cinco minutos en los que parece que la historia se escribe sola y que pierdes el sentido. Para mí es casi El Placer con mayúsculas. Y he descubierto que soy un adicto al placer.
¡Adelante!
Yo iba a decir, al comienzo de la lectura de esta entrada, que lo que contabas era justo lo que diferenciaba al escritor de quien simplemente escribe... Pero ya lo has dejado muy clarito tú mismo al decir que el que controla es porque escribe mal :-D
Estoy de acuerdo, "as usual", y ya tengo ganas de saber si es niño o niña :-)
Voy a seguir leyendo...
Publicar un comentario