sábado, 30 de julio de 2011

Derrida al habla

Cuenta Derrida, sí, Derrida, ese, Jacques, el de la deconstrucción, que existe un miedo a la escritura que aparece en los momentos en los que se está más despierto. Es decir, cuando no se

está escribiendo. Él, claro, porque dice que cuando escribe está en un estado no comatoso, pero desde luego no despierto. En el espacio transicional de Winnicot, supongo, o en estado de semitrance, o poseído, o abducido. El lenguaje es múltiple, y solo los fascistas insisten en que sea puramente denotativo, unidimensional, con campos semánticos cerrados y policías lingüísticos en la frontera, para que las palabras sin papeles no se cuelen y empiecen a manchar la decencia de la lengua. Hay palabras violadoras, de casta inferior, delincuentes. Las palabras populares, sobre todo, que además de ser las más usadas, se doblan, se retuercen, recogen significados perdidos, y lo dicen todo, para rabia de los comisarios de la lengua. Pero yo hablaba de Derrida, y me pierdo, como él, porque incluso digo que Derrida dice, y es mentira, porque Derrida murió hace unos poquitos años, menos incluso que Paul de Man, porque le dio tiempo incluso a escribir un libro sobre De Man y la deconstrucción norteamericana, él que era más francés que el cruasán, pero está muerto, así que no dice nada, sino que decía, claro, pero luego va Enrique y se encuentra un video en Youtube y de golpe Derrida está ahí, con el pelo blanco y la mano en la frente, que le pesa, que no puede ya aguantar más lo que va a decir, y por primera vez entiendo lo que dice, aunque habla en francés (no sé francés) con subtítulos en inglés (eso sí, uf). Y Derrida se pone a decir, ponía, ya lo sé, pero a mí sus palabras me llegan en directo con unos años de retraso, así que es presente del lector o del escuchador, que no todo el privilegio es el del autor, el lector y el oyente hacen la otra media parte del juego de la comunicación, así que es un diálogo con una pausa, una cesura en medio de unos pocos años, aún me acuerdo de la nota necrológica de El País, así que Derrida me habla, sin él saberlo, cuando los gusanos ya han devorado todas las neuronas de su cerebro, y yo lo cuento aquí, y a saber quién o cuándo lo va a leer, tal vez cuando ya esté muerto también, Cuando nada importe, como decía el uruguayo tumbado en su camastro de Avenida de América, Onetti, el Juntacadáveres, pero lo cuento a su estilo, emborronado, que lo que más me cabrea de Derrida es que me gusta, pero es casi imposible entender lo que dice cuando escribe, a ver quién tiene huevos para decirme que la de la Diseminación está chupado, que es como los poemas de Gloria Fuertes, pues no, padre, no, ni de coña, que su escritura es una escritura de tiburón, dándole vueltas a un concepto inasible, tal vez inefable, inédito, acercándose, acechándolo, desgastándolo, en círculos que cada vez son más cerrados, el tiburón, la dialéctica de Hegel, y en otro video contaban como en los años 60 Lévi-Strauss, sí, el antropólogo, el estructuralista, se pilló el cabreo de su vida cuando en el último homenaje que le hicieron en Harvard se plantó Derrida en la tribuna y desglosó el inicio de la decontrucción, y Lévi-Strauss se lo tomó como una sentencia de muerte al estructuralismo, y puede que sí, pero más bien parece que desde entonces hasta ahora ha habido un abandono de todo, incluido el generativismo y transformativismo de, ¿cómo se llamaba ese?, sí el que desde entonces hace más bien ensayos acerca de política y sociología, y ha dejado a sus alumnos de informática que sigan sus investigaciones de Inteligencia Artificial, tiene un nombre con una C dentro, y creo que una Y, ¿no sabes quién es?, joder, voy a tener que googlearlo para recordarlo, el nuevo almacén de la memoria, Wikipedia, ahí está, la gramática generativa proporciona un conjunto de reglas o principios que predicen correctamente las combinaciones que aparecen en oraciones gramaticalmente correctas para una determinada lengua, ideas básicas de modelos incluidos en esta corriente que tienen su origen en la teoría estándar formulada por Noam Chomsky, ya te lo dije, Noam Chomsky, no Chuck Norris, ese es otro, no creo que se conozcan, aunque quién sabe, y Derrida decía que cuando está muy cansado, al final de la jornada larga de escritura peleándose con la diferencia y el espesor de los significados, de pronto es más libre para escribir lo que le da la gana (ya no, claro, el muerto al hoyo), y le importa un guano lo que digan otros, pero después, por la mañana, bien despierto, duchado y desayunado, le entraban los miedos, los siete males, el canguelo, porque el fantasma de Lévi-Strauss se le aparecía exigiendo un poco de respeto, pero él sabía que tenía que escribir lo que que tenía que escribir, punto pelota, y que el venga detrás que arree, así que así lo llevaba a la imprenta, y yo que no lo entiendo a él ni en español ni en inglés cuando lo leo (escucharlo es mejor, se entiende algo), de pronto caigo en la cuenta de que lo que hace el hijoputa es retorcer el lenguaje no para que sea críptico y reducido a los acólitos iniciados, como los de Barthes, sino porque no quiere que el lenguaje signifique una sola cosa, no quiere permitirle la denotación capasignificados, sino que quiere el texto libre, descolocado, a veces incomprensible (muchas veces, desde luego), y que los críticos se jodan porque a lo inasible no se le puede poner un bozal, poner puertas al campo, pero la descontrucción también es eso, precisamente, quitar el marco de referencia, quitar los apoyos, dejar de repetir el hábitat que, según Bourdieu, otro que tal baila, es cualquier estructura estructurada que genera una estructura estructurante, lo juro, esa es la definición, que me la sé de memoria por los huevos que le echó al formularla, así que lo que dice Derrida, por una vez, tiene que ver con lo que dice, con desmontar las farsas de la lengua, las trampas del lenguaje, para ver si se puede decir algo por debajo, sin que el autor se dé cuenta, sin que el lector se dé cuenta, qué agobio, como esa novela de Malcom Lowry, Bajo el volcán, en la que el Consul se la pasa borracho el 90 por ciento de la novela, ciego de mezcal y tequila, y las palabras de pronto también parecen mareadas, y el propio lector vive en sus carnes, o en sus neuronas, la borrachera del protagonista en el México profundo. Quería contar más cosas de Derrida, pero tengo canelones para cenar, así que mañana más.

viernes, 22 de julio de 2011

Un trato bien simple

Aún faltaba media hora para amanecer cuando Paolo desanudó la cuerda que atrancaba la puerta y salió al campo abierto. Igual que cada día. No había luna, nunca la hubo, pero Paolo no necesitó luz alguna para llegar hasta el sembrado, apenas distante un kilómetro de la cabaña. Se situó mirando al este, como cada mañana, y empezó lanzar las semillas a los surcos, los pies descalzos sobre la tierra, saludando al sol que arañaba las cumbres de las montañas. A su espalda, la noche retrocedía acobardada, y Emilia se desperezaba en el camastro de paja. Emilia, la enamorada, cuerpo de violín, guayaba, fresa, estación terminal de todos los caminos.

A medida que avanzaba la mañana, mientras la siembra continuaba con la misma monotonía de todos los días, a Paolo le pareció escuchar a más de un kilómetro de distancia el ruido mínimo del agua escurriendo sobre la piel de Emilia, el sonido del cepillo desenredando su cabello, desanudando sueños, el roce del vestido sobre la piel iluminada, el aullido de las ventanas que se abrían.

La misma siembra cada día, durante semanas meses, años, décadas. Siempre la misma siembra, jamás la recogida. Ese era el trato. Las plantas jamás crecerían en esa tierra, jamás Paolo las recolectaría. Y a cambio siempre regresaría a casa al anochecer cansado y feliz, para comer apenas un bocado, y entregarse al cuerpo de violín de Emilia, la eterna enamorada.

El roble de la entrada estaba seco desde hacía más de doscientos años, desde que Paolo lo recordaba, y sin embargo siempre tenía trenzado en su rama más baja un ramo de flores silvestres recién cortadas.

El trato era bien simple, según Paolo: vivir siempre el mismo día, agotado y monótono hasta la extenuación, y morir siempre la misma noche en la que nunca habitó el desamor.

jueves, 21 de julio de 2011

Malena entre rejas

Desde hace año y medio Malena está encerrada en una celda cuadrada de 1,2 metros de lado.

Ni siquiera en diagonal puede dormir estirada, porque la diagonal no alcanza el 1,70 que ella necesita. La culpa es de Pitágoras, se ríe Malena, aunque no tenga ni puta gracia. Además lleva todo ese tiempo sin comer. Debería estar muerta desde hace mucho, pero el problema es que Malena ya estaba muerta antes de que la metieran en esa celda, y los muertos no mueren dos veces. Al menos no de hambre, ni de sed. Malena se aburre, qué remedio, y lo que más le aterra es que se hayan olvidado de ella, o que los vampiros que la encerraron allí hayan desaparecido, se hayan marchado a otro lugar, hayan sido exterminados.

Pero no. Los vampiros siguen allí, al otro lado de la puerta. Y el tiempo, que ciertamente es el que es, y que ha gastado año y medio de balde, no ha dejado la menor huella en Malena. Cirugía plástica de de ultratumba. Maravillas del formol y de la la ultracongelación. ¿Malena está congelada, como Walt Disney y los muslos de pollo de Mercadona, o en una urna de cristal bañada en formol como el pene de Napoleón?

Puede ser, pero ya va siendo hora de sacarla de esa celda, que le de un poco el aire.

Así pues, bajo el volcán Kracatoa hay un movimiento telúrico, una falla se disloca y la puerta de la celda de Malena se hace trizas. Deus est machina, Malena está libre.

Esa es la gran ventaja de escribir con respecto al cine: los autores tienen a su disposición todos los medios técnicos que quiera. ¿Un volcán? Pues marchando un volcán. Pero si prefieres un meteorito, yo desvío en un momento la órbita de Halley y te lanzo un pepinazo donde más te guste. También tengo centrales nucheares dispuestas a estallar, y a un sobrino de Bin Laden cabreado con cinco bombas en una camioneta.

Malena sale de la celda. Del armario. Del silencio.

Tiene un verano por delante, y hasta es posible que se enamore. Para eso se hicieron los veranos, ¿no?