Si yo soy yo porque soy yo, y tú eres tú porque eres tú, yo soy yo y tú eres tú: Si, por el contrario, yo soy yo porque tú eres tú, y tú eres tú porque yo soy yo, entonces ni yo soy yo ni tú eres tú. Parece un trabalenguas sin sentido, entresacado de la obra de teatro Arte, de Yasmina Reza, pero tiene más enjundia de la que parece a simple vista.
A pesar del
equilibrio necesario para poder decir "yo soy yo porque yo soy yo",
todos necesitamos a los demás. Tenemos que saber qué les pasa, qué sienten, qué
piensan. Y para eso tenemos que ponernos, figuradamente, en la piel del otro.
Tenemos que cambiar de narrador.
Por ejemplo,
en El secreto del lobo, su autor,
Fernando Alonso, vuelve a contar el cuento de Caperucita Roja, pero desde la
versión del lobo. En ella el lobo, que es vegetariano y tiene el pelaje rojo de
tanto comer zanahorias, es ya un lobo viejo y sin dientes cuando conoce a
Caperucita. Jamás se comió a los siete cabritillos, ni a los tres cerditos, y
mucho menos a la abuela de Caperucita. Todo ha sido una invención de Caperucita
para aprovecharse de él y dejarle en ridículo, así que antes de morir decide
revelar su secreto. Lo malo es que casi nadie está interesado en conocerlo. Y
eso es algo que pasa a diario en nuestro mundo. Oímos sólo lo que queremos oír,
sólo lo que nos conviene.
El Lobo Rojo
El lobo del bosque tenía muchos años a las espaldas y muchas aventuras en su recuerdo. Cuando la noche abría de par en par su boca de luna llena, el lobo miraba en su memoria. Entonces recordaba su fracaso con los siete cabritillos, su fracaso con el corderito que bebía agua en el arroyo, su fracaso con los tres cerditos...
Y con cada año que pasaba, con cada fracaso
recordado, al lobo se le fueron cayendo los dientes.
Su último fracaso, su último diente perdido, había
sido en la estúpida aventura del estúpido pastor bromista. Aquel pastor se
había burlado una y otra vez de sus compañeros fingiendo que lo atacaba el
lobo. Cuando ya ninguno de los pastores creía en sus gritos, el lobo se
abalanzó sobre uno de los corderillos y… ¡Allí perdió su último diente! Desde
entonces todos los corderos de la comarca comenzaron a burlarse de él:
—Ahí viene el Lobo Desdentado!
—¡Cuidado, hijos míos, no os vaya a comer!
—¡Ja, ja, ja!
Y el pobre lobo, avergonzado, se escurría entre los
árboles, mascullando:
—¡Hace falta tener mala pata! Todas las aventuras
desastrosas han tenido que pasarme a mí.
Fernando Alonso: El secreto del lobo
Mírate a ti mismo como si fueras otro. Imagina que por un momento dejas de ser Laura, o Daniel, y te conviertes en alguien que te observa desde fuera. Un observador que ve todo lo que tú ves y sabe hasta lo que piensas y sientes en cada momento. Un narrador omnisciente, vaya.
Y ahora haz
que ese otro (el narrador omnisciente en tercera persona) escriba una página de
tu diario personal desde ese punto de vista. Ya no puedes escribir: "Ayer
me levanté con una sed terrible. Soñé que estaba perdido en el Sahara y que mi
lengua se convertía en arena. Mi madre me preguntó…". Sino algo más
parecido a esto: "Miguel (o Inés, o Sandra, o Julián, cualquiera que sea
tu nombre) se despertó el miércoles con una sed terrible. Había estado soñando
que se perdía en el Sahara y que su lengua se convertía en arena. Su madre le
preguntó..."
Escribe de ti
como si otro lo estuviera haciendo y cuenta lo que ha sucedido durante un día
concreto de la semana pasada. No tiene por qué ser algo espectacular, sino
concreto y verdadero.
ã Enrique Páez
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