Hace muchos años alguien me contó esta historia (más o menos, mi memoria no es literal): Aquel hombre era un enano, pero no lo sabía, porque en su familia todos eran enanos, su novia era más bajita que él, y le llamaba Tarzán con ojos melosos, trabajaba en un circo de enanos, y siempre que actuaba, el público ya estaba colocado en sus localidades. El enano que no sabía que era enano siempre le extrañaba que el público se quedara de pie toda la función, y no se sentaran en los asientos.
Pero un día el enano hizo una representación magnífica. La mejor de su vida. El público estaba tan entusiasmado que por primera vez se puso de pie y aplaudió a rabiar. El enano se quedó estupefacto al ver la estatura de todas esas personas que llenaban las gradas.
Han pasado muchos años, y en el circo todavía recuerda aquel día fabuloso en que las gradas de la carpa se llenaron de gigantes de más de un metro y medio de altura.
7 comentarios:
... y el enano se sonrió orgulloso de ser un gran enano ;)
¡Muy bueno!
Un saludo Enrique.
¡La importancia de la perspectiva! Un saludo
En estos días he pensado en tantos enanos del alma, que no lo saben y se creen gigantes. Me ha gustado tu historia, mucho
Estupendo minirrelato.
no entiendo si dice que el público siempre estaba de pie y q diferencia hay con el q le aplauda también de pie
Yo lo que puedo ver es una serie de contradicciones
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