lunes, 30 de agosto de 2010

Crónica del Festival de Río de Janeiro

Todo empezó tiempo atrás. No será necesario remontarse a la arqueología lingüística para rastrear si el nombre de Brasil proviene de la madera Brazil o de la isla mítica del rey Brasal, cercana a Irlanda. Tanto da. Lo que importa es que hace siete u ocho meses, allá por enero, Benita Prieto, la creadora y directora de Conta Brasil y del “Simpósio Internacional de Contadores de Histórias”, se levantó un día con ganas de juerga, y decidió dedicar este año 2010 el Simposio de Río de Janeiro a la Red Internacional de Cuentacuentos, de la que ella es coordinadora en Brasil. El nombre del Simposio, por tanto, sería “Histórias em rede”.

Y nosotros dijimos que sí. Que por supuesto. Que contara con nosotros (con Bea y conmigo), y con todos los coordinadores que pudieran estar disponibles para esas fechas. ¿Qué fechas? Del 26 de junio al 9 de agosto, más o menos, para poder enlazar dos festivales de cuentacuentos seguidos: el de Río de Janeiro (Histórias em rede), y el de Oro Preto (Montanhas de Histórias), organizado por Rosana Mont’Alverne, del Instituto Aletria, en Belo Horizonte.

Poco a poco se fueron sumando Alicia Barberis (Argentina), que viajaría desde Santa Fe; Martin Ellrodt (Alemania), que vendría desde Nüremberg pasando por Lima y Cusco, gracias al Instituto Goethe; Alekos (Colombia), con su nacionalidad española a punto de estrenar, viajando desde Barcelona, su ciudad de residencia; Geeta Ramanujam (India), desde Bangalore, con todas las vacunas inyectadas en su brazo; y Diego Parra (Colombia), desde Bogotá, que llegó el último y se fue el primero por compromisos laborales.

Mayra Navarro no podía (estaba en Colombia en esas fechas); Armando Quintero tampoco (tenía que quedarse en Venezuela); Antonio Rodríguez Almodóvar estaba, y está, con la organización del 32 Congreso del IBBY de Santiago de Compostela; Armando Trejo en México y en Puebla, en el Festival CuentaLee, presentando la Red Internacional de Cuentacuentos allí; y Niré Collazo esperándonos en Uruguay, organizándolo todo en el teatro Solís y el teatro Antonio Larreta.

Ocho coordinadores en Río. A algunos de ellos, como Alekos o Alicia, los conocíamos personalmente desde hace años. Más de 15 años, incluso. A otros, como a Martin, lo conocimos después de fundar la RIC, y en Madrid nos hicimos amigos de inmediato. Un flechazo. Parece que estábamos condenados a ser amigos. Yo no me quejo. A la que menos conocíamos era a Geeta, de India.

--¿Cómo es Geeta? ¿Es una mujer estirada de las altas castas de la India? --nos preguntó Benita en el Skype antes de hacer el viaje.

--Pues no tenemos ni idea, Benita. Nosotros aún no la conocemos aún personalmente. Es coordinadora de la RIC, como tú, pero en India, y allí dirige La Casa de los Cuentos, Kathalaya, en Bangalore. Nos hemos puesto en contacto con ella a través de Internet varias veces, y la hemos llamado por teléfono para invitarla al Festival de Río, pero no sabemos si es altiva o cercana.

--Bueno, pues habrá que arriesgarse.

--Sí, habrá que arriesgarse. A fin de cuentas ella también corre el mismo riesgo con todos nosotros, ¿no?

Y el día 22 de julio llegó, y nos subimos a un avión de Iberia en Madrid, rumbo a Río. Me pasé todo el viaje esperando que en las pantallas de los microtelevisores que colgaban del techo empezara la película “Marisol rumbo a Río”. Estaba convencido de que era una película obligatoria, más que las instrucciones acerca de las salidas de emergencia y chalecos salvavidas.

Pero me quedé dormido. Al despertarme de un sueño intranquilo, dos horas antes de aterrizar, comprobé que Gregorio Samsa corría por el pasillo del avión convertido en cucaracha, y le pregunté a Bea, que ya estaba despierta (quizá siempre estuvo despierta, las mujeres son un enigma), si habían puesto alguna película.

--Claro. Era una película preciosa. Te la has perdido, por tonto.

--Vaya. ¿Y cuál era? --le pregunté.

--Cuál va a ser. Marisol rumbo a Río, por supuesto --me dijo.

Dudé unos instantes. ¿Sería verdad? Bea sonreía, pero no pude saber si era porque me estaba tomando el pelo, o porque se acordaba de la escena de Marisol en el Corcovado, rescatando a su hermana gemela a punto de morir despeñada. A saber.

Aterrizamos en el aeropuerto de Antonio Carlos Jobim, y Moreno nos estaba esperando con un cartel donde aparecían nuestros nombres, y un coche en el aparcamiento.

El viaje del aeropuerto al hotel Sesc de Copacabana fue como un documental a través de las ventanillas del coche: las barriadas de favelas, las garotas, los autobuses, el Museo de Arte Moderno, el mar, los cariocas, la ciudad, los puestos de zumos, el sambódromo, Botafogo, Flamingo, el Pan de azúcar, Copacabana…

Mientras tanto, Moreno nos daba conversación:

-- Espanha é campeã de futebol, não é?

--É --dije--. Mas… o que aconteceu com o Brasil?

--Dentro de quatro anos. Vamos organizar e vencer, você verá…

Después del túnel, tras el Pan de Azúcar, se abre la avenida Atlántica y la playa de Copacabana. Detrás del hotel Othon estaba el nuestro, y más allá, tras el fuerte militar, la playa de Ipanema. Encontramos un kiosco junto a la playa con caipirihnas a tres reales, un euro veinte. Allí nos tomamos muchas todos los días del Festival, ya no sé cuántas.

Poco a poco se fueron sumando narradores: Zé Boca, ese gigante con sonrisa de niño que habita en Sao Paulo; Wayqui y Clara Haddad, que desde Lima llegaron para compartir cuentos y libros; Sergio Bello, desde Florianópolis, con ese intenso trabajo en las escualas; Almir Mota, desde Fortaleza, con sus libros a cuestas; Priscila, cuidando de todos a todas horas; María Fernanda, convertida en la fotógrafa oficial de dos festivales (el de Río y el de Ouro Preto); Aline Cantia, con su voz suavísima, acompañada de Chico de Ceu; Os tapetes contadores de Histórias; y tantos otros que me resulta difícil de recordar.

Subimos al Corcovado, y tratamos de robar al Cristo. Alekos tiene las fotos.

En los mercadillos del centro, Geeta, que al final resultó ser la mujer más abierta, sonriente, cariñosa y cercana de cuantas he conocido en mi vida, se hizo fotos para confundir a sus amigos de Bangalore.

--¿Dónde estoy? No, no es India, ¿a qué no te lo imaginas?

Otro día nos fuimos al Pan de azúcar, y jugamos con los monos cerca de la playa de Botafogo.
Nos compramos un pareo y nos bebimos unas caipiroskas, para variar.

Martin Ellrodt y yo nos bañamos en la playa. Los demás (Alekos, Alicia, Diego, Geeta, Bea…) nos sacaban la lengua, de pura envidia, le daban patadas a las olas, y se hacían fotos.

Por la noche, rodicio de pizza cerca del Sesc Copacabana.

Cuentos, caipirinhas, amigos, reuniones, abrazos y promesas de futuros reencuentros. Y muchas fotos. Cerca de tres mil (juntando todas las cámaras). Irán saliendo poco a poco.

Volveremos, eso está asegurado.

2 comentarios:

Edurne dijo...

Chico, qué intensidad... esto da para muchas historias, ya lo creo!

Yo, humildemente y en puntillas, os he ido siguiendo según colgabas lo último de Río, y dabáis una envidia...!
;)

Besotes!

Osvaldo dijo...

Me encantan los distintos festivales de las diferentes ciudades. Ya he tenido la posibilidad de ir a Rio y es una ciudad barbara para disfrutar con la familia. Este año he decidido acudir a un alquiler de casas en
Montevideo
para conocer Uruguay