Hace quince días murió mi madre.
Estaba muy enferma desde hacía meses. Un precipicio se abrió a mis pies. Sentí vértigo.
La semana pasada vendimos nuestra casa a orillas del río Ambroz. La misma en la que nos casamos Bea y yo hace dos años. Entonces mis padres vinieron desde Santander, y fue su último viaje, y la última vez que bailaron al ritmo de la música de los mariachis.
Hemos empezado a buscar una casa en Tenerife, cerca del mar. No nos ha dado tiempo.
Ayer murió mi padre.
Por primera vez en diecisiete años nos hemos vuelto a reunir en Santander los nueve hermanos que aún estamos vivos.
Antes de incinerarle, toqué los dedos de mi padre para calentarle las manos, pero no hay calor suficiente en el mundo para rescatar a un padre de la muerte.
Pasado mañana volveremos a Tenerife. Todas nuestras cosas están almacenadas en un container en el Puerto de Santa Cruz. Hemos encontrado una casa en El Sauzal con vistas al mar y al Teide.
Hay cosas tan dífíciles de vivir, que no sé cómo contarlas.